lunes, junio 29, 2009
Más del Berlin Fantasy Filmfest
sábado, junio 27, 2009
Reseña: House on Haunted Hill (1999)
Siguiendo los pasos del cineasta/cirquero William Castle y tras un período largo en la televisión, el siempre curioso William Malone volvió al mundo del largometraje con este remake de House on Haunted Hill (1999), el cual se estrenó en fechas muy cercanas a otras dos revisiones de casas embrujadas amparadas en la tecnología digital de efectos especiales como principal gancho: The Haunting (1999) y 13 fantasmas (2001). Pero a diferencia de estas dos películas, la cinta de Malone halla su propio camino y consigue ser un trabajo mucho más interesante que el original de Castle, al que particularmente considero una caspa bastante aburrida y convencional cuyo único aliciente hoy en día es la presencia de Vincent Price en el elenco. En cambio, esta versión realizada cuarenta años después sabe mantener la misma esencia lúdica de su predecesora permitiendo al mismo tiempo ese derroche de imaginación visual que tienen las películas de su director. Es, con todo y sus innegables defectos, una cinta muy interesante que ha terminado por crecer en mi apreciación tras visionados posteriores. Aquí trataremos de explicar por qué.
Para empezar, Malone tira por la ventana toda la ambiguedad y ligereza de la película original para hacer de su versión un auténtico cuento de fantasmas en el que la naturaleza sobrenatural de la historia es evidenciada desde el principio: en esta ocasión los fantasmas son reales, y real es la maldición de la casa en la que Stephen Price (Geoffrey Rush en un papel que no sólo es heredero evidente de Vincent Price sino también, tal como muestra su condición de acaudalado dueño de parque de atracciones, parodia del propio William Castle) invita a seis desconocidos a pasar una velada en la casa de la colina embrujada ofreciendo un jugoso premio en metálico para los sobrevivientes. Price sospecha que algo anda mal cuando los participantes que acuden al juego no son los mismos que él ha invitado, pero al quedarse todos encerrados dentro de la casa no le queda más remedio que aguantar durante toda la noche al tiempo que todos intentan no caer presa de los vengativos espíritus.
La trama aquí es lo de menos, ya que es bastante básica dentro de lo que son los cuentos de fantasmas, y Malone sigue en gran medida el planteamiento de la cinta de Castle cometiendo, sin embargo, algunos desaciertos, siendo uno de los principales la presencia del cómico Chris Katan, cuyo personaje, si bien también era un poco sui generis en la versión original, parece aquí ya directamente sacado de una película distinta. El resto del elenco es destacable; Geoffrey Rush está grandioso en su papel (aunque sin la carismática presencia de Vincent Price) y la inclusión de ese trío de espectaculares mujeres que conforman Ali Larter, Bridgette Wilson y Famke Janssen (cada una de ellas por separado ya sube varios enteros a una película, así que imaginaros tenerlas a las tres simultáneamente) es un acierto tremendo. Por desgracia, ninguno de ellos tiene mucho que hacer, ya que la mayor parte del argumento parece simplemente ocurrir sin que los personajes hagan realmente nada, con lo que su participación es principalmente pasiva.
La verdadera protagonista de la película, sin embargo, es la estética, un ambiente de pesadilla en la que Malone emula la atmósfera de feria de las películas de William Castle, pero dotada de su particular visión plástica del horror a través de formas increíbles, juegos de luces completamente irreales, ángulos y colores antinaturales, y, en general, un escenario sacado más bien de una secuencia de sueños grotescos. La mayor parte de estos efectos (por no decir su totalidad) están realizados por vía digital, pero a diferencia de sus dos reinvenciones contemporáneas, House on Haunted Hill integra perfectamente dicha tecnología y la hace parte de la realidad de la película, sobre todo en la indescriptible aparición de una entidad que en cierta manera representa la manifestación física del Mal que anida en la casa. Todo esto dota a la película de una visión mucho más oscura y contundente que la de Castle, redondeando un trabajo que durante mucho tiempo ha sido ninguneado pero que desde aquí intentamos reinvindicar.
Lo que en definitiva termina por malograr la película de Malone es, sin duda, el tramo final del argumento, demasiado apresurado y rematado por un Deus Ex Machina que sólo se puede tomar a cachondeo por lo absurdo e incoherente que resulta con el resto de la película. En cuanto a lo demás, este remake de House on Haunted Hill es una película argumentalmente fallida pero visualmente impresionante, y que sin la presencia y particular visión de su director no hubiese sido más que un triste catálogo de efectos especiales, como tantos otros de sus congéneres.
jueves, junio 25, 2009
Reseña: Wrong Turn 2 (2007)
Quizás mi memoria me falle en este punto, pero no se me ocurren muchas películas que exploten tan bien las posibilidades que da el dírecto-a-DVD como Wrong Turn 2 (2007), secuela del survival horror del 2003 que ya tuvimos ocasión de reseñar en otro momento. Se trata de una secuela tardía lanzada directamente al formato doméstico y sin duda asumida como una película menor que buscaba vivir del éxito de otra cinta que tampoco es por lo general muy destacada. En este caso la sorpresa que me he llevado ha sido mayúscula; teniendo en cuenta lo apretada de su producción y las escasas expectativas que ofrece su formato, Wrong Turn 2 es una auténtica película de serie B que no sólo le sigue el ritmo de forma muy digna a su antecesora, sino que en muchos sentidos la supera con creces, y el principal motivo de esto es que sus responsables han sabido hacer de su principal limitación una fortaleza al atreverse a ir más allá en el apartado de violencia, gracias la libertad que da en cuanto a censura el hecho de no presentarse en salas de cine.
