domingo, junio 27, 2010

Reseña: Leyenda urbana 3: Bloody Mary (2005)

Leyenda urbana 3: Bloody Mary (2005) es probablemente una de las peores secuelas que he visto jamás, incluso dentro de los estándares de estas continuaciones tardías que suelen salir directamente en formato doméstico. Defiendo, sin embargo, la idea de sus responsables (ya notable, por cierto, en la segunda entrega) de romper la continuidad de la saga y hacer cada película con un argumento independiente en el que el tema de las leyendas urbanas funciona como único punto en común, más o menos lo que se intentó hacer con las secuelas de Halloween (1978) antes de que la taquilla decretara la insensata repetición del mismo esquema una y otra vez. Pues bien, en esta ocasión, la tercera parte de la saga iniciada por Jamie Blanks incluso abandona su formato de slasher para convertirse en un thriller sobrenatural acerca de fantasmas vengativos y sus pobres víctimas.

Lástima que este nuevo camino se aborde de una forma tan convencional; la historia de hecho es algo que hemos visto muchas veces, el ya habitual caso de los protagonistas investigando una serie de extrañas muertes relacionadas con un crimen del pasado y su venganza de ultratumba. El gancho temático, al menos en el papel, es el personaje de "Bloody Mary", una de las más famosas leyendas de fantasmas de la cultura anglosajona cuyo principal argumento es el del terrible espíritu femenino que se aparece (con nefastas consecuencias) a aquellos que la invocan frente a un espejo. La leyenda ha servido de fuente de inspiración para un gran número de películas, destacando sobre todo Candyman (1992), de Bernard Rose, y aunque no fuese así, difícilmente se podría pensar en una idea mejor o más apropiada para una película de esta saga, pero Leyenda urbana 3 hace trampa de la peor manera posible; ya casi desde el principio nos queda claro que el fantasma que aparece en esta cinta no es ni siquiera Bloody Mary, y la venganza sobrenatural que desata forma parte de una trama completamente distinta en la cual la referencia a dicha leyenda no pasa de ser una mención fortuita y metida con calzador en una película cuya trama principal va por otro lado y que más bien parece una copia barata de The Ring (2002). Esto intenta compensarse metiendo de manera forzada referencias a otras leyendas urbanas en las diferentes muertes de las víctimas, lo cual al final no termina siendo más que un guiño muy pobre a las entregas anteriores.

En general las apariciones del fantasma de la falsa Bloody Mary son pocas y muy pobres. El imaginario de la película y sus mayores aciertos estéticos están, en el mejor de los casos y como sin duda habréis notado por la imagen que acompaña la reseña, tomados sin vergüenza de los éxitos del terror asiático y sus conocidas reinvenciones americanas. Pero es que encima el argumento no es tampoco muy interesante; además de un misterio de baratillo cuya resolución es tremendamente previsible, la película pronto cae en los mismos errores de las entregas anteriores sólo que magnificados, como una tendencia a un humor chusco y forzadísimo y una protagonista completamente nula que lo único que hace en realidad es reaccionar ante lo que ocurre en pantalla. En el caso de esta película en específico, la final girl parece haber sido concebida como una tonta cuya supervivencia es francamente un misterio. Todo esto hace que la cinta no llegue a aprovechar realmente ninguna de sus posibilidades: elude su interesante premisa, no llega a imitar a sus referentes de forma medianamente efectiva y encima carece del encanto juvenil que al menos sus antecesoras tenían (llegados a este punto nunca creí que mencionaría Leyenda urbana 2 (2000) como un ejemplo positivo). Todo esto es aún más terrible si tenemos en cuenta que detrás de este despropósito están Michael Dougherty y Mary Lambert, guionista y directora, respectivamente, de Trick 'r Treat (2008) y El cementerio viviente (1989), y que aquí repiten dichos roles en piloto automático y sin ningunas ganas.

