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viernes, noviembre 28, 2008

Reseña: Los crímenes del museo de cera (1953)

Hace ya un tiempo se nos ocurrió aquí mencionar una película llamada Los crímenes del museo (1933), clásico de la era pre-código Hays que desapareció de la escena mundial por algunas censurables muestras de su trama y ejecución. Pues bien, veinte años después de su estreno, la gente de la Warner se sacó de la manga un remake que ha resultado ser, con el paso del tiempo, mucho más conocido que el original por la presencia de un actor: Los crímenes del museo de cera (1953), título con el que se conoce en España la película House of Wax, es principalmente famosa por ser la responsable de lanzar al estrellato al actor Vincent Price, quien aquí se luce en su papel de villano.

Otro motivo por el cual es conocida la cinta es que, a diferencia de su antecesora, la Warner le dio tratamiento de altos vuelos en la esperanza de hacer de ella el gran éxito de taquilla que efectivamente fue, algo nada trivial en una década en la cual los horrores góticos en el cine estaban desapareciendo en favor de la ciencia ficción. En el caso de la película que hoy nos ocupa, su éxito tuvo mucho que ver con una cuestión meramente técnica: la cinta fue rodada en 3-D, y de hecho fue la primera película de un gran estudio para la cual se empleó dicha tecnología. Cabe destacar un detalle que hoy en día todos saben pero que no puedo resistir la tentación de mencionar, y es que su director, André de Toth, era ciego de un ojo y por lo tanto no podía apreciar el efecto.

Al haber sido rodada cuando ya el código Hays estaba en plena vigencia, esta versión de Los crímenes del museo realiza grandes cambios a la historia que van más allá de la ambientación cronológica (finales del siglo XIX en lugar de los años treinta en la que el original se ambientaba), ninguno de ellos demasiado afortunado. Fuera del personaje de Price, el guión no tiene un sólido protagonista masculino, y la desaparición de la heroína de la primera película deja en esta una damisela indefensa más acorde con los estereotipos femeninos del cine de la época. La visión que la película tiene de la policía está dotada de la típica "ingenuidad" de los cincuenta: los polis son héroes que acuden a caballo a rescatar a la dama en apuros, a pesar de que su investigación resulta poco menos que prescindible (la naturaleza del villano y de sus crímenes está clara casi desde el principio, así que los detectives están todo el tiempo descubriendo cosas que el público ya sabe). Los toques de censura también se notan en detalles más sutiles, como el cambio de un yonki en la película original por un alcohólico y la visión un poco más cómica de los villanos, entre los que se incluye un jovencísimo (y entonces desconocido) Charles Bronson.

La llegada del formato digital nos ha traído una versión bastante bien restaurada de Los crímenes del museo de cera, aunque por desgracia el efecto 3-D, no ha sido rescatado (quien sabe si lo hará para futuras ediciones). La película queda así despojada de uno de sus mayores atractivos, dejando una cinta mucho mejor a nivel técnico que su predecesora, pero definitivamente inferior a nivel de atmósfera o genuino valor como cine de terror. El verdadero punto de superioridad de esta versión reside, sin embargo, en que la original no tiene a Vincent Price. De hecho, el ahora actor de culto hace un trabajo magnífico tanto en su faceta original de artesano idealista como en su posterior transformación en villano. Incluso el momento climático del "desenmascaramiento" es perfecto, y al verlo no cuesta para nada creer por qué Price se convirtió en una pieza rentable en el cine de terror de la época.

Hoy en día Los crímenes del museo de cera sobrevive como entretenimiento nostálgico y como pieza de valor histórico. Como película no pasa de ser una historia un tanto ingenua que se salva principalmente por la tremenda presencia de Vincent Price. Como ya todos saben, sin duda, esta película sería realizada una tercera vez en la forma de La casa de cera (2005), remake sólo nominal en la que la idea del asesino que hace estatuas de cera con sus víctimas servía de base para un slasher juvenil que poco (más bien nada) tiene que ver con este trabajo del que hoy hablamos.

lunes, noviembre 24, 2008

Reseña: Abierto hasta el amanecer (1996)

El año pasado los directores Quentin Tarantino y Robert Rodríguez lanzaron uno de sus proyectos más publicitados hasta la fecha, una sesión doble llamada Grindhouse en los que emulaban los éxitos de serie B que más les habían influenciado bajo la forma de una película que en realidad eran dos. Sin embargo, ambos directores ya habían hecho lo mismo más de una década antes con Abierto hasta el amanecer (1996), aunque en menor medida.

