sábado, diciembre 20, 2008
Brevísimo ránking de horror del 2008
domingo, diciembre 14, 2008
Reseña: Joy Ride (2001)
Una broma de mal gusto jugada a través de una radio de onda corta provoca la ira persecutoria de un camionero psicópata. Ese es, en gran medida, el argumento de Joy Ride (2001), una película que, aunque recuerdo que en su momento no me interesó demasiado, ha terminado siendo, si bien medianamente entretenida, poco más que intrascendente.
La ambientación de "cuento de carretera" es lo mejor que tiene, y la película hace gala bastante evidente de sus influencias, especialmente Duel (1971) y The Hitcher (1986), con la que comparte incluso la estructura de un viaje por carretera a través del desierto que se interrumpe por el acoso de un psychokiller obsesionado con los jóvenes protagonistas. Lastimosamente no llega a alcanzar ni de lejos la calidad de ninguna de las dos películas antes citadas, aunque hace un buen intento que al menos la coloca por encima de sus aspiraciones de vehículo de lucimiento, en este caso para sus jóvenes actores.
Es en estos últimos donde la película baja su calidad: el personaje de Paul Walker, por ejemplo, no es muy interesante más allá de ofrecerse como el típico guaperas de la historia, y resulta particularmente débil y pusilánime a pesar de que para entonces el joven actor era una estrella en alza que empezaba a cotizar alto en el mundillo hollywoodense. Steve Zahn hace su habitual rol de payaso y Leelee Sobieski (quien con el pasar de los años se reafirma cada vez más como un joven clon de Helen Hunt) es sólo el indispensable reclamo femenino en un elenco dominado por hombres. La historia se centra totalmente en ellos y en la voz del asesino, al cual nunca vemos la cara en toda la película. Es esta voz, sin duda el mejor personaje, está interpretada por el actor Ted Levine (que no aparece en los créditos), el "Buffalo Bill" de El silencio de los corderos (1991).
jueves, diciembre 11, 2008
Reseña: Viernes 13 parte 2 (1981)
El personaje de Jason Voorhees aparece por primera vez (al menos como asesino) en Viernes 13 parte 2 (1981), y lo hace de una forma inverosímil donde las haya. Quizás sea ese el mejor indicativo de hacia donde apuntaba la saga que comenzó en 1980 con el director Sean S. Cunningham y que regresaría apenas un año más tarde en una secuela hecha a toda prisa debido al inesperado éxito de su antecesora. Y si bien el asesino es otro, esta segunda parte es muy parecida a la anterior: al igual que en la primera entrega, las víctimas son todos unos jovencitos universitarios y libidinosos que pretenden abrir un campamento de verano (situado en la orilla opuesta al nefastamente famoso Crystal Lake Camp), y de la misma forma que su predecesora, la ola de crímenes desatada por su silente exterminador se desarrolla toda en una misma noche.
El director Steve Miner parece haber aprendido bien la lección, ya que todos los elementos de la primera película están aquí extrapolados: los estereotipos de los jóvenes protagonistas están mucho más definidos, hay un mayor número de víctimas, e incluso las ropas de estas son aún más escasas que las de la primera parte. Cierto es que también recurre a un montón de jugadas que ya eran topicazos incluso a principios de los ochenta, como el de la única superviviente de la primera película reviviendo una pesadilla en muy convenientes flashbacks del metraje usado en la anterior Viernes 13, eso y el ya famoso "susto del gato" (sustituído aquí por un perro), la clásica vícitima que se aventura sola en lugares oscuros o personajes que no encuentran nada mejor que hacer en una situación de peligro que darle la espalda a una ventana abierta.
Pero no todo son pruebas a nuestra paciencia: los personajes de Viernes 13 parte 2 son mucho más simpáticos que los de la primera entrega (hasta el de la silla de ruedas pilla) y al ya saber algunas cosas del villano, este se hace mucho más siniestro. De hecho, la confrontación final entre Jason y la final girl que le ha tocado en esta ocasión está dotada de un evidente e intencional guiño a Psicosis (1960), con todo y violines estridentes. El desenlace es similar al de la primera parte, con la cámara lenta que da paso a un epílogo de horrores que nos promete una nueva continuación de una saga explotativa por excelencia. Todo esto hace que (al menos para que el que esto escribe) sea fácil perdonar los muchos y destacables fallos, aunque contrariamente a lo que mi memoria me dictaba antes de este visionado reciente, esta no sea ni mucho menos la mejor entrega de la saga. El auténtico Viernes 13 todavía no había llegado, pero ya estaba en camino.
lunes, diciembre 08, 2008
Reseña: Dream Cruise (2007)
Por fin, el último capítulo de Masters of Horror, el que cerró la serie (no precisamente con broche de oro) tan castigado por la medianía como otros, pero al menos con un par de conceptos interesantes. Con Dream Cruise (2007), la serie creada por Mick Garris intentó repetir parte del éxito de la anterior temporada trayendo de nuevo a un director asiático, en esta ocasión el poco conocido cineasta japonés Norio Tsuruta, quien había dirigido antes la película Premonition (2004), una de las integrantes del proyecto J-Horror Theater, así como Ringu 0: Birthday (2000). En este caso, su capítulo en particular está basado, como gran parte de las más populares producciones de este género venidas de Japón, en un relato corto del escritor nipón Koji Suzuki.
El libro de Suzuki en cuestión se llama Dark Water, un compendio de cuentos que tienen el agua como principal elemento temático, y uno de sus relatos, Agua flotante, ya había sido adaptado al cine y reseñado aquí. Antes que nada hay que advertir que esta adaptación es bastante libre a nivel de argumento, principalmente porque la premisa base de la que parte se ha modificado para hacer del protagonista un americano, y también porque el episodio de Tsuruta enfrenta los diferentes conceptos del "fantasma" en Oriente y Occidente en una confrontación mucho más interesante de lo que en un principio puede parecer. La trama comienza como un thriller bastante afincado en lo terrenal, con un triángulo amoroso desarrollado en medio de un yate en alta mar que de repente coincide con una venganza de ultratumba que afecta a uno de los personajes. Dentro de este apartado Dream Cruise es bastante convencional, y las imágenes terroríficas que emplea son ya bastante conocidas como el arquetipo del relato de fantasmas japonés: la venganza es casi siempre femenina e irracional, deseando no simplemente gratificación sino repetición. Hasta aquí el argumento no ofrece nada novedoso, y Tsuruta ciertamente no saca nada nuevo de la manga para aquellos que ya hayan visto decenas de ejemplos similares.
