Hace ya un tiempo se nos ocurrió aquí mencionar una película llamada Los crímenes del museo (1933), clásico de la era pre-código Hays que desapareció de la escena mundial por algunas censurables muestras de su trama y ejecución. Pues bien, veinte años después de su estreno, la gente de la Warner se sacó de la manga un remake que ha resultado ser, con el paso del tiempo, mucho más conocido que el original por la presencia de un actor: Los crímenes del museo de cera (1953), título con el que se conoce en España la película House of Wax, es principalmente famosa por ser la responsable de lanzar al estrellato al actor Vincent Price, quien aquí se luce en su papel de villano.
Otro motivo por el cual es conocida la cinta es que, a diferencia de su antecesora, la Warner le dio tratamiento de altos vuelos en la esperanza de hacer de ella el gran éxito de taquilla que efectivamente fue, algo nada trivial en una década en la cual los horrores góticos en el cine estaban desapareciendo en favor de la ciencia ficción. En el caso de la película que hoy nos ocupa, su éxito tuvo mucho que ver con una cuestión meramente técnica: la cinta fue rodada en 3-D, y de hecho fue la primera película de un gran estudio para la cual se empleó dicha tecnología. Cabe destacar un detalle que hoy en día todos saben pero que no puedo resistir la tentación de mencionar, y es que su director, André de Toth, era ciego de un ojo y por lo tanto no podía apreciar el efecto.
Al haber sido rodada cuando ya el código Hays estaba en plena vigencia, esta versión de Los crímenes del museo realiza grandes cambios a la historia que van más allá de la ambientación cronológica (finales del siglo XIX en lugar de los años treinta en la que el original se ambientaba), ninguno de ellos demasiado afortunado. Fuera del personaje de Price, el guión no tiene un sólido protagonista masculino, y la desaparición de la heroína de la primera película deja en esta una damisela indefensa más acorde con los estereotipos femeninos del cine de la época. La visión que la película tiene de la policía está dotada de la típica "ingenuidad" de los cincuenta: los polis son héroes que acuden a caballo a rescatar a la dama en apuros, a pesar de que su investigación resulta poco menos que prescindible (la naturaleza del villano y de sus crímenes está clara casi desde el principio, así que los detectives están todo el tiempo descubriendo cosas que el público ya sabe). Los toques de censura también se notan en detalles más sutiles, como el cambio de un yonki en la película original por un alcohólico y la visión un poco más cómica de los villanos, entre los que se incluye un jovencísimo (y entonces desconocido) Charles Bronson.
La llegada del formato digital nos ha traído una versión bastante bien restaurada de Los crímenes del museo de cera, aunque por desgracia el efecto 3-D, no ha sido rescatado (quien sabe si lo hará para futuras ediciones). La película queda así despojada de uno de sus mayores atractivos, dejando una cinta mucho mejor a nivel técnico que su predecesora, pero definitivamente inferior a nivel de atmósfera o genuino valor como cine de terror. El verdadero punto de superioridad de esta versión reside, sin embargo, en que la original no tiene a Vincent Price. De hecho, el ahora actor de culto hace un trabajo magnífico tanto en su faceta original de artesano idealista como en su posterior transformación en villano. Incluso el momento climático del "desenmascaramiento" es perfecto, y al verlo no cuesta para nada creer por qué Price se convirtió en una pieza rentable en el cine de terror de la época.
Hoy en día Los crímenes del museo de cera sobrevive como entretenimiento nostálgico y como pieza de valor histórico. Como película no pasa de ser una historia un tanto ingenua que se salva principalmente por la tremenda presencia de Vincent Price. Como ya todos saben, sin duda, esta película sería realizada una tercera vez en la forma de La casa de cera (2005), remake sólo nominal en la que la idea del asesino que hace estatuas de cera con sus víctimas servía de base para un slasher juvenil que poco (más bien nada) tiene que ver con este trabajo del que hoy hablamos.