domingo, febrero 26, 2006

Reseña: Constantine (2005)

Dicen que tras el rotundo fracaso de las adaptaciones de dos de sus obras más famosas, Desde el infierno y La liga de los hombres extraordinarios, el autor de cómic Alan Moore se opuso a ser nuevamente asociado con la industria hollywoodense, a la que no negó sus obras pero sí su firma. Por eso no veréis su nombre por ningún lado en la película Constantine (2005), adaptación a la gran pantalla de su cómic Hellblazer, y que es también el primer largometraje de Francis Lawrence, nombre que resultará familiar a todo aquel que haya visto MTV más de dos horas seguidas.

En realidad, Constantine pertenece al mismo terreno y categoría de series de televisión como Buffy la cazavampiros o la película de semi-culto The Prophecy (1995), en el sentido de que se trata de un despliegue pop de un sinfín de símbolos y arquetipos de corte gótico y/o simbología cristiana. Esto es así incluso desde la descripción de su héroe, John Constantine (Keanu Reeves repitiendo en cierta forma su faceta más mesiánica), capaz de distinguir a los ángeles y demonios que se pasean entre nosotros y encargado de mantener el equilibrio en el eterno conflicto entre el cielo y el infierno. Pero el personaje está muy lejos de ser un héroe convencional: John siente una particular repulsa a su misión, y debido al cáncer que poco a poco devora sus pulmones, sabe que no le queda mucho tiempo, y que cuando muera, la suya será la primera alma que el Diablo vendrá a recoger personalmente.

La trama es un tanto caótica y sin sentido, mezclando la correspondiente mitología del enfrentamiento entre el Cielo y el Infierno con la conspiración oculta detrás de ángeles y demonios que luchan por hacerse con el control de la Lanza del Destino, un artefacto que puede ayudar a traer a la Tierra al heredero del mismísimo Lucifer. Todo esto aderezado con las aventuras del propio Constantine y su interacción con una mujer policía que investiga la muerte de su hermana gemela, quien al parecer tenía fuertes conexiones con el mundo de los espíritus. Todo esto en menos de dos horas (!). Afortunadamente, las carencias narrativas de la película son bastante bien compensadas por una estética envidiable; las visiones del Infierno como un mundo devastado por el fuego (con grandes parecidos, por cierto, a un apocalipsis atómico) te dejan bastante impresionado, pero además, la particular apariencia de los ángeles (como el arcángel Gabriel, quien en un gran acierto de casting es interpretado por una mujer) y el diseño de las criaturas semejantes a los cuadros de El Bosco son sin duda lo mejor de todo.

El principal defecto estaría en que la trama se va improvisando, con nuevas reglas y detalles apareciendo en cada momento, y no exentas de un particular sentido del humor. Por mi parte, yo no soy un entendedor de cómics, pero creo recordar que en su momento esta película fue duramente criticada por los fans de Alan Moore al darse cuenta de las libertades tomadas con la historia original, que van desde la fusión de varios personajes clave hasta el detallazo que fue cambiar la ambientación de Londres a Los Ángeles y la proveniencia del mismo Constantine, que pasa de ser el británico flemático de la obra original a convertirse en un americano con todas las de la ley.

En definitiva, se trata de una película bastante pasable y mucho más meritoria de lo que originalmente había pensado. Sus carencias a nivel de historia no son completamente resueltas por el despliegue imaginativo de su estética, pero al menos consigue impresionarnos lo suficiente. Constantine, en todo caso, resulta un deleite para los ojos, no para el cerebro.

miércoles, febrero 22, 2006

Lewis Carroll Superstar

Parece que Rob Zombie no es el único rockero decidido a entrar de lleno en el mundo del cine terrorífico. Tras sembrar el terreno con La casa de los 1000 cadáveres (2003) y su secuela Los renegados del Diablo (2005), dos películas consideradas casi como piezas de culto, toca prepararnos para la llegada de Phantasmagoria, compilación de cuatro historias escritas y dirigidas por Marilyn Manson, y basadas en los poemas de Lewis Carroll. Manson dejó ver su hipermaquillado rostro por el Festival de Cine de Berlín esperando recaudar los fondos necesarios para su ópera prima, que seguramente tendrá el desbordamiento estético que caracteriza toda la obra de este cantante.
Esperemos que la suya sea una propuesta más interesante que The Twisted Land of Oz, línea de juguetes sacada recientemente por McFarlane Toys y que no termina de convencerme (principalmente porque a McFarlane ya le hemos visto demasiado de eso). Otro que tiene un proyecto con un sabor similar es Marcus Nispel, cuyo Alice (2006), basado en el videojuego del mismo nombre y protagonizada por Sarah Michelle Gellar, tiene alguna promesa.
¿Quieren mi opinión? El filme de Manson los dejará a todos en la cuneta. Esto no se basa en puro presentimiento, sino en el hecho de que a mi me gusta mucho la música de este señor, cuya propuesta es mucho más inteligente de lo que parece. El tiempo me dirá si he puesto demasiadas expectativas.