Sin embargo, el punto más interesante de Dream Cruise está en un elemento argumental que es involuntariamente novedoso: el hecho de convertir al protagonista en un americano viviendo en Japón hace posible el enfrentamiento entre dos ideas de lo sobrenatural; veréis, el protagonista también es perseguido por un fantasma propio, el espectro de su pequeño hermano que se ahogó en su presencia cuando ambos eran niños (no es un spoiler, se muestra al principio del episodio), y obviamente "se lleva" al fantasma con él en el viaje. Este detalle produce (no sé si de forma consciente) una "lucha" entre dos visiones diferentes de lo fantasmal: el vengativo espíritu oriental que sólo busca destruir contra el alma en pena occidental que busca la redención. Quizás no sea suficiente como para entronizar el episodio, pero en una serie que en su última temporada se vió destruída por la banal búsqueda del gore, la aparición de elementos hasta cierto punto originales no es del todo desdeñable.
Por cierto, existe una versión extendida de Dream Cruise que alcanza la hora y media. A pesar de que su estética sea principalmente televisiva, sería interesante echarle un vistazo para comprobar si estos detalles únicos de los que hablamos aquí están desarrollados. De momento, el canto de cisne de Masters of Horror pasa con un muy ligero aprobado. Hasta la próxima será.
miércoles, diciembre 03, 2008
Dos regalos para después de Navidades
viernes, noviembre 28, 2008
Reseña: Los crímenes del museo de cera (1953)
Hace ya un tiempo se nos ocurrió aquí mencionar una película llamada Los crímenes del museo (1933), clásico de la era pre-código Hays que desapareció de la escena mundial por algunas censurables muestras de su trama y ejecución. Pues bien, veinte años después de su estreno, la gente de la Warner se sacó de la manga un remake que ha resultado ser, con el paso del tiempo, mucho más conocido que el original por la presencia de un actor: Los crímenes del museo de cera (1953), título con el que se conoce en España la película House of Wax, es principalmente famosa por ser la responsable de lanzar al estrellato al actor Vincent Price, quien aquí se luce en su papel de villano.
Otro motivo por el cual es conocida la cinta es que, a diferencia de su antecesora, la Warner le dio tratamiento de altos vuelos en la esperanza de hacer de ella el gran éxito de taquilla que efectivamente fue, algo nada trivial en una década en la cual los horrores góticos en el cine estaban desapareciendo en favor de la ciencia ficción. En el caso de la película que hoy nos ocupa, su éxito tuvo mucho que ver con una cuestión meramente técnica: la cinta fue rodada en 3-D, y de hecho fue la primera película de un gran estudio para la cual se empleó dicha tecnología. Cabe destacar un detalle que hoy en día todos saben pero que no puedo resistir la tentación de mencionar, y es que su director, André de Toth, era ciego de un ojo y por lo tanto no podía apreciar el efecto.
Al haber sido rodada cuando ya el código Hays estaba en plena vigencia, esta versión de Los crímenes del museo realiza grandes cambios a la historia que van más allá de la ambientación cronológica (finales del siglo XIX en lugar de los años treinta en la que el original se ambientaba), ninguno de ellos demasiado afortunado. Fuera del personaje de Price, el guión no tiene un sólido protagonista masculino, y la desaparición de la heroína de la primera película deja en esta una damisela indefensa más acorde con los estereotipos femeninos del cine de la época. La visión que la película tiene de la policía está dotada de la típica "ingenuidad" de los cincuenta: los polis son héroes que acuden a caballo a rescatar a la dama en apuros, a pesar de que su investigación resulta poco menos que prescindible (la naturaleza del villano y de sus crímenes está clara casi desde el principio, así que los detectives están todo el tiempo descubriendo cosas que el público ya sabe). Los toques de censura también se notan en detalles más sutiles, como el cambio de un yonki en la película original por un alcohólico y la visión un poco más cómica de los villanos, entre los que se incluye un jovencísimo (y entonces desconocido) Charles Bronson.
La llegada del formato digital nos ha traído una versión bastante bien restaurada de Los crímenes del museo de cera, aunque por desgracia el efecto 3-D, no ha sido rescatado (quien sabe si lo hará para futuras ediciones). La película queda así despojada de uno de sus mayores atractivos, dejando una cinta mucho mejor a nivel técnico que su predecesora, pero definitivamente inferior a nivel de atmósfera o genuino valor como cine de terror. El verdadero punto de superioridad de esta versión reside, sin embargo, en que la original no tiene a Vincent Price. De hecho, el ahora actor de culto hace un trabajo magnífico tanto en su faceta original de artesano idealista como en su posterior transformación en villano. Incluso el momento climático del "desenmascaramiento" es perfecto, y al verlo no cuesta para nada creer por qué Price se convirtió en una pieza rentable en el cine de terror de la época.
Hoy en día Los crímenes del museo de cera sobrevive como entretenimiento nostálgico y como pieza de valor histórico. Como película no pasa de ser una historia un tanto ingenua que se salva principalmente por la tremenda presencia de Vincent Price. Como ya todos saben, sin duda, esta película sería realizada una tercera vez en la forma de La casa de cera (2005), remake sólo nominal en la que la idea del asesino que hace estatuas de cera con sus víctimas servía de base para un slasher juvenil que poco (más bien nada) tiene que ver con este trabajo del que hoy hablamos.
lunes, noviembre 24, 2008
Reseña: Abierto hasta el amanecer (1996)
El año pasado los directores Quentin Tarantino y Robert Rodríguez lanzaron uno de sus proyectos más publicitados hasta la fecha, una sesión doble llamada Grindhouse en los que emulaban los éxitos de serie B que más les habían influenciado bajo la forma de una película que en realidad eran dos. Sin embargo, ambos directores ya habían hecho lo mismo más de una década antes con Abierto hasta el amanecer (1996), aunque en menor medida.
