sábado, febrero 27, 2010

Tres tristes trailers 27

El primero de nuestros tres tristes trailers de hoy es para una película que ya anda circulando y que se ha ganado un gran número de elogios, Cabin Fever 2, secuela de la opera prima de Eli Roth que, en esta ocasión, está dirigida por Ti West, un nombre que está dando mucho de que hablar últimamente y cuyo ritmo de trabajo crece como la espuma. Probablemente sea esto lo que haya despertado un mayor interés en una película que en un principio parecía destinada a la montaña de secuelas tardías en formato casero que se ha formado últimamente, pero todo parece indicar ahora, tras un nutrido grupo de opiniones favorables, que esta secuela/parodia de una bacteria carnívora suelta en medio de un baile de graduación es una de las mejores segundas partes de los últimos años. Prometo que la reseña está por caer.

Otra que está causando buenas reacciones es Shuttle, casi ignorada en el momento de su estreno pero que ha conseguido cierta repercusión en formato casero. El concepto de pocos personajes asolados en un contexto urbano me recuerda mucho a la ya comentada aquí P2, y ciertamente tienen similitudes en cuanto a la intención de crear un relato de horror minimalista que en este caso se centra especialmente en un grupo de jóvenes siendo acosados por el conductor de un bus de aeropuerto que ha decidido aprovecharse de su ingenuidad.

Y finalmente tenemos aquí la española Buried, de Rodrigo Cortés. Lo que mostramos no es un trailer, sino simplemente un teaser de 49 segundos que nos muestra la premisa de la película: un hombre que ha sido enterrado vivo por sus secuestradores. Esta es una cinta que también por lo visto ha cosechado muchos comentarios positivos a su paso por algunos festivales, y debo decir que me llama la atención a pesar de sus parecidos con otra cinta española relativamente reciente como es Zulo. Por fortuna, Buried parece estar más inclinada hacia el thriller y no hacia aquello de "la-verdadera-prisión-está-dentro-de-tí", y ya sólo eso me hace querer verla.

miércoles, febrero 24, 2010

Reseña: El hombre lobo (2010)

Así que finalmente, después de varios retrasos, por fin se ha estrenado El hombre lobo (2010). Tengan en cuenta que esta reseña está escrita muy poco tiempo después de ver la película así que sólo iré soltando unas cuantas ideas prematuras, aparte de que por la naturaleza de la historia es probable que haya uno que otro spoiler, aunque intentaré que sean pocos y sin importancia. En fin, como todos saben ya, El hombre lobo es un remake del clásico de Universal, estrenado en 1941 con Lon Chaney Jr. como protagonista. La idea de la que parte esta nueva versión (con Benicio del Toro como la bestia) es bastante similar: cuenta la historia de un hombre que viaja a Inglaterra tras la muerte de su hermano y es atacado por un licántropo, con el consecuente peligro para aquellos que le rodean.

He de decir que, en la película original, la muerte del hermano era un hecho apenas mencionado pero en este remake se convierte en la base del argumento y de un misterio que oculta una terrible maldición familiar. Esto es algo que de entrada me gusta, ya que es un hecho que siempre consideré estaba insinuado en el original pero que nunca se había explorado. El problema, y eso es algo que han señalado muchos de los que han visto la película, es que dicho misterio es demasiado sencillo y predecible hasta el punto de que cualquiera lo podrá pillar ya desde el principio, por lo que el énfasis de la película en el argumento no se ve recompensado con una historia tan interesante. Esto es una lástima porque se nota bastante que esta nueva versión de El hombre lobo intenta ser la película de licántropos definitiva; aparte de la cinta original de 1941, esta película es también un remake de las otras dos cintas de Universal dedicadas a esta criatura: El hombre lobo de Londres (1935), de Stuart Walker y Un hombre lobo americano en Londres (1981) de John Landis. Esto último es tremendamente evidente ya que hay situaciones dramáticas, giros argumentales y líneas de diálogos idénticas a las de estas dos cintas.

Ahora, una de las cosas que más se ha destacado de la película es su estética, pero incluso en esta hay algo que no termina de funcionar: el look victoriano de la cinta está ciertamente muy bien conseguido, pero choca frontalmente con el estilo que se ha empleado a la hora de rodar la película. La combinación de esta estética de period piece suntuoso y oscuro con cortes ultra-rápidos, extravagancias CGI y trucos visuales modernos me resulta extremadamente rara. Quizás esto sea una impresión completamente subjetiva, pero nunca pude desprenderme de la sensación de que la película era visualmente incoherente a pesar de tener momentos y planos de una belleza considerable. Y hablando de belleza, la británica Emily Blunt (el infaltable love interest del prota) es probablemente la que más me ha convencido en cuanto a actuación. El trío Del Toro/Hopkins/Weaving parecía estar ocupado en una competencia para ver cual de los tres sobreactuaba más. Este último detalle, sin embargo, tampoco es que me molestara tanto.

Todo esto ayuda a la idea de que el principal problema de El hombre lobo yace en la diferencia que hay entre las intenciones "serias" de este remake y su resultado final. Si la reducimos a sus componentes más básicos, la original era, después de todo, poco más que una película de serie B con una historia muy sencilla que aquí probablemente se haya inflado más de la cuenta para contar una trama de odios y rencores familiares demasiado simple y algo risible. Pero además, creo que esta nueva versión está algo confundida, como si no pudiese decidirse entre intentar hacer una pieza de época extravagante como el Drácula de Coppola o el Frankenstein de Brannagh o, por el contrario, una reinvindicación pop del monstruo que le toca. Quien sí parece tener las ideas muy claras es el (como siempre) genial Rick Baker, cuyo diseño del monstruo es no solamente espectacular sino también perfectamente coherente con la idea original acerca de la línea difusa que separa al hombre de la bestia. Del resto, esta película está más cerca del Hulk (2003) de Ang Lee que de la edad de oro de los monstruos de Universal. Eso seguro.

lunes, febrero 22, 2010

Reseña: Pandorum (2009)

Hacer una película de terror ambientada en el espacio no es cosa fácil; a pesar del claro antecedente que existe en el Alien (1979) de Ridley Scott, se tiende a considerar muy a menudo que la ambientación futurista y su irremediable asociación al sci-fi hace difícil la conexión emotiva con el público que debe tener toda cinta de horror que se precie. Esto sube los méritos de Pandorum (2009), una co-producción americano-alemana que no llegó a hacer mucho ruido en el momento de su estreno, pero que confío tenga una proyección mejor en otros formatos. Se trata asimismo de un proyecto personal del guionista Travis Milloy y el director Christian Alvart, con aspiraciones en un principio mucho más modestas que terminaron creciendo una vez que el guión fue levantando expectativas.