lunes, febrero 13, 2006

Te odio, Blogger (parte 1)

Lo veía venir: este blog está amenazando con alcanzar la cantidad de 100 reseñas, y a estas alturas, Blogger todavía no ha actualizado su sistema permitiendo la clasificación de los posts por categorías, de manera que me toca hacer a mí todo el trabajo. Será lento, doloroso, y acabará con mi vida social, pero alguien tiene que hacerlo. De manera que a lo largo de las próximas semanas iré creando un índice en la barra lateral en el que las películas estarán clasificadas en 10 "temas". Aquí van los dos primeros. Me han quedado hasta bonitos, diría yo. Para que no molesten, archivaré esos posts en el ficticio 1 de enero de 2005, fecha en la que este blog ni siquiera existía. En fin, aquí están los dos primeros temas:

jueves, febrero 09, 2006

Reseña: Underworld Evolution (2006)

A veces, sólo de vez en cuando, se puede hacer algo que vaya más allá de uno mismo y procurar el bien para los que te rodean. En mi caso, una de las mejores acciones que puedo acometer es recomendar a todos encarecidamente que se alejen lo más posible de Underworld Evolution (2006), secuela del ya conocido fiasco de Len Wiseman que hace poco pasó con más pena que gloria por los tribunales de esta página. Esta segunda parte no solamente es mucho peor que la original, sino que además tira por la borda prácticamente todo lo bueno que su predecesora tenía. Si algo positivo he sacado de haber visto esta película ha sido la revelación en todo su esplendor del equivalente cinematográfico de aquella vieja técnica de caza llamada "marear la perdiz".

Como se dijo en una ocasión, Underworld (2003) tenía el problema de ser una película de monstruos en la que prácticamente no había monstruos. Wiseman (no deja de ser irónico el hecho de que su apellido puede ser traducido como "hombre sabio") parece haber aprendido la lección ya desde el principio, porque si algo tiene esta secuela es que los monstruos no se hacen rogar, desde un prólogo de diez minutos en los que se muestra el inicio de la guerra entre las dos razas ya en los albores del siglo XIII. Esta apertura de corte épico, en la que los guerreros vampiros están ataviados con unas armaduras insoportablemente "tolkinianas" (algo que no hace más que evidenciar una vez más el que estas películas parezcan escritas por una pandilla de jugadores de rol trasnochados y hasta los ojos de anfetaminas) es la clave para toda la historia que viene, en la que la vampira Selene y el chorbo-man Michael Corvin se embarcan en una búsqueda del primero de los vampiros, Marcus, para buscar protección del resto de los clanes que quieren mandarles al otro barrio. Es una lástima, sin embargo, que Marcus (convertido, al igual que Corvin, en un híbrido entre vampiro y licántropo) esté buscando también a la chica y no precisamente para ayudarla, sino para extraerle "dolorosamente" una información de la cabeza: el lugar exacto donde se halla la prisión de su hermano William, el primero y más bestia de los hombres-lobo.

Si hasta aquí piensan que la cosa es un poco disparatada, hay que decirles que no hace sino empezar. La película, más aún que la primera parte, es un despliegue ininterrumpido de escenas de acción y lucha que se vuelven muy pronto increíblemente repetitivas, especialmente en el caso del señorito Corvin, quien lo único que hace es convertirse a cada rato en una especie de Hulk azul que rompe camisas cada dos por tres. Marcus hace más o menos lo mismo con sus reiteradas metamorfosis en una criatura alada (sospechosamente parecida, por cierto, a cierto monstrito). Resulta gracioso verles a los dos romper camisa tras camisa y luego renovarlas del vestuario del personaje que tengan más cerca. Se me ocurre ahora mismo que si hiciera un juego de bebidas con mis amigos en los que se me obligara a tragar un chupito cada vez que alguno de ellos inicia este strip-tease, acabaríamos todos muy trompas.