Repetirlo a estas alturas es un necesario topicazo: Abierto hasta el amanecer son en realidad dos películas: la primera, en la que se narra la huída de la Ley de los hermanos Gecko hasta el momento en el que secuestran una caravana donde viaja una familia, tiene el indudable sello de Tarantino, desde la presencia de Harvey Keitel en el rol de un pastor protestante que ha perdido la Fe hasta los largos diálogos sobre (aparentes) nimiedades. Es cierto que hay secuencias típicas de Robert Rodríguez en el caricaturesco tiroteo de la primera escena, pero en general esta primera película es de QT. La segunda parte, eso sí, donde los maleantes y la familia son sitiados en un perdido bar de carretera por una horda de vampiros, es una cinta completamente distinta en la que Robert Rodríguez deja salir todo su rocambolesco estilo de rodar escenas de acción encadenadas gracias a momentos de humor y a exageraciones varias.
Destripar las dos películas por separado es una invitación demasiado tentadora como para evitarla: la primera parte es sin duda la mejor, principalmente por George Clooney, quien para entonces no era muy conocido más allá de la serie Urgencias y a quien ciertamente nadie imaginaba como un héroe de acción. Suyas son algunas de las mejores líneas de diálogo y su presencia por sí sola ya lo anticipaba como estrella. Solamente la primera secuencia, la del tiroteo en la estación de gasolina, es de antología y pone la cinta muy alto.
La segunda parte, la de los vampiros, ya no me parece tan interesante más allá de imponentes secundarios como pueden ser Tom Savini (¡Sex Machine!) y Fred Williamson, además de una Salma Hayek que nunca ha estado tan sexy como en esta película. Todo lo demás no se me antoja demasiado destacable: la ambientación romeriana del estado de sitio está muy vista, e incluso los toques de humor presentes ya se habían hecho de forma similar (lo de las pistolas y globos llenos de agua bendita ya se había hecho en Night of the Demons 2 (1994), parte de una saga con la que esta película guarda varias semejanzas). Para colmo, el personaje de George Clooney, que tanto molaba en la primera parte, aquí está casi completamente olvidado y convertido en un héroe débil que pasa más tiempo huyendo que cualquier otra cosa. Ni hablar del personaje de Juliette Lewis, que pasa por cinco o seis personalidades diferentes a lo largo de la película. El único que realmente se mantiene arriba es Harvey Keitel, simplemente inmenso en su papel de recien-descubierto cazador de vampiros.
Con todo y esto, Abierto hasta el amanecer sigue siendo hasta la fecha un semi-clásico, aunque dichas razones se me escapen. Fans incondicionales de los dos directores responsables de su creación no necesitarán discutir sus evidentes virtudes, pero quizás (sólo quizás) el gamberrismo vampírico se me haga a mí mucho más apetecible en casos que hemos discutido aquí con anterioridad.
jueves, noviembre 20, 2008
Reseña: Saw 5 (2008)
El tagline de Saw 5 (2008) rezaba "no creerás como termina", lo cual no deja de ser curioso dado que la quinta entrega de esta saga, de hecho, no termina, y no parece en el fondo más que la introducción de lo que será la inevitable sexta parte. Tanto es así, que la hora y media de metraje que dura no parece estar tan interesada en hacer continuar la historia como en expandir aquello que ya habíamos visto en entregas anteriores, siguiendo eso sí el mismo esquema de doble argumento empleado a lo largo de toda la saga.
Saw 5 recupera, además, la estructura de la segunda parte mostrándonos a un grupo de personajes atrapados juntos en una serie de trampas de las que sólo podrán escapar aprendiendo a seguir las ambiguas reglas ante ellos trazadas. En esta ocasión, por desgracia, dichas trampas no resultan demasiado interesantes, y la auténtica relevancia de dichos personajes es uno de los muchos misterios que aparentemente se han dejado para una sexta entrega. Para colmo su predicamento está dotado de un guiño autoconsciente: digamos simplemente que estos personajes saben que están en una película de Saw y actuan como tal. El segundo eje argumental es, como no, la investigación que se realiza en torno a los crímenes de Jiggsaw y de su posible secuaz, a quien ya conocimos en la entrega anterior y que aquí se nos muestra con todo y su trasfondo anecdótico que relata cómo llegó a convertirse en el alumno aventajado del asesino en serie protagonista de la saga.
Dicha investigación no resulta, a decir verdad, demasiado interesante, y la verdad es que resulta extraño ver la exasperación que llega a provocar una película en la que las grandes preguntas que se había realizado el espectador en la cuarta entrega siguen sin resolver, ocupado casi todo el metraje en perpetuos flashbacks dedicados a la relación maestro/discípulo que, para colmo de males, incluso se dedican sin ninguna vergüenza a reciclar escenas y metraje de las películas anteriores, con lo que se hace más evidente que nunca el intento por estirar la saga más de lo necesario. Aunque sigo admirando la tenacidad de sus responsables en dotar de unidad todas y cada una de las películas de Saw, cada vez se hace más palpable la sobrexplotación de una franquicia que había quedado razonablemente bien cerrada en la tercera entrega y que ahora se ha extendido a niveles innecesarios. Aquellos que hayan disfrutado estas películas en su faceta más superficial (básicamente, lo grotesco de cada una de las trampas) tampoco saldrán demasiado satisfechos, ya que estas no son tan atractivas como en entregas anteriores, e incluso la participación del carismático Tobin Bell se ve seriamente reducida.