Repetirlo a estas alturas es un necesario topicazo: Abierto hasta el amanecer son en realidad dos películas: la primera, en la que se narra la huída de la Ley de los hermanos Gecko hasta el momento en el que secuestran una caravana donde viaja una familia, tiene el indudable sello de Tarantino, desde la presencia de Harvey Keitel en el rol de un pastor protestante que ha perdido la Fe hasta los largos diálogos sobre (aparentes) nimiedades. Es cierto que hay secuencias típicas de Robert Rodríguez en el caricaturesco tiroteo de la primera escena, pero en general esta primera película es de QT. La segunda parte, eso sí, donde los maleantes y la familia son sitiados en un perdido bar de carretera por una horda de vampiros, es una cinta completamente distinta en la que Robert Rodríguez deja salir todo su rocambolesco estilo de rodar escenas de acción encadenadas gracias a momentos de humor y a exageraciones varias.

Destripar las dos películas por separado es una invitación demasiado tentadora como para evitarla: la primera parte es sin duda la mejor, principalmente por George Clooney, quien para entonces no era muy conocido más allá de la serie Urgencias y a quien ciertamente nadie imaginaba como un héroe de acción. Suyas son algunas de las mejores líneas de diálogo y su presencia por sí sola ya lo anticipaba como estrella. Solamente la primera secuencia, la del tiroteo en la estación de gasolina, es de antología y pone la cinta muy alto.

La segunda parte, la de los vampiros, ya no me parece tan interesante más allá de imponentes secundarios como pueden ser Tom Savini (¡Sex Machine!) y Fred Williamson, además de una Salma Hayek que nunca ha estado tan sexy como en esta película. Todo lo demás no se me antoja demasiado destacable: la ambientación romeriana del estado de sitio está muy vista, e incluso los toques de humor presentes ya se habían hecho de forma similar (lo de las pistolas y globos llenos de agua bendita ya se había hecho en Night of the Demons 2 (1994), parte de una saga con la que esta película guarda varias semejanzas). Para colmo, el personaje de George Clooney, que tanto molaba en la primera parte, aquí está casi completamente olvidado y convertido en un héroe débil que pasa más tiempo huyendo que cualquier otra cosa. Ni hablar del personaje de Juliette Lewis, que pasa por cinco o seis personalidades diferentes a lo largo de la película. El único que realmente se mantiene arriba es Harvey Keitel, simplemente inmenso en su papel de recien-descubierto cazador de vampiros.

Con todo y esto, Abierto hasta el amanecer sigue siendo hasta la fecha un semi-clásico, aunque dichas razones se me escapen. Fans incondicionales de los dos directores responsables de su creación no necesitarán discutir sus evidentes virtudes, pero quizás (sólo quizás) el gamberrismo vampírico se me haga a mí mucho más apetecible en casos que hemos discutido aquí con anterioridad.

jueves, noviembre 20, 2008

Reseña: Saw 5 (2008)

El tagline de Saw 5 (2008) rezaba "no creerás como termina", lo cual no deja de ser curioso dado que la quinta entrega de esta saga, de hecho, no termina, y no parece en el fondo más que la introducción de lo que será la inevitable sexta parte. Tanto es así, que la hora y media de metraje que dura no parece estar tan interesada en hacer continuar la historia como en expandir aquello que ya habíamos visto en entregas anteriores, siguiendo eso sí el mismo esquema de doble argumento empleado a lo largo de toda la saga.