Lo cierto es que Pandorum es otra entrada en esa modalidad sucia de ciencia-ficción que toca el tema del viaje espacial como un hecho desprovisto de todo filón romántico, abordándolo mas bien como una caída en la locura producto de la suspensión en el tiempo y el vacío. El tono de la película y su esquema de estado de sitio tiene también grandes semejanzas con Alien 3 (1992), de David Fincher; una película de monstruos con marcada estética industrial y brochazos de terror psicológico. En ella, un grupo de colonos espaciales despierta tras un largo estado de hibernación a bordo de una gigantesca nave sin saber qué ha pasado, cuanto tiempo han estado allí ni cual es el propósito de su misión. La cosa se complica cuando encima deben hacer frente a unas terribles criaturas que han tomado la nave. El planteamiento ciertamente no es nuevo; dicha idea ya había sido tocada en películas similares como la francesa Eden Log (2007) o incluso en un episodio de Star Trek: La nueva generación, pero Pandorum sabe pronto abandonar sus influencias y encontrar su propio camino y discurso. De la misma forma, el misterio está correctamente llevado en el sentido de que el espectador va descubriendo el argumento al mismo tiempo que los personajes, lo que crea un genuino interés por el desenlace más allá del disfrute visual.

Debido al nombre de uno de sus productores, Paul W.S. Anderson, la película ha sido comparada varias veces con cintas suyas como Horizonte final (1997) o Resident Evil (2002), pero en verdad las semejanzas con estas son más bien superficiales y reducidas únicamente a una ambientación estética en el caso de la primera y un tratamiento similar de la acción en cuanto a la segunda. Tiene también una digna heredera de Milla Jovovich en una guapísima actriz alemana llamada Antje Traue (que en un momento determinado suelta unas palabrotas en su idioma natal, no sé si intencionalmente), la cual tiene gran parte del protagonismo en unas secuencias de artes marciales hiperbólicas que, para ser francos, desentonan un poco con el resto de la película. Pero a pesar de que los personajes son grandes topicazos (el joven e intrépido protagonista, el lacónico oficial curtido en batalla, la tough chick, el silente guerrero étnico), el énfasis de la cinta en el argumento tiene su recompensa, muy a pesar de su escasa originalidad.

Si tuviese alguna queja hacia la película esta sería, por un lado, que pase de puntillas por varias ideas interesantes (y bastante oscuras para una película comercial) que se dejan de lado en beneficio de la acción. Eso y el diseño de las criaturas, poco arriesgado y muy visto en la última década. Se agradece, sin embargo, que en estos tiempos de abusos infográficos Pandorum haya optado por unos monstruos palpables de toda la vida. Hacia el final del metraje, la película revela un inevitable giro argumental que, aunque deja al espectador con un sabor agridulce en la boca, deja también abierta la posibilidad de una secuela que de momento todavía está por llegar. Leo por ahí que el proyecto ha sido planteado como una posible trilogía, lo cual sería una buena noticia ya que Pandorum las tiene todas consigo para convertirse en una space opera oscura que, a pesar de su poca originalidad y su aparente sencillez, me ha parecido muy digna.

sábado, febrero 20, 2010

Reseña: Joy Ride 2 (2008)

Otro ejemplo más de esta reciente tendencia a sacar secuelas tardías en formato casero, Joy Ride 2: Dead Ahead (2008) busca construir de nuevo una historia a partir de un psychokiller de carretera con preferencia por los juegos mentales. Esta vez, “Rusty Nail” se dedica a hacer la vida imposible a un grupo de cuatro jovencitos cuyo coche se avería en medio del desierto y tienen la brillante de idea de robar el de nuestro camionero. En cierto modo es también un reverso femenino de la anterior entrega ya que esta vez, en lugar de dos hermanos que buscan a una chica secuestrada, tenemos a dos hermanas que siguen el juego del asesino para rescatar al novio de una de ellas, que ha sido capturado por este rencoroso psicópata.

Si la película anterior tomaba abiertamente elementos de cintas similares como Duel (1971) o The Hitcher (1986), en esta segunda parte se nota la cercanía temporal con cintas como Saw (2004) o Hostel (2005), ya que hay un mayor énfasis en las vejaciones y torturas que el camionero impone a sus víctimas. Debido a esto la película destruye los pocos aspectos interesantes de la primera parte, que al menos estaba dotado en ocasiones de secuencias de suspense algo más conseguidas. En esta ocasión hay un regodeo innecesario en la brutalidad del asesino que iguala la película por lo bajo con un montón de productos similares. La omnipresencia y habilidad del camionero es demasiado exagerada, y paradójicamente esto choca con el ingenio que mostraba en la primera parte. Rusty Nail es privado por lo tanto de todo el misterio de la primera película para convertirse en un genérico asesino en serie, incluso con un injustificado asesinato en la primera escena para calentar al personal.

Sin embargo, el principal problema de la trama, incluso más que su convencional entrada en la violencia fácil, recae en los personajes. La primera entrega, con todo y sus carencias, tenía al menos la ventaja de que sus protagonistas caían bien; todo el conflicto se desarrollaba por un error estúpido por su parte pero en ningún momento sentías auténtica animadversión hacia ellos. En esta segunda entrega los personajes son bastante grises pero sobre todo sus acciones son bastante poco creíbles, sobre todo en lo referente al chico que viste de negro, que es probablemente el personaje más insoportable que jamás haya sido concebido para una película. Las decisiones de este joven son tan estúpidas e irracionales que por un momento (en verdad) llegué a creer que estaba en complicidad con el asesino.