Eso sí; la auténtica sorpresa final de Saw 5 ha sido darme cuenta de que, realmente, no hay final sorpresa, ya que si nos fijamos bien todas las entregas de la saga terminan más o menos igual. Confieso que el clímax tiene su lado de emoción debido a las sabias artes manipuladoras de un serial que conoce bastante bien sus propios trucos, y la ya anunciada sexta parte volverá a atraer a todos los que han picado con esta quinta y las otras. Si ofrecerá una conclusión a la macro-historia del Jiggsaw Killer y su legado o si por el contrario se irá por esa espiral de la explotación que sólo puede terminar en autoparodia es algo que todavía está por verse.
domingo, noviembre 16, 2008
Escueta reseña relámpago de "Cuentos de la Cripta" (temporada uno)
miércoles, noviembre 12, 2008
Reseña: P2 (2007)
Tal como ocurrió en su momento con Black Christmas (1974), o Silent Night Deadly Night (1984), P2 (2007) podría convertirse en la nueva película de visionado obligado al acercarse las fiestas decembrinas, tal como ya adelantaba maese Alvy Singer, a pesar de que la explotación de uno de los más típicos temores urbanos (psicópata acechando en un solitario parking subterráneo) ya se había realizado varias veces con anterioridad, más recientemente en la modesta Throttle (2005). Pero dicha falta de originalidad no deja de ser meramente anecdótica, ya que si P2 funciona lo hace por el sabio aprovechamiento de recursos no sólo del director Franck Khalfoun, sino también de sus guionistas y productores Alexandre Aja y Gregory Levasseur, el dúo dinámico que consigue aquí resultados mucho más interesantes que en su último trabajo.
Hablábamos arriba de recursos, y Khalfoun los tiene medidos casi a la perfección: el escenario (un auténtico parking) está tan bien empleado que casi podemos trazarnos un mapa mental de él a lo largo de la película, y la tensión que consigue en cada una de sus secuencias es muy efectiva considerando la escasa cantidad de personajes de los que hace gala el guión: al menos tres cuartas partes de la película sólo están ocupadas por los personajes de Rachel Nichols como la damisela en apuros y Wes Bentley como un imposible guardia de seguridad con una obsesión enfermiza por la cercanía humana en estas maravillosas fiestas familiares. Aparte de eso tenemos el ya acostumbrado empleo irónico de la banda sonora navideña e incluso una figurita de Elvis que, no sé por qué, no podía parar de notar.
Asimismo, y en disonancia con el antecedente de Alta tensión (2003) (con la que guarda grandes parecidos en algunos momentos), la película es bastante contenida en cuanto a lo explícito de su violencia, con apenas un par de escenas gore que sirven para equilibrar la balanza en una cinta más dada a un continuo juego del gato y el ratón en el que la mayor parte del tiempo se nos va en contemplar el generoso escote que se gasta Rachel Nichols (desde ya ocupando sitio de honor entre los mejores de esta década) en el ceñido vestido de fiesta con el que huye de su paciente perseguidor. Esta explotación, junto con lo básico de su propuesta, convierten a P2 en una de las más honestas y fieles miradas a los ochenta que hayamos podido ver últimamente, un parecido que se hace más evidente aún en sus muestras de grafismo publicitario.
Entre los problemas que personalmente podría hallarle estaría, principalmente, la escogencia de Wes Bentley para el papel antagonista. No porque su trabajo no sea eficiente (de hecho, el progresivo descubrimiento de la locura del personaje está bastante bien trabajado; al principio realmente nos cuesta creer que pueda causarle algún daño a esta mujer que dice amar) sino porque las características que el guión da al personaje se me antojan un tanto difíciles de creer en un guardia de seguridad joven y guapo. Otro problema serían algunas secuencias de ese clímax final que me indican asimismo que la película podría perfectamente haber durado veinte minutos menos sin perder ni un ápice de su fuerza. Por todo el resto, una película notable a decir verdad.
domingo, noviembre 09, 2008
Reseña: Saw 4 (2007)
Si hay una cosa que se le puede conceder a la saga de Saw (2004) es que, a diferencia de otras franquicias de terror de esas que escupen secuelas, sus responsables han hecho hasta lo imposible para dotar de cierta continuidad a todas las entregas iniciadas con aquel inesperado éxito de James Wan. A grandes rasgos, la película ha sabido jugar dentro de unas reglas establecidas que se mantienen casi siempre, lo cual hace que cada secuela se esfuerce por complementar a las anteriores, que es más de lo que se puede decir de otras incombustibles sagas. Por desgracia, ninguna de estas continuaciones ha logrado destacar demasiado, y todo parece indicar, ahora que esperamos el pronto estreno en España de la quinta parte, que las andanzas de Jiggsaw terminarán convirtiéndose en poco más que un placer culpable que servirá, en todo caso, para reseñar el tono explotativo de gran parte del horror mainstream de esta década.
Esta cuarta entrega, tercera dirigida por el destacado alumni Darren Lynn Bousman, es claro ejemplo de ello: es la primera de la saga en la que no participa ninguno de los responsables de la Saw original, y eso se nota. Decididos a exprimir su franquicia más exitosa hasta la última gota, Lionsgate echa mano de su bolsa de trucos y extiende la historia hasta lo indecible, arreglándoselas muy hábilmente teniendo en cuenta de que tanto el principal villano como su aprendiz la habían palmado al final de la tercera película. No contestos con eso, alguien parece haber realizado una exhaustiva lista de las cosas que la gente buscaba en una película de Saw y las ha resaltado hasta decir basta. Por desgracia, en esta ocasión las trampas no resultan muy imaginativas, y las pruebas por las que ha de pasar el supuesto protagonista para salvar su vida y rescatar a sus compañeros es por completo carente de interés. De manera que el verdadero corazón de la película está en los recurrentes flashbacks que explican los orígenes de Jiggsaw, las razones de su psicopatía y la verdadera naturaleza de sus motivaciones, que incluyen por supuesto una visión de su primera trampa.