Saw 5 recupera, además, la estructura de la segunda parte mostrándonos a un grupo de personajes atrapados juntos en una serie de trampas de las que sólo podrán escapar aprendiendo a seguir las ambiguas reglas ante ellos trazadas. En esta ocasión, por desgracia, dichas trampas no resultan demasiado interesantes, y la auténtica relevancia de dichos personajes es uno de los muchos misterios que aparentemente se han dejado para una sexta entrega. Para colmo su predicamento está dotado de un guiño autoconsciente: digamos simplemente que estos personajes saben que están en una película de Saw y actuan como tal. El segundo eje argumental es, como no, la investigación que se realiza en torno a los crímenes de Jiggsaw y de su posible secuaz, a quien ya conocimos en la entrega anterior y que aquí se nos muestra con todo y su trasfondo anecdótico que relata cómo llegó a convertirse en el alumno aventajado del asesino en serie protagonista de la saga.

Dicha investigación no resulta, a decir verdad, demasiado interesante, y la verdad es que resulta extraño ver la exasperación que llega a provocar una película en la que las grandes preguntas que se había realizado el espectador en la cuarta entrega siguen sin resolver, ocupado casi todo el metraje en perpetuos flashbacks dedicados a la relación maestro/discípulo que, para colmo de males, incluso se dedican sin ninguna vergüenza a reciclar escenas y metraje de las películas anteriores, con lo que se hace más evidente que nunca el intento por estirar la saga más de lo necesario. Aunque sigo admirando la tenacidad de sus responsables en dotar de unidad todas y cada una de las películas de Saw, cada vez se hace más palpable la sobrexplotación de una franquicia que había quedado razonablemente bien cerrada en la tercera entrega y que ahora se ha extendido a niveles innecesarios. Aquellos que hayan disfrutado estas películas en su faceta más superficial (básicamente, lo grotesco de cada una de las trampas) tampoco saldrán demasiado satisfechos, ya que estas no son tan atractivas como en entregas anteriores, e incluso la participación del carismático Tobin Bell se ve seriamente reducida.

Eso sí; la auténtica sorpresa final de Saw 5 ha sido darme cuenta de que, realmente, no hay final sorpresa, ya que si nos fijamos bien todas las entregas de la saga terminan más o menos igual. Confieso que el clímax tiene su lado de emoción debido a las sabias artes manipuladoras de un serial que conoce bastante bien sus propios trucos, y la ya anunciada sexta parte volverá a atraer a todos los que han picado con esta quinta y las otras. Si ofrecerá una conclusión a la macro-historia del Jiggsaw Killer y su legado o si por el contrario se irá por esa espiral de la explotación que sólo puede terminar en autoparodia es algo que todavía está por verse.

domingo, noviembre 16, 2008

Escueta reseña relámpago de "Cuentos de la Cripta" (temporada uno)