Joy Ride 2 termina siendo poco más que una explotación light de la original, una secuela hecha simplemente para captar a los que haya entusiasmado la primera parte y de paso apuntarse al carro de las torturas en el cine de terror actual. Mucho me temo que ambos tipos de espectadores saldrán decepcionados, ya que esta segunda parte no tiene el misterio ni el suspense de la primera ni alcanza las cuotas de brutalidad de aquellas películas en las que evidentemente se inspira. El resultado es otra más de esas secuelas directas-a-DVD hechas con piloto automático y sin ganas.

jueves, febrero 18, 2010

Enlace de transición


Como en estos momentos ando bastante atareado con algo ajeno a los devenires de este blog, en esta ocasión no intentaré mentirles; ni siquiera intentaré disimular que esto es un descarado post de transición destinado (una vez más) a no romper la sacrosanta ley de no-más-de-tres-reseñas-seguidas que nos hemos impuesto desde los inicios. De manera que los dejo con un vídeo recientemente visto que recopila de forma bastante loable varios ejemplos de uno de los mayores lugares comunes del cine de terror: ese golpe de efecto llamado "el susto del espejo". Con esto y sin más nos veremos en un par de días para continuar todo donde lo hemos dejado.

martes, febrero 16, 2010

Reseña: Leyenda urbana (1998)

La última de las sagas más populares del slasher de los noventa que hemos decidido revisar comenzó con Leyenda urbana (1998), de Jamie Blanks. A diferencia de los dos pilares anteriores, Scream (1996) y Sé lo que hicisteis el último verano (1997), el guión de la película de la que hablamos hoy no fue escrito por Kevin Williamson, cosa que se nota al carecer tanto del ingenio de la primera como de la sencillez de la segunda. Leyenda urbana es más bien un slasher en toda regla que no deja de lado prácticamente ninguno de los elementos más fácilmente identificables a este género, incluyendo el del gancho temático, que en esta ocasión se resume en un asesino que ataca a los estudiantes de un campus universitario y cuyos crímenes están inspirados en conocidos mitos urbanos. El tema no deja de ser un gimmick empleado de forma bastante superficial, pero si bien es cierto que la película es claramente inferior a las dos que hemos mencionado antes, como slasher tiene todo lo que necesita.

Con todo y esto, me atrevería a decir que no es el peor de los slashers nacidos a la sombra de Scream, ya que incluso tiene una primera escena bastante intensa que cumple su cometido al mostrar al asesino haciendo su trabajo. Los responsables parecen saber esto ya que la principal efectividad de la película yace en la capacidad del público para reconocer los códigos empleados, no solamente en cuanto al tema de las leyendas urbanas sino también en cuanto a los lugares comunes de este subgénero de asesinos enmascarados; la galería de personajes estereotípicos, los falsos culpables, la estética fácilmente identificable del asesino y un elenco compuesto en su mayoría por jovencitos seleccionados por su atractivo en la pantalla, al menos en el caso de las intérpretes femeninas, entre las que destaca la marmórea belleza de Alicia Witt (quien con todo y eso no convence como chica final) y las curvas de Tara Reid cuando todavía estaba buena. Los personajes masculinos, todos ellos salidos de la tele, no tienen mucha participación y se ve que están allí simplemente para morir o para salvar a la protagonista en el momento oportuno.

A pesar de que el argumento no es lo que se dice muy coherente y está plagado de momentos de relleno en los que asistimos a insulsas conversaciones, la verdad es que Leyenda urbana guarda secuencias bastante crueles en cuanto a las formas que escoge para despachar a su joven elenco, especialmente una muerte en particular que transcurre durante una fiesta. La brutalidad del asesino es asimismo sorprendente, pero por desgracia esto queda arruinado debido a las aspiraciones de whodunit del guión; una vez que se revela quién es el psycho-killer de turno, la película se hunde sin remedio para entrar en un clímax que sólo se puede tomar a risa y no pasa de ser un descojone contínuo; no sólo la identidad del asesino resulta tremendamente inverosímil dada la contundencia de los crímenes, sino que encima añade una justificación que nadie pidió y que ciertamente no era necesaria. Unamos esto a un empleo lamentable del humor que incluso cae en estereotipos raciales bastante sonrojantes y tenemos como resultado un entretenimiento bastante pobre que en ocasiones llega a engañar con un par de secuencias bien resueltas.

Pese a estos incovenientes, Leyenda urbana llegó a tener un éxito considerable entre el público ávido de repetitivas muestras de horror inofensivo de la era post-Scream, generando secuelas que, a diferencia de las otras dos sagas, no seguirían un orden argumental sino que explorarían otras historias completamente distintas. Pero de eso hablaremos más adelante. Esta puede que no sea la más nefasta de las rémoras del éxito de Craven y Williamson, pero tampoco deja de ser bastante convencional y mediana incluso para sus estándares. Aquellos que deseen ver una película de terror que explore el tema de las leyendas urbanas de una manera un tanto más competente pueden dejarse caer por Candyman (1992) y pasar de esto.

domingo, febrero 14, 2010

Reseña: Sé lo que hicisteis el último verano (1997)

Siguiendo con nuestro breve repaso del slasher juvenil de los noventa llegamos a Sé lo que hicisteis el último verano (1997), una película muy popular que por aquel entonces fue vendida al público como lo nuevo del guionista de Scream (1996), Kevin Williamson. Tal afirmación no deja de ser un tanto engañosa, ya que en realidad se trata de un guión anterior que Williamson no pudo vender en su momento y que finalmente consiguió sacar adelante gracias al éxito de su opera prima. Al igual que la ya mencionada cinta de Wes Craven, en esta ocasión tenemos la historia de un asesino misterioso que ronda a un grupo de chicos, todos ellos interpretados por estrellas juveniles de la televisión: Sarah Michelle Gellar, Freddie Prinze Jr., Ryan Phillipe y (sobre todo) Jennifer Love Hewitt, cuyos turgentes pechos son los auténticos protagonistas de este largometraje.

