domingo, octubre 28, 2007

Reseña: El orfanato (2007)

Pocas cosas quedan ya por decir sobre El orfanato (2007), salvo tal vez la sorpresa que me ha causado el tremendo guante de seda con el que la crítica ha tratado una película que en la práctica no pasa de ser una propuesta más o menos potable. Que conste que no hablo de las típicas críticas tarifadas con las cuales las distribuidoras suelen apoyar sus productos; las alabanzas a la opera prima de Juan Antonio Bayona han alcanzado incluso varios de los estratos de la blogósfera. Y es que si algo me queda claro tras el visionado de esta película es que, en su caso concreto, parece haber dos apreciaciones distintas: aquellos que ven la cinta en su calidad de aporte a la "industria" cinematográfica española (específicamente aquella que se afinca en el cine de género y no en repetitivos dramones de la Guerra Civil o vulgar proselitismo social) y aquellos que la juzgan únicamente en su calidad de película. Las opiniones son desiguales, pero eso se debe a que el trabajo de Bayona también lo es.

Y es que, a nivel puramente narrativo, los fallos de El orfanato resultan más que evidentes: de entrada se hace obvio que estamos ante una película de retazos cuyas secuencias más interesantes lo son porque están tomadas de clásicos como Suspense (1961), Al final de la escalera (1980) y Poltergeist (1982), o incluso de obras más recientes como Los otros (2001) y Frágiles (2005), todas ellas (hay que decirlo) muy superiores a la película de Bayona, que en el fondo no pasa de ser otro exponente más de la ya gastada fórmula de caserones antiguos, niños chungos y secretos del pasado, todo ello girando alrededor del ya muy manido arquetipo de "Madre Coraje" enfrentándose a las fuerzas sobrenaturales para recuperar al hijo desaparecido. Difícil lo tiene el señor Bayona para lograr algo interesante a partir de una premisa a la que no se le da ningún nuevo aporte, y encima poniendo todo el peso protagónico en una actriz tan limitada como Belén Rueda, que salta de la abulia a la histeria de forma inexplicable.

Otro problema que tiene es que el inicio, en el que el personaje de Belén Rueda llega con su familia al antiguo caserón asturiano donde se erigía el orfanato de su niñez, se hace demasiado largo y poco interesante. Es únicamente cuando por fin aparece el elemento sobrenatural que la película de Bayona empieza a cobrar fuerza, una virtud que se pone de manifiesto en lo que para mí es una de sus mejores secuencias: aquella que involucra a los investigadores paranormales, entre los que se cuenta a una Geraldine Chaplin haciendo de Zelda Rubinstein. Por desgracia, este interesante momento (que da paso a un frenético y efectivo showdown sobrenatural entre la protagonista y los habitantes de la casa) se ve truncado por la llegada de un final desastroso; no solamente el twist final que encierra la historia es predecible hasta decir basta, sino que detrás de él se esconde un desenlace excesivamente edulcorado y cursi, que intenta ser sublime y poético pero fracasa estrepitosamente. Esto es culpa no sólo de las evidentes limitaciones de Belén Rueda como actriz, sino de un guión lleno de agujeros argumentales, inconsistencias y cabos sueltos que al final no tiene nada mejor que hacer que estafar al espectador.

Aún así, no todo es malo, ya que la película de Bayona consigue momentos realmente buenos cuando intenta recrearse en su atmósfera y huir de sentimentalismos melodramáticos. Es únicamente cuando escapa de su potencial como película de terror cuando se despeña. Además, el solo hecho de que se preste atención al cine de género realizado en este país (y en español) ya es un avance, aunque la beneficiada sea esta película y no otras mucho mejores que se han realizado anteriormente, como por ejemplo El espinazo del diablo (2000), de Guillermo del Toro, quien aquí ejerce de productor ejecutivo convirtiendo la película en una pareja temática de su propia obra El laberinto del Fauno (2006). Más allá de eso, se hace para mí inexplicable la cantidad de críticas positivas que esta cinta ha recibido.

El Orfanato, por lo tanto, se puede apreciar de dos formas: si bien representa un buen paso para la formación de una industria de género en el país, como película resulta bastante pobre y fácilmente olvidable. Al igual que como pasó con 28 semanas después (2007), estamos ante una cinta mediana que ha recibido un bombo desproporcionado únicamente porque su director es español. Eso no hay quien me lo quite de la cabeza.

viernes, octubre 26, 2007

Reseña: Saw 3 (2006)

Antes de que la cuarta parte de la saga aterrice en las carteleras españolas (donde llega de golpe y porrazo con apenas una décima de la publicidad con que contaron las entregas anteriores), se hace indispensable una reseña de Saw 3 (2006) para entrar en calor. De sobra está decir que aquellos que no hayan visto Saw (2004) o Saw 2 (2005) no tienen nada que hacer aquí, pues el tema de los spoilers es inevitable. Después de verla puedo decir que, efectivamente, es mucho mejor que la floja segunda parte (hundida principalmente por sus aspiraciones de Gran Hermano) y más cercana a la primera, aunque todavía le falta para llegar a ser una gran película. Tiene la ventaja también de que deja la estructura de la historia bien cerrada y compacta, con lo que extenderla a una cuarta entrega se hace algo innecesario. Pero bueno, eso es algo que ya se podía esperar de la que está destinada a convertirse en la franquicia más rentable del cine de terror actual.