Aparte de este personaje, la única novedad reside en la presencia revelatoria de Alexander Corvinus, el inmortal original, padre tanto de Marcus como de William, y que aquí se lleva el premio al peor personaje del año, ya que no sólo es completamente inútil, sino que además parece haber sido la solitaria víctima del colapso presupuestario del departamento de maquillaje y efectos especiales.

Lo que me lleva a mi objeción final: si algo tenía de bueno Underworld era esa estética gótica que le hacía una película hermosa. Pues bien, aquí todo eso se ha ido al traste, al parecer con el beneplácito de su director. Si bien es cierto que se conserva esa paleta de colores azul-blanco-negro y que Kate Beckinsale (en definitiva lo único bueno de esta saga) está más hermosa que nunca, todo el entorno tenebroso de la ciudad desaparece en favor de una ambientación más rural-medieval en la que el gore está a la orden del día. Eso sí, no es un gore de película, sino más bien de videojuego. Cada vez que veía los movimientos de lucha "finales" de Selene o de Corvin (el nunca bien ponderado "descuajeringamiento de mandíbula licantrópica") creí que iba a ver la palabra "Fatality" en grandes letras rojas.

Con la primera parte, ya era terrible el hecho de que una premisa tan interesante como una guerra entre vampiros y hombres-lobo haya sido desaprovechada de manera tan criminal. Underworld Evolution lo que hace es añadir burla al insulto. Y lo peor de todo es que, a juzgar por lo que he escuchado y lo que se confirma al final de esta película, ya están preparando la tercera. Ahí les dejo eso.

martes, febrero 07, 2006

Reseña: Frankenstein y el hombre-lobo (1943)

Lon Chaney Jr. vistió la peluda carne del licántropo Larry Talbot por segunda vez en Frankenstein y el hombre-lobo (1943), secuela por partida doble, ya que continuaba tanto el argumento de El hombre-lobo (1941) como el de El fantasma de Frankenstein (1942), película en la que, casualmente, Chaney interpretó al monstruo de la novela de Mary Shelley. De hecho, los planes originales de Universal incluían el ambicioso proyecto de hacer que el actor interpretara a ambos monstruos, pero las sobrehumanas necesidades del departamento de maquillaje (nuevamente a cargo de Jack Pierce) decretaron que la criatura de Frankenstein debía ser interpretada por Bela Lugosi, quien tuvo que resignarse a representar el papel que rechazara años atrás. Fue, además, la primera película en la que los estudios Universal intentaron la fórmula de unir a los monstruos de dos sagas diferentes, y no sería la última.

De entrada el argumento de esta secuela ofrecía una pequeña dificultad: la última vez que habíamos visto a Larry Talbot, había muerto a manos de su padre. Sin embargo, ya sabemos que el estar muerto es sólo un pequeño obstáculo que superar en la carrera de cualquier monstruo de serie B, de manera que nuevamente se contó con la astucia del guionista Curt Siodmak, quien rescató a su criatura del inframundo de la manera más honrosa posible: sin dar ninguna explicación. En una de las mejores aperturas concebidas para estas películas, la historia abre cuatro años después de los eventos de la película anterior, cuando dos ladrones de tumbas se cuelan en el mausoleo de los Talbot para despojar al cadáver de Larry de sus atavíos mortuorios. Sorprendentemente, encuentran el cuerpo incorrupto, cubierto de las flores asociadas al mito del hombre-lobo. Su sorpresa no hace sino aumentar cuando los rayos de la luna llena reviven al protagonista y le transforman en la bestia que todos conocemos. Convencido ahora de que no puede morir, Larry escapa a las montañas de Rumanía en busca del único hombre que puede ayudarle a acabar con su despreciable vida: el doctor Frankenstein.

