Con su segundo largometraje, Eli Roth se consolida como una de las mayores promesas del panorama terrorífico actual. Si Cabin Fever (2002) nos mostró el sorprendente debut de este director americano, Hostel (2005) es un decisivo paso más en lo que se augura como una próspera y fructífera carrera de la que los fanáticos del horror puro sacaremos más de un momento de un disfrute. Asimismo, su joven productora Raw Nerve parece apuntar, tras este nuevo estreno, a una línea específica de cine que puede que no sea para todo el mundo, pero de seguro provoca de todo menos indiferencia.
Si en su ópera prima Roth rendía homenaje al primer George Romero y al primer Sam Raimi, en su nueva obra tampoco se olvida de sus ídolos. De sobra está decir que el sello de calidad "Quentin Tarantino presents" asegura una marcada influencia de esa violencia desenfadada que carateriza esta nueva ola de películas de terror que desprecian cualquier tipo de contención ante el público, pero no es la única referencia. Cuando contemplamos a los sádicos villanos de Hostel enfundados en sus batas con guantes y delantal de cuero, el recuerdo de la inolvidable protagonista de Audition (1999), de Takashi Miike, nos golpea en el rostro de forma contundente. Esta referencia se hace mucho más obvia cuando, en una escena, contemplamos al propio Miike en un glorioso cameo, mirando directamente a la cámara y advirtiendo al protagonista (por ende, a nosotros) de aquello que estamos a punto de presenciar.
Pero la cinta es mucho más que simple homenaje y saludo a la bandera. Si algo ha demostrado aquí Roth es que es ante todo un conocedor de la auténtica esencia del miedo, desenvolviendo lentamente la historia y anticipando todo el horror que nos tiene preparados y del que apenas nos permite un vistazo en los créditos iniciales. Toda la primera mitad de la película se emplea en prepararnos para este momento: dos amiguetes americanos y un islandés viajan de mochileros por Europa buscando el típico paquete turístico de cualquier "eurotrip": sexo, drogas, juerga y más sexo. Los tres son entonces enviados a un pequeño hostal cerca de Bratislava, en Eslovaquia, donde se les ha prometido un paraíso terrenal de mujeres hermosas y bastante ligeras tanto de ropa como de moral. No tengo que decir, por supuesto, que dicho edén no es más que una trampa, que no revelaré pero que resultará muy familiar a todos los que hayan visto Blood Sucking Freaks (1976), película de semi-culto que recientemente ha sido recuperada gracias al formato digital.
Si la primera mitad sugiere todo, sumergiéndonos en esa atmósfera tenebrosa de una ciudad en decadencia, con todo y una panda de feroces niños delicuentes salidos de las peores pesadillas de William Golding, la segunda parte abandona todo tipo de sugerencia y abraza una violencia explícita y sádica, no tanto por lo gráfico de su charcutería (a pesar de que es muy gráfica, existen otras películas que han ido mucho más allá) sino por el regodeo en la maldad de aquellos seres y sus demenciales motivaciones (el detalle de las "nacionalidades" de las víctimas es más significativo de lo que se cree), pero sobre todo, por la posibilidad de que todo aquello que presenciamos en la pantalla sea un reflejo del Mal presente bajo la superficie aparentemente tranquila de nuestra sociedad (el mismo Eli Roth confiesa que recibió la inspiración para la película del contenido de cierta página web tailandesa). Por eso, Hostel no es una película de la que salgamos con miedo de dormir durante la noche, sino con el increíble alivio de sabernos a salvo, al menos de momento, porque siendo honestos: ¿no caeríamos también nosotros con la carnada de las mujeres del Este y su belleza por todos conocida? No me atrevo a responder.
Reconozco, sin embargo, que la película pierde en la segunda mitad esa deliciosa intriga que poco a poco iba creando, recreándose demasiado tiempo en su propia depravación. Aún así, creo que estamos ante una de esas películas que, al igual como pasó con Viernes 13 (1980), será motivo de discusión durante muchos años, y generará una relación de amor/odio como pocas. Sólo su autocomplacencia le impide ser la obra maestra que el señor Roth nos traerá en el futuro.