En Saw 3 nos encontramos nuevamente con un Jiggsaw al borde de la muerte, tras haber sobrevivido por los pelos a la soberana paliza recibida al final de la segunda entrega. Entre él y su discípula Amanda han secuestrado esta vez a una joven doctora que deberá mantener al famoso asesino con vida si no quiere que le estalle el artefacto que le han adosado al cuello. Esta proeza es necesaria para ganar tiempo mientras se desarrolla el segundo plano de la historia, en el que un hombre que ha perdido a su hijo debe abrirse paso a través de un laberinto poblado por trampas diseñadas específicamente para hacerle olvidar la muerte de su primogénito y calmar la sed de venganza que le consume.

Este balanceo de dos tramas diferentes es lo que, por lo general, siempre ha hundido la saga de Saw, ya que la película siempre se ha visto incapaz de equilibrarlas correctamente. Saw 3 no es la excepción en este sentido, ya que es la trama de la doctora Lynn enfrentándose a Jiggsaw y a su desequilibrada pupila la que mayor fuerza y tensión proporciona a la película. Por el contrario, la historia de Jeff en el laberinto, a pesar de estar aderezada con algunas de las trampas más atractivas de la trilogía, se hace repetitiva y redundante, además de que las trampas hasta cierto punto rompen la regla de la saga según la cual las víctimas siempre causaban su propia muerte. Lo que salva la película, en todo caso, es que en esta ocasión han decidido centrarse en una sola acción en vez de aquella orgía de personajes vacuos que poblaban la segunda entrega, y eso ya es de agradecer, por mucho que el conjunto de pruebas por las que pase Jeff sea el divertimento más básico y descerebrado de la película.

La "otra" trama es otra cosa: el triángulo que se ofrece entre Jiggsaw, Amanda y Lynn es más interesante por lo tenso e imprevisible que se torna todo, y es el único punto en el que Saw 3 se acerca a la calidad de la película original. Tobin Bell sigue siendo lo mejor de la saga, un actor meramente televisivo que sólo ahora parece estar gozando realmente de la fama. Es él quien tiene las mejores líneas de diálogo y es él en efecto el motor de la historia al ser precisamente su vida y la "lección" que busca dar al mundo el meollo de toda la saga de Saw. Es por eso que el final, en cierta medida, es el único posible y necesario para cerrar la trilogía de forma coherente. Es por eso también que el hecho de que se estrene una cuarta parte me parece no sólo redundante sino también muy difícil de lograr dignamente. Habrá que ver cómo se lo montan para dar un mínimo de coherencia a partir de aquí, ya que se ha confirmado el rodaje de las partes 5 y 6. Es una lástima, porque como ya se había dicho antes, la primera película las tenía todas consigo para convertirse en una interesante propuesta, y finalmente se ha convertido en el inicio de una saga explotativa y una parodia consciente de sí misma. A la espera del estreno de la cuarta, nos conformamos con saber que la tercera recupera algo del buen paso. No todo, pero casi.

martes, octubre 23, 2007

Apuntes para una breve historia de la explotación (3)

He aquí la portada de la edición en VHS de The Slumber Party Massacre (1982), probablemente una de las mejores piezas de publicidad gráfica paridas por el cine de género en la década de los ochenta. Las razones por las cuales ha de ser incluida en nuestra particular colección de exploitapuntes saltan a la vista. Lástima, sin embargo, que nos encontremos ante otro de esos incontables ejemplos en los que la publicidad resulta ser engañosa; si bien el tono de la película es realmente el que nos muestra la imagen, no deja de ser cierto que esta se haya un poco "idealizada". Lo que sí es innegable es que este cartel representa el cánon en lo que se refiere a la reiterativa explotación de la fantasía misógina por excelencia, aquella en la que el macho recio y anónimo, en total control de sí mismo, masacra a las indefensas, frágiles e hipersexuadas féminas, ante cuyo encanto nuestro psicópata resulta inmune (no siempre las chicas son indefensas; a veces luchan y son valientes, lo importante es que estén vestidas en la menor medida posible). La virilidad a toda prueba del matón en cuestión está más que clara al ver sus fornidas piernas abiertas en desafiante pose de cowboy, con el taladro apuntando entre ellas cual potente símbolo fálico de dominación, toda una fiesta de analogías. Aunque claro, en el caso de esta película no podemos dejar de lado su intención paródica, ya que el guión está firmado por la activista feminista Rita Mae Brown (algo que ya explicaremos más a fondo cuando la inevitable reseña caiga dentro de muy poco).

De lo que queremos hablar aquí es de cómo la estética de The Slumber Party Massacre consiguió crear una legión de seguidores, empezando por sus dos secuelas inmediatas. De hecho, el cartel de Slumber Party Massacre 2 (1987) se caracteriza por ser completamente irreal y alocado, sin la fuerza del original pero resaltando el hecho de que la película se afinca más en el humor que su antecesora. La cinta (y esto se nota en el cartel) es una explotación banal de algo que ya era una explotación banal, un rizar el rizo hasta el inifinito. Algo similar ocurre en la siguiente entrega, Slumber Party Massacre 3 (1990), donde la saga ya abandona el fértil terreno de los ochenta y termina convirtiéndose en una trista parodia de sí misma. Esta vez vemos a las chicas desde arriba, en una pose menos sugerente que las dos entregas anteriores, meros adornos de una versión algo descafeinada de un clásico. Rescato, sin embargo, la frase del ídolo Joe Bob Briggs que podéis ver pulsando sobre la imagen. Tal como Bob, otros se encargarían pronto de recoger el testigo.