Aquellos que pensaron que la saga de Leyenda urbana había tocado su punto más bajo con la segunda entrega es sin duda porque no se han acercado a esta. Quizás el principal problema sea el desperdicio que se hace de una idea muy buena que podría dar pie a una saga terrorífica mucho más interesante. Pero incluso teniendo en cuenta este sonado fracaso, hay quienes dicen que la saga no ha muerto por completo; de hecho se llegó a rodar una cuarta parte que al no cumplir (supuestamente) los mínimos de calidad de la franquicia fue estrenada de forma independiente con el título Ghosts of Goldfield (2007). Me cuesta imaginarme cómo será si esta de la que hablamos hoy era el norte a seguir.

viernes, junio 25, 2010

Reseña: Siempre sabré lo que hicísteis el último verano (2006)

No hubiese pensado que tras el desastre que había sido la segunda entrega tendríamos una tercera parte de Sé lo que hicísteis el último verano (1997), pero así es; esta tercera película, jocosamente titulada Siempre sabré lo que hicísteis el último verano (2006), pasó casi desapercibida en el momento de su lanzamiento directo-a-DVD, lo que no es de extrañar teniendo en cuenta no sólo la pobreza general de su antecesora sino también el hecho de que a diferencia de esta no podía apoyarse en la fama de sus jóvenes estrellas. De sobra está decir que aquí no tenemos a Jennifer Love Hewitt ni a otros conocidos rostros televisivos, ya que esta tercera (y hasta la fecha última) entrega prefiere comenzar de cero y realizar una especie de remake encubierto de la original con un elenco completamente distinto y una historia totalmente nueva que no sigue los eventos de las dos películas anteriores.

Lo de "nueva" es algo que también hay que matizar, ya que vuelve a repetirse la premisa de unos jóvenes de un pueblo montañés que decidan pactar el secreto acerca de la muerte de uno de sus amigos, víctima de una broma pesada que se salda en tragedia. Un año después, todos ellos comienzan a verse acosados por un misterioso personaje armado con un garfio que afirma conocer su secreto y que por lo visto desea hacerles pagar por ello. Es aquí donde viene el aporte de esta secuela y su enlace con las anteriores, ya que la cinta, siguiendo los pasos de Leyenda urbana (1998) hace del asesino una leyenda conocida como "El pescador", hecho un tanto risible al estar ambientada esta película en un pueblo de montaña en Colorado, en pleno centro de los Estados Unidos. El resto es más de lo mismo, con los amigos desapareciendo uno tras otro mientras se va tejiendo el misterio de quién se oculta tras el siniestro aspecto del psycho-killer. No hay demasiadas sorpresas esta vez más allá del tono en el que está narrada la historia, ya que esta secuela es mucho más violenta que la película original y su retrato de jóvenes pueblerinos es mucho más deprimente. Los más modestos medios con los que está realizada también se notan y no auguran nada bueno al ser, estéticamente al menos, bastante más pobre que las dos entregas anteriores.

Con un elenco no sólo menos famoso sino también considerablemente menos guapo, esta secuela queda en clara desventaja ante el resto de ejemplos similares e incluso ante (al menos) la primera parte de la saga que conforma. La idea de enlazar con las dos primeras en forma de leyenda urbana es una salida bastante lógica una vez que se plantea una tercera parte, dado que hubiese sido imposible seguir repitiendo el mismo argumento sin caer en la autoparodia, aunque este no es el mayor cambio; justo en el tramo final, momento en el que por lo general se revela la identidad del asesino, la película toma un inesperado y arriesgadísimo giro no sólo argumental sino conceptual (aunque se intuye en cierta forma en el título) que me dejó literalmente boquiabierto e incrédulo. Entre otras cosas dicha revelación está muy mal planteada porque surge de la nada y sin ningún tipo de justificación cuando apenas faltan quince minutos para el final. Y aunque entiendo que dicho giro es hasta cierto punto necesario para de alguna forma resucitar una franquicia muerta, me parece que al menos tendrían que haber desarrollado la idea desde el principio. Dejándola en el final sólo consigue dar risa.