El resto de la trama sería demasiado largo de explicar, principalmente porque son demasiadas las cosas que suceden como para resumirlas sin estar contando toda la película. De todas maneras, la trama de por sí es lo bastante disparatada como para hacer cualquier explicación innecesaria. Valga decir solamente que la historia del monstruo de Frankenstein y la historia de Larry Talbot se superponen en todo momento hasta la llegada de un clímax en el que los dos monstruos entablan una lucha encarnizada. En medio de esta batalla están la hija del doctor Frankenstein y un misterioso médico llamado Frank Mannering (interpretado por Patric Knowels, quien también tenía uno de los papeles principales en El hombre-lobo, por lo que su presencia en esta secuela resulta un tanto confusa) que hurgan en los secretos dejados por el oscuro científico acerca de sus investigaciones de la vida y la muerte.

Lon Chaney Jr. está, una vez más, correcto como Larry Talbot. Su gigantesca presencia de ojos tristes resulta ya un paradigma para el personaje. Lugosi, en cambio, es lamentable como el monstruo, hecho que no se debe únicamente a su decadencia como actor para la época, sino a las circunstancias del personaje: el monstruo está ciego (producto de la película anterior) y no tiene líneas de diálogo, limitándose a gruñir y a caminar de forma erguida y tiesa. La película además recupera al personaje de la gitana Maleva, uno de los mejores de El hombre-lobo, pero no le da ningún protagonismo. Los personajes no presentan ningún tipo de evolución creíble (especialmente el doctor Mannering, quien pasa de investigador serio a científico loco en menos de cinco segundos) y la trama presenta un sinfín de situaciones disparatadas, incluyendo un número musical que parece sacado de una película completamente distinta. Pero el mayor defecto de todos quizás sea el hecho de que la historia tarda demasiado en arrancar y, para colmo, termina de manera abrupta justo cuando se pone interesante, dejándonos con un extraño sabor inconcluso.

Muy por debajo del clásico que le diera vida, Frankenstein y el hombre-lobo es más memorable por su valor nostálgico y por propiciar el enfrentamiento entre dos iconos de la cultura popular. Tomar en serio estas películas es imposible, ya que ni siquiera en su época eran vista como algo más que entretenimiento masivo de consumo rápido. Pero a pesar de sus numerosos defectos, tiene momentos lo suficientemente buenos como para dejarle alzar su cabeza por encima de varios de los productos de su particular momento histórico.

sábado, febrero 04, 2006

Reseña: Psicosis (1998)

Psicosis (1998), de Gus Van Sant, remake del clásico de Alfred Hitchcock, es una película imposible de criticar, al menos de manera convencional. De nada sirve que ponga aquí una sentencia acerca de lo que los críticos han considerado el sacrilegio más grande de la historia del cine, la versión más "inútil" que se ha llevado al celuloide. Y sin embargo, me siento en la necesidad de hablar de ella, porque esta película es más que una obra de ficción; se trata de un ejercicio narrativo digno de alabanzas, un vericueto intelectual envidiable cuyo único defecto, en todo caso, sería que su finalidad no es tanto contar una historia como hacer al público consciente de que está viendo una historia. Si el cine es evasión, entonces esto es anti-cine.

La mayoría de los remakes (sean buenos o malos) instintivamente buscan huir de la dependencia de la obra original, intentando hallar vida propia tomando como punto de partida una historia ya contada. Psicosis'98, en cambio, abraza esa dependencia y la convierte en el lei-motiv de todo su metraje. Van Sant se encasqueta voluntariamente un apretado corsé al reciclar por completo el guión de Joseph Stephano y la música de Bernard Herrmann, manteniendo incluso el mismo estilo de los créditos iniciales. Pero estas semejanzas no hacen sino prepararnos para lo que viene: el momento en el que la película de Van Sant comienza a bombardear al espectador con toques directos que hacen resaltar las diferencias existentes entre su cinta y la de Hitchcock, como si el director quisiera hacerle correcciones al material con el que trabaja.

El mayor de los cambios es obvio: el color. "Colorear" Psicosis'60 no es precisamente lo que se está haciendo aquí. Lo que en otras circunstancias hubiese otorgado un toque de realismo, en Van Sant se convierte en puro artificio. El color en Psicosis'98 es extremandamente artificial, con toda la película bañada en una luz blanquecina que afecta nuestra credibilidad. El toque de gracia viene cuando Marion sale de su coche vistiendo un conjunto de color naranja y acto seguido saca un parasol (inexistente en el original, por cierto) que hace juego, resaltando nuestra sensación de estar viendo un artificio absoluto. El color aquí no es usado como una manera de imitar la realidad, sino precisamente para alienarnos de ella, resaltando algo que es obvio: un Psicosis en colores es sacrilegio puro.