El error de Sorority House 2 (1990) y Cheerleader Massacre (2003) es que, evidentemente, deciden abrazar aquellos clichés de los que The Slumber Party Massacre se burlaba. Esto es evidente ya en la primera, cuyo cartel promete lo que en el fondo otorga: tetas, escotes y tangas contra cuchillos, garfios y demás instrumentos cortantes. La evocación de los preceptos estéticos de la película original es más que obvia, y la pose practicada de horror de las chicas nada tiene que ver con la estructura casi manierista del primer cartel antes mostrado en este texto. Mucho más vergonzoso es el caso del cartel de la derecha, en el que vemos no ya un homenaje, sino un descarado y barato plagio de la cinta del 82, esta vez aprovechando el filón erótico de las animadoras para un directo-a-vídeo en nada merecedor de ser asociado con siquiera la más cutre de las películas antes mencionadas.


No quería terminar, claro, sin hacer una pequeña referencia al cartel de The Mutilator (1985), la casposa película de Buddy Cooper que, de alguna manera, recicla el ya manido tema del frío metal del arma contra la cálida piel de la fémina pronta a ser despachada. La verdad es que es curioso ver como una pieza de arte gráfico que se originó en una parodia de las más dañinas fantasías misóginas ha terminado por convertirse en un modelo a seguir para aquellos que en cierta forma perpetuan dicho discurso de explotación. En el interín, el género nos ha deparado algunos casos muy disfrutables y otros no tanto. En esta época en la que la tortura más o menos gratuita parece estar de moda otra vez de una forma bastante frívola (aunque parece ser que, por fortuna, dicha moda está dando sus manotazos de ahogado), resulta cuando menos interesante echar un vistazo a aquella década en la que dichos productos sí que abundaban. De todas formas, el que un cartel como el de The Slumber Party Massacre haya podido generar prácticamente un género de publicidad engañosa de videoclub es algo notable. ¿Vil? ¿Explotador? ¿Divertido? Pues sí, sí y (oh Dios) sí.

domingo, octubre 21, 2007

Tres tristes trailers 10


El futuro estreno de Trick 'r Treat (2008) significa, por lo visto, un regreso a las películas de antologías estilo Creepshow (1982), compuesta en esta ocasión por cuatro historias ambientadas en Halloween y que rezuman por todos lados el estilo de horror de la vieja escuela. El avance, que en mi opinión pinta bastante bien, hace que forzosamente nos preguntemos por qué Warner Bros ha decidido retirar esta cinta de lo que hubiese sido su fecha de estreno más lógica: la Noche de Brujas del 2007. El retraso hasta la primavera del 2008 resulta, por lo tanto, incomprensible como medida de marketing, especialmente si tenemos en cuenta el hecho de que la única competidora real de esta cinta hubiese sido la cuarta parte de la ya extenuada y redundante saga de Saw (2004). En fin, no quedará más que esperar unos meses en la esperanza de que se dignen de traerla por estos lados.


Alguien en Hollywood debe haberse propuesto que no haya ninguna película de terror asiática sin su correspondiente versión americana, y el remake de The Eye (2008) es el último paso dado en pos de ese objetivo. Tras casi tres años de producción durante los cuales ha habido varios guiones y cambios de protagonista, este curioso teaser sin diálogos nos muestra lo que podemos esperar: un refrito bastante parecido (si no exactamente igual) a la película original de los hermanos Pang, que de original tenía muy poco y de buena aún menos. El hecho de que su predecesora no me haya convencido es quizás el único interés que despierta en mi esta película, eso y la participación del dúo francés David Moureau/Xavier Palud en la doble silla de director. Porque ya me late que ni siquiera la explotación de Jessica Alba será suficiente para sacar del atolladero la historia de una pobre muchachita ciega que recibe un transplante de córnea y empieza a "ver gente muerta".


Y para terminar tenemos a Sweeney Todd (2007), la película con la que Tim Burton intenta compensar los patinazos que ha sufrido últimamente. Al parecer en esta ocasión se ha afilado las garras, ya que vuelve a contar con su actor fetiche Johnny Depp y vuelve a deleitar la vista con la impresionante estética de la que hizo gala en Sleepy Hollow (1999). Lo curioso de este avance, sin embargo, es como no se hace prácticamente nada de alarde en la condición de muscial que tiene esta película, haciendo hincapié más bien en el humor negro y en la violencia que desprende la venganza del demonio barbero de Fleet Street. En Estados Unidos se estrena en navidades, pero aquí no la veremos hasta unos meses después. Esperemos solamente que Tim Burton consiga recuperar el paso y alcanzar los niveles alcanzados durante la primera mitad de los noventa. Algo que me dice que esta vez será así.

martes, octubre 16, 2007

Reseña: The Black Cat (2007)

El mejor episodio de la segunda temporada de Masters of Horror viene esta vez de la mano de Stuart Gordon, quien, junto a su guionista habitual Dennis Paoli, se aleja esta vez del mundo de H.P. Lovecraft (a quien el duo dinámico ya ha adaptado en cinco ocasiones anteriores, incluyendo su episodio de la primera temporada) para llevar a la pantalla uno de los relatos más conocidos del escritor americano Edgar Allan Poe. Esto de entrada ya resultaba un reto bastante considerable, ya que El gato negro es un cuento que ha sido adaptado para el cine en reiteradas ocasiones, por lo que podríamos pensar que una versión más sería redundante. Nada más lejos de la verdad; lo cierto es que The Black Cat (2007) representa no sólo el mejor episodio de la segunda tanda de la serie, sino además una prueba de que Gordon sigue con el pulso muy firme en lo que al terror se refiere, una confirmación muy importante en estos tiempos en los que el director parece estarse alejando con sus últimos trabajos del género que le dio a conocer.