Dicha idea final es prácticamente lo único que se puede destacar como curiosidad de esta tercera parte, una continuación afectada por sus muy limitadas aspiraciones. Sin el apoyo de sus estrellas más mediáticas y sin las voluptuosidades de su anterior protagonista, Siempre sabré lo que hicísteis el último verano estaba condenada desde el principio a andar sólo a media máquina, pero también es cierto que el planteamiento del que parte esta saga difícilmente se presta a una continuidad en la que ya la segunda parte sobraba.

miércoles, junio 23, 2010

Reseña: Scream 3 (2000)

Abrumados por su propio e inesperado éxito, los responsables de esta tercera entrega de la saga comenzada por Scream (1996) volvieron a dar las riendas de la dirección a Wes Craven, si bien esta vez dejando por fuera a la otra mitad del dúo, el guionista Kevin Williamson, quien únicamente ejerce de productor. En su lugar está el omipresente Ehren Krueger, quien lleva los preceptos autoconscientes de la franquicia hasta sus últimas consecuencias al hacer de Scream 3 (2000) una parodia no solamente del género de los slasher films sino también de la saga en sí misma. Esto queda evidenciado en el juego metaficcional que establece a través del argumento, en el que un nuevo matarife encapuchado con la máscara blanca y el hábito negro empieza a cargarse uno a uno a los miembros del elenco de Stab 3, equivalente paródico de la cinta. Dicha falsa película ofrece además de su estructura de espejos un agregado cómico al enfrentar a los personajes de las dos entregas anteriores con sus equivalentes en la "ficción", en ocasiones con hilarantes resultados.

El juego formal no acaba allí; si Scream se burlaba de las "pelis de miedo" y Scream 2 (1997) de las "secuelas", Scream 3 lanza sus puyas a lo que se conoce como "la parte final de la trilogía", que como vemos tiene sus propios clichés y reglas a seguir y en la que los personajes saben que cualquier cosa, sin importar lo absurda que sea, puede pasar. Es curioso ver como las reglas hasta cierto punto han cambiado muy a pesar de que la cinta intenta mantenerse en terreno conocido. Aquí vuelve, por ejemplo, Sidney Prescott, la ultimate final girl nuevamente interpretada por Neve Campbell en el rol que la hizo famosa, y curiosamente, si bien es ella en cierta forma la excusa del argumento y al final es quien se enfrenta al asesino, no tiene lo que se dice mucho protagonismo. De hecho está practicamente ausente de la película durante los primeros 45 minutos, por lo que el peso de la trama recae principalmente en la reportera Gale Weathers (Courtney Cox) y el inepto pero adorable policía de pueblo Dewey (David Arquette). La falta de una protagonista específica se compensa asimismo con un desfile impresionante de cameos de celebridades en el elenco: Lance Henrikssen, Roger Corman, Jenny McCarthy y una inspiradísima Parker Posey (probablemente lo mejor de la película), sin olvidar un extraño y descolocante cameo de Jay y Silent Bob que, más allá de evidenciar como pocas cosas la época en la que se rodó la película, no tiene mucha gracia.

Esto pone en evidencia las carencias de Scream 3 a un nivel que incluso hace extrañar la presencia de Williamson tras el guión. Con una duración de casi dos horas, es sin duda demasiado larga, y su entrega casi incondicional al humor es en ocasiones excesiva ya que las dos entregas anteriores, si bien nunca se tomaron demasiado en serio a sí mismas, al menos mostraban cierta reverencia hacia el género que parodiaban. La única reverencia de esta película es aquella que hay en cuanto a sus propios chistes privados, como el hecho de que Gale y Dewey ya no están juntos al principio de la trama. Del resto, la verdad es que es poco imaginativa y su autorreferencialidad se nota más bien como autocomplacencia; después de todo, esta es una película hecha con plena consciencia del "fenómeno Scream", lo que hace que se sienta muy artificial y delata que sus responsables no creían realmente que pudiesen llegar al nivel alcanzado con la primera parte o incluso la segunda. Esto es algo que se nota en todas sus fases, desde un guión que sufrió varias modificaciones importantes incluso durante el rodaje, hasta la desganada dirección del propio Craven, quien es sabido sólo aceptó encargarse de esta película a cambio de que Miramax le permitiera dirigir Música del corazón (1999), hecho al que curiosamente hace referencia uno de los personajes.

