Cuando salió la primera película de Silent Hill (2006) me acerqué a ella con unas expectativas muy bajas, producto sin duda de la mala fama que suelen tener las adaptaciones de videojuegos al cine, que salvo pocas excepciones suelen ser bastante tristes. No fue el caso aquella vez: de hecho, la película de Christophe Gans no sólo me gustó mucho sino que incluso me atrevería a decir que es de las más interesantes adaptaciones de un videojuego que he podido ver hasta la fecha, ya que no sólo manejaba bien sus elementos de terror sino que además tenía una historia que atrapaba y sobre todo una maravillosa estética y atmósfera que construía una aventura terrorífica muy notable con referentes conocidos incluso para aquellos que, como yo, jamás se habían acercado al juego de Konami. Algunos me discutirán esto y dirán que todos estos son logros del videojuego y que la película simplemente los traslada a la pantalla, como si eso fuese algo fácil de hacer y no tuviésemos decenas de ejemplos de estrepitosos fracasos.
Por desgracia un título que hay que sumar a esa lista de calamidades es Silent Hill: Revelation (2012), triste secuela tardía de la película de Gans que arroja por la borda prácticamente todos los aciertos de su antecesora y sustituye la colosal aventura de la original por un barato espectáculo de feria con un argumento muy pobre, unos personajes de tercera fila y un acabado de serie Z en el que lo único que destaca es deleite visual que su director Michael J. Basset intenta dar metiendo a saco el gimmick del 3D en cada momento posible. De hecho, el truco de las tres dimensiones es probablemente lo único que haya podido garantizar el estreno en cines de este despropósito, ya que en todo lo demás estamos ante una secuela cutre como pocas, un material digno de todas estas mediocres continuaciones a formato doméstico que nos han llovido con el tiempo. E incluso dentro de esta liga es probablemente una de las peores películas que me he tragado en años.
Curiosamente, la cinta intenta continuar la historia de la original pero lo hace a través de una elipsis narrativa que nos sitúa varios años después, con la niña de la primera película de vuelta en el mundo real luego de que su madre lograra sacarla del mundo de terror al que había sido llevada. El cómo salió de allí es algo que la película decide no mostrarnos, para simplemente centrarse en una muy pobre historia de la misma chica ahora adolescente que debe volver a adentrarse en el pueblo de Silent Hill para rescatar a su padre. Todo esto con un elenco muy pobre que incluye a Adelaide Clemens (habitual ya en este tipo de producciones y quien no parece ni de lejos el mismo personaje de la primera película) y Kit Harington en su debut cinematográfico. El caso de este último es curioso porque su voz suena muy distinta a como suena en Juego de Tronos, lo que me hace sospechar que muy probablemente le doblaron para ocultar su acento británico. Ni hablar de Sean Bean y Carrie-Anne Moss, quienes a todas luces desearían estar en cualquier otro lugar.
Creo que mi principal problema con esta secuela es el hecho de que ignorara de forma tan evidente no sólo los logros sino incluso la línea argumental del primer Silent Hill. Si como yo sois de los que quedaron gratamente impresionados con la primera quedaréis sorprendidos del tremendo bajón que sufre esta segunda parte en la que apenas queda nada más allá de un muy vacío espectáculo informático y una terrible confrontación final que termina de la peor manera posible: intentando tomarse en serio una pelea de dos tipos enfundados en trajes de látex. Muy, pero muy lamentable.