En lo que se diferencia esta versión de El gato negro de las demás es que Gordon y Paoli han decidido mezclar la historia del relato con la vida del propio Poe, que aquí se convierte en protagonista. Utilizando el anecdotario real del autor, vemos a un Edgar Allan Poe que ya es un escritor famoso, y que sin embargo está pasando por un gigantesco bache creativo que le obliga a refugiarse en el alcohol. Abrumado por las deudas y por la enfermedad de su esposa, Poe comienza a desarrollar una obsesión enfermiza por el gato de su mujer, a quien ve como un ente diabólico que le persigue recriminándole su fracaso. Poco a poco, el escritor comienza a sucumbir ante esta demencia, sin saber que al mismo tiempo está siendo inspirado para escribir la que será una de sus obras más populares.

Una de las razones del éxito de The Black Cat es que se trata de uno de los pocos episodios de la segunda temporada que realmente se siente como una película de miedo. Esto se debe no sólo al argumento (que se va volviendo más truculento a medida que avanza) sino a la estética, una fotografía preciosista en la que Gordon parece dejar a un lado su habitual estilo comiquero para acometer un trabajo lleno de una elegancia que en él es poco habitual. Esta sofisticación casi de blanco y negro, salpicada aquí y allá por el color rojo intenso de la sangre, recuerda mucho a la visualmente impresionante pero por lo demás vacía película de Tim Burton, Sleepy Hollow (1999), sólo que, a diferencia de esta, la de Stuart Gordon nunca llega a ser una violencia estrambótica, con lo que podríamos decir que estamos ante uno de sus trabajos de terror más contenidos pero visualmente mejor acabados, con un cuidado por el detalle que el director no mostraba desde los ya lejanos tiempos de From Beyond (1986), esa gran película que aquí en España recibía el imperdonable título de Re-Sonator.

Pero encima de todo eso, la auténtica estrella del espectáculo es, una vez más, Jeffrey Combs. El actor fetiche de Gordon realiza aquí uno de sus mejores trabajos con el papel de Edgar Allan Poe, no porque se parezca al Poe histórico (que lo hace, sobretodo con su nariz de látex) sino porque logra verse cómodo en el personaje y otorga a él sus propias dotes como actor de culto. El Poe de Combs es una especie de Charles Chaplin macabro, horroroso por su patetismo, y al que la evolución de la trama convierte en un auténtico monstruo que deja aflorar los impulsos más oscuros que se ocultan en la mente de un hombre a quien el horror se le daba particularmente bien.

Los fallos del episodio se deben, quizás, a los "fallos" de la propia historia, ya que The Black Cat intenta ser fiel al relato de Poe aún en sus aspectos menos cinematográficos. La inverosimilitud de algunas situaciones hará mella en espectadores más exigentes en cuestión de argumento (aún cuando dichas inverosimilitudes queden más o menos resueltas en su desenlace), ya que, para bien o para mal, y aún con el factor biográfico de por medio, esta es una de las versiones de El gato negro más cercanas a la fuente. Aún así, vale inmensamente la pena, no sólo por ver uno de los mejores episodios de Masters of Horror, sino también por ver como Stuart Gordon, un director que últimamente está teniendo una muy buena racha, se atreve con una ambientación de época y sale airoso. Muy airoso.

viernes, octubre 12, 2007

Reseña: Ultracuerpos (1993)

La tercera versión de Los ultracuerpos, dirigida esta vez por el singular Abel Ferrara, es la que más se aleja tanto de la novela de Jack Finney como de las versiones cinematográficas de Don Siegel y Phillip Kaufman. Simplificada hasta en el título, esta tercera encarnación de la primera mitad de los noventa es, sin embargo, la que mejor abraza sus posibilidades de cine de género, ya que podemos decir que Ultracuerpos (1993) parece más una película de terror que sus otras dos antecesoras, algo que hay que atribuir también a sus guionistas, entre los que se cuenta a Larry Cohen, Stuart Gordon y su fiel sidekick Dennis Paoli. Todos ellos han abordado la historia de la invasión alienígena introduciendo grandes cambios que separan esta versión de las anteriores al mismo tiempo que demuestran respeto por los que han transitado el mismo camino.

Si algo se puede destacar a primera vista es como la película va al grano desde el principio, cuando Steve Malone y su familia llegan a una aislada base militar de Alabama, donde el padre debe supervisar el tratamiento de unos residuos tóxicos. Al observar, sin embargo, el extraño comportamiento de los soldados (que se manifiesta en una psicosis colectiva que les hace creer que sus compañeros "ya no son las mismas personas"), Steve cree que los químicos almacenados en la base están dañando la frágil psique de los reclutas. En realidad, lo que Steve termina por presenciar es como toda la base es víctima de una invasión alienígena que poco a poco va reemplanzando a sus habitantes por clones del espacio exterior.