Son todas estas secuencias las que constituyen el principal atractivo de la cinta y la auténtica explotación del personaje de Tobin Bell para convertirlo en un antihéroe de cómic, un psicópata sombríamente carismático, en fin, una versión pop de Hannibal Lecter. Alrededor de su figura gira toda la trama, lo que convierte en una experiencia harto curiosa rememorar el primer Saw, cuando la identidad del asesino era desconocida y únicamente veíamos su cara durante el ya archiconocido final sorpresa.
Es precisamente esto último uno de los elementos que más caracteriza a la saga y que aquí, evidentemente, no podía faltar. De hecho, no podemos hablar sólo de uno, sino de varios finales sorpresa simultáneos que intentan no solamente impactar al espectador sino también acometer la difícil tarea de dejar atados todos los cabos sueltos de entregas anteriores y justificar el legado post-mortem de Jiggsaw a través de un ingenioso vuelco narrativo que pone en entredicho incluso el orden cronológico de aquello que estamos viendo en pantalla. A un nivel de disfrute tremendamente básico funciona, a pesar de ser tremendamente inverosímil e innecesariamente rebuscado.
Los incondicioneles fanáticos quedarán con unas ganas terribles de ver la próxima quinta parte. Todos los demás probablemente descartarán la tortura que supone la eterna repetición esquemática de una saga que debería haber terminado con la tercera entrega o, mejor aún, no salir de los más modestos pero también más eficientes y disfrutables límites de su primera encarnación. Pasable pero sin más.
viernes, noviembre 07, 2008
Reseña: Wrong Turn (2003)
Si algo me queda cada vez más claro es la mala suerte que tuvo Rob Schmidt de que su película Wrong Turn (2003) (titulada aquí en España, por algún oscuro motivo que se me escapa, Kilómetro 666) nos pillara apenas al inicio de ese renacer del horror físico que caracteriza a tantos trabajos de esta década. Ese mismo año se estrenaron obras similares como La casa de los 1000 cadáveres (2003), Cabin Fever (2003) o el remake de La matanza de Texas (2003), todas ellas mucho más conocidas y que sin embargo seguían un camino que ya había mostrado el joven Rob Schmidt con esta historia de paletos montañeses mutantes que ahora nos ocupa. De haberse esperado unos meses, prácticamente nadie la habría maltratado con las críticas que en su momento se le pusieron: la presencia de Eliza Dushku como protagonista hacía referencia al renacer del horror teen de finales de los noventa, y tanto el argumento como la ejecución eran un evidente refrito de Las colinas tienen ojos (1977). Todos estos argumentos no dejan de ser ciertos, pero no son suficientes para condenar una película tan entretenida.
La mención arriba de la cinta de Wes Craven es competente por razones obvias; aparte de la ambientación (que cambia el desierto de Nevada por los bosques montañeses de West Virginia) y la sustitución del grupo familiar por el típico elenco de jóvenes, no hay mayor diferencia entre Wrong Turn y la ya famosa fábula de la familia mutante post-nuclear. Donde destaca quizás en que desde el principio empieza a meter caña, y la intro con los créditos ya nos presenta a la tribu de deformes e incestuosos montañeses que han sembrado de trampas su apartado bosque en busca de incautos viajantes que les servirán de alimento, trampas en las que obviamente caen los jóvenes y atractivos miembros del elenco.
Pero lo que falta en originalidad casi se compensa en una ejecución que demuestra el conocimiento de un legado: Wrong Turn tiene la mirada fijamente puesta en los setenta, y su director Rob Schimdt parece haber aprendido la lección al no escatimar esfuerzos en explotar los encantos físicos de sus protagonistas, a los que los depravados montañeses parecen ser inmunes. Algunas escenas resultan particularmente memorables, como aquella de la señorita Dushku escondiéndose debajo de una mesa sobre la cual sus perseguidores están preparando su macabra "comida". Al final, por supuesto, la película toma el ya clásico giro que determina que aquellos que en un principio veíamos como las víctimas deben necesariamente volverse aún más salvajes que sus captores si desean no sólo sobrevivir, sino llevar a cabo su (justa) venganza: el viejo esquema de Deliverance (1972) que constituya la auténtica base del survival horror.
Transcurrido gran parte del metraje, los excesos de Rob Schmidt, quien por desgracia no parece tomarse su película con mucho humor, pueden llegar a tornarse repetitivos, pero no olvidemos que la mayor parte del cine de terror de entonces venía de la sobresaturación adolescente y de los intentos desesperados por emular el éxito de las historias fantasmales tipo El sexto sentido (1999). Wrong Turn fue una de las primeras que intentó romper eso, al menos dentro del cine mainstream, y es eso lo que me hace recomendarla al menos una vez. Resulta bastante más efectiva de lo que la mayoría le concede.
martes, octubre 28, 2008
Tres tristes trailers 18
Llega el trailer oficial de Viernes 13 (2009), y con él lo que todos ya sabíamos: lejos de limitarse a "actualizar" mediante repetición la película original de Sean S. Cunningham, el director Marcus Nispel y el productor Michael Bay preparan un batiburrillo de otras partes de la saga para ofrecernos algo que, a la vista, parece un Jason bastante ortodoxo que ahonda aún más (si cabe) en la condición "pop" del personaje. Tanto que podríamos decir, con poco riesgo a equivocarnos, que esta nueva versión del 2009 podría pasar por una hipotética Viernes 13 parte 11, hasta el punto que es mucho más fiel al camino ya transitado que las secuelas realizadas por New Line Cinema. Podríamos estar equivocados, pero a juzgar por lo que vemos en este minuto y medio de avance, lo más propable es que no. ¡Si es que incluso no han dudado en mostrarnos al gigantón en toda su gloria! Cualquier otra consideración hemos de guardarla para el próximo viernes 13 de febrero de 2009.