Cualquier apreciación que se pueda hacer de Scream 3 pasa necesariamente por sus ocasionales grandes toques cómicos (como, repetimos, Parker Posey haciendo de la falsa Gale Weathers), a veces un tanto ingenuos pero otras muy efectivos. No hay muchas esperanzas en cuanto a sus elementos argumentales o de terror ya que la trama de la película es caótica hasta el absurdo, desde la manera tan curiosa que tienen de traer de vuelta al personaje de Randy hasta el descalabrado final que incluso se atreve a reescribir (tal como las "reglas" afirman) parte de la mitología de la saga. Insisto, sin embargo, en que este tono me parece un tanto despreciativo, dirigido más hacia un público demasiado joven para conocer aquel género que Scream parodiaba y que aquí parece convertirse en un chiste que habla sobre sí mismo, y que hacen de esta una película muy inferior a las dos anteriores. Habrá que ver si ahora, cuando se ha anunciado el regreso de Craven, Williamson, Campbell y demás en una inminente cuarta entrega, la saga volverá a su senda original o por el contrario seguirá depredándose a sí misma hasta la náusea.

lunes, junio 21, 2010

Asesinos enmascarados once more

Se cierra el círculo sobre nuestro primer vistazo a las tres sagas más conocidas de asesinos enmascarados de los noventa, y en esta ocasión las tres optan por alejarse un poco de aquellos preceptos que las vieron nacer. La primera de ellas se deja arrastrar por su descendiente espiral hacia la comedia, mientras que las otras dos cortan radicalmente con sus encarnaciones anteriores al intentar abordar nuevos caminos que les permitan volver a ganarse a un público cada vez menos adepto. De todas formas, aquí daremos cabido a un breve y siempre insuficiente vistazo a las tres. Así que no desesperéis, que en cuestión de un par de días comenzaremos a poner nuestro ojo en Scream 3 (2000), Siempre sabré lo que hicísteis el último verano (2006) y Leyenda urbana 3: Bloody Mary (2005), las cuales terminarán este (primer) ciclo sobre tardíos carniceros y sus muchas encarnaciones posteriores.

Nota: como de costumbre, la nueva cabecera que adorna esta bitácora se la debemos al buen oficio del señor Kuroi Yume, huésped habitual de esta casa.

sábado, junio 19, 2010

Reseña: Captivity (2007)

En esta ocasión creo que las expectativas eran comprensibles. Poniéndonos serios, la pregunta es cómo no puede ser buena una cinta dirigida por Roland Joffé, responsable de una de mis películas favoritas, La misión (1986), y con guión escrito nada menos que por Larry Cohen. El caso es que Captivity (2007) las tenía todas consigo para ser un trabajo, si no destacable, al menos eficiente. La realidad se impone como un balde de agua fría, ya que la cinta es en verdad un thriller bastante convencional hecho con dos objetivos: por un lado la exhibición de su protagonista, Elisha Cuthbert, y por el otro la explotación del popular esquema de torturas masificado por películas como Saw (2004) o Hostel (2005). Si tenemos en cuenta que ambas de estas (secuelas incluídas) son, al igual que la película de que hablamos hoy, propiedad de Lionsgate, llegamos a la conclusión de que la avaricia los ha llevado por mal camino.

En un esquema ya visto muchas veces, Captivity no es más que la historia de una supermodelo secuestrada por un misterioso y anónimo personaje que procede a torturarla física y psicológicamente durante la hora y media de metraje. Con el tiempo, la chica descubrirá que no está sola en su cautiverio, y que las intenciones de su captor son más complejas de lo que en principio parecen. Lástima que la película en realidad no lo sea; de hecho, tras los primeros quince minutos ya deberías saber exactamente cómo va a terminar, y lo predecible de su desarrollo ni siquiera está compensado por un auténtico trabajo de explotación. Después de todo, Elisha Cuthbert es una estrella juvenil en alza, y difícilmente le iban a poner las cosas muy duras en una cinta que en el fondo no es más que material de relleno entre los muchos estrenos similares de este subgénero de jovencitos torturados.

