A estas alturas del calendario creo que no hay nadie que no conozca la polémica en torno a Imprint (2006), decimotercer y último capítulo de la primera temporada de Masters of Horror, un mediometraje con el que director japonés Takashi Miike tomó el término "libertad creativa" demasiado al pie de la letra y sorprendió a todos con una de las piezas más viscerales que ha conocido la televisión estadounidense. ¿El resultado? Pues que la obra en cuestión nunca fue estrenada por la tele, si bien ya ha sido destinada a la inmortalidad gracias al formato digital. Quien esto escribe no tiene ningún problema en reconocer que nunca ha sido un fan de la obra de Takashi Miike, pero tras conocer la desmedida violencia de su filmografìa, incluso a mí me parecía extraño que aceptase trabajar en una serie para la televisión americana. Mi desconfianza al parecer no se ha visto justificada, ya que Imprint cierra con broche de oro la primera tanda de capítulos de una serie que promete como pocas.
Porque con su capítulo, Miike logra exactamente lo que se buscaba con la inclusión de un director japonés: por un lado, capitalizar la moda del J-Horror, y por otro, dar al cierre de la temporada un toque personal completamente distinto a todo lo anterior. Y de hecho, estamos ante un episodio que no se parece a ninguno, y que a través de la elaboración subvertida de un gran tópico oriental (el viajero, en este caso un hombre occidental, que llega a tierras desconocidas en busca de un antiguo amor y se ve inmiscuido en un mundo de pesadilla) llega a abordar el horror no a través del miedo, sino de una incomodidad y repugnacia que degenera en un malestar físico. Y en efecto, no transcurre mucho tiempo de metraje hasta darnos cuenta de por qué este capítulo fue sacado de circulación en su momento. No solamente contiene una de las escenas de tortura más desesperantes que se hayan visto en mucho tiempo desde Audition (1999) (también de Miike), sino que las diferentes alusiones al aborto, al incesto y a las deformidades convierten la película en una auténtica prueba de resistencia (y esta vez, para variar, no lo digo con ironía).
Lejos de caer en las trampas de un exotismo fácil, Imprint sabe echar mano de toda una tradición de cine oriental que modifica a su antojo para su propia concepción de lo macabro (en este sentido se pueden pasar por el texto que le dedica Roberto Alcover Oti, desde una perspectiva mucho más erudita que la que yo puedo ofrecer), convirtiendo su propuesta en un (RAO dixit) circo de los horrores: el apartado burdel al que llega el personaje de Billy Drago en nada desmerece al típico espectáculo de fenómenos, con las prostitutas uniformadas de cabellos rojos (a excepción de la narradora, una chica de pelo azul que sufre de una extraña deformidad facial pero que no está exenta de cierta carga de belleza y sensualidad), jefazas de dientes negros y un siniestro enano al que le falta la mitad de la nariz. El personaje principal es visto por nosotros como un auténtico intruso, un hombre por cuya vida tememos en todo momento, y cuya resolución Miike nos va dando en cuentagotas, a través de varios niveles narrativos dispuestos en la forma de reiterados flashbacks.
Quizás allí radica la principal y más evidente deficiencia de Imprint: en su desmedida ambición al tratar de tocar tantos tópicos y anécdotas, sufriendo en ocasiones de un clímax repetitivo en el que, al parecer, Miike despliega su talento para el "más difícil todavía" (porque la resolución final es, si bien no muy original, al menos contundente como una pedrada). Pero a pesar de todo eso, su particularidad frente a los demás capítulos de la serie, y su absoluto desparpajo en el afán de castigar a su público (durante la escena de la tortura llegué a rogar que terminara) lo hacen una de las entradas más particulares de Masters of Horror, y uno de los "estrenos" del año. Ver esta película, aunque sea por su valor anecdótico, resulta imprescindible.