La película es, asimismo, una secuela sólo en nombre, ya que ninguno de los actores de la original aparece aquí, siendo sustituidos más bien por un reparto de segunda fila en el que sólo destaca la presencia del actor/cantante Henry Rollins como un ex-marine que conduce un reality-show de temática postapocalíptica, en el que un grupo de jóvenes participantes deben sobrevivir en medio de los azarosos bosques de West Virginia, por desgracia los mismos donde habita la familia de incestuosos caníbales de la primera parte. Pero el argumento es lo de menos, y el recurso del reality es únicamente una excusa como cualquier otra para llevar al elenco al bosque y comenzar la matanza. Eso sí, una vez que esta comienza, lo hace a niveles ni siquiera sospechados por la primera película: esta vez hay más mutantes, más víctimas y un nivel de violencia gráfica mucho más desatado. Lo que sí la diferencia radicalmente de su antecesora es que esta secuela toma un (inteligente) giro hacia la comedia y, con todo y sus excesos (o quizás precisamente debido a ellos) nunca comete el error de tomarse demasiado en serio a sí misma, como si sucedía, por poner un ejemplo, con las dos entradas "neo-milenarias" de Leatherface producidas por Michael Bay.
Las influencias de la película siguen siendo bastante obvias, incluso más que en la primera parte. Recordemos que el primer Wrong Turn tomaba prácticamente todo su argumento y estilo de la película Las colinas tienen ojos (1977), de Wes Craven. Esta segunda parte sigue el mismo camino, aunque curiosamente, lo hace teniendo más en cuenta el reciente remake de Alexandre Aja de aquella misma película, algo que se nota sobretodo en los mutantes, cuyo origen esta vez es explicado de una forma que roza el plagio. La película también hace la enésima repetición de la famosa escena de la "cena familiar" de La matanza de Texas (1974), evidente fuente de ideas de casi todo este cine de paletos antropófagos.
Pero la falta de originalidad no debería hacernos despreciar la película del todo, ya que tiene momentos gloriosos en los que el balance entre comedia y truculencia se consigue con bastante habilidad, incluyendo una escena de sexo entre los villanos y el descubrimiento por parte de los protagonistas de la naturaleza de su cena, además del carisma de Henry Rollins llenando cada secuencia en la que se apersona. Otra cosa curiosa de la película es que, en muchas ocasiones, sorprende en cuanto a quién sobrevive y quién no, aunque este fenómeno lo consiga principalmente mediante el truco de "cambiar" esporádicamente de protagonista.
En resumen, si tengo que emitir un juicio sobre Wrong Turn 2, diría que me ha sorprendido gratamente y que es uno de los pocos casos de una secuela mucho más interesante y sobresaliente que su material original, algo especialmente inusitado al tratarse de los reinos del directo-a-DVD. En los últimos años hemos tenido varias de estas secuelas tardías destinadas al formato casero, pero esta es (de momento) una de las pocas que me parece valen la pena. Como no podía ser de otra forma, ya está a punto de salir la tercera, que por supuesto estaremos esperando.
martes, junio 23, 2009
Reseña: Drag Me to Hell (2009)
Así que como parte de mi proceso de adaptación a un nuevo ambiente, he podido ver Drag Me to Hell (2009), la nueva película de Sam Raimi y una de las apuestas fuertes de este año para su productora Ghost House Pictures. Una cosa sí que está clara: las intenciones de sus responsables apuntan hacia un público nostálgico muy específico, algo que queda patente desde el primer fotograma, que abre con el logo que Universal utilizaba en los años ochenta y que aquí parece hacernos retroceder en el tiempo. Esta curiosidad meramente anecdótica se queda en puras intenciones, ya que al final, la película termina siendo la última víctima de las irreales expectativas albergadas por el cinéfilo promedio, crimen del cual por supuesto yo también soy culpable.
Para aquellos que se hayan perdido todos los avances y noticias que han rodeado este proyecto desde sus inicios, Drag Me to Hell cuenta la historia de una jovencita pueblerina que trabaja en un banco y se topa con las malas pulgas de una anciana gitana que le echa una maldición encima por haberle negado un aplazamiento de su hipoteca (el absurdo de una situación en la cual una mujer que controla fuerzas demoníacas sea capaz de sucumbir ante mundanos problemas financieros es parte de la gracia que tiene la trama). A lo largo de tres días, la chica debe encontrar la manera de liberarse de la maldición antes de que el demonio invocado por la vieja llegue y la arrastre literalmente al infierno. Esta es la premisa y este es básicamente el desarrollo de una trama por lo demás bastante básica y líneal, reflejada en un guión bastante sencillo con el que, definitivamente, nadie se rompió la cabeza.