En esta ocasión Williamson construye una historia mucho más convencional basada en el libro homónimo de Lois Duncan, prolífica autora americana de novelas de misterio para jóvenes. Cabe mencionar por cierto que el libro es muy diferente, y que la trama de la película se adentra más en los terrenos del slasher film tejido alrededor del tema de la venganza: un grupo de amigos atropella a un hombre en una solitaria carretera de un pueblo marino y, temiendo represalias por parte de la Ley, deciden tirar el cadáver al mar. Un año después todos ellos reciben avisos anónimos de alguien que dice conocer su secreto y amenaza con hacerles pagar por su crimen. El resto es conocido ya por todos, pero algo que muy a menudo se pasa por alto son las diferencias de tono de esta película no sólo con Scream sino también con el resto de producciones similares; Sé lo que hicisteis el último verano intenta, por increíble que parezca, ser un thriller más serio con un escaso énfasis en la violencia explícita. El asesino parece estar más interesado en elaborados juegos mentales con sus víctimas que en hacerles daño (al menos al principio), y a pesar de que la película tiene la clasificación R, la verdad es que es muy poco violenta. De hecho, todos los asesinatos están apretujados en los últimos quince minutos de metraje, a excepción de uno ocurrido mucho antes y que se nota fue una imposición por parte de los productores para animar un poco el cotarro, ya que dicha muerte no tiene sentido ni justificación alguna para la trama.

Los elementos típicos de cine de terror chocan con el desarrollo inocente de la novela, pero se agradece que al menos no se rinda ante baratas truculencias. La verdad es que vista ahora, más de una década después de su estreno, no la encuentro tan terrible como pensaba en su momento; tiene incluso secuencias interesantes, pero no tiene el ingenio de Scream y en el fondo no deja de ser más que un vehículo de lucimiento para actores jóvenes que estaban empezando a ver florecer su carrera; resulta curioso en este sentido ver aquí a Sarah Michelle Gellar antes de que fuera realmente famosa (también tendría una pequeña participación en Scream 2 (1997), estrenada ese mismo año). Le falta también el sentido del humor que hacía más llevadera la película de Craven, y aunque el misterio acerca de la identidad del asesino está bastante bien llevado, la película se hace un tanto larga y tarda mucho en ocurrir algo realmente interesante. La confrontación climática en la que finalmente se revela quién es el que pone las vidas de los jóvenes en peligro es un poco risible al escoger el momento menos oportuno para introducir un personaje nuevo, pero al menos esta secuencia mete de lleno a la película en terreno slasher y presagia una secuela con las últimas palabras del asesino.

Hoy en día, Sé lo que hicisteis el último verano merecería pasar a la historia como la hermana menor de Scream y como el anuncio de una serie de películas de asesinos desprovistos de ironía y por lo tanto carentes del auténtico punto de interés de aquella cinta que inició todo. De todas formas, con todos sus innegables defectos, yo me atrevería a decir que si existe uno solo de los seguidores de la cinta de Craven que tenga que ser visto, muy probablemente sea este.

viernes, febrero 12, 2010

Reseña: Scream (1996)

Sin entrar en discusiones referentes a su calidad o efectividad, una cosa que queda clara es que Scream (1996) es una de las películas más influyentes en el horror mainstream de los noventa. Es también la última gran película de su director, Wes Craven, quien tuvo una contundente resurrección gracias al inesperado éxito de esta cinta. Pero si bien su labor tras las cámaras no deja de ser destacable (sobre todo en una magnífica primera secuencia cronometrada por una bolsa de palomitas que actúa además como reflejo anímico de lo que ocurre en pantalla), gran parte de los aciertos de la película están en el guión de Kevin Williamson, quien junto a Craven muestra un manejo envidiable del suspense a la vez que parodia los lugares comunes más manidos del género slasher. Es por eso entre otras cosas que la película nunca llega a ponerse demasiado seria, lo cual en su caso es un grandísimo acierto.

La historia construye aquí la típica trama de jóvenes enfrentados al asesino de turno, en este caso un extraño personaje vestido con un hábito negro y ataviado con una máscara inspirada en El grito de Munch, que va asesinando jovencitas indefensas a la vez que acosa telefónicamente a la final girl, Sidney Prescott (una joven y lacónica Neve Campbell). El giro temático en esta ocasión es que el asesino parece ser un gran conocedor de películas de terror y está continuamente retando a los protagonistas a salvar sus vidas siguiendo las reglas fácilmente deducibles de este tipo de cine. Cierto que el subtexto discursivo e irónico de Scream está tan subrayado que deja de ser subtexto, pero está hecho con gracia y proporciona momentos de humor bastante simpáticos como la escena en la que un personaje ve Halloween (1978) de John Carpenter y le habla a la protagonista en la pantalla advirtiéndole que mire detrás suyo, sin darse cuenta de que él también debería seguir su propio consejo (!). En ese mismo espíritu la cinta recurre a una larga lista de lugares comunes, pero estos están tan evidenciados que terminan formando parte del discurso.

Nada de esto impide, sin embargo, que Scream tenga sus toques personales. Contrariamente a lo que podríamos creer al principio, el asesino es uno de los mejores personajes, y un rasgo característico que lo separa del resto de matarifes del cine de terror es su general torpeza y patosidad que constrasta con lo brutal y sádico que es. Esta caracterización es muy efectiva porque justo cuando estás empezando a reírte de sus accidentes es cuando este personaje demuestra ser genuinamente letal y despiadado. La película hace un especial énfasis en la identidad del asesino como el centro del misterio, en una estructura típica de whodunit que está bastante bien construída, ya que incluso da varias pistas ya desde el principio. Posteriores visionados te hacen preguntarte cómo no pudiste verlo si en todo momento se te estaba diciendo de quién se trataba, a veces de forma directa y a veces de forma sutil. Con todo y esto, el misterio es muy interesante, y el eje temático de las películas de terror no está compuesto de vulgares referencias ni reducido a una condición de gimmick, sino que está genuinamente integrado a la historia que desemboca en una confrontación final que hasta cierto punto rompe los arquetipos del género slasher al mostrar a una chica final consciente de su rol en la historia y de lo que debe hacer para sobrevivir.

