Cuando vi el título de Cabin Fever: Patient Zero (2014), lo primero que pensé es que estaba frente a una precuela que mostraba los orígenes del virus que ya había hecho estragos en películas anteriores. También pensé que esta sería una de esos productos derivados baratos que se suelen lanzar directamente a formato doméstico. Resultaba que estaba equivocado en ambas cosas: para empezar, esta tercera película de la saga iniciada por Eli Roth es en realidad otra secuela que corre paralelamente a aquella dirigida por Ti West en 2009, y por otro lado, su factura técnica está perfectamente a la par de sus dos antecesoras, lo que no significa que no sea un exploit más.
Lo cierto es que además, esta tercera entrega dirigida por el interesante Kaare Andrews, el mismo de la recomendable Altitude (2010), intenta ser un tanto más ambiciosa y tener un acabado más serio (al menos durante gran parte del metraje, pero ya nos referiremos a eso más adelante). En esta ocasión la película se maneja a dos bandas, con dos tramas que van corriendo de forma paralela; en la primera tenemos a unos científicos del gobierno que trabajan en una base secreta donde se encuentra recluido el "paciente cero", un hombre que es portador del virus pero que por motivos desconocidos no sufre los síntomas de la terrible bacteria carnívora. La segunda trama sigue a un grupo de jóvenes que se reúnen para una despedida de soltero en la misma isla donde se encuentra el laboratorio y que, muy previsiblemente, contraen el misterioso virus que les va devorando poco a poco.
Estos son los dos argumentos, y sin embargo la película los trata de forma muy desigual y poco seria. El celo con el que los científicos tratan la posibilidad de ser infectados es desigual en ocasiones, y nunca me quedó muy claro por qué tratan a este paciente de la forma en que lo hacen y por qué el propio paciente cero está tan desesperado por escapar y condenar a la humanidad sólo para recuperar su libertad. De hecho, todo el trozo del ambiente científico intenta ser más oscuro y serio pero al mismo tiempo se rinde a elementos de serie Z que se prestan a la comedia involuntaria, como esa asistente de laboratorio rubia de gran escote a la que le ponen unas gafas de pasta para que parezca más inteligente. Por desgracia toda esta parte de la película, que es de lejos la más interesante y la única que ofrece algo nuevo, es a menudo dejada de lado por el argumento de la despedida de soltero, que carece por completo de interés y cuya truculencia es algo que hemos visto ya demasiado.
Es cerca del final cuando ambos argumentos se juntan en un clímax que se vuelve un despelote absoluto y donde la película termina por perder el control. Una interesante visita a la estación científica devastada por el virus me hizo creer que la película tomaría un giro distinto jugando con su linealidad temporal pero esto fue una falsa promesa: lo que sigue en realidad es un clímax desastroso que sólo se puede tomar a broma y que hasta incluye una pelea entre dos personajes en la fase terminal de la infección que resulta tremendamente ridícula y quita a esta secuela cualquier atisbo de seriedad que podía tener, matando todas sus buenas intenciones. Tras haber visto Cabin Fever: Patient Zero he desarrollado una nueva apreciación por la abierta comedia adolescente que fue la segunda parte. Eso al menos es lo que puedo sacar de la experiencia.