Sé que muchas personas (incluyéndome) esperaban que esta película marcase el regreso triunfal de Sam Raimi al género de horror y se convirtiese en la prueba definitiva de que todavía quedaba en él la fuerza de películas como The Evil Dead (1981), Evil Dead 2 (1987) o El ejército de las tinieblas (1993). Tras verla, sólo puedo deciros que si esperáis que sea tan buena como dichas películas, lo lleváis claro, y será mejor que os bajéis de esa nube cuanto antes porque si no os llevaréis una gran decepción; Drag Me to Hell no está del todo mal, es una película divertida y entretenida con algún que otro momento bueno pero en conjunto resulta bastante olvidable, y mucho me temo que si no hubiese estado el nombre de Sam Raimi detrás de ella, el destino de esta cinta hubiese sido el pase directo a formato casero, pero eso es algo que nunca sabremos.
Aparte de su excesiva linealidad y su esquema progresivamente repetitivo, otro problema de la película es que pierde completamente el delicado equilibrio que hay entre el horror y la comedia. Había escuchado de muchas personas decir que este balance estaba presente, pero con toda sinceridad no lo he visto así. De hecho, el tono de la cinta se me hizo algo confuso, como si la película no supiese realmente si quiere ser de miedo o de risa, y fuera tanteando ciegamente ambos géneros sin, dicho sea de paso, tener mucho éxito en ninguno de los dos. Los sustos son casi todos trucos de feria, es decir, repentinas subidas de volumen o imágenes que aparecen de golpe, y el humor es, a decir verdad, bastante facilón (casi todos los chistes se reducen a introducir forzosamente distintos objetos en la boca de la protagonista), incluso para los estándares de este director que en el pasado ha hecho cosas abismalmente mejores.
Una cosa curiosa y que no comento mucho por aquí es que la banda sonora de la película es bastante buena, e incluye además una partitura originalmente escrita para El exorcista (1973) y que nunca se llegó a utilizar. Por lo demás, Drag Me to Hell califica con un ligero aprobado como un entretenimiento pasajero pero sin mucho más que destacar o reseñar. Evidentemente no estará entre las mejores películas de este año y muy probablemente la olvidaréis poco después de haberla visto, pero está claro que en estos tiempos de sobrexposición mediática, ninguna película, por muy buena que sea, puede cumplir con sus expectativas. No quisiera que os quedárais con la impresión de que no me ha gustado porque no es así, e incluso recomendaría verla en un cine si se aparca de antemano toda expectativa y se acepta el hecho de que no os va a impresionar ni dejará de ser un estreno menor. Es, digámoslo de otra forma, una película a la que a lo sumo se puede calificar de intrascendente, agravada únicamente por el hecho de que Sam Raimi es alguien de quien se esperaba mucho más.
domingo, junio 21, 2009
La inútil lista de la década: el 2005
viernes, junio 19, 2009
Programación (parcial) del Berlin Fantasy Filmfest 2009
miércoles, junio 17, 2009
Reseña: Hellraiser: Inferno (2000)
Decíamos en otra vida que con el sonado fracaso de Hellraiser: Bloodline (1996) se cerraba para siempre la etapa cinematográfica de la saga iniciada por Clive Barker en 1987. Pues bien, lejos de enterrar el hacha, New Line Cinema vendió los derechos de explotación de la franquicia a Miramax, que decidió sacar adelante su propia serie de secuelas sin contar con la colaboración del autor británico para nada. El resultado fueron cuatro películas lanzadas directamente al formato casero, con historias completamente independientes, y que en lugar de centrarse en el personaje de Pinhead tejían tramas completamente distintas alrededor de la Configuración de los Lamentos y los variopintos personajes que decidían abrirla. La primera de estas películas es Hellraiser: Inferno (2000), que es de la que hablamos hoy.
El argumento, como decíamos, rompe toda continuidad con las películas anteriores y se centra en un policía corrupto que investiga el secruesto de un niño por parte de un psicópata que va enviando por correo los dedos mutilados de su rehén. Tan escabroso caso se corona con una fila de cadáveres que el detective va encontrando a lo largo de su investigación, una que se complica cuando abre la Configuración de los Lamentos y comienza a tener visiones de los Cenobitas que van "guiándolo" en su odisea. Esta es la única conexión que existe entre la película y el universo de Hellraiser, y al mismo tiempo ofrece un tono distinto al despojarlos de su habitual rol de villanos y hacer de ellos una especie de jurado del Más Allá que se encargará de guiar el destino del protagonista y pesarle en la balanza del Bien y del Mal. En cuanto a Pinhead, este está nuevamente interpretado por Doug Bradley, aunque su aparición en pantalla es bastante fugaz (aún así su participación en esta película es mayor que en la primera parte de la saga, algo que muchos parecen olvidar) y su presencia sirve más bien como un vínculo de esta cinta con sus antecesores.
Las apariciones de los Cenobitas son en ocasiones interesantes, y escenas como la de la imagen que adorna esta reseña pueden hacernos creer que estamos ante una buena película, cosa que no es del todo cierta. La verdad es que, si bien es encomiable la voluntad por parte de los responsables de Inferno de hacer algo distinto, el desarrollo del argumento es excesivamente plano y con demasiados momentos muertos. La trama de investigación se siente bastante estirada para alcanzar la duración de una hora y media, y al igual que como ocurriría con las tres películas siguientes de la saga, uno no puede evitar la sensación de encontrarse ante una historia que originalmente parece haber sido escrita como un argumento independiente al que luego se vinculó con Hellraiser a través de varios elementos estéticos que en un principio no tenían nada que ver con la trama. El par de momentos rescatables no son suficientes para salvar esta resurrección cenobita que Miramax intentó ofrecernos.