Como podemos ver, la ambientación en una base militar es lo que, a primeras, diferencia a la película de Ferrara de las versiones anteriores de los ultracuerpos. El recinto militar en el que se sitúa la historia sirve los propósitos de la trama y otorga a la invasión alienígena una carga distinta, al colocarla en un ambiente que ya de por sí fomenta la sumisión y la conformidad. Incluso el personaje del psiquiatra (un Forest Whitaker de su época de eterno secundario), que en las versiones anteriores era un ente dominante, aquí parece doblegado, impotente ante el brutal y nada sutil despliegue de autoridad de los ultracuerpos, quienes han empezado por suplantar a las máximas figuras de jerarquía (entre las que contamos al siempre destacable R. Lee Ermey en su eterno papel de sargento cabronazo). Otra cosa en la que Ferrara innova es que, a diferencia de las versiones anteriores, Ultracuerpos ofrece dos puntos de vista distintos en su narración; si bien Steve Malone podría ser el equivalente de los personajes interpretados en su día por Kevin McCarthy y Donald Sutherland, el verdadero protagonismo recae sobre su rebelde hija adolescente y la tirante relación que lleva con su madrastra. Esta última, interpretada por Meg Tilly, tiene la suerte de reservarse las mejores escenas de la película, aquellas en las que la extraña mutación extraterrestre empieza a devorar a la familia Malone y a cerrar el cerco alrededor de los protagonistas.

El estado de paranoia de la historia es esta vez muy breve, y la cinta muy pronto se va por los derroteros del terror al narrar el escape de la familia (y del joven guaperas que la chica se ha agenciado) de la base militar. A partir de allí la película se decanta por los juegos de identidades intercambiadas, en ocasiones de forma bastante reiterativa y predecible. Si bien hay que reconocer que Ferrara logra momentos genuinamente inquietantes (hay cierto guiño a la versión de Phillip Kaufman al incluir aquí el ya famoso grito que hacen los ultracuerpos al descubrir a un humano), su versión no logra ser tan redonda como las anteriores. Además, Ferrara parece contradecir en ocasiones sus propias reglas únicamente para conseguir más escenas inquietantes, con resultados variados según la ocasión. Lo que sí ha sabido, sin embargo, es armar un elenco efectivo, incluyendo una joven Gabrielle Anwar que despierta el necesario interés como la joven chica de los Malone.

Al final, el director deja el desenlace bastante abierto, sin decantarse por los extremos ya vistos en el trabajo de sus predecesores. Dicho final, sin embargo, se siente incompleto, y no tiene la fuerza que la historia merecía. A pesar de esto, y por ser la que mejor abraza el contenido terrorífico de la historia (aunque sea en sus formas más convencionales), Ultracuerpos es una película a considerar. Aunque no tenga la fuerza de sus encarnaciones anteriores, es lo suficientemente independiente como para alcanzar méritos propios y convertirse al menos en una referencia dentro del fantástico terrorífico de los noventa.

lunes, octubre 08, 2007

Reseña: Disturbia (2007)

Tal como ocurrió el año anterior con Cuando llama un extraño (2006), los responsables de Disturbia (2007) han creado con su película una actualización en clave teenager de un famoso thriller de antaño. Si bien en ningún momento se menciona explícitamente que esta cinta sea un remake de La ventana indiscreta (1954), la influencia del clásico de Alfred Hitchcock es más que evidente, hasta el punto en el que ciertas escenas puntuales reproducen de forma bastante fiel las peripecias por las que tuvo que pasar James Stewart como consecuencia de estar fisgoneando allí donde no debía. La obsesión del personaje protagonista por exponer ante todos el Mal que se esconde en la figura de su vecino es también una oda a Noche de miedo (1985), y aunque en esta ocasión dicha amenaza no esconde un origen sobrenatural, no por eso dejamos de encontrar guiños más que evidentes a la cinta de Tom Holland, de la que curiosamente casi nadie ha hecho mención a la hora de hablar de película que hoy nos ocupa.

Lo que hace que Disturbia sea, sin embargo, más que una simple bastardización de una gran obra es que ha sabido aprovechar la distancia cronológica que la separa de su predecesora para introducir ciertos elementos nuevos. No es casualidad el hecho de que se nos muestre que su joven protagonista, aislado del mundo por culpa de los seis meses de arresto domiciliario que le han caído encima, haya conseguido alcanzar una ventana al exterior no sólo por medio de los prismáticos, sino también gracias a artilugios tecnológicos propios de nuestra época. Ipods, videocámaras, teléfonos móviles y conexión a Internet están allí (además de como descarados ejemplos de product-placement) como elementos indispensables para el desarrollo y puesta en escena de momentos muy puntuales. Incluso el pequeño localizador sujeto a la pierna del protagonista y que comunica sus movimientos a la policía es usado como catalizador del conflicto. Y es precisamente el empleo de esa tecnología lo que ahonda en la paranoia que poco a poco se va apoderando del personaje; el momento en el que Disturbia reproduce una de las secuencias más angustiosas de La ventana indiscreta encuentra un filón aún más inquietante precisamente gracias a la tecnología y a nuestra obsesión por la imagen.

En el clímax, sin embargo, es cuando la película logra desligarse de sus principales referencias y alcanzar su propio valor. El instante en el que el atrevimiento del protagonista da sus frutos y comienza a escarbar en el horror que ha intuido es, sin duda alguna, lo mejor y más sobresaliente. Es entonces cuando la película abandona prácticamente toda su sutileza adolescente y convierte la apacible superficie de ese extrarradio de clase media/alta en una auténtica pesadilla que se muestra como un juego de cajas chinas, un horror tras otro que se muestra a todo aquel que desee arañar un poco más la glamorosa cubierta de ese idilio burgués. Es entonces cuando entendemos realmente el título y es entonces cuando la cinta toma vuelo y compensa en gran medida sus carencias anteriores.