No fue la primera ni la última vez que marcó la pauta a la hora de hacer televisión de calidad, pero en 1989 la cadena americana de pago HBO se sacó de la manga la serie Cuentos de la cripta, la cita semanal de terror basada en los famosos cómics de los cincuenta publicados por la EC. La serie, que contaba entre sus creadores con pesos pesados de la talla de Richard Donner, Joel Silver, Robert Zemeckis y Walter Hill, duraba apenas media hora, y en esos escasos treinta minutos aprovechaba la inmensa gama de libertades que da el no transmitir en abierto, además de saber conjugar una narrativa sólida con un sentido y sincero homenaje al material en el que se basaba. Con todo y eso, es cierto que no todos los episodios se basaron en Cuentos de la cripta, sino también en otras publicaciones de la casa EC, como The Vault of Horror y Shock and Suspense Stories. La primera temporada, formada de apenas seis capítulos, superaba con creces las aspiraciones de la ya famosa película de Amicus que se estrenara a principios de los setenta.
Al igual como ocurrió con su versión en papel, Cuentos de la cripta fue lapidada en su momento por los sectores más conservadores de la crítica, algo sorprendente ya que, al igual que su fuente, todos los capítulos eran fábulas morales en las que los malos siempre eran castigados al final, aunque fuera en medio de violencia explícita, exhibicionismo sexual y estrellas invitadas que casi siempre morían.
Como la tengo fresca en la memoria, aquí haremos un pequeño homenaje a lo más destacable de esta temporada.
Dos son aquí los episodios a destacar: el primero de ellos es All Through the House, magnífica pieza de terror navideño dirigida por Robert Zemeckis (y escrita por el otrora prometedor y hoy olvidado Fred Dekker), en la que una mujer que acaba de matar a su marido en Nochebuena es acosada por un psicópata disfrazado de Papá Noel. El episodio, remake de uno de los segmentos de la película de Amicus, supera con creces al original en el que se basa y ofrece un arco argumental clásico de Cuentos de la Cripta en cuanto al humor negro desplegado y el irónico twist final en el que los malos reciben su castigo. La trama cierra, además, arriba, con desgarradores gritos y un fatídico desenlace que sólo podemos adivinar. Mucho ojo, porque Zemeckis dirigiría otros dos episodios a lo largo de la serie que también se perfilarían entre lo mejorcito de las siete temporadas.
El otro capítulo destacable es Dig That Cat... He's Real Gone, una auténtica obra maestra dirigida por Richard Donner. El director de La profecía (1976) tiene como innegable base las obras de ambientación circense de Tod Browning como The Unknown (1927) o Freaks (1932), y trata de un hombre que no puede morir y que aprovecha dicha condición para ganar dinero como fenómeno de circo dejándose matar en escena. La fábula de Ulrich el Inmortal (el siempre simpático Joe Pantoliano) está rodada con un estilo puramente cinematográfico, la evolución de su argumento está estructurada como una sátira progresiva a la actitud del ser humano ante la violencia, y el final, aunque predecible, es grandioso por su coherencia con la hibiris del personaje. Vale la pena buscar la temporada aunque sea sólo por ver este capítulo, sin duda uno de los mejores de la serie entera.
El resto de los episodios son meramente anecdóticos aunque no carentes de fuerza: The Man Who Was Death, el primer capítulo, tiene la curiosidad de estar protagonizado por William Sadler, quien también protagonizaría Demon Knight (1995), la primera película basada en esta encarnación de la serie. Lo dirige un Walter Hill que por desgracia ya había dejado atrás su mejor época. Only Sin Deep, también escrito por Fred Dekker, es una vuelta perversa al concepto de La cenicienta mezclado con magia negra que también es clásico material de Cuentos de la cripta, mientras que Lover Come Hack To Me y Collection Completed son caso aparte; el primero lo dirige Tom Holland, y es el episodio más gore de toda la temporada. El segundo, dirigido por Mary Lambert, la misma de Cementerio viviente (1989), es una comedia negra sin mucha gracia que sólo destaca por su formato de sitcom sin risas.
La verdad es que me lo he pasado fenomenal revisionado la serie, con lo que no os extrañéis si volvemos a hacer uso de la estructura del blog para las siguientes temporadas. Eso sí, ya veremos cuando.

miércoles, noviembre 12, 2008

Reseña: P2 (2007)

Tal como ocurrió en su momento con Black Christmas (1974), o Silent Night Deadly Night (1984), P2 (2007) podría convertirse en la nueva película de visionado obligado al acercarse las fiestas decembrinas, tal como ya adelantaba maese Alvy Singer, a pesar de que la explotación de uno de los más típicos temores urbanos (psicópata acechando en un solitario parking subterráneo) ya se había realizado varias veces con anterioridad, más recientemente en la modesta Throttle (2005). Pero dicha falta de originalidad no deja de ser meramente anecdótica, ya que si P2 funciona lo hace por el sabio aprovechamiento de recursos no sólo del director Franck Khalfoun, sino también de sus guionistas y productores Alexandre Aja y Gregory Levasseur, el dúo dinámico que consigue aquí resultados mucho más interesantes que en su último trabajo.

Hablábamos arriba de recursos, y Khalfoun los tiene medidos casi a la perfección: el escenario (un auténtico parking) está tan bien empleado que casi podemos trazarnos un mapa mental de él a lo largo de la película, y la tensión que consigue en cada una de sus secuencias es muy efectiva considerando la escasa cantidad de personajes de los que hace gala el guión: al menos tres cuartas partes de la película sólo están ocupadas por los personajes de Rachel Nichols como la damisela en apuros y Wes Bentley como un imposible guardia de seguridad con una obsesión enfermiza por la cercanía humana en estas maravillosas fiestas familiares. Aparte de eso tenemos el ya acostumbrado empleo irónico de la banda sonora navideña e incluso una figurita de Elvis que, no sé por qué, no podía parar de notar.