Sabiendo esto, la versión “Unrated” contiene varias escenas explícitas de torturas que fueron agregadas posteriormente a la película por orden del estudio. Dichas escenas no fueron rodadas por Roland Joffé, cosa que se nota porque no calzan para nada con el resto de la cinta y se sienten como añadidos artificiales que difícilmente se justifican y, en definitiva, tampoco son para tanto. A decir verdad, lo más conocido de Captivity, a fecha de hoy, sigue siendo la polémica surgida en torno a su material publicitario inicial. Estas falsas truculencias no salvan una película que es, hay que decirlo, tremendamente aburrida, en la que para colmo surge de la nada una sub-trama romántica (¡!) metida simplemente porque sí en aquella situación angustiosa que vive la protagonista, y que deja la película a la altura de un burdo telethriller de los más baratos.

Realmente no hay mucho más que pueda decir de Captivity aparte de apoyar su posible candidatura a lo peor de la década pasada. No hay mayores cosas que decir de una película plana y monótona, que ni siquiera sabe aprovechar el innegable morbo de su protagonista femenina en la que sin duda es una de sus actuaciones más recatadas, con lo que más que supermodelo parece una colegiala en apuros. Encima, tener en cuenta los responsables que están detrás de esta producción sólo hace de esta una experiencia mucho más lamentable.

martes, junio 15, 2010

Reseña: Predator 2 (1990)

Una cosa que nunca he conseguido entender es el desprecio casi generalizado que existe hacia Predator 2 (1990) incluso entre aquellos entusiastas de la original de John McTiernan. Hasta el propio Arnold Schwarzenegger manifestó en su momento su escaso interés en esta secuela, argumentando que el cambio de ambientación (en lugar de la selva, esta segunda parte tiene lugar en una Los Ángeles futurista asolada por una guerra entre bandas callejeras) desechaba uno de los mayores atractivos de la primera parte. De entrada esta es una afirmación con la que no puedo estar de acuerdo; por el contrario me parece que llevar el monstruo a la ciudad era el paso lógico a dar para una continuación. Entre otras cosas porque dicho escenario (tan peligroso y caótico como la selva, no nos engañemos) permite a la película tomar el camino inevitable de las secuelas en cuanto a presentar los mismos elementos exitosos de la original pero a lo grande, y si bien es cierto que el misterio que rodeaba al personaje en la primera película no puede ser reproducido, no es menos verdadero que el monstruo en esta ocasión es mucho más brutal y representa un auténtico desafío para el aguerrido protagonista.

Otro de los grandes aciertos que tiene Predator 2 es su capacidad para dejarnos intuir aspectos clave de la mitología de los monstruos y su origen sin necesidad de diálogos explicativos. De hecho el guionista John Thomas, artífice también de la primera parte, decía en una ocasión que su idea era dejar claro que esta vez los protagonistas se enfrentaban a un ejemplar alienígena más joven, lo cual en parte explicaría tanto el nuevo arsenal de armas como la arrogancia del monstruo al cazar en una ciudad en pleno centro de la civilización humana. No estoy seguro de que dicha intención se haya conseguido del todo, pero sí me parece muy conseguida la manera en que Thomas repite el esquema presentado en la original de 1987; al igual que en la primera parte, Predator 2 parece en un principio una película muy distinta, un policial bastante típico ambientado en una ciudad sutilmente futurista (el avance tecnológico únicamente es apreciable en las armas de fuego) en la que un misterioso asesino masacra indiscriminadamente a los miembros de dos terribles bandas rivales, mientras los agentes de policía (liderados por un Danny Glover inusualmente metido en un papel protagónico de héroe tosco y brutal) intentan descubrir su identidad y se encuentran con más de lo que pueden lidiar.

Es a partir de la entrada en escena del monstruo cuando la película comienza a meterse poco a poco en terreno sci-fi, llegando a su punto máximo con la aparición de personeros del gobierno que enlazan el argumento con la primera película. Es de destacar que el líder de estos agentes especiales iba a ser originalmente interpretado por un Schwarzenegger crepuscular y al final terminó cayendo en las manos de Gary Busey en un personaje muy distinto que por supuesto comete el error garrafal de querer atrapar a la criatura con vida en lugar de matarla. La explicación acerca de este plan es el único momento discursivo de Predator 2, ya que el resto está completamente dominado por una violencia y brutalidad incluso mayor que en la primera parte, aderezadas por la exhibición de las nuevas armas alienígenas y la lluvia de tiros que se intercambian prácticamente todos los personajes.