De la misma manera, los personajes secundarios sufren grandes cambios que no pueden pasar inadvertidos ni ser atribuidos únicamente a cuestiones cronológicas. Lila, la fría y estricta hermana de Marion es sustituida aquí por una Julianne Moore convertida en una bohemia totalmente desconectada de la realidad (hecho evidenciado por su costumbre de andar siempre con audífonos). En cuanto a Sam Loomis, el buen chico americano interpretado por John Gavin en la cinta original, el hombre que vestía de traje los domingos, lo vemos ahora transmutado en Viggo Mortensen haciendo del típico chuloputas, ataviado con sombrero de cowboy y con la camisa abierta mostrando los pelillos del pecho.

Pero donde las diferencias de carácter se aprecian con mayor claridad es en los dos personajes protagonistas, y es también aquí donde se concentraron los mayores dardos de la crítica. Efectivamente, la Marion Crane interpretada por Anne Heche no hace sino afincarse aun más en el análisis realizado de unos años para acá al personaje que en su momento encarnara Janet Leigh. Eso es porque, a diferencia de Hitchcock, Van Sant no tiene que engañar a nadie: todos sabemos desde el comienzo de la película que Marion va a morir a manos de Norman Bates (nótese que he dicho Norman Bates, no su madre), y el saber tan de antemano las acciones de un personaje de ficción nos permite el distanciamiento necesario para no sentir lástima por él. El resultado es que Marion Crane es aquí un ser auténticamente detestable, una genuina femme–fatale que seguramente habría huido con el dinero al día siguiente tras reconsiderar su demasiado rápido arrepentimiento. En cuanto a Norman Bates, es aquí donde la película recibe uno de sus mayores cambios. De sobra sabemos que es imposible para un actor reproducir fielmente el trabajo de otro, pero Vince Vaughn ha hecho un excelente trabajo (uno de los mejores que le he visto) interpretando a Bates y trayendo a la luz todos los amaneramientos que hacían del personaje de Anthony Perkins algo único. Pero de nuevo aquí no se nos puede engañar: nosotros sabemos que Bates es peligroso, y las marcadas delicadezas del personaje no hacen sino asustarnos aún más, mostrando lo increíblemente desequilibrado que está este hombre. La figura de Vaughn (que mide más de 1,90 metros de altura) ayuda mucho, llenando su vestuario de una musculatura de la que su predecesor carecía. Hay que ser muy ingenuo para creer que esto no es un guiño del propio Van Sant hacia nosotros. Para este servidor, el momento cumbre es aquel en el que vemos las luces de un coche pasar frente al motel justo cuando Norman está ocupado manipulando el cadáver. En la original, se limitaba a ver pasar el vehículo, pero en el remake, Vince Vaughn suelta todo aparatosamente y dedica un sonrisa estúpida al coche que pasa de largo. Este tío está loco y lo demás son tonterías.

Y las diferencias se apilan, desde la alteración de pequeños detalles (la casa de Norman es diferente, porque la original es ya demasiado conocida, lo cual no hace sino aumentar nuestra sensación de que estamos viendo una película) hasta la inclusión premeditada de anacronismos, como la teoría de Lila según la cual Norman podría haber matado a Marion para robarle el dinero y comenzar una nueva vida. Dicho argumento, excesivamente enrevesado para nuestros días, resultaba perfectamente plausible en 1960, cuando la tesis de los asesinos psicopáticos todavía no era del dominio público (Ed Gein era considerado un demente, un caso aislado).

La mención de los crímenes nos lleva al centro neurálgico de la película: la escena de la ducha. Aparte de las diferencias más obvias (principalmente la mayor visibilidad de heridas y desnudeces de la protagonista), Van Sant intercala los asesinatos con breves imágenes asimismo violentas: una vaca en medio de una carretera, un cielo de tormenta y una mujer desnuda con un antifaz negro. Estas imágenes no están allí por casualidad; son intentos evidentes por parte de Van Sant de interrumpir nuestra contemplación, rompiendo la delicada estructura narrativa del material fuente. En cierta forma, el director está “atacando” la película original, de la misma manera en que Norman ataca a sus víctimas.