Asimismo, y en disonancia con el antecedente de Alta tensión (2003) (con la que guarda grandes parecidos en algunos momentos), la película es bastante contenida en cuanto a lo explícito de su violencia, con apenas un par de escenas gore que sirven para equilibrar la balanza en una cinta más dada a un continuo juego del gato y el ratón en el que la mayor parte del tiempo se nos va en contemplar el generoso escote que se gasta Rachel Nichols (desde ya ocupando sitio de honor entre los mejores de esta década) en el ceñido vestido de fiesta con el que huye de su paciente perseguidor. Esta explotación, junto con lo básico de su propuesta, convierten a P2 en una de las más honestas y fieles miradas a los ochenta que hayamos podido ver últimamente, un parecido que se hace más evidente aún en sus muestras de grafismo publicitario.

Entre los problemas que personalmente podría hallarle estaría, principalmente, la escogencia de Wes Bentley para el papel antagonista. No porque su trabajo no sea eficiente (de hecho, el progresivo descubrimiento de la locura del personaje está bastante bien trabajado; al principio realmente nos cuesta creer que pueda causarle algún daño a esta mujer que dice amar) sino porque las características que el guión da al personaje se me antojan un tanto difíciles de creer en un guardia de seguridad joven y guapo. Otro problema serían algunas secuencias de ese clímax final que me indican asimismo que la película podría perfectamente haber durado veinte minutos menos sin perder ni un ápice de su fuerza. Por todo el resto, una película notable a decir verdad.

domingo, noviembre 09, 2008

Reseña: Saw 4 (2007)

Si hay una cosa que se le puede conceder a la saga de Saw (2004) es que, a diferencia de otras franquicias de terror de esas que escupen secuelas, sus responsables han hecho hasta lo imposible para dotar de cierta continuidad a todas las entregas iniciadas con aquel inesperado éxito de James Wan. A grandes rasgos, la película ha sabido jugar dentro de unas reglas establecidas que se mantienen casi siempre, lo cual hace que cada secuela se esfuerce por complementar a las anteriores, que es más de lo que se puede decir de otras incombustibles sagas. Por desgracia, ninguna de estas continuaciones ha logrado destacar demasiado, y todo parece indicar, ahora que esperamos el pronto estreno en España de la quinta parte, que las andanzas de Jiggsaw terminarán convirtiéndose en poco más que un placer culpable que servirá, en todo caso, para reseñar el tono explotativo de gran parte del horror mainstream de esta década.

Esta cuarta entrega, tercera dirigida por el destacado alumni Darren Lynn Bousman, es claro ejemplo de ello: es la primera de la saga en la que no participa ninguno de los responsables de la Saw original, y eso se nota. Decididos a exprimir su franquicia más exitosa hasta la última gota, Lionsgate echa mano de su bolsa de trucos y extiende la historia hasta lo indecible, arreglándoselas muy hábilmente teniendo en cuenta de que tanto el principal villano como su aprendiz la habían palmado al final de la tercera película. No contestos con eso, alguien parece haber realizado una exhaustiva lista de las cosas que la gente buscaba en una película de Saw y las ha resaltado hasta decir basta. Por desgracia, en esta ocasión las trampas no resultan muy imaginativas, y las pruebas por las que ha de pasar el supuesto protagonista para salvar su vida y rescatar a sus compañeros es por completo carente de interés. De manera que el verdadero corazón de la película está en los recurrentes flashbacks que explican los orígenes de Jiggsaw, las razones de su psicopatía y la verdadera naturaleza de sus motivaciones, que incluyen por supuesto una visión de su primera trampa.

Son todas estas secuencias las que constituyen el principal atractivo de la cinta y la auténtica explotación del personaje de Tobin Bell para convertirlo en un antihéroe de cómic, un psicópata sombríamente carismático, en fin, una versión pop de Hannibal Lecter. Alrededor de su figura gira toda la trama, lo que convierte en una experiencia harto curiosa rememorar el primer Saw, cuando la identidad del asesino era desconocida y únicamente veíamos su cara durante el ya archiconocido final sorpresa.

