Si hago memoria, no recuerdo haber visto mucho entusiasmo en el momento del estreno de La sombra del vampiro (2000). Tengo la impresión de que en ese entonces pasó más o menos desapercibida como una pequeña extravangancia de un director desconocido en la que se enfrentaban dos actores de prestigio que competían por la atención del público. Y es una lástima, porque hasta la fecha sigo pensando no sólo que es una gran película sino también que es disfrutable desde perspectivas más superficiales, incluso para aquellos que jamás han visto Nosferatu (1922). Es también, gracias a su manipulación de los hechos históricos puestos al servicio de una obra de ficción, un inteligente discurso sobre el efecto causado por el cine en la modernidad y el devenir último de lo fantástico en una sociedad cientificista y ególatra que, en su afán de clasificar, estudiar y "preservar" todo, termina destruyendo aquello que admira.
Los que lean esto ya lo saben de entrada pero siempre es bueno recordarlo: La sombra del vampiro es una película que, partiendo de un hecho histórico como es el rodaje de Nosferatu, crea una historia de ficción en la que el protagonista de la cinta, Max Shreck, es en realidad un auténtico vampiro que se hace pasar por actor bajo la complicidad del cineasta F.W. Murnau, quien en su obsesión con el realismo no ha dudado en poner en peligro las vidas del resto de su equipo escondiéndoles la verdad que se esconde tras lo que consideran simples excentricidades de un actor muy dedicado. Las dos lecturas que mencionábamos en el primer párrafo hacen referencia precisamente a esta mirada que el director hace sobre su obra: dotado con el calificativo de "doctor", el Murnau interpretado por John Malkovich hace alardes de mesianismo en los que se ve a sí mismo como el principal motor de un medio artístico que cambiará al mundo gracias a la posibilidad de registrar la realidad y "conservarla" tal como es, dando así paso a la auténtica inmortalidad, una inmortalidad que ve reflejada en la grotesca caricatura del vampiro cuyo nombre desconoce pero que le causa tanto asco como admiración. Ese monstruo (un Willem Dafoe totalmente pasado de rosca) representa el último vínculo viviente con un mundo trascendental escondido en las sombras y que Murnau desea "salvaguardar" para la Historia, aunque para eso tenga que destruirlo en la vida real. Es aquí donde entra la figura del Cine, mostrada a través del ojo de la cámara (que en el primer plano de la historia sustituye al ojo humano) cuyo comportamiento en nada se diferencia al de los chupasangres clásicos (un simil muy presente en la película y que no escapa a las comparaciones que hace un personaje entre el teatro y el arte cinematográfico).
En este sentido, el guión de Steven Katz es perfecto: no hay ninguna escena que sobre, y las diferentes lecturas de la historia están tan bien expuestas que se hace fácil perdonar los evidentes y necesarios errores históricos (en una secuencia Murnau y su equipo ruedan una escena de la película en exteriores durante la noche, algo que hubiese sido imposible con la tecnología de la época). Pero además está presente el atractivo que en su momento sí se llegó a destacar: el duelo interpretativo entre el Murnau de Malkovich y el Shreck de Dafoe, sobre este último, que bajo el maquillaje prostético del vampiro se desborda con una actuación absolutamente teatralizada en la que capta toda la esencia trágica del personaje sin por ello abandonar unos muy oportunos toques de humor (atención a la escena que para mí marca el mejor momento de la película: aquella en la que Shreck ofrece a sus compañeros de reparto su particular análisis de la novela Drácula).
El final de La sombra del vampiro deja muy clara la posición de la película en cuanto al destino de lo fantástico. Contrariamente a lo que se ha comentado muchas veces, en la cinta sí hallamos un sincero y muy respetuoso homenaje a la película que utiliza como base anecdótica, al mismo tiempo que una interesante reflexión en torno a la manera como esta ha trascendido al público moderno y a la percepción general de aquellos elementos sobrenaturales que una vez poblaron el imaginario del Hombre. Se trata de una cinta mucho más inteligente de lo que normalmente se le concede, y que desde aquí reivindicamos sin pudor alguno.