El casposísimo (por ponerle un calificativo) trailer de My Bloody Valentine 3D (2009) no parece tener tanto apoyo del estudio detrás, pero al menos juega con ventaja por dos razones más que evidentes: la primera es la de ser el remake de una película menor que muy pocos recuerdan con especial cariño, la segunda es el invaluable anzuelo del 3D, algo que muy probablemente no tengamos la oportunidad de ver en España pero que ofrecerá el suficiente divertimento para arrastrar a su público natural (ver imágenes de dicho público en el trailer) y dar vida a un producto que parece destinado por los dioses a tener su propia atracción en el hipotético (y soñado) parque de atracciones de Lionsgate. El tiempo nos dirá si las nulas expectativas existentes en torno a este proyecto terminan siendo su mayor aliciente.
Por último el trailer de la ya varias veces aplazada Underworld: Rise of the Lycans (2009), precuela de las dos películas vampiro-licantrópicas de Len Wiseman y que en esta ocasión cede el mando, quien sabe si para mejor. Tras ver el avance nos damos cuenta de varias cosas: el cambio de Kate Beckinsale por Rhona Mitra (que aunque indudablemente lo parezca, no hace el mismo personaje) podría resultar beneficioso, y a juzgar por lo que se muestra, la saga iniciada ya hace seis años ha terminado de pasarse por completo al género de fantasía cual versión goth de El señor de los anillos, algo que evidencia que el principal público de estas películas es el jugador de rol promedio y sus amiguetes. A primera vista me siento tentado a decir que el avance no pinta mal, pero si mal no recuerdo, los trailers de las dos primeras también prometían y terminaron siendo productos bastante lamentables. Quien sabe si esta tercera entrega pueda corregir eso, pero teniendo en cuenta de que se trata de una precuela y por lo tanto ya sabemos el final, lo dudo mucho.
Nota: que no se me olvide darle gracias al señor Laguna, quien ya había posteado estos tres trailers. Para que mi plagio resultase menos descarado, he tenido al menos la decencia de colgarlos en distinto orden. Mea culpa.
lunes, octubre 20, 2008
Reseña: Viernes 13 (1980)
Podemos decirlo abiertamente: Viernes 13 (1980) no es una buena película, pero sí una película importante. A nivel del cine de terror, es uno de esos momentos en los que dicho género encuentra una vertiente e insiste con ella, y sentó las bases para un sinfín de recursos que ya eran conocidos y que hoy en día son clichés. Tras todo el tiempo transcurrido (y los kilómetros de cinta usados en productos derivados) resulta fácil despreciarla, pero prácticamente no existe consumidor de cine de terror que no la haya visto o al menos se haya tragado una de sus innumerables copias. A nivel personal, es la primera película de miedo que recuerdo haber visto, y la cercanía temporal a su futuro remake me hace querer hablar de ella, cosa que (advertidos quedan) es imposible hacer sin spoilers.
Decíamos arriba que Viernes 13 echa mano de todo una gama de recursos a la hora de meter miedo, y efectivamente es así. Todas las constantes del cine de slashers están presentes: locaciones apartadas, elenco de jovencitos, crueles e imaginativas muertes, y la regla de oro que dice que aquellos que tienen sexo, mueren. Viernes 13 ciertamente no inventó esas reglas, pero sí fue la película que las convirtió en una norma indispensable. Podemos decir que las cintas de asesinos anónimos que acosan a jóvenes incautos no comenzó con esta historia de Sean S. Cunningham, pero sí es cierto que fue con ella con la que dicho subgénero alcanzó su condición de comida basura. Para bien o para mal abre una veta que todavía hoy, casi treinta años después, parece muy lejos de haberse agotado.
Viernes 13 es considerada, con razón, parte de la Gran Trinidad de los slasher films, un puesto que comparte con Halloween (1978), de John Carpenter, y Pesadilla en Elm Street (1984), de Wes Craven, pero a diferencia de estas dos películas, los inicios de la saga de Jason Voorhees fueron de lo más modestos. De hecho, la cinta de la que hoy hablamos no es más que una película de explotación poco ambiciosa que apuntaba a unos objetivos muy básicos, y Sean S. Cunningham tampoco es que sea un gran director. Asimismo, el argumento está creado para el lucimiento físico de sus jóvenes protagonistas: el guión busca cualquier excusa para dejar a las chicas en braguitas (incluso hay una escena en la que una de ellas propone jugar Strip Monopoly... ¡para luego marcharse sin siquiera llevarse su ropa con ella!) o incluir la ya indispensable escena en la que el joven elenco comparte un refrescante baño veraniego en el lago. En el lado masculino destaca la presencia de un entonces desconocido Kevin Bacon en un triste rol de guaperas (de los chicos es el que tiene el bañador más pequeño y la menor cantidad de diálogos).
En el apartado del terror sus aspiraciones no van más allá: la música es un evidente plagio de la de Psicosis (1960), y la cinta hace gala de trucos formales bastante típicos como el de la cámara subjetiva, que permite momentos en los que comprobamos que algunas de las víctimas ya conocen al asesino. La mitología típica de este tipo de historias también se encuentra en su faceta más autoconsciente, con el paleto local que advierte que el lugar, llamado Crystal Lake y apodado "Camp Blood", está maldito. Donde sí destaca la película quizás sea en el trabajo de Tom Savini en los efectos especiales. Savini venía de hacer los efectos de El amanecer de los muertos (1979), pero es en esta película donde se ve realmente su potencial de gran promesa del gore, prestándose al juego de ocultar el momento de la muerte para regodearse luego en la exhibición del cadáver. La única excepción de esto es el personaje de Kevin Bacon, quien tiene el mayor honor que se puede recibir en este tipo de película: la suya es la mejor muerte de todas.