Estas carencias están latentes, por supuesto, en la superficialidad con la que se tocan algunos aspectos aparentemente importantes de la trama, como es por ejemplo la supuesta desesperación del protagonista producto de estar encerrado y que, en definitiva, es lo que le lleva a obsesionarse con la vida de sus vecinos. Quizá también podamos reprocharle un inicio bastante lento y una excesiva recreación en largos momentos cómicos que parecen estar allí para abultar el tiempo de metraje a hora y media.

Pero todos estos defectos son mínimos comparados a la sorpresa que ha sido encontrar en Disturbia uno de los estrenos más disfrutables de la temporada. Aun en el supuesto caso de que las versiones adolescentes de antiguos clásicos no sean del agrado del que lea esto, sólo por la ingeniosa actualización del vouyerismo imprudente y por ese angustioso clímax, esta es una película que vale la pena recomendar.

sábado, octubre 06, 2007

Tres tristes trailers 9

Todavía sin fecha de estreno en España, P2 (2007) se ha granjeado ciertas expectativas principalmente por la participación de Alexandre Aja y Grégory Levasseur en el guión. Digo "principalmente" porque la situación de la que parte (una mujer atrapada en un parking y acosada por el psicópata guardia de seguridad) no es algo que me parezca particularmente atractivo. No solamente estamos hablando de un concepto difícil de mantener a lo largo de hora y media de metraje, sino que incluso la idea es un refrito de Throttle (2004), que a su vez ya era un refrito de Trapped (1989). En todo caso, faltas de originalidad aparte, habrá que ver si Aja y Levasseur logran estar a la altura de la confianza que hemos depositado en ellos tras sus películas anteriores. Por mi parte, este avance no hace mucho por curar mi escepticismo. A manera curiosa, alguien me ha recordado que el título original de Throttle iba a ser E5. Yo es que me parto de la risa.

Mucho mejor pinta tiene The Midnight Meat Train (2008), película con la que el director japonés Ryuhei Kitamura promete traernos la mejor adaptación de la obra de Clive Barker que hemos tenido desde los tiempos de Candyman (1992). Aparte de esas imágenes que hemos podido apreciar en el avance (y que prometen una carnicería como las que el autor británico nos deja caer de cuando en cuando), hay algo que me llama irremediablemente a esta película y que puedo resumir en dos palabras: Vinnie Jones. La escogencia del ex-futbolista y actual tipo duro en el papel del asesino en serie que acosa el metro de la ciudad no puede calificarse como menos que idea genial. Alguien por ahi merece un aumento de sueldo ya.

Y como no podíamos dejar los remakes de lado, nos encontramos aquí con el avance de Funny Games (2008), con la que su director, el alemán Michael Haneke, reproduce cuadro por cuadro su propia obra de 1997, sólo que ahora en inglés y con actores más "internacionales". Sin embargo, parece ser que en esta ocasión la película se va por ciertos derroteros humorísticos que la versión austríaca no tenía, algo que podemos intuir por el tono en el que está presentado el avance. Del resto, todo es un trabajo de copia milimétrico, hasta el punto en el que la casa en la que se desarrolla la acción (una pareja con su hijo pequeño son secuestrados en un sitio apartado por dos jóvenes que les harán acometer retorcidos juegos para su no tan sano entretenimiento) ha sido construida siguiendo fielmente los planos de la original. ¿Cultura de la copia o vampirismo cinematográfico? ¿Y por qué no los dos? Habrá que ver con qué nos ha salido el director de Caché (2005) en esta ocasión. Esperemos que algo bueno.

martes, octubre 02, 2007

Listas sacrílegas: las 11 mejores películas de terror de los años noventa

Hace unos días se me ocurrió dejar una lista con las once mejores películas de terror de los años noventa. ¿Por qué once? Pues porque el diez es un número que está demasiado visto. ¿Por qué los noventa? Porque fue la década en la cual ya empezaba a tener más o menos conciencia de por qué me gustaba una película. En todo caso, había decidido someter la lista a votación porque a) me parecía más divertido y b) me libraba de tener que inventar algo que escribir durante varios días bajo la excusa de dar tiempo a los votantes. Ahora el pueblo ha hablado, y aquí tenemos las once mejores películas de terror de los noventa según los lectores de Horas de oscuridad. Obviamente, el sistema de puntuación ha requerido cierto nivel de creatividad, pero creo que ha sido bastante justo. Es cierto que los resultados no concuerdan al cien por cien con los que yo hubiera puesto, pero una cosa es la voluntad y otra la voluntad popular. En homenaje a estos lectores he decidido emplear (en la casi totalidad de los casos) los títulos con los que estas películas son conocidas en España. Así que empecemos:

Posición número 11:
Candyman (Bernard Rose, 1992)
Apenas entramos en la lista ya me topo con una injusticia, ya que Candyman es una película que yo, personalmente, habría puesto mucho más arriba. Probablemente estemos ante una de las mejores y más destacadas adaptaciones de la obra de Clive Barker (en este caso el relato corto The Forbidden), algo a tomar en cuenta especialmente dado el hecho de que no ha sido el propio autor quien ha echado mano de su material. No sé si quedarme con el genial monstruo urbano de Tony Todd, la banda sonora de Phillip Glass (compuesta, según dicen, sin que el famoso músico supiese de qué iba la película) o con la sobria dirección de Bernard Rose, de quien luego hemos sabido poco aparte de aquella película de Beethoven con Gary Oldman y un estreno menor como Snuff Movie (2005). Candyman, por su parte, ha generado hasta la fecha dos secuelas más que únicamente han trascendido como explotación del personaje. Esta primera película merece toda nuestra atención.