Si alguna conclusión se puede sacar a partir de esta película (y de sus secuelas posteriores) es que la idea de renovar la saga con historias independientes entre sí podría perfectamente haber servido de idea para una serie de televisión ambientada en el universo Hellraiser, pero en una película de hora y media se siente como un concepto desaprovechado. A partir de aquí, los cenobitas empezarían una caída libre casi ininterrumpida hasta la octava (y última) parte de la saga, que por supuesto no dejará de pasar por este tribunal.
Actualización: No me había dado cuenta del error que había cometido al comparar esta película con La escalera de Jacob (1990). Dicho símil estaba destinado a ir en la reseña de Hellraiser: Hellseeker (2002), secuela inmediatamente posterior a esta y que también pasará por esta página en su debido momento. Corregido queda el gazapo.
lunes, junio 15, 2009
Reseña: Frankenstein de Mary Shelley (1994)
Tras el éxito salvavidas que fue Drácula de Bram Stoker (1992), Coppola tomó el camino de la sensatez y empezó a preparar inmediatamente una película de acompañamiento auspiciada por su productora American Zoetrope, y la opción más evidente era, por supuesto, una versión de Frankenstein. La película se tituló Frankenstein de Mary Shelley (1994), en parte para evitar demandas de copyright por parte de la Universal (que tenía y todavía tiene los derechos de explotación del nombre) y en parte también para dejar claro que se trataba de una nueva adaptación de la novela y no de un intento por imitar las películas anteriores.
Es por esto, entre otras cosas, que la cinta se esfuerza por centrar la atención en el científico protagonista, interpretado por Kenneth Brannagh, quien también se encarga de la dirección. El resultado es una película muy singular, injustamente maltratada por la crítica y por un amplio sector del público, y una que, al igual que su predecesora vampírica, constituye una adaptación muy distinta a las que normalmente se nos han presentado de esta famosa historia. De hecho, el guión de Frank Darabont no es tanto una película de terror sino más bien una extravagante period piece muy respetuosa con el original de Shelley (es quizás una de las versiones de Frankenstein más fieles al argumento de la novela) y al mismo tiempo deudora confesa del legado de uno de los mayores "monstruos" cinematográficos; la película está literalmente empapelada de referencias a todas las grandes versiones fílmicas de Frankestein que se han hecho, desde la adaptación muda de la Edison Studios hasta las películas de la Universal o la Hammer, e incluso una escena en particular guarda un parecido casi mimético a uno de los momentos clave del Frankenstein desencadenado (1990), de Roger Corman.
Decíamos arriba que esta versión se centraba principalmente en el científico, y es verdad. El Víctor Frankenstein de Kenneth Brannagh huye de la ya habitual representación del mad doctor para convertirse en un personaje que busca la simpatía del espectador casi desde el principio, en la que se nos muestra tanto su búsqueda de la verdad en los recintos universitarios como la idílica vida de su Suiza natal, así como su relación romántica con Elizabeth, interpretada aquí por Helena Bonham Carter. El personaje de Brannagh es el centro absoluto de la película, algo que, en consonancia con el historial interpretativo del actor/director, no está exento de dramatismos shakesperianos y momentos sonrojantes que, si bien en ocasiones pecan de excesivos y narcisistas (pienso aquí en la aparatosa escena del despertar de la criatura, con todo y su homoerotismo de torsos lubricados y semidesnudos) no son suficientes para hundir la película.
Este histrionismo demencial está por fortuna equilibrado con la metódica y sutil interpretación de Robert De Niro en el papel del monstruo, uno de los aspectos más destacables de la película. En su momento, al hablar del Drácula de Coppola, mencionábamos que uno de sus mayores aciertos estaba en el conde de Gary Oldman, completamente distinto, tanto estética como actoralmente, de la idea preconcebida que se tiene del personaje. Pues bien, en Frankenstein de Mary Shelley tenemos el mismo caso: el monstruo de De Niro es totalmente diferente de aquel que tenemos grabado en la mente, y sin embargo funciona al resaltar la humanidad de una criatura que únicamente busca el reconocimiento por parte de su padre y creador, en un tratamiento oscuro y sombrío que puede que disguste a muchos, pero que al menos es completamente coherente.
Los detractores de esta película por lo general argumentan que es demasiado teatral y extravagante en sus formas, excesivamente oscura y deprimente, y que Kenneth Brannagh tiene demasiado protagonismo. Independientemente de si estas quejas son justificadas o no, la verdad es que el éxito de su predecesora no logró repetirse, y la película fue un fracaso a nivel de taquilla y de crítica, en parte por los comentarios abiertamente despectivos del propio Coppola, que atacó públicamente la cinta debido a las negativas de Brannagh de recortar drásticamente el metraje. Para colmo de males, en el momento de su estreno fue eclipsada por un sonado culebrón tejido por la prensa británica del corazón en torno a las aventuras extramaritales de Kenneth Brannagh con su compañera de reparto Helena Bonham Carter y que llevaron a la ruptura del director con su entonces esposa y colaboradora Emma Thompson.