Los últimos veinte minutos son una paradoja, ya que si bien es cierto que la cinta traiciona su propio espíritu de whodunit introduciendo un personaje del que no habíamos siquiera oído hablar, son también los momentos más intensos, aquellos dedicados a la aparatosa persecución a la chica final por parte del asesino (aparatosa es el mejor de los adjetivos posibles; resulta difícil de creer que se trata del mismo sigiloso matarife que se ha cargado al resto del elenco). Encima, la revelación final trae una curiosa mirada al giro argumental mostrado en Psicosis, sólo que aquí está invertido: en vez de un hijo transmutado físicamente en su madre, vemos aquí a una madre literalmente poseída por el recuerdo de su hijo muerto, algo evidenciado incluso en momentos en que una psicótica Betsy Palmer mantiene diálogos consigo misma adoptando la voz del difunto Jason.
Con la última muerte (mostrada con música estridente y cámara lenta) y un susto final descaradamente plagiado de Carrie (1976), Viernes 13 cierra su particularmente modesto debut. Para ser sinceros, la película no sería destacable de no ser por la larga lista de secuelas a las que dio origen, continuaciones que superarían con mucho esta primera parte y que, en conjunto, han pasado a ser un arquetipo. Esto lo evidencia el plano final de la película, en el que los ojos de la protagonista y única superviviente hacen una transición al lago que acaba de dejar atrás, un espejo de agua tranquilo y apacible que hace que el espectador inevitablemente se pregunte si yace algo debajo de su calmada superficie. Ese algo surgiría, como no, y diez películas después todavía lo estamos viviendo.
viernes, octubre 17, 2008
Reseña: Hellraiser: Bloodline (1996)
Hellraiser: Bloodline (1996) es no solamente famosa por ser la cuarta película de la saga iniciada con Hellraiser (1987), sino también por muchos otros motivos: es la única que cambia de registro para pasar al sub-género de películas "de antología", la última que se estrenó en cines, la última que explotó el personaje de Pinhead como centro absoluto de la historia, y es aquella en la que su director, Kevin Yagher, quedó tan decepcionado de los resultados que optó por el seudónimo de Alan Smithee. Con todo y eso, hay que reconocer que no es la peor de las películas de Hellraiser (eso lo cubrirían las secuelas posteriores).
Hellraiser: Bloodline fue, además, la primera de las sagas de terror que acometió la "valentía" de trasladar sus personajes al espacio, un camino que han seguido Leprechaun (1993) y Viernes 13 (1980). En este caso, dicha ambientación futurista es una de las tres historias que se entremezclan en la película, y que giran alrededor de tres miembros de la familia Merchant, sobre quienes pesa una maldición producto de haber creado la Configuración de los Lamentos. Es precisamente la historia de Phillipe Merchant, un fabricante de juguetes del siglo XVIII que accede a fabricar un artilugio para un aristócrata francés con preferencias por la magia negra, uno de los tres "cuentos" de los que se conforma la película, que salta luego a un joven arquitecto del siglo XX y finalmente a un científico del siglo XXII, que ha construido una gigantesca nave espacial que usará para atraer a los Cenobitas y acabar con ellos para siempre.
La idea, con todo y sus fallos, es ambiciosa, y se nota que al menos en su concepción inicial pretendió llegar más allá de sus fallidos resultados; la historia ambientada en la Francia pre-revolucionaria es lo suficientemente grotesca para haber salido realmente de los escritos de Clive Barker, y el edificio en el que se desarrolla la trama del "presente" enlaza a la perfección con el final de Hellraiser 3: Hell on Earth (1992). Asimismo hay detalles que dan a unidad a las tres historias, y no sólo en el hecho de que los tres Merchant son interpretados por el mismo actor, sino también en la presencia de la actriz chilena Valentina Vargas, que aporta el imprescindible atractivo erótico común en todas las entregas de la saga. Su personaje, una criatura infernal llamada Angelique, aparece en las tres historias y sirve de enlace entre ellas incluso más que el propio Pinhead, quien sólo aparece en el presente y en el futuro en su nuevo rol de pseudo-slasher (sobre todo en la historia ambienteada en el espacio).
Por desgracia los resultados no pueden ser más catastróficos: el argumento no se sostiene por ningún lado, y da la sensación de que el guión no hace sino saltar de una escena a otra sin ninguna coherencia interna. Esto es comprensible ya que gran parte del material rodado por Kevin Yagher nunca vió la luz (incluyendo secuencias enteras de los Cenobitas), y para colmo se le impuso la inclusión de un absurdo marco narrativo sin justificación alguna más que para mostrar a Pinhead antes de tiempo. El montaje del estudio ciertamente explota la figura de Doug Bradley al precio de hacer que la historia no tenga sentido y se queden muchas cosas sin explicar más o menos porque sí.
Al final de Hellraiser: Bloodline, la historia de los Cenobitas y su demoníaco puzzle llega a una conclusión final, aunque ya todos sabemos que cuatro secuelas más llegarían, esta vez con un enfoque totalmente distinto. La última entrada "cinematográfica" de la saga tiene así un cierre bastante lamentable, pero al menos ha pasado a la historia como uno de los grandes proyectos fallidos del cine de terror. Eso y poco más. Podríamos decir incluso que con esta película muchos habrían pensado que ambientar historias de terror sobrenatural en el espacio era una mala idea que no podía dar resultados decentes, lo cual hubiera sido cierto de no ser por el estreno al año siguiente de Horizonte final (1997), una gran e injustamente menospreciada película que sacaba precisamente de Hellraiser gran parte de su inspiración.
martes, octubre 14, 2008
Reseña: Resident Evil: Extinction (2007)
Existen pocas palabras que puedan preparar a un espectador promedio para el sinsentido presente en Resident Evil: Extinction (2007), pero aquellos que hayan llegado todavía con entusiasmo a esta tercera entrega de la saga muy probablemente no estén demasiado interesados con nimiedades como un argumento coherente. Tomando un camino distinto de aquel trazado por Paul W.S. Anderson en su claustrofóbica primera parte, esta nueva secuela de la franquicia de zombis, explosiones y "grrrl power" está llena de excesos por todos lados, hasta el punto de que yo tendría mis reservas incluso en clasificarla como película.
