Durante los últimos meses se ha hablado mucho de esta secuela (dirigida en esta ocasión por el español Juan Carlos Fresnadillo), y aún antes de estrenarse ya eran muchos los que aseguraban que sería superior a la irregular primera parte. Algunos incluso lo han visto así. Por desgracia debo sumarme a la opinión contraria. Si bien dista mucho de ser una mala película, la verdad es que 28 semanas después no es una cinta demasiado destacable. No solamente no es mejor que la primera, sino que incluso me ha hecho preguntarme si no fuí demasiado duro al juzgar a su predecesora, que al menos, sin ser una gran película, tenía un estilo propio, y a pesar de caer en reiteradas referencias argumentales a la entonces trilogía romeriana, sabía compensarlo con una estética realmente original (aunque fuera en su mayor parte producto de sus limitaciones técnicas). En cambio, el look amateur de la primera parte ha desaparecido en la película de Fresnadillo, que apunta más hacia la acción y la muestra de aquellos detalles que funcionaron antes... pero ahora en grande.
Primero lo bueno: los diez primeros minutos de cinta, cuando los infectados toman por asalto una cabaña donde se refugia un grupo de supervivientes, son magistrales, intensos, asfixiantes. Por desgracia, ningún otro momento de la película está a la altura de esta primera escena. Por el contrario, una vez que entra en acción la trama de los soldados americanos tomando el control de un Londres solitario, la cinta sufre un bajón considerable. Una vez que el virus brota de nuevo entre la población y el caos se apodera de la zona de control americana, asistimos a una repetición de los esquemas de la primera parte, sólo que desganados y cansones. A diferencia de lo que ocurría en 28 días después, en esta ocasión los personajes son mucho menos interesantes (lo que hace más difícil preocuparse por su supervivencia), especialmente el que interpreta Robert Carlyle (actor que, irónicamente, rechazó participar en la primera parte), cuyo desarrollo a lo largo de la trama resulta inverosímil e inexplicable hasta decir basta.
Lo que tenemos entre manos es una explotación banalizada de la primera película, y si bien es cierto que contiene algún que otro momento bueno, también muestra demasiados puntos muertos, demasiados agujeros argumentales, demasiados giros sin explorar y, sobre todo, muy poco interés en "tomar el pulso" a sus personajes. Ha habido algunos críticos que han querido ver en la historia cierto paralelismo con la situación de los soldados americanos en Irak, pero yo francamente no veo esa relación por ningún lado. La presencia del ejército de los Estados Unidos la veo más como una jugada de los productores de ese país para buscar la atención del público de casa, porque la verdad es que la nacionalidad de la fuerza de ocupación es absolutamente irrelevante. Y es que en el fondo ese es el problema de toda la película: todo es tan intrascendente, tan irrelevante, tan "de manual de estilo" que, realmente, no hay nada que haga destacar la cinta, como no sea sus escenas de acción que en realidad son un calco de su predecesora, además de otras películas como The Crazies (1973), a la cual se hace referencia de forma muy poco disimulada. Para colmo, el final tiene poca garra, aunque por razones muy distintas a las de la película de Danny Boyle.
Es una cinta bien hecha, sin duda alguna, y vale la pena un visionado, siempre que se acepte de antemano que estamos ante uno de los estrenos menores del año, y no la Película (con mayúscula) de zombis del 2007.