Pero quince años me parecen suficientes para dejar todo eso atrás. A todos los amantes de la novela, de las películas de Frankenstein en general y de las piezas de terror de ambiente gótico, esta es una cinta que recomiendo ampliamente, una que vale la pena rescatar de su injusto maltrato.
sábado, junio 13, 2009
Reseña: Viernes 13 parte 7 (1988)
Con la sexta parte de su exitosa franquicia, la Paramount decidió darle a los fans de Viernes 13 lo que querían y centrarse exclusivamente en la figura del asesino, con muy buenos resultados. En cierta forma, dicha entrega fue la última en la que se usó el concepto básico de las primeras películas, y con ello la saga de Jason Voorhees abandonaba la trilogía de Tommy Jarvis para empezar una nueva etapa en la que abrazaba toda su condición de caspa ochentera. Tras Viernes 13 parte 7: La nueva sangre (1988) cada secuela del asesino de la máscara de hockey surgía alrededor de la idea de un "concepto" que a veces funcionaba y a veces no. Fue a partir de este año cuando comenzó a barajearse la posibilidad de enfrentarlo a Freddy Krueger, pero los dos estudios (Paramount y New Line Cinema) no lograron ponerse de acuerdo, y de esta forma, coincidiendo con el estreno de Pesadilla en Elm Street 4 (1988), llega la séptima entrega de las crónicas de Crystal Lake y su no tan modesto body count.
A pesar de que esta séptima parte permanece en mi recuerdo como una de las que más disfruté en su momento, he de reconocer que no se encuentra entre las mejores. Sin embargo, tiene suficientes elementos destacables que la convierten, al menos, en una de las más importantes. La primera de ellas es, como ya podéis adivinar, el hecho de que es la primera en la que el stuntman Kane Hodder interpreta a Jason. Siempre se ha dicho que el suyo es el mejor hasta la fecha, y razones no faltan; prácticamente todos los manierismos que con el tiempo hemos identificado con el personaje comienzan con Kane, y si bien es cierto que el personaje ya tenía un largo camino recorrido, no es hasta que Hodder se pone la máscara cuando Jason alcanza su perfección como reconocible icono de los slasher films. De la misma forma, la premisa que en esta ocasión se sacan de la manga los guionistas es harto curiosa: toda la trama gira en torno a una chica con poderes telekinéticos que, sin quererlo, resucita a Jason de su tumba acuática para que pueda despachar con impunidad a un grupo de jóvenes fiesteros en una cabaña a las orillas del lago. Este concepto, llevado con pulso firme por el polifacético e inagotable director John Carl Buecher (artífice de Troll (1986), una de las más gloriosas "pelibirras" de todos los tiempos), convierte la película en Jason vs Carrie.
A diferencia de la sexta parte, Buechler no llega a empujar su película hasta los terrenos de la comedia, y tampoco da a Jason tanta presencia en la pantalla, lo que no significa que no haya momentos de genuino humor. Los personajes de los jóvenes son lo más estereotipado posible (para que el público pueda diferenciarlos), y las viejas reglas de la saga se mantienen impolutas (en un determinado momento hay tres parejas teniendo sexo simultáneamente). El desarrollo del argumento es, eso sí, completamente irracional y dedicado al público más que a los mismos personajes. Me explico: casi ninguna de las víctimas sabe en ningún momento de la película quién es Jason Voorhees pero nosotros como público sí, a pesar de que la final girl encuentra el famoso e inexplicable album de recortes de periódico que aparece en varias partes de la saga. De la misma forma, si bien las muertes de los jovenzuelos no son tan exageradas como las de la sexta entrega, sí que resultan extrañas debido a la gratuita omnipresencia del asesino, que aparece de repente desde ángulos imposibles mostrándonos una vez más que aquello que está fuera del encuadre de la pantalla no existe ni siquiera para los personajes de la película. Mención especial merece, por supuesto, el ya famoso "susto del gato", que se hace aún más especial teniendo en cuenta que el dichoso felino nunca había aparecido antes. Jason también parece dedicar un tiempo considerable a colocar los cadáveres en sitios estratégicos para que los encuentre la siguiente víctima, y también parece tener una predilección especial a la hora de usarlos para decorar árboles (lo cual, pensándolo bien, podría haber sido una poderosa herramienta visual).
Pero a pesar de todos estos fallos hay algo realmente bueno y que redime casi en su totalidad a la película, y es el enfrentamiento final entre Jason y su no-tan-indefensa-víctima. Por fin, después de seis películas, el gigantón de la máscara y el machete tiene un contrincante digno de él, y es a través de toda esta larga secuencia en la que comprobamos la fiereza del personaje interpretado por Hodder, resaltada además por uno de los maquillajes más grotescos de la saga en su totalidad. La lucha entre los dos personajes está plagada además de destrozos, muebles volando por los aires, cables y raíces que atacan, lenguas de fuego, explosiones y demás artificios, por desgracia rematados con un Deus Ex Machina imprevisible por lo arbitrario e inexplicable que resulta, tanto a nivel de imagen como de argumento. Evidentemente no contaré aquí cual es dicho momento, pero si habéis visto la película sabéis a qué me refiero.