Es en el tramo final, una vez más, donde está la verdadera esencia de esta secuela; aparte de desarrollarse toda en una sola maravillosa secuencia (literalmente, casi todo el tercer acto es una sola persecución en la que Danny Glover da caza al monstruo que se ha cargado a su mejor amigo) entronca perfectamente con el espíritu de la original al convertir la lucha contra el Predator en un mano a mano contra un hombre solo, en este caso un policía malencarado y bruto que a se reconoce en plena desventaja ante aquel enigma de otro mundo. Esta pelea final, ambientada en el que es posiblemente el mejor escenario en el que podía terminar la cinta (nada menos que la nave del monstruo, sala de trofeos incluída) no sólo está genialmente resuelta por el director Stephen Hopkins sino que encima permite un atisbo (leve, sutil) a toda una mitología que se extendería por muchos medios más y que daría, con tan sólo una imagen de un par de segundos, la excusa perfecta para un crossover bastante esperado. A veinte años de su estreno, Predator 2 es reinvindicable muy a pesar de que en su momento no haya salido bien parada, y el estreno de la ya muy postergada tercera entrega este verano tiene un listón muy alto que alcanzar.

domingo, junio 13, 2010

Reseña: El retrato de Dorian Gray (2009)

Si algo tiene esta nueva versión de El retrato de Dorian Gray (2009) es que detrás de su apariencia típicamente mainstream y de vehículo de lucimiento del joven actor Ben Barnes (el príncipe Caspian para los no iniciados), esta producción británica esconde una intención bastante noble que yo en lo personal esperaba desde hace mucho tiempo: dar a la historia de Oscar Wilde un tratamiento más cercano al horror de lo que normalmente se le ha otorgado en adaptaciones cinematográficas anteriores, más cercanas quizás al drama de época. Tampoco es que esta nueva versión (titulada simplemente Dorian Gray en su idioma original) no toque esa vertiente, pero sí es verdad que sabe desembarazarse bastante del discurso de la novela (y de Wilde en general) para construir su propia historia de corrupción sobrenatural con un encanto pop que en lo personal me cuesta menospreciar. Nunca llega a ser una gran película ni a atreverse a afrontar su discurso de decadencia en su plenitud, pero es mucho más interesante de lo que originalmente le concedía.

Sorprende por ejemplo que el tema de la eterna juventud de Dorian es un aspecto incluso secundario, haciendo un énfasis mucho mayor en la corrupción moral de un joven inicialmente inocente que es empujado a un mundo de vicios y depravaciones por su amigo Lord Henry, quien ve en el muchacho la oportunidad de disfrutar vicariamente aquella vida de excesos que él únicamente predica. Es así como el retrato de Dorian va poco a poco adquiriendo las huellas de sus vicios hasta convertirse no sólo en reflejo tangible de su alma sino literalmente en un monstruo. Este es un concepto que me gusta no sólo porque introduce la idea ya mencionada arriba de dar a la historia un tratamiento de terror sino también porque representa hasta cierto punto una novedad al tocar el tema del Doble y enlazar la obra de Wilde con otras ficciones sobrenaturales del siglo XIX. En ocasiones la idea está trabajada de forma un tanto efectista, lo que hace que no termine de funcionar del todo, pero es algo que por lo general está bien trabajado y convierte a Dorian en un villano en toda regla.

Esto nos lleva al personaje como tal, puesto que Ben Barnes, a pesar de eludir la imagen de un Dorian rubio y angelical, tiene que hacer poco más que simplemente dejarse ver, y su transformación de jovencito agraciado y atolondrado a monstruo es lo bastante buena como para darle el beneficio de la duda más allá del pego físico con el personaje. Su relación con Lord Henry también está abordada de otra forma al tratarse más esta vez de un vínculo paterno-filial que calza también con la idea que esta versión tiene sobre el carácter del sibarita maestro de Dorian Gray, quien tiene su propia evolución y termina de alguna manera convirtiéndose en el necesario "héroe" de la historia. El personaje de Sybil Vane, la primera "víctima" de Dorian, es por otro lado dotada de un patetismo exagerado (anticipado por cierto en el hecho de que el protagonista la ve haciendo de la Ofelia de Hamlet) que encima se ve bastante dañado por la joven y guapa Rachel Hurd-Wood en la que probablemente sea una de las peores actuaciones que le he visto jamás.