Todos estos detalles arriba mencionados no hacen sino recalcarnos que lo importante en este filme no se reduce a su fidelidad o respeto para con el original, sino a sus sutiles e intencionados distanciamientos, producto (paradójicamente) de una consciente dependencia. Gus Van Sant quiere ante todo que recordemos que estamos viendo un remake de Psicosis; insiste en que comparemos en todo momento su obra con el original de Hitchcock, produciéndose así un juego de meta–ficción en el que el espectador se ve obligado a participar. Si Psicosis’60 es, como dijimos en su momento, un comentario sobre el poder del cine, Psicosis’98 es un comentario sobre ese comentario, un rizo del rizo. Es precisamente esta genial vuelta de tuerca lo que diferencia a Van Sant de casi todos los directores que han “osado” versionar un clásico. Y digo “casi” porque este experimento intelectual ya lo habían realizado en menor medida Werner Herzog y Tom Savini, aunque ninguno de manera tan perfecta. En los últimos meses hemos visto hacer exactamente lo mismo a otro realizador: Peter Jackson. Como era de esperarse, han sido muy pocos los que han entendido su juego.

¿Qué sentencia puede tener esta película? Ninguna, ya que como película es absolutamente innecesaria. Ahora, como juego estético resulta magnífica. Creo que, para tenernos a todos contentos, podemos dejarlo por la puntuación media y que el resto lo sume (o reste) el libre albedrío de aquellos que sepan en qué clase de juego se están metiendo al adentrarse en una de las películas más incomprendidas de la historia.

miércoles, febrero 01, 2006

Listillos

Estimado señor Miike:
Usted no me conoce, y a decir verdad, yo tampoco le conozco a usted. De entrada le puedo decir que dudé mucho en escribirle esta carta, ya que no puedo decir que sea un fan de sus películas. A menudo recibo unas cuantas collejas de parte de un nutrido grupo de mis amigos cuando digo que no me gustó Ichi the Killer (2001), o que salvo su final, Audition (1999) me dejó un tanto indiferente. Puedo decir que me gustó mucho Llamada perdida (2004), pero dado que es su trabajo más "comercial", imagino que no le hará mucha gracia oir eso. De todas formas, y a pesar de que yo no comulgue con su credo, le digo desde ya que usted me parece un director con un estilo único (esto lo digo sin el menor atisbo de ironía) y eso es algo que hoy en día se agradece.
Por eso créame, señor Miike, cuando le digo que tenía muchas ganas de ver Imprint (2006), su particular capítulo de la serie Masters of Horror. No tengo que decirle que yo, como muchos otros, me sentí estafado al enterarme de que los ejecutivos de Showtime habían decidido NO transmitir dicho episodio, escandalizados ante el nivel de violencia que usted desplegaba en pantalla. Me parece que el señor Mick Garris no sabía con quién estaba hablando cuando habló de "absoluta libertad creativa", ¿verdad? El caso es que para nosotros, aquel acto de censura era como una patada en las vísceras, dado que ya habíamos sufrido un golpe similar cuando se anunció que el dios Roger Corman renunciaba al proyecto y que su episodio ni siquiera se realizaría. Pero al menos, Corman fue sustituido por John McNaughton, un hombre a quien todos conocemos por su espectacular película Henry: Portrait of a Serial Killer (1986). ¿Quién podría sustituirle a usted, señor Miike? ¿Quién?
Ahora, que al indagar más sobre esta noticia me he dado cuenta de algo, y es aquí donde viene mi sorpresa, señor Miike: me he enterado de que si bien su episodio (que usted definía como una versión sádica de Memorias de una geisha) no se transmitirá nunca por televisión, sí estará incluido en el pack de DVD que Showtime pretende sacar para esta primavera. Esto es una jugada muy sucia, señor Miike, y me prueba que usted y los secuaces de la cadena tienen la astucia de unas ratas de alcantarilla. Ahora me explico por qué usted no se ha quejado públicamente de la censura. No es porque esté usted ocupado en alguna de las tres o cuatro películas que tiene que grabar este mes, sino porque usted sabe que ahora todas las miradas estarán puestas en este episodio, y que cuando salga el DVD todos saldrán como borregos drogados a hacerse con una copia. Yo ya he reservado la mía. Soy lo bastante hombre como para reconocer cuando me ganan, y ustedes me han ganado.

Que listillos son todos. Los odio. Los odio tanto...

Sinceramente,

HL.