En fin, una de las entregas más golpeadas de la saga, pero con suficientes aciertos para hacerla una de las más recomendables. Sólo por la actuación de Kane y por su enfrentamiento final contra la Carrie-que-no-es-Carrie hay que echarle un vistazo. Por supuesto, de sobra sabemos que esta no sería la última vez que el carnicero de Crystal Lake haría una aparición, pero de eso hablaremos en otro momento.
jueves, junio 11, 2009
Apuntes para una breve historia de la explotación (8)
martes, junio 09, 2009
Reseña: Onibaba (1964)
Una de las muchas maneras de aproximarse a Onibaba (1964), una de las más (justamente) reverenciadas películas del fantaterror japonés, es hablar de ella como el reverso tenebroso de Los siete samurai (1954): ambas comparten su ubicación histórica en una de las muchas guerras civiles de la edad media japonesa, aunque la cinta de la que hablamos hoy se desliga de la obra de Kurosawa al mostrarnos la guerra desde su "patio trasero", es decir, desde la posición de los deshonrados y de los pobres diablos a los que el conflicto ha terminado por arrojar a la más abyecta pobreza y desesperación, un sitio donde cuestiones abstractas como el honor ceden protagonismo a los instintos más básicos, sobre todo el de la supervivencia. El desprecio abierto a estos elementos de la cultura bélica nipona, así como su muy poco recatado retrato de las pasiones humanas, la hicieron una película importante en su época, una relevancia que no se ha desvanecido con el tiempo.
La película (basada en una famosa leyenda budista de espantos) nos arroja dentro de este mundo de marginados de forma repentina pero eficaz: sus protagonistas son dos mujeres, suegra y nuera, que viven abandonadas esperando el regreso de un hijo que nunca ha de volver, y para sobrevivir se ven obligadas a asesinar de forma furtiva a los desertores y derrotados que huyen de las líneas enemigas. Todo esto nos es mostrado tan sólo con un par de imágenes, e incluso antes de que veamos a las protagonistas por primera vez ya tenemos una panorámica bastante clara de la situación por la que atraviesan, que se empeora con la llegada de un hombre por ellas conocido y cuya presencia desencadena todo el resto del conflicto. A partir de aquí lo que sigue es una historia de odios, rencores, miedos y pasiones desenfrenadas en un único y enorme escenario representado por una eterna maleza que se mueve con el soplar del viento, de la misma forma que los instintos mueven las acciones de los protagonistas.
Es esta lucha pasional, podríamos decir, lo más interesante de la película, sobre todo por la manera en que está retratada. A través de todo el metraje, la tensión sexual que hay entre los personajes es tan palpable como el calor de la ciénaga en la que viven, y dicha sensación contrasta con el ambiente de profunda miseria en el que las dos mujeres pasan el día a día. El desahogo de esta tensión se cruza asimismo con el tema recurrente de la muerte deshonrosa y vacía (no hay muertes "nobles" en esta película), simbolizada en un agujero en medio de la tierra en el que la joven y su suegra arrojan los cadáveres de aquellos miserables que han caído en sus garras para el despojo. Este mismo pozo tendrá una importancia fundamental en el clímax de la trama, aquel que da a la película su título y que nos muestra otro aspecto típico de estas historias: la mujer como un ente diabólico capaz de las mayores atrocidades con el único objetivo de satisfacer sus pasiones más primitivas, principalmente la necesidad de venganza.
Como casi todo lo que se escribe aquí, la inclusión de esta película en la bitácora es arbitraria, ya que Onibaba no es del todo una película de terror. Más bien se podría decir que se trata de un drama en tiempos de guerra en los que los componentes terroríficos (todos ellos con una naturaleza sobrenatural por lo menos ambigua) únicamente están presentes en sus minutos finales, cuando la historia del triángulo de miseria se cruza con algunos elementos provenientes de la mitología japonesa, y personificados todos en la espantosa máscara de demonio que oculta la cara del samurai deshonrado. Es en este tramo final donde la historia vuelve a las raíces de la leyenda budista de la que parte el argumento, alcanzando una inevitable (e inmejorable) conclusión que por sí sola es más que suficiente para que esta película permanezca en nuestra memoria por mucho tiempo después de que terminan sus títulos de crédito.
La cinta es recomendable también para todos aquellos que quieran acercarse a la cultura japonesa, ya que después de haber dado una mirada a los iconos culturales que componen su historia (para lo cual un primer paso podría ser leer esta reseña, que toca estos temas de forma más detallada que yo), adquiere otras dimensiones mucho más impresionantes que terminan de coronar el recordatorio de que con Onibaba estamos ante una gran obra a la que en ocasiones hay que volver.
domingo, junio 07, 2009
Reseña: La última casa a la izquierda (1972)
Recuerdo que hace unos meses, en el momento de sus primeros avances, me sorprendió el enorme entusiasmo que despertó el remake de La última casa a la izquierda (1972), el primer largometraje de Wes Craven. Me sorprendió porque, según lo que recordaba de aquel fugaz visionado, la película, si bien es todavía recordada como una pieza rompedora de su época, no me parece demasiado destacable. La he vuelto a ver y, so riesgo de que algunos me crucifiquen, he visto confirmada mi impresión inicial e incluso ampliada, ya que no sólo me sigue pareciendo una película bastante pobre, sino que encima no entiendo cómo es que todavía se le sigue atribuyendo una crudeza y brutalidad que ciertamente no tiene.