Tras catorce años de su estreno, es cierto que el guión de Scream revela varias autocomplacencias por parte de Kevin Williamson, pero estas son fácilmente perdonables al ver cómo él y Wes Craven construyen una película tan divertida que no escatima en la comedia (voluntaria, para variar) y ayuda a la construcción de un estereotipo juvenil completamente ficticio que se propagaría por el cine de entonces y que llegaría a su punto más alto en su serie Dawson's Creek. Al mismo tiempo, la película destripa el cine de asesinos enmascarados al tiempo que muestra un genuino respeto y amor hacia él, ridiculizando sus aspectos más superficiales en busca de su auténtica esencia como cine de miedo. Lo paradójico de todo el asunto es que se suponía que Scream acabaría así con los slasher films pero lo que ocurrió fue lo contrario: debido a su abrumador éxito de taquilla, el género abrazó con más fuerza sus lugares comunes y dio inicio a una larga serie de imitaciones y un renacer del horror de jóvenes en el que estos pasaban a tener el auténtico protagonismo y no eran simplemente las víctimas, algo que se vio potenciado con la inclusión de nacientes estrellas juveniles provenientes de la tele. El primero en seguir este camino a la perdición fue el propio Wes Craven, quien realizó dos secuelas, con una tercera en camino. Con el tiempo tocaremos más ejemplos de este tipo de cine, sin embargo podemos concluir diciendo que Scream es una cinta muy recomendable que no sólo vale la pena, sino que incluso se mantiene como quizás la única de sus congéneres noventeras que resiste el paso del tiempo.

miércoles, febrero 10, 2010

De jóvenes guapos y asesinos enmascarados

Al igual que la mayoría de la gente que conozco, admito que albergaba cierto prejuicio contra el guionista Kevin Williamson y por añadidura contra gran parte de los slashers juveniles que proliferaron entre mediados y finales de los noventa. Con el tiempo esta idea se ha matizado un poco, y tanto el estreno de Sorority Row (2009) como el super maratón que me he pegado este fin de semana de películas pertenecientes a este particular universo me han dejado con las ganas de abrir una tríada de reseñas dedicadas a la obra de Williamson y sus clones, con más de una década de distancia de aquellos tiempos en los que irrumpieron en las carteleras. Este texto no es más que una muy breve y escueta introducción al tema que servirá para que no estemos repitiéndonos innecesariamente.
Para aquellos que sean asquerosamente jóvenes, Kevin Williamson es un hombre con un logro nada fácil en su haber: convertirse en una referencia común en el cine maisntream hollywoodense. No es habitual que el del guionista sea el nombre utilizado para vender una película, pero Williamson lo logró gracias al éxito de su primera cinta, Scream (1996), dirigida por Wes Craven y cuya fórmula ha sido repetida ya hasta el hartazgo. En ella Williamson tomó las directrices clásicas del slasher juvenil para no solamente evidenciarlas ante el público de masas sino también para actualizarlas de cara a una sensibilidad comercial más acorde con aquellos tiempos; a pesar de que el género siempre se había nutrido del destripamiento de jovencitos, en esta ocasión los jóvenes no eran simplemente las víctimas, sino que la historia estaba narrada desde su punto de vista y normalmente terminaban siendo ellos los héroes al enfrentarse a los asesinos enmascarados que les perseguían. Scream, de esta manera, enrocaba con una tendencia cada vez más generalizada por parte de Hollywood de acercarse a los jóvenes, una que ya se había manifestado en otros géneros (ahí tenemos por ejemplo la genial y fundacional comedia Clueless (1995), de Amy Heckerling), pero que en el terror no había conocido su encarnación hasta que llegó Kevin Williamson con su opera prima.
La fórmula tuvo tanto éxito que dio lugar no sólo a varias secuelas de Scream sino también a una larga serie de imitadores que seguían el mismo patrón de asesinos enmascarados enfrentados a jóvenes estrellas, la mayoría de ellas provenientes del mundo de la televisión. Por aquel entonces comenzó también una tendencia por parte de actores jóvenes y nuevas promesas televisivas de hacer sus primeras apariciones en el cine en productos de este género específico. Fueron muchos los ejemplos y muchas las películas que surgieron de esta tendencia, pero sólo tres alcanzaron el status de franquicia rentable: aparte de la ya mencionada Scream, estas cintas fueron Sé lo que hicisteis el último verano (1997) y Leyenda Urbana (1998). La primera de ellas también fue escrita por Kevin Williamson, aunque en realidad se trata de un guión anterior a Scream que carece del ingenio auto-referencial de esta, mientras que la segunda es un slasher mucho más convencional con un gimmick temático (las leyendas urbanas), elemento que sería también copiado en innumerables ocasiones.
La inclusión de jóvenes talentos en el cine de terror de entonces no se limitó al género slasher sino que también contó con su variante sobrenatural o fantástica, aunque se mantuvo la fórmiula y el enfoque casi exclusivo en una juventud idealizada y glamurosa que se enfrentaba a fuerzas desconocidas. La explotación de estos preceptos fue, eso sí, demencial; prácticamente no paraban de producirse películas de este corte, y curiosamente, el propio Kevin Williamson, quien había parido el egendro, terminó enredado en su propio juego. No sólo Scream terminó teniendo dos secuelas, sino que el propio Williamson continuó la senda que había iniciado con películas como The Faculty (1998), Halloween H20 (1998) o Cursed (2005), aparte de producir series de corte juvenil como Dawson's Creek, Hidden Palms o la más reciente The Vampire Diaries. La sombra de su obra es alargada.
Pero aquí llegamos al punto que me interesa, y es el que realmente me ha empujado a la primera tríada de reseñas, y es que muchas veces (en esto me incluy claro) cometemos el error de asociar a Williamson con el surgimiento del tan muchas veces defenestrado horror PG-13 que todavía llega a nuestras carteleras. Sin entrar en el tema de si realmente ese modelo de cine de terror es tan despreciable como se cree, atribuirlo a Williamson es un tanto injusto. Es cierto que el éxito de Scream estimuló la aparición de una larga ristra de slashers inofensivos y predecibles protagonizados por estrellas que la mayoría de las veces ni siquiera lucían palmito debido a su caché, pero los detractores de Williamson parecen olvidar que todas sus películas, así como la mayoría de las que le imitaron, están clasificadas con una sonora R. La única excepción a esta regla fue precisamente Cursed, su última película, la cual fue mutilada por el estudio para alcanzar la calificación PG-13, con los resultados que todos conocemos. Pero del resto, la verdad es que Williamson nunca tuvo muchos problemas con la censura.
El verdadero comienzo del horror PG-13 hay que buscarlo en otro momento, cuando surgió de la factoría hollywoodense una película de terror que demostró que se podía apelar a un público mayoritario y no solamente conseguir un éxito de taquilla sino al mismo tiempo las alabanzas de una crítica ya anestesiada por matarifes enmascarados y víctimas de cuerpo firme: esa película fue El sexto sentido (1999) de M. Night Shyamalan, que también dio inicio a la una larga serie de imitadores que en este caso siguieron otra fórmula que se mantiene también hoy en día con escasos cambios.
Así que ya sabéis: la próxima tríada de reseñas estará destinada a cubrir las tres principales películas de esta moda noventera-tardía, vistas más de una década después y tratando de dejar de lado los prejuicios: Scream, de Wes Craven, Sé lo que hicisteis el último verano, de Jim Gillespie y Leyenda Urbana, de Jamie Blanks. En algún momento nos meteremos también con las secuelas, pero por ahora estas tres serán nuestro objetivo. Nos vemos en unos días.

