Mi primer contacto con Suspiria (1977) llegó tarde; ni siquiera fue la primera película del director italiano Darío Argento que llegué a ver, y ya tenía una idea aproximada de la trayectoria de este realizador y de su influencia en el cine italiano de horror de la época, o al menos de la idea que se tenía de él fuera de su Italia natal. Es por todos sabido, por ejemplo, que si bien Argento no creó el subgénero cinematográfico conocido como giallo (término que por cierto tiene un significado distinto dentro de Italia que fuera de ella) sí fue el que lo popularizó e hizo reconocibles sus esquemas gracias a trabajos como El pájaro de las plumas de cristal (1970), El gato de las nueve colas (1971) y Cuatro moscas sobre terciopelo gris (1972). Tras estos vistosos títulos llegó Suspiria, su primera película de terror propiamente dicha y considerada por muchos como su mejor trabajo, con el permiso quizás de Rojo oscuro (1975). Es ella también la que popularizaría varias constantes que habrían de repetirse en su obra de terror posterior: una marcada extravagancia estética, la figura de la Mujer como centro del horror y sus ya conocidas colaboraciones con la banda Goblin, que realizaron en esta película una de sus bandas sonoras más celebradas, la cual fue compuesta antes del rodaje (una práctica por otro lado común en gran parte del cine italiano).
El argumento de Suspiria hace pensar en una transición del cine de Argento al mezclar el tema de lo sobrenatural con el misterio alrededor de un crimen típico del thriller italiano. La película toma la perspectiva de una joven americana que asiste a una prestigiosa academia de ballet en la ciudad alemana de Friburgo, escuela que en realidad esconde un secreto relacionado con antiguos círculos de magia negra. Es bien conocida la influencia a la hora de escribir el guión del ensayo Suspiria de Profundis, de Thomas de Quincey, en la que se hace mención de tres poderosas brujas que serían utilizadas por Argento en su trilogía de las "tres madres", pero este texto es sólo una inspiración que poco tiene que ver con lo vendría después. A pesar del siniestro subtexto de la historia, uno de los mayores logros del director es ese conseguido tono de cuento de hadas presente no sólo gracias a la estética colorista y a la música, sino también a la recreación deliberadamente infantil de las jóvenes alumnas de la academia (las niñas del guión original fueron sustituidas por adolescentes para evitar posibles actos de censura debido a la naturaleza violenta de la película, si bien Argento no cambió ninguno de los diálogos e incluso ordenó colocar los pomos de las puertas a gran altura para que las chicas tuviesen que estirar los brazos para abrirlas). Este ambiente de inocencia roto por los hechos abiertamente violentos con los que la película abre desde el inicio imprime un tono muy singular al argumento que deja muy marcado el caracter irreal de todo lo que ocurre.
Irreal es de hecho la palabra más apropiada que se me ocurre; todo en Suspiria es artificioso, desde la inmensa academia de baile donde ninguna sala es igual a la anterior, hasta la omnipresencia del color rojo tanto en la iluminación como en la fluorescencia de la sangre. Sumamos a esto la general estridencia de la banda sonora de Goblin y es fácil darse cuenta de por qué esta película es más recordada por sus derroches estéticos que por su argumento (bastante básico y sencillo incluso para los estándares de la serie B italiana), aparte de que esta vistosidad y el carácter estilizado de algunas de las muertes hacen fácil perdonar un desenlace apresurado y algunos efectos sonrojantes como el del murciélago de pega. Es este quizás el único momento risible de una cinta que por lo general castiga duramente a sus personajes con elaboradas y truculentas escenas de muerte, algo por lo demás típico en el cine de Argento pero pocas veces tan estilizado como en esta película.
Personalmente (única aportación posible ya que de esta cinta se ha hablado mucho), Suspiria nunca me ha parecido la mejor película de Darío Argento, aunque reconozco que todavía tengo pendiente parte de su filmografía. A menudo se usa el argumento de la estética irreal para justificar un argumento supuestamente caótico, pero no creo que sea así. De hecho el argumento es tremendamente sencillo y el misterio de la academia de ballet y su conexión con la brujería es algo que queda claro prácticamente desde temprano. Con todo y eso no se puede negar que con esta película el cine de terror del director italiano quedaría eficazmente inaugurado, y aunque no sea en mi opinión su película más redonda, sí es una de las más coherentes en cuanto al tono empleado y una de las más impresionantes en su uso de una estética delirante y original, tendencia a la que Argento daría continuidad en las otras dos componentes de su trilogía, Inferno (1980) y Mother of Tears (2007), las cuales también habrán de caer por aquí en algún momento. Esta estética y la tendencia a un tratamiento abiertamente fantástico de su premisa hace que me cueste considerar la película como una cinta perteneciente a las variantes más viscerales del cine de miedo, con lo que su pertenencia al género de terror creo yo tiene más que ver con el reconocimiento por parte del espectador de varios códigos y arquetipos del típico relato sobrenatural, y no tanto con el hecho básico de asustarse. De todas formas, como punto de partida para acercarse a la filmografía de Argento o al horror italiano de finales de los setenta y principios de los ochenta, no se me ocurre nada mejor.