Esto último hay que repetirlo en cada párrafo: La última casa a la izquierda no es para nada la brutal y desgarradora película que muchos comentan. Por el contrario, es una cinta bastante contenida en cuanto a sus muestras de violencia. Lo que pasa es que, al igual como ocurrió con La matanza de Texas (1974), de Tobe Hooper, es falsamente recordada como una cinta gore debido a que los temas que trata (principalmente la irracional y arbitraria violación y asesinato de dos jóvenes chicas a manos de un grupo de psicópatas) no era todavía algo fácil de encontrar en los cines de principios de los setenta. La diferencia es que, si bien este argumento, que en el caso de esta película es un remake inconfeso de la cinta de Bergman El manantial de la doncella (1960), es teóricamente perturbador, la manera en la que está ejecutado dista mucho de serlo. Las actuaciones de los protagonistas son, en su mayor parte, muy pobres incluso para un estándar amateur (sobre todo las reacciones de las chicas ante los horrores que sufren son en ocasiones incomprensibles) y Wes Craven da a la historia un tratamiento irregular y en ocasiones abiertamente cómico: los psicópatas son retratados como auténticos imbéciles, y las secuencias más crudas de la película son interrumpidas en varias ocasiones por las peripecias cómicas de dos policías paletos gloriosos en su incompetencia.
Es precisamente la ineptitud de esta fuerza policial lo que, a nivel de espectador, nos predispone a favor de lo que ocurre en la segunda mitad de la película, que es la (justa) venganza de los padres de una de las víctimas contra los asesinos que por una gran casualidad han caído a su alcance. Una vez más, el recuerdo de estas secuencias en cuanto a su supuesta brutalidad es superior a lo que realmente vemos en pantalla, e incluso me atrevería a decir que para los estándares de la época tampoco resulta algo demasiado fuerte. Los temas de violación, asesinato, justicia, violencia indiscriminada e irracional y desbocamiento de los jóvenes hacia el camino de la insensata destrucción (todos ellos temas que presenta la película de Craven) ya habían sido tratados de forma mucho más contundente en ejemplos anteriores, e incluso el año anterior a esta cinta se estrenó La naranja mecánica (1971) de Stanley Kubrick, con lo que la reverencia hacia esta película a nivel de controversia se me hace aún más inexplicable.
De hecho, yo incluso diría que la verdadera importancia de La última casa a la izquierda reside en el desarrollo de la carrera de Wes Craven como guionista y director, ya que aquí se encuentran los gérmenes de varios temas y recursos que seguiría usando a lo largo de su filmografía: el conflicto de una familia que debe entregarse al salvajismo para conseguir la revancha sobre sus agresores es el tema principal de Las colinas tienen ojos (1977), una película mucho más sólida que esta en todos los sentidos, y ecos de este también se verían en el argumento principal de Pesadilla en Elm Street (1984). En todo lo demás, la primera película de este director pasará a la historia como una pieza quizás notable en lo que se refiere al contexto de los setenta y a la desintegración de la utopía hippie que acompañaría a todo este tipo de cine (es muy significativo que la película comience con la exposición de ruptura generacional y que aquello que identifica a los asesinos sea un símbolo de paz robado), pero sus ideas esbozadas serían tratadas de mucho mejor forma en otros ejemplos posteriores. Su correspondiente remake (a estrenarse en España dentro de poco) parece, a juzgar por los avances, haber tomado la senda de esa oscuridad, solemnidad y regodeo en el sufrimiento del 99 por ciento de las películas de terror que se estrenan en los últimos años, por lo que no me extrañaría que pasara sin pena ni gloria. Entretanto, yo diría que todos aquellos que se acerquen a la película original para complementar el visionado de la nueva versión lo hagan con el convencimiento de que, incluso para unos estándares bajos, no estamos ante esa muestra de brutalidad que se nos ha querido vender desde los tiempos mismos de su estreno hace ya casi cuatro décadas.
viernes, junio 05, 2009
Reseña: Destino final (2000)
A pesar de su fecha de estreno, Destino final (2000) podría muy bien ser catalogada como la última película de terror juvenil de los noventa, o al menos, aquella en la que el concepto popularizado por Wes Craven y Kevin Williamson con Scream (1996) llegó a su máxima expresión. El éxito de esta película fue fenomenal, generando hasta la fecha dos secuelas con una tercera a estrenarse este año, y consolidó las carreras de sus tres máximos responsables, el director James Wong, el productor Glen Morgan y el guionista Jeffrey Reddick, quienes han participado de una forma u otra en todas las entregas de la saga. Los dos primeros ya habían trabajado juntos durante varios años como guionistas de Los expedientes X, y de hecho el guión de esta película viene de una idea para un episodio de dicha serie que nunca llegó a realizarse.
