En el mundillo de los remakes, hay uno en particular que siempre ha sido larga e injustamente ignorado por la mayoría, y es La noche de los muertos vivientes (1990), primer largometraje como director de Tom Savini y uno de esos raros ejemplos en el que la revisión de un clásico en cierta forma complementa el visionado del original. Por un lado se entiende; después de todo, la película de Savini vino en un mal momento histórico, ya que el cine de zombis no solamente ya no estaba de moda, sino que había sido totalmente ridiculizado gracias a los esfuerzos paródicos de El regreso de los muertos vivientes (1985) y, por supuesto, el videoclip que dirigió John Landis para la canción Thriller, de Michael Jackson. Para ese entonces nadie podía siquiera pensar que la idea de los cadáveres ambulantes hambrientos de carne humana pudiera ser interesante, y es una lástima porque esta versión de la ópera prima de George Romero es, en efecto, una muy buena película que mereció un mejor destino.
El mismo Romero escribe el guión, y en su momento no estuvo demasiado entusiasmado con la idea, razón por la cual esta película no se limita a reproducir su propio trabajo. Por el contrario, si bien ambas parten de la misma situación inicial (un grupo de desconocidos que se atrinchera en una cabaña para combatir las hordas de no-muertos), los veintidós años que separan el remake de la original se notan en la evolución de los personajes protagonistas y en el juego que Romero ofrece al espectador que ya conoce su (para entonces) trilogía de zombis. No en balde la primera escena se reproduce de forma casi igual a la de la original hasta que tiene lugar el curioso guiño en el cual Romero "engaña" al público haciéndole creer que la aparición del primer cadáver reanimado sucederá igual que en la primera película. Esta pequeña pausa precede el sobresalto cuando el verdadero zombi se abalanza sobre los personajes (y nosotros) indicándonos que ahora sí vienen a por tí, Barbara.
Por cierto, es en este personaje donde mejor se nota la evolución zombífila a la que ha llegado el guión de Romero. Si en su trilogía anterior habíamos visto el progresivo cambio de rol de los personajes femeninos, en esta película lo vemos en todo su apogeo. La Barbara de la versión del 90 nada tiene que ver con la catatónica e indefensa fémina de la película original, un hecho que la protagonista no hace sino resaltar al cambiar su falda por unos pantalones y asegurarle a Ben que "no está entrando en shock". Este último, por cierto, pierde protagonismo en esta versión pero al mismo tiempo resulta un personaje mucho más interesante, aunque sea por los matices de un actor como Tony Todd que sabe transmitir la escalada de violencia e insensatez que se desata en su confrontación con el señor Cooper, quien alcanza aquí unos niveles muy altos de cabronismo e individualismo residuales de la cultura del Yo de la era Reagan. Con todo esto, es en el final cuando la película resalta el discurso sociológico de la original al mismo tiempo que lo lleva a unos niveles si se quiere aún más pesimistas, y lo que es curioso: no por ser más explícito deja de tener su contundencia.
La dirección de Tom Savini (quien por cierto no se encarga esta vez de los efectos especiales) es lo suficientemente ágil como para hacer que la película no decaiga en ningún momento, muy a pesar de algunas secuencias específicas que pecan de inverosímiles, como si las películas de terror ocurrieran en un mundo en el que los personajes están destinados a tomar decisiones erradas (y sin embargo, es la primera cinta de zombis que recuerdo donde alguien sugiere que quizás lo mejor sea pasar corriendo entre ellos).
Más allá de la obviedad cronológica, La noche de los muertos vivientes es una bisagra perfecta entre el cine de terror de los ochenta y la década de los noventa. En una época en la que, por lo general, el género de zombis estaba decantándose por la parodia o por el camino fácil de la caspa explotativa, la llegada de una cinta que se tomaba los cadáveres vivientes como algo serio pasó por debajo de la mesa, error que siempre estamos a tiempo de remediar.