Posición número 10:
Horizonte final (Paul W.S. Anderson, 1997)
Y aprovechando que antes hemos mencionado a Clive Barker, la siguiente película de nuestra lista parece rendirle un más que merecido homenaje con esta interesante mezcla entre Hellraiser (1987) y Solaris (1972). Y es que Horizonte Final (Event Horizon en su idioma) es una de esas películas que nos caen por sorpresa, pero que inevitablemente reciben un culto cada vez mayor. Su director, Paul W.S. Anderson, nos dio con ella una pelicula de casas encantadas ambientada en el espacio exterior, y aquella máxima setentera de que en el espacio nadie oirá tus gritos se convierte aquí en una realidad. Espectadores más refinados pueden debatir sobre las referencias a la antes nombrada película de Tarkovsky (o en todo caso a la novela de Stanislaw Lem), pero yo me quedo con esas gotas de sangre en gravedad cero, con las visiones infernales estilo cenobitas, y sobre todo, con la mejor frase: "El infierno es sólo una palabra. La realidad es mucho peor".

Posición número 9:
Vampiros (John Carpenter, 1998)
Si bien yo, particularmente, no la habría colocado en la lista, puedo entender las razones por las cuales esta película de John Carpenter ha alcanzado una posición tan elevada en las preferencias de los votantes. Después de todo, en Vampiros encontramos los últimos vestigios de ese Carpenter que hacía apología de los tipos duros a los que ha dedicado un gran número de sus mejores películas. En esta, los machotes a los que nos referimos conforman la cuadrilla de cazadores de vampiros más pendenciera de los últimos años, "agentes especiales" del Vaticano liderados por un James Woods directamente salido de un western de Sergio Leone. Asimismo, uno de los mayores alicientes de la cinta es que, en una década marcada por los vampiros amanerados, Carpenter fue de los pocos directores capaces de volver a ponernos en contra de los chupansagres. Porque seamos honestos: ¿quien no quiso unirse entonces a Jack Crow para ajusticiar monstruos a plena luz del día? Respuesta: nadie.

Posición número 8:
The Ring (Hideo Nakata, 1998)
Independientemente de los debates acerca de su calidad (ya se sabe que prefiero por mucho su remake americano) no hay discusión posible en torno a las consecuencias de que se haya estrenado una película como The Ring (Ringu en original). No olvidemos que fue precisamente gracias a esta película que se concretó la reciente fiebre del terror japonés, que en la práctica no es más que la manifestación pop del kwaidan (relato popular de fantasmas de la cultura nipona). Nakata, principalmente, sería la punta de lanza de un género que en la actualidad nos ha desbordado, y que como todos, nos ha traído obras maestras y auténticos bodrios. The Ring puede que no sea para mí uno de sus mejores exponentes, ya que resulta más una historia detectivesca que una película de terror al uso, pero sólo por lo que generó ya merece estar acá. Su director alcanzaría posteriormente cimas mucho más altas y un billete a Estados Unidos, donde en este momento, al parecer, se encuentra ultimando los detalles de la tercera parte de su versión americana.

Posición número 7:
Scream (Wes Craven, 1996)
Indiscutible también es la influencia que ha ejercido Scream en el cine de terror de los últimos años. Si bien estamos ante la que, probablemente, ha sido la última gran película de Wes Craven, es sin duda alguna el guionista Kevin Williamson quien ha salido mejor parado de la experiencia. Con su fórmula revisionista del slasher adolescente destinado a los grandes públicos juveniles, Scream generaría una fila interminable de imitadores, entre ellos el propio Williamson, quien acometió personalmente algunas de las más descaradas explotaciones de su éxito original. Dos secuelas (con una posible tercera acercándose) nos indican que el pozo aún no se ha secado. Algunos hemos lamentado bastante estas edulcoradas historias de asesinos enmascarados, pero esta primera parte merece una consideración mucho mejor. Su éxito comercial creó escuela, y sólo por eso (y por los increíbles primeros diez minutos) merece estar en esta lista.

Posición número 6:
Razas de noche (Clive Barker, 1990)
Segunda película de Clive Barker como director, Razas de noche (Nightbreed) fue una película que, como hemos dicho antes, llegó en un muy mal momento. El fracaso comercial de su estreno y su posterior elevación a estatus de culto durante su paso al formato doméstico nos dice que para 1990 el público no estaba preparado para una historia de terror en la que los monstruos eran, para variar, los buenos de la película. Probablemente se trate de una de las muestras más extrañas de Clive Barker, deudora más de la fantasía oscura de muchos de sus libros que de las sadomasoquistas horripilancias de Hellraiser y sus secuelas. A rescatar y reinvidicar: el maquillaje de las criaturas y el personaje de David Cronenberg, quien se luce aquí como actor a las órdenes del vigoréxico amante de los garfios colgantes más famoso del cine.