No solamente eso, sino que encima esta tercera parte ha tomado la desconcertante decisión de pasar por alto casi toda continuidad con la segunda entrega, así que aquellos deseosos de saber cual fue el destino de Jill Valentine tras Resident Evil: Apocalypse (2005) van a quedarse con las ganas. En cambio, la cinta de Russell Mulcahy decide aprovechar el filón romeriano de El día de los muertos (1985) (con la que tiene más de un punto en común) y llevar su historia a esquemas apocalípticos aún a coste de quitarle a su argumento todo atisbo de coherencia. Porque al margen de licencias poéticas, la situación inicial de un Virus T destruyendo toda vida vegetal en la Tierra y convirtiendo el planeta en un desierto perenne en apenas cinco años es el novamás de la exageración, y únicamente está allí para justificar el ambiente molón de inspiración Mad Max, en el que el personaje de Milla Jovovich, ahora dotada de superhabilidades, adopta todos los manierismos del clásico superhéroe del cómic, incluyendo un inconstante y arbitrario uso de sus poderes, a los que recurre únicamente cuando hay peligro de que la trama no avance.
El resto de Resident Evil: Extinction es, francamente hablando, un desastre. La historia no se sostiene por ningún lado, hay momentos y recursos francamente ridículos como el protagonizado por un satélite, y la cinta va encadenando escenas de acción una tras otra sin ninguna lógica, algo que se agrava por el hecho de que, al final, toda la subtrama del autobús de refugiados que atraviesa el desierto (y que ocupa aproximadamente la mitad del metraje) no tiene nada que ver con la película, por lo que el verdadero argumento dura unos quince minutos, siendo todo lo demás descaradas escenas de relleno hechas, en el mejor de los casos, para el lucimiento exclusivo de su cada vez más hiperbólica protagonista, convertida en toda una action woman. Para colmo, la secuencia más lograda de todas (de hecho, la única que se podría decir guarda cierto atractivo), en la que una bandada de cuervos zombis atacan el autobús en una bastarda mezcla de Alfred Hitchcock y George Romero, ya se mostraba en el trailer.
Sin mayores aspavientos, la cinta revela tener una estructura muy similar a las de las dos anteriores, incluyendo la batalla con un monstruo final y algunas curiosas alusiones a la primera entrega. El resultado es completa y absolutamente prescindible. Lo peor es que, a juzgar por la manera como termina, la posibilidad de una cuarta parte es bastante grande, así que igual esto no es todo lo que hay. Advertidos quedamos.
domingo, octubre 12, 2008
Escueta reseña relámpago de "Pesadillas y alucinaciones"
jueves, octubre 09, 2008
Escueta reseña relámpago de "Fear Itself"
sábado, octubre 04, 2008
Reseña: Mirrors (2008)
No cabe duda de que, de todos estos jóvenes directores de terror que han salido a la palestra últimamente, Alexandre Aja es el listo del grupo. Con sólo dos películas en su haber, el franchute padre de Alta tensión (2003) y Las colinas tienen ojos (2006) ha sabido meterse de lleno en la maquinaria de cine hollywoodense y forjarse un futuro cuando menos interesante como director. Por desgracia, Mirrors (2008), su último trabajo, puede ser también su película menos atractiva hasta la fecha, inevitable víctima de la ola de regurgitaciones de cine de terror oriental occidentalizados y completamente conscientes de una fórmula preestablecida. Sus ocasionalmente buenas labores como cine de terror no son suficientes para deshacerse del lastre que conforma un sub-género repetitivo en el que las propuestas realmente buenas son escasas, a veces hasta un punto exasperante.
Con todo y esto, Mirrors es una película bastante más interesante que el original surcoreano en el que se basa, aunque sea por el hecho de que ambas son muy diferentes tanto en desarrollo argumental como en intenciones. De hecho, sólo se asemejan en su planteamiento inicial, que trata de un oficial de la Ley convertido en poli de alquiler y que termina investigando el mundo sobrenatural que se oculta tras los espejos de un centro comercial en ruinas. El resto, tanto la trama de investigación como las conclusiones a las que llega en el apartado sobrenatural, son totalmente distintas. A pesar de que en esta ocasión también se hace hincapié en el misterio (el protagonista pasa más tiempo siguiendo pistas que enfrentándose a la fuerza desconocida en sí), Mirrors sí que pretende ser una película de terror, y Aja nos lo recuerda una y otra vez, no sólo a través de la ambientación ruinosa que ha concebido para el centro comercial (calculadísima casa del terror con todo y sus lugares secretos) sino también en su para nada disimulada violencia, incluyendo una escena que nos muestra una de las muertes más grotescas que hemos visto este año en un cine.
El alma de la película a nivel actoral es Kiefer Sutherland, aunque su buen trabajo a nivel interpretativo no sea suficiente para hacernos olvidar su por ahora imborrable imagen de Jack Bauer (¿y cómo hacerlo si se está gran parte de la película haciendo investigaciones con la pistola en una mano y el móvil en la otra?). Sus contrapartes femeninas están allí meramente como reclamo visual, y la presencia de críos en la trama, como casi siempre ocurre, es molesta y no aporta nada a la película. De todas formas, a nivel de personajes la película no está tan bien dotada; ninguno de ellos está realmente desarrollado y únicamente están allí para proporcionar una serie de lugares comunes que ya están demasiado vistos.
Es precisamente esta sensación de deja vu lo que al final perjudica a la película de Aja, y lo que termina colocándola en un nivel mucho más bajo que el de sus dos anteriores cintas. Mirrors resulta demasiado larga y reiterativa, todo el rollo de "la familia en peligro" es insoportable, y el final sólo lo puedo calificar de absurdo, con un clímax de acción más propio de Bruce Willis y que muy fácilmente se presta al cachondeo general. Esto, como contrapeso de algunas secuencias interesantes y una ambientación terrorífica mucho más lograda que la de la película original, hacen que el nuevo trabajo de Aja sea una cinta recomendable, pero con reservas. Muchas reservas.