lunes, febrero 08, 2010

Reseña: El padrastro (2009)

Cabe preguntarse antes que nada si tiene sentido hacer un remake de El padrastro (1987) ahora que el concepto y la carga política de lo que significa una familia no es el mismo de hace veinte años. Los responsables de esta nueva versión parecen saber esto, ya que en lugar de irse por el tema del discurso sociológico sobre los “valores familiares” nos muestran un thriller de alcoba mucho más convencional destinado por lo visto a llenar una hipotética cuota de remakes de horror que debemos tener cada año. Esto incluye el infaltable guiño a la original, hecho esta vez copiando casi al dedillo la primera escena de la de Terry O'Quinn, con lo que ya desde el principio sabemos que el personaje del padrastro, más allá de su fachada de buen hombre, es un asesino en serie que se carga a aquellas familias que tienen la desgracia de defraudarle.

Del resto, El padrastro (2009) sigue todos los giros presentes en el original (incluyendo una pausa dramática para que el asesino suelte su frase más famosa); no hay sorpresas y el espectador sagaz estará siempre tres pasos por delante del argumento. En todo caso la principal diferencia (y una que determina en gran medida el tono de esta nueva versión) está en el cambio de punto de vista, que pasa del asesino a la víctima, esta última sufriendo además un cambio de sexo. En vez de la joven adolescente de la película original, esta vez se trata de un joven adolescente problemático que vuelve a casa y encuentra que su madre está por contraer matrimonio con un hombre en apariencia perfecto que esconde un terrible secreto en su pasado. Aparte del hecho de que este cambio de protagonista nos priva de la maravillosa (y gratuita) escena de ducha de El padrastro original, la escogencia del muchacho como el protagonista por encima del asesino revela, por un lado, que esta es una película dirigida a un público juvenil, y por otro lado termina poniendo en evidencia el fallo más grande de esta nueva versión, y es que si bien se nos deja muy claro lo peligroso que es este invasor del hogar, no se nos muestra por qué se ha ganado la confianza del personaje de la madre (completamente nulo, por cierto, en esta película). Y no es que Dylan Walsh no haga un trabajo bastante bueno e incluso encomiable, pero su personaje carece del tratamiento que el guión de la original daba al padrastro de O'Quinn; en ningún momento vemos a este nuevo asesino interactuar con su comunidad, no observamos su evolución ni el gradual desmoronamiento de su fachada, lo que ciertamente no ayuda a sacar esta película de su encasillamiento como thriller de segunda fila al centrarse en una trama de investigación de la que el público ya sabe el resultado porque lo ha visto en la primera escena.

Decíamos arriba que esta nueva versión de El padrastro estaba orientada hacia un público juvenil, y esto es algo que se nota por otros motivos: en primer lugar se trata de una película mucho menos violenta que sus antecesoras debido a una serie bastante evidente de cortes (una imagen del trailer en la que se veía una sierra eléctrica a escasos centímetros de la cara de un personaje está ausente del montaje final) hechos con la intención de llevar la cinta a los terrenos del PG-13. Quizás para compensar la película dedica gran parte de su atención a la novia adolescente del prota, interpretada por Amber Heard, pero su presencia es meramente una carnada visual, aunque con una delgadez que la hace menos atractiva que en All The Boys Love Mandy Lane (2006). Esto no impide que la cámara explote su físico a mansalva y de una forma casi obsesiva.

Este tratamiento inofensivo, pop y destinado a un mercado juvenil es por otro lado explicable si tenemos en cuenta que el responsable del guión es J.S. Cardone, quien tiene en su currículum cintas de terror con pretensiones similares como The Forsaken (2001), The Covenant (2006) o el reciente remake de Prom Night (2008). Con ellas tiene varias cosas en común, como el empleo de una banda sonora que funciona como un largo catálogo de product-placement musical, su autocomplacencia como historia de terror light y su condición de ser, en definitiva, un producto bastante genérico, simplón y predecible. Mucho mejor y más recomendable es que os acerquéis a la película original de 1987 y a su secuela, infinitamente más sólidas que esta enésima fotocopia desganada de un clásico anterior.

sábado, febrero 06, 2010

Reseña: Saw 6 (2009)

El ya muy postergado vistazo a Saw 6 (2009) me deja sorprendido por mostrar, contra todo pronóstico, una película mejor de lo que esperaba, precisamente por ser mucho más sencilla y compacta que entregas anteriores. También revela algo que ya empezaba a notarse, y es el evidente patrón que la serie tiene en cuanto a su temática: las tres primeras películas giran alrededor de Jigsaw y culminan con su muerte; la cuarta presenta a su aprendiz, Hoffman, mientras que la quinta y la sexta tratan sobre este y su labor de “justiciero” contra ciertos grupos que conforman las lacras a erradicar: en el caso de la quinta película se trataba de los responsables de un siniestro con víctimas mortales, mientras que en esta sexta entrega el blanco son las aseguradores y el sistema privado de salud. Las puyas sociológicas en este sentido son bastante obvias, tanto que la película fue tachada por muchos de oportunista al ser este un tema sensible en la actualidad estadounidense, pero quienes se quejan parecen pasar por alto que este discurso calza perfectamente con el tono abiertamente moralista de la saga. De hecho no me sorprendería que siguientes entregas se dedicaran a cebarse con otros colectivos.