No todo, por desgracia, funciona tan bien como la idea sobrenatural; el pacato moralismo de la película y su condición abiertamente comercial impiden ahondar en los vicios de Dorian Gray, en los que la cinta se asoma pero ante los cuales inevitablemente recula, y su inclusión de un abierto y marcado homoerotismo es tramposa y puritana porque la película equipara la homosexualidad a una depravación más. La última media hora, aquella en la que finalmente la diferencia de edad de Dorian con el resto de los personajes se evidencia, introduce además una subtrama amorosa con una mujer distinta a todas aquellas que hemos visto antes en la cinta y que representa el paso del tiempo más incluso que el maquillaje de los actores. Esta historia de amor, ausente en la novela original, parece justificar una vez más la búsqueda de una redención para el protagonista, enfrentado ahora a la voluntad indomable de su doble retratado. Es esto lo que hace que estemos ante una cinta menos memorable de lo que prometen sus ocasionales grandes ideas, que hubiesen podido ser mucho mejor exploradas en un formato de miniserie que le hubiese venido muy bien.

viernes, junio 11, 2010

Hay tigres

A punto de salir en DVD en su país de origen y aquí no tenemos ni siquiera una miserable fecha de estreno. Definitivamente el verano para estas cosas es una mala época.

miércoles, junio 09, 2010

Reseña: Nueva York bajo el terror de los zombis (1979)

Incluso aquellos que no estén muy familiarizados con la obra de Lucio Fulci (como yo) conocerán sin duda Nueva York bajo el terror de los zombis (1979), título con el que se conoce en España Zombi 2, primera película de terror de este famoso director italiano. La cinta es conocida con un gran número de títulos diferentes, ya que el "2" del original deja en evidencia sus intenciones de falsa secuela de El amanecer de los muertos (1978), de George Romero, la cual se tituló Zombi en gran parte de Europa. Muy previsiblemente, esta cinta de Fulci no tiene nada que ver con dicha película, e incluso el título español es engañoso, ya que la acción principal ni siquiera transcurre en Nueva York, lugar en los que están ambientados sólo los primeros veinte minutos de la película. El resto es una historia de personajes acosados por una indescriptible magia negra en medio de una isla de las Antillas, lo cual le sirve a Fulci para tratar varios temas que terminarán siendo recurrentes en su filmografía, siendo uno de ellos el choque entre el mundo racional y la religión, en este caso el vudú.

Sin embargo, esto último no parece ser en el fondo más que una excusa; el origen de la epidemia zombi no sólo nunca es explicado sino que tampoco parece ceñirse a unas reglas específicas (a veces los muertos vivientes son producto de una infección y a veces simplemente se levantan de sus tumbas), mientras que la trama va dando tumbos entre la historia de una maldición que data de los tiempos de los conquistadores hasta un misterio alrededor de un ancestral culto vudú que no lleva a ninguna parte, así como la investigación por parte de un reportero y una mujer sobre la misteriosa desaparición de un hombre en estas islas y el trabajo de un inescrupuloso doctor que intenta en vano dar con la explicación científica del fenómeno de los muertos que andan. Todas estas subtramas están mezcladas de forma un tanto caótica, cosa que no debería de extrañarnos ya que los argumentos coherentes nunca fueron por lo visto el fuerte del cine de Fulci, quien estaba mucho más interesado en el aspecto visual y temático de sus historias. Sumado a esto hay diferentes detalles que evidencian las prisas y carencias de la producción, como fallos de raccord impresionantes y unos personajes poco carismáticos. De hecho me parece que las películas de terror de Fulci tenían siempre los mismos tres personajes: el tenebroso hombre que sabe el secreto, el machote protagonista de pelo en pecho que se encarga de casi todo el heroísmo y la mujer guapa que sólo grita y reacciona ante los monstruos.