Es precisamente esto último uno de los elementos que más caracteriza a la saga y que aquí, evidentemente, no podía faltar. De hecho, no podemos hablar sólo de uno, sino de varios finales sorpresa simultáneos que intentan no solamente impactar al espectador sino también acometer la difícil tarea de dejar atados todos los cabos sueltos de entregas anteriores y justificar el legado post-mortem de Jiggsaw a través de un ingenioso vuelco narrativo que pone en entredicho incluso el orden cronológico de aquello que estamos viendo en pantalla. A un nivel de disfrute tremendamente básico funciona, a pesar de ser tremendamente inverosímil e innecesariamente rebuscado.

Los incondicioneles fanáticos quedarán con unas ganas terribles de ver la próxima quinta parte. Todos los demás probablemente descartarán la tortura que supone la eterna repetición esquemática de una saga que debería haber terminado con la tercera entrega o, mejor aún, no salir de los más modestos pero también más eficientes y disfrutables límites de su primera encarnación. Pasable pero sin más.

viernes, noviembre 07, 2008

Reseña: Wrong Turn (2003)

Si algo me queda cada vez más claro es la mala suerte que tuvo Rob Schmidt de que su película Wrong Turn (2003) (titulada aquí en España, por algún oscuro motivo que se me escapa, Kilómetro 666) nos pillara apenas al inicio de ese renacer del horror físico que caracteriza a tantos trabajos de esta década. Ese mismo año se estrenaron obras similares como La casa de los 1000 cadáveres (2003), Cabin Fever (2003) o el remake de La matanza de Texas (2003), todas ellas mucho más conocidas y que sin embargo seguían un camino que ya había mostrado el joven Rob Schmidt con esta historia de paletos montañeses mutantes que ahora nos ocupa. De haberse esperado unos meses, prácticamente nadie la habría maltratado con las críticas que en su momento se le pusieron: la presencia de Eliza Dushku como protagonista hacía referencia al renacer del horror teen de finales de los noventa, y tanto el argumento como la ejecución eran un evidente refrito de Las colinas tienen ojos (1977). Todos estos argumentos no dejan de ser ciertos, pero no son suficientes para condenar una película tan entretenida.

La mención arriba de la cinta de Wes Craven es competente por razones obvias; aparte de la ambientación (que cambia el desierto de Nevada por los bosques montañeses de West Virginia) y la sustitución del grupo familiar por el típico elenco de jóvenes, no hay mayor diferencia entre Wrong Turn y la ya famosa fábula de la familia mutante post-nuclear. Donde destaca quizás en que desde el principio empieza a meter caña, y la intro con los créditos ya nos presenta a la tribu de deformes e incestuosos montañeses que han sembrado de trampas su apartado bosque en busca de incautos viajantes que les servirán de alimento, trampas en las que obviamente caen los jóvenes y atractivos miembros del elenco.

Pero lo que falta en originalidad casi se compensa en una ejecución que demuestra el conocimiento de un legado: Wrong Turn tiene la mirada fijamente puesta en los setenta, y su director Rob Schimdt parece haber aprendido la lección al no escatimar esfuerzos en explotar los encantos físicos de sus protagonistas, a los que los depravados montañeses parecen ser inmunes. Algunas escenas resultan particularmente memorables, como aquella de la señorita Dushku escondiéndose debajo de una mesa sobre la cual sus perseguidores están preparando su macabra "comida". Al final, por supuesto, la película toma el ya clásico giro que determina que aquellos que en un principio veíamos como las víctimas deben necesariamente volverse aún más salvajes que sus captores si desean no sólo sobrevivir, sino llevar a cabo su (justa) venganza: el viejo esquema de Deliverance (1972) que constituya la auténtica base del survival horror.

Transcurrido gran parte del metraje, los excesos de Rob Schmidt, quien por desgracia no parece tomarse su película con mucho humor, pueden llegar a tornarse repetitivos, pero no olvidemos que la mayor parte del cine de terror de entonces venía de la sobresaturación adolescente y de los intentos desesperados por emular el éxito de las historias fantasmales tipo El sexto sentido (1999). Wrong Turn fue una de las primeras que intentó romper eso, al menos dentro del cine mainstream, y es eso lo que me hace recomendarla al menos una vez. Resulta bastante más efectiva de lo que la mayoría le concede.