Posición número 5:
El ejército de las tinieblas (Sam Raimi, 1993)
Si hay una cinta que indiscutiblemente merece estar en este ranking es, para qué dudarlo, El ejército de las tinieblas (Army of Darkness), tercera parte de la trilogía comenzada por Sam Raimi con Evil Dead (1981) y Evil Dead 2 (1987). Para los tribunales de esta página, el culto por esta película (una de las más desternillantes comedias de terror de la década) es indispensable si se quiere evitar el ostracismo. ¿Qué puede ser mejor que una hora y media de Bruce Campbell repartiendo leña? La odisea de Ash en tiempos medievales luchando contra los demonios motosierra en mano es un catálogo de secuencias gloriosas, entre las que destacamos el enfrentamiento con un Doppelganger, un cementerio lleno de esqueletos vivientes y una visita más a una cabaña acosada por las fuerzas del Mal. Incluso antes de los créditos finales (al menos del final original) nuestro héroe reparte castigo del bueno. Hail to the King, baby!

Posición número 4:
El proyecto de la bruja de Blair (Daniel Myrick y Eduardo Sánchez, 1999)
A pesar de que ha sido nombrada por casi todos los votantes de esta lista, no existen casi opiniones moderadas acerca de una película como El proyecto de la bruja de Blair. Prácticamente cada voz que menciona esta cinta la califica como una obra maestra o la mayor tomadura de pelo de todos los tiempos. De lo que sí podemos estar seguros es de que se trata de toda una obra maestra del marketing, por mucho que Rugero Duodato ya hubiese llevado a cabo la misma idea casi dos décadas antes con Holocausto caníbal (1980). El duo Myrick/Sánchez, sin embargo, logra algo que va más allá del éxito comercial: un miedo auténtico que se mete en el cuerpo aún a sabiendas de que aquello que contemplamos es falso. Ya se sabe que el terror, como la risa, es algo subjetivo, y esta cinta es uno de esos casos que siempre se mencionan.

Posición número 3:

Entrevista con el vampiro (Neil Jordan, 1994)

En la tercera posición tenemos a los vampiros de Anne Rice haciendo de la suyas y reviviendo viejos mitos a la vez que ofrecen ligeras innovaciones. Me explico: tras los vampiros gamberriles de los ochenta, el exquisito Neil Jordan volvió a ofrecernos refinados y aristocráticos chupasangres llevando a la pantalla la obra de la escritora que en otro tiempo (antes de pasarse a las filas del cristianismo duro) fuera la diosa de los niños neo-góticos. Sin embargo, en Entrevista con el vampiro no se aprecia una vuelta a los monstruos sibaritas de la Hammer y compañía, sino que se dota a los amanerados seres de colmillos largos de una sexualidad fría y decadente que les convierte en los auténticos protagonistas de un melodrama muy bien estrucuturado, y no en bestias enfrentadas a un paladín del bien. Sin duda alguna, una de esas piezas indispensables de la década.

Posición número 2:

Drácula de Bram Stoker (Francis Ford Coppola, 1992)

Ya que hablamos de vampiros, el más grande y legendario de todos ellos no podía dejar de tener un sitio de honor en esta lista, especialmente si consideramos que la adaptación de Francis Ford Coppola es una de las más singulares y magistrales que se han hecho hasta ahora. La única, además, que llevó la historia del conde a derroteros completamente distintos a aquellos que habíamos visto en las producciones de la Universal o la Hammer. Y es que Drácula de Bram Stoker, aparte de ser una de las más extravagantes e incomprendidas películas de los noventa, es una lección de historia del cine de terror como pocas. Gary Oldman ya puede echarse a dormir luego de haber reiventado al conde de Transilvania, y Coppola bien que podría hacer lo mismo, porque no ha vuelto a levantar cabeza como director desde entonces. ¿Y qué más da? Obra maestra.

Posición número 1:

En la boca del miedo (John Carpenter, 1994)

La siempre polémica primera posición corre a cargo de John Carpenter y su siempre mentada En la boca del miedo, conocida como En la boca de la locura en Hispanoamérica y como In The Mouth of Madness en su idioma original. Cambios de nombre aparte, esta película de ambiente pseudo-lovecraftiano siempre sale a cuento a la hora de hablar de cuál es la mejor película de terror de Carpenter. Esa discusión puede prolongarse hasta el infinito, pero de lo que sí no me cabe duda es de que se trata de la última gran película de su director. La pesadillesca búsqueda de John Trent a través del infierno literario de Hobb's End ha conseguido reunir todas las cualidades para alzarse como la preferida por los lectores de Horas de oscuridad, y la verdad es que es una muy buena opción. Con dos entradas en esta lista, los fans de Carpenter pueden darse por satisfechos. Una razón más para creer que el maestro aún puede resurgir de sus cenizas.

Y bien, esta ha sido la lista con las once mejores películas de terror los noventa según la voluntad popular de los visitantes de esta página. ¿Omisiones? ¿Descontentos? Sin duda alguna. Por mi parte echo en falta la mención a El sexto sentido (1999), de M. Night Shyamalan o Braindead (1990), de Peter Jackson, a la que (curiosamente) sólo dos de los participantes han mencionado. Pero bueno, ya se sabe que en la vida nada es perfecto. Aquellos que llegaron tarde a la votación pueden terminar de redondear la lista en los comentarios, como de costumbre. Muchas gracias a los que sí llegaron a tiempo, y hasta la próxima aclamatoria populista.