Dicho esto, y retomando la idea de arriba, se trata de una secuela bastante digna que tiene por lo menos el acierto de tener una menor cantidad de subtramas innecesarias, así como dar poco protagonismo al nuevo villano, Hoffman, que no es ni por asomo tan carismático como Jigsaw (de hecho, Hoffman sale muy poco y casi ni habla en toda la película). Esto no ha impedido, sin embargo, que los responsables sigan intentando meter a Tobin Bell a como de lugar aún a costa de momentos francamente risibles (¿alguien dijo “momento Jedi”?), aparte de vídeos y flashbacks que, al menos, ya no emplean tanto metraje reciclado. La inclusión de Jigsaw “porque sí” tiene también un efecto nocivo al despojar al asesino de su humanidad y convertirlo casi en un semidios que todo lo sabe y todo lo puede y que incluso planeó todo al milímetro desde la tumba. Pero con todo y eso, lo cierto es que el argumento es bastante sencillo y lineal, cosa que sorprenderá a todos los que se comieron la cabeza tejiendo complicadas teorías acerca de esta película y su posible conexión con el resto de la saga, la cual es más bien poca. Es por eso que cualquier intento de dotar a la saga de Saw de una linealidad infalible está condenado de antemano al fracaso; entre película y película el argumento hace agua por todos lados (un ejemplo: la aclaración de la carta que recibe Amanda en entregas anteriores es terrible e innecesaria), pero es porque los responsables hasta cierto punto esperan que el espectador se olvide de lo que ha ocurrido en las cintas anteriores. Debido a esto tampoco sirve hacerse demasiadas preguntas acerca de los personajes: las motivaciones de Hoffman para hacer lo que hace no quedan lo que se dice muy claras, y esta película incluso llega a contradecir aspectos de su personaje que habían sido aclarados en las secuelas anteriores.

El tono de la saga, eso sí, sigue siendo el mismo. A pesar de las diferencias visuales (estéticamente, Saw 6 tiene un look mucho más pobre en cuanto a recursos que las anteriores entregas), el regodeo en la violencia que siempre la ha caracterizado se mantiene, y la verdad es que esta película en específico resulta incluso un poco más sangrienta y brutal, no sólo en cuanto al rojo líquido sino al ensañamiento con el espectador a través de un montaje visual frenético y un sonido reiterativo (no tanto como las entregas de Darren Lynn Bousman, pero casi). Esto se hace patente ya en la primera escena de la película, que abre con una trampa difícil de aguantar visualmente y que, por cierto, está vilmente copiada de Seven (1995), lo cual no deja de tener su gracia ya que dicha película de David Fincher ha sido una de las principales influencias de Saw desde sus humildes inicios.

Ahora la pregunta clave: ¿habrá otra secuela? Por supuesto, ya está más que confirmada la séptima parte, que se intuye no tanto como una continuación sino hasta cierto punto como un nuevo comienzo, dada la manera como termina esta sexta entrega. Cierto es que la historia hubiese podido terminar fácilmente aquí, pero la rentabilidad de esta saga sigue estando demostrada, a pesar de que esta ha sido la entrega menos taquillera. Por lo menos agradezco que el final no fuese tan descaradamente abierto como el de la quinta parte. En definitiva, Saw 6 es un producto de explotación más que, evidentemente, sigue sin llegar al nivel alcanzado por las primeras dos películas, pero que para los medianos estándares de esta saga es bastante aceptable, y disfrutable sobre todo dentro de su condición del cine de terror moralista por excelencia.

jueves, febrero 04, 2010

Reseña: Hellraiser: Deader (2005)

La séptima entrega de la saga iniciada por Hellraiser (1987), y la segunda de la tres dirigidas por Rick Bota, llevó como título Hellraiser: Deader (2005), y la verdad hay que decir que es coherente con sus antecesoras en documentar la vertiginosa caída libre que sufrió la saga con su paso al formato directo-a-DVD. Rodada paralelamente a la octava y última entrega, esta séptima película es un desastre prácticamente insalvable, cosa que no tiene nada que ver con sus muy modestos aspectos técnicos (fue realizada con un presupuesto ínfimo en Rumanía), sino más bien con la imposibilidad de encajarla en el imaginario de la saga iniciada por Clive Barker.

Más que en ninguna otra entrega, en Hellraiser: Deader se nota claramente que el guión era un trabajo original que nada tenía que ver con el universo de la saga. Esto nos queda claro incluso sin necesidad de la confirmación de IMDB, ya que los vínculos con los Cenobitas, Pinhead o la Configuración de los Lamentos están metidos con calzador en una trama que tiene muchos más parecidos con una hipotética versión fantaterrorífica de Asesinato en 8mm (1999), película con la que tiene similitudes argumentales notables que ya han sido señaladas muchas veces. El planteamiento base, a decir verdad, es casi idéntico, ya que trata de una osada periodista especializada en reportajes amarillistas que recibe un día una cinta de vídeo en la que se ve a una muchacha asesinada y luego resucitada ante la cámara por los miembros de una secta conocida como los “Deader” (literalmente “Más Muertos” o mejor aún, “Re-Muertos”). Tras esto la protagonista viaja a Bucarest para averiguar si lo visto en la cinta es real y cual es la verdadera naturaleza de esta secta de jóvenes siniestros.

Como ya viene siendo habitual de un tiempo acá, la ambientación de la película en Bucarest enlaza con la reciente fijación del cine de terror en retratar a los países de Europa del Este como una tierra oscura y tenebrosa donde las peores pesadillas se hacen realidad, algo que ya hemos reseñado en otras ocasiones. En realidad, dicha voluntad de ambientación es prácticamente lo único destacable, ya que el resto de la película es bastante pobre. Es cerca del principio, de hecho, cuando tiene lugar la única escena convincente, aquella en la que la protagonista encuentra la Configuración de los Lamentos. Dicha escena contiene el único momento de tensión real en la película antes de caer en situaciones y secuencias involuntariamente risibles como la aparatosa escena del cuchillo en la espalda o el infernal vagón de metro donde la periodista tiene sus contactos con el inframundo de Bucarest, escena tan exagerada que sólo se puede tomar a broma. No mejoran las cosas en lo que se refiere a los propios miembros de la secta de los Deader, quienes nunca se sienten como una auténtica amenaza. A decir verdad, dichos personajes realmente no hacen nada más que aparecer y verse siniestros, cosa que los asemeja más a una inofensiva tribu urbana que a unos seres con contactos sobrenaturales, por lo que es muy difícil tomarles en serio (cosa que tampoco hace la película). El guión intenta hacer una muy pobre vinculación entre el líder de estos jóvenes y la saga de Hellraiser, pero es sólo un intento a medias que no tiene ninguna consecuencia real.