Lo primero que hay que decir es que, si bien resulta fácilmente olvidable, Destino final es muy divertida y menos difícil de soportar que la mayoría de sus congéneres, lo que no significa que sea una buena película. Lo mejor que tiene sin duda alguna son los primeros quince minutos, en los que el trío de creadores orquesta un espeluznante accidente aéreo con un lujo de detalles y tensión que ya quisieran para sí muchos cineastas más experimentados. Sólo esta secuencia ya es suficiente para captar la atención del espectador y obligarlo por cojones a tragarse el resto de la cinta venga lo que venga. El problema es que tras esta escena, todo el desarrollo de la trama (la Muerte misma decida vengarse de los que han alterado su plan matándolos en lo que parecen elaborados accidentes) se torna demasiado repetitivo y predecible, aunque resulta por lo menos una idea curiosa a nivel de concepto y una muestra de la explotación llevada a sus componentes más básicos: si los slashers juveniles se han caracterizado por depender principalmente de la masacre progresiva de su joven elenco, Destino final toma esa misma idea y la "deshumaniza" dándonos (al menos en apariencia) un asesino sin personalidad, una película en la que los adolescentes simplemente mueren para el disfrute del público, sin necesidad de motivaciones ni argumentos de ningún tipo.
Este concepto está elaborado, por desgracia, sólo a medias: la película hace trampa en numerosas ocasiones al dotar a la Muerte de una voluntad explícita, representándola como una sombra siniestra que incluso es capaz de borrar tras de sí las huellas de su acción. Este es un error que, por fortuna, las secuelas corregirían, pero en esta primera película resulta risible y hasta ridículo, sobre todo aquellas escenas en las que el protagonista "insulta" a la Muerte como si fuera realmente una persona. Y ese es sólo uno de los despropósitos de un guión perezoso e idiota con el que los actores (la gran mayoría de ellos sacados de exitosas teleseries juveniles) hacen lo que pueden. Aparte de la personalidad del supuesto asesino, se ve que la película únicamente ha intentado dar un marco de diálogos a sus elaboradas escenas de muertes, a menudo insertando una tensión entre los personajes completamente irreal e inexplicable con la única intención de introducir conflicto. Mención especial merece la absolutamente arbitraria presencia de Tony Todd en un personaje siniestro que aparece de repente y al que los protagonistas obedecen únicamente para que la trama no se detenga. Además, la naturaleza de las muertes tampoco es del todo original: muchos parecen olvidar que así la palmaban casi todos los personajes de La profecía (1976).
Ahora que la cuarta parte está por estrenarse en cines (en 3-D, no más) no está de más revisar los inicios de esta saga. Juro que le he dado más de una oportunidad, pero siempre me llevo la misma impresión: Destino final es un espectáculo ameno en ocasiones pero tremendamente vacío y descerebrado, sin duda mejor y más disfrutable que muchas de las peripecias juveniles de su época, pero eso, por desgracia, no es suficiente.
jueves, junio 04, 2009
Tres tristes trailers 20
En esta ocasión, para nuestro nunca solicitada tríada de trailers, vamos a mostrar tres avances de otras tantas películas de terror españolas cuyo estreno se avecina para este año. El primero de ellos, que es el más inminente, es el de la película No-Do (2009), realizada por el director Elio Quiroga, el mismo de La hora fría (2006). En el trailer se puede ver no sólo que en esta ocasión Quiroga y su equipo han decidido irse por un camino completamente distinto para su nueva película (aunque, hay que decirlo, mucho más convencional) sino también que la llamada por algunos "estética Filmax" no es exclusiva de esta distribuidora en lo que se refiere al cine de terror, sobre todo en aquellas historias de fantasmas que remiten a un misterio del pasado. Habrá que esperar hasta el 12 de junio para comprobar si el fantaterror español tiene en No-Do otro de sus grandes exponentes.
El segundo trailer que ofrecemos hoy es el de Paintball (2009), una de las apuestas de Filmax para este verano, realizada en España pero rodada en inglés con la mirada puesta a la distribución internacional. Se trata en esta ocasión de un survival horror sin énfasis (por lo visto) en lo sobrenatural, y que se centra en la amenaza que recibe un grupo de jugadores de paintball cuando se dan cuenta de que, de repente, la partida ha dejado de ser sólo un juego. No sé por qué, el argumento me ha recordado un poco a la británica Desmembrados (2006), aunque por lo visto en este avance, no estemos hablando de una comedia. Se estrena en España el 10 de julio.
Y por último, como no podía ser de otra forma, tenemos el segundo trailer de REC 2 (2009), continuación del éxito de Paco Plaza y Jaume Balagueró, quienes nuevamente se ponen al mando de la dirección. La original tuvo la suficiente resonancia para exigir que se realizara una secuela, aunque en un principio dudaba que la sencillez de su argumento pudiese tener una continuación digna, algo que todavía me sigo cuestionando. Este trailer, que seguramente ya todos habréis visto hasta el hartazgo en otras bitácoras, nos indica que, por lo visto, los responsables de REC 2 han decidido irse por el camino fácil: el viejo esquema de Aliens (1986) en lo que a secuelas toca. Confieso que esto me decepciona un poco, ya que dicho giro argumental está demasiado visto y, teniendo en cuenta el impacto de la primera película, esperaba por lo menos algo más de originalidad. Eso sí, ni siquiera yo puedo negar que este cortísimo avance de poco más de un minuto es lo bastante atrayente para hacerme reconsiderar mi posición inicial, y no por su gastada estética de videojuego sino más bien por el que sin duda es el mejor uso que se le ha dado nunca a En tierra extraña en una película. Ya veremos si es así en octubre de este año.
Por cierto, de las tres películas, únicamente REC 2 tiene de momento fecha de estreno en Alemania, así que no sé si veréis por aquí las tres reseñas. Cosas de la cuestión geográfica.