Llegados al final, la conclusión que alcanza Hellraiser: Deader es cuanto mucho confusa; aparte de los efectos especiales sonrojantes (el cutrerío digital siempre será mil veces peor que el cutrerío tangible) no me quedó muy clara la naturaleza de la solución más allá de mostrar de forma bastante gratuita (y breve, sumamente breve) la figura de Pinhead, quien realmente no viene mucho a cuento. Quizás sea esta tangencialidad lo que hace que la película, con todo y sus aciertos de ambientación, sea una de las más pobres de una saga que por lo visto lo tiene muy difícil para continuar con un mínimo de calidad.

martes, febrero 02, 2010

Pausa ante los Oscar (con encuesta incluída)

Para el momento en que se publique esta entrada, muy probablemente ya sepamos quienes son los diez nominados al Oscar de Mejor Película del 2010. Y aunque es cierto que tengo muchos años sin ver la ceremonia (la última vez que la ví, y no completa, fue cuando ganó Titanic), me llama la atención algo que se mencionó aquí (tendréis que perdonarme; por desgracia no tengo el enlace específico) sobre dichos premios, y es lo siguiente: si bien estos galardones no son indicadores de "calidad", sí funcionan como una guía muy estimable para lo que el mainstream considera han de ser las líneas a seguir. Esto hace también que, la mayoría de las veces, las virtudes de la Ganadora resulten obsoletas al cabo de muy poco tiempo.
En interés de esta idea aquí están los últimos diez largometrajes que han ganado el Oscar a la Mejor Película, junto con una impresión personal (y por lo tanto subjetiva) de por qué muchas de ellas ya han perdido para mí gran parte de su interés:

2000: American Beauty. Recuerdo cuando esta película se estrenó, salí bastante satisfecho con lo que había visto, pero mantengo mi opinión de entonces en cuanto a que, sinceramente, no dice nada que no haya dicho mil veces (y mejor) la serie Matrimonio con hijos. Hoy en día reconozco que pasa bastante desapercibida. Ese mismo año, por cierto, estuvo nominada El sexto sentido (1999), de M. Night Shyamalan, la cual, independientemente de que merezca o no ser catalogada como "Mejor película", sí ha tenido una influencia mucho más fuerte en el cine mainstream que la ganadora.
2001: Gladiator. Representante de aquella época en la que Russel Crowe estaba de moda. Todavía me parece una película divertida, aunque sus muchos detractores nos lancen la pregunta de si realmente queremos que vuelva el peplum como género cinematográfico de evasión. Yo mientras tanto me sigo preguntando por qué la Academia dio su mayor premio a una película que en el fondo es un blockbuster de verano de esos que por lo general desprecian.
2002: Una mente maravillosa. Una biopic dirigido por Ron Howard en el que no hay elementos disfrutables como enanos hechiceros ni dragones de dos cabezas. Ya eso debería decirlo todo.
2003: Chicago. Os juro que esta película la había olvidado por completo. De verdad. Por más que lo intento no puedo encontrar en ella virtudes que no hayan estado ya presentes en el musical de Broadway que adapta. Y viendo la lista de las nominadas, veo que ese mismo año compitió contra Gangs of New York (1999), Las horas (1999) y El pianista (1999). Personalmente le hubiese dado el Oscar a cualquiera de esas tres antes que al musical de Rob Marshall.
2004: El señor de los anillos: El retorno del rey. A pesar de que se ha vuelto una postura bastante impopular, soy de los que defienden la trilogía de Peter Jackson, y de hecho considero que el género de fantasía necesitaba en aquel momento una película con el alcance de la saga de El señor de los anillos. Sin embargo, no deja de ser cierto que las virtudes de la epopeya de Jackson han quedado opacadas en gran medida por una avalancha de imitadores que, si bien no son directamente responsabilidad del creador de Braindead, sí que han terminado por oscurecer su legado ante gran parte de la crítica por medio de la creación de un estilo de cine de fantasía clónico y desganado que encuentra su clímax en la saga cinematográfica de Harry Potter. Encima, se nota demasiado que la Academia simplemente estaba esperando el final de la trilogía para volcar todos los premios sobre Peter Jackson y su equipo. Con todo y eso, El retorno del rey es una película que todavía puedo ver una y otra vez.
2005: Million Dollar Baby. Otra que me parece ha envejecido un poco mejor, pero que por desgracia también queda opacada por una extraña concepción que se tiene del cine de Clint Eastwood, que lleva a muchos a entronizar cada película que estrena por encima de todas las demás. ¿Alguien se acuerda todavía de esta? No lo sé.
2006: Crash. Sinceramente creo que este es el Oscar menos merecido de esta lista. En vez de una historia sobre el racismo tenemos un monumento a la corrección política que da vergüenza ajena. Mucho mejor hubiese sido entregar el Oscar de ese año a Brokeback Mountain (2005) o Capote (2005).
2007: The Departed. No fueron pocos los que indicaron que el hecho de que Martin Scorsese recibiera un Oscar por un remake de una famosa película oriental que para colmo de males era relativamente reciente mostraba signos de innegable decadencia en el criterio de los responsables de los Oscar. Yo sólo puedo decir que el noventa por ciento de las personas que me dicen algo de esta película lo hacen sólo para decir que la original es mejor.
2008: No es país para viejos. Esta es otra que me gustó en su momento, incluso teniendo en cuenta que mi apuesta para el galardón era There Will Be Blood, que me impresionó mucho más. Con todo y eso me pareció entonces una buena opción. Aunque claro, para mí los Coen todavía no han vuelto a alcanzar los picos de películas como Barton Fink (1991), El gran Lebowski (1998) o El hombre que nunca estuvo (2001).
2009: Slumdog Millionare. Iba a decir algo sobre esta pero honestamente lo he olvidado. Eso os puede dar una idea de lo destacable que considero esta película. Alguien por ahí más sabio que yo la catalogó en un nuevo sub-género llamado "cine ONG", y la verdad es que no puedo pensar nada mejor.

Mientras tanto, y para entretenernos un poco, podéis dejarme vuestra impresión sobre este listado en los comentarios o en la siguiente encuesta.