Pero finalmente nada de esto importa, porque lo que sí consigue con creces esta falsa secuela es crear un ambiente siniestro donde la isla en la que se encuentran los personajes se convierte en un infierno perfectamente creíble. Aunque el principio tarda un poco en arrancar, el caos creado por los muertos vivientes es palpable ya que no sólo la locación de la isla da la sensación de no tener donde escapar sino que encima Fulci echa mano de lo que a partir de entonces sería una constante suya: ese exotismo de tintes lovecraftianos que se nota en los omnipresentes tambores que preceden a los muertos vivientes, una música cuyo origen nunca llegamos a ver pero que enlaza a los zombis con una maldición cultural muy antigua ante la cual los personajes se ven superados. Esta ambientación tan lograda es por desgracia muchas veces pasada por alto en beneficio del gore y demás golpes de efecto que en esta película ciertamente abundan y con los que el director castiga a su público una y otra vez: la ya famosa astilla de madera en el ojo, las esmeradas escenas de canibalismo y el detalle casi obsesivo de esos cadáveres rebosantes de gusanos que se alzan lentamente frente a los protagonistas son los detalles que ponen a la película en un terreno de explotación pura y dura de la que otro director quizás no habría salido tan bien parado (cosa que acabaron demostrando por otra parte los incontables imitadores de esta ola italiana de muertos vivientes).

Nueva York bajo el terror de los zombis, o Zombi 2, como queráis llamarla, puede que no sea la mejor película de Fulci (en lo personal sigo prefiriendo su trilogía de Las puertas del Infierno) pero sí es aquella por la cual yo recomendaría empezar a cualquiera que quiera acercarse a su obra de terror, aunque sea para comprobar cómo este director puede ir más allá de la etiqueta de explotación a la que muchas veces se le reduce injustamente. El contundente final de la película, muy en la onda de este cineasta, es también una de las cosas más recordadas, y aunque muchos de los esquemas temáticos de su argumento serían repetidos muchas veces, esta sigue siendo por derecho propio una de las mejores películas de muertos vivientes que se han hecho nunca.

lunes, junio 07, 2010

Reseña: The Crazies (2010)

Tras El amanecer de los muertos (2004), esta es la segunda vez que los grandes estudios deciden hacer un remake de alguna obra importante de George Romero despojándola de su contenido inicial y tratando de hacerla más accesible en aras de una comercialidad mal entendida. La comparación con la película de Zack Snyder es pertinente ya que The Crazies (2010) sigue más o menos el mismo camino trazado seis años atrás pero sin la misma efectividad, empezando por una premisa que hoy en día parece estar ya bastante gastada; aquellos que hayan visto el original de Romero recordarán sin duda que lo primero que se dice al haber de ella es que con todo y su planteamiento base no es una película de zombis. Pues bien, este remake sí que lo es. No sólo repite casi todos los preceptos del cine de infectados/cadáveres andantes (¿existe alguna diferencia a estas alturas?) sino que encima desecha aquellas cosas del original romeriano que la hacían destacar.

Si bien la base argumental es prácticamente idéntica (un pueblo pequeño puesto en cuarentena por el ejército debido a un extraño virus que hace que la gente se vuelva loca) esa misma estrategia comercial de la que hablábamos antes reduce la trama a sus mínimos; a diferencia de la versión original, la historia se mueve esta vez en un solo nivel, siguiendo exclusivamente la odisea del comisario local que intenta sólo rescatar a su mujer y escapar del pueblo sitiado, desechando así toda la subtrama de la lucha entre los científicos y militares que plantan cara al virus cada uno a su manera. La presencia de estos últimos, a decir verdad, es bastante sutil y no se sabe muy bien qué es lo que intentan hacer aparte de mantener a la gente encerrada. Esta decisión daña a la película por dos motivos: el primero de ellos es que hace de la presencia de los militares algo meramente supérfluo para añadir un elemento de tensión muy básico y carente del interés de la original, en la que la lucha entre los personeros del Gobierno para encontrar la forma de acabar con el virus contribuía a esa desesperación general que terminaba apoderándose del argumento. Aquí en cambio los agentes gubernamentales son simplemente un recurso narrativo sin rostro que aparecen y desaparecen convenientemente para que los protagonistas en fuga puedan enfrentarse a los grupos de infectados.

El segundo inconveniente de esta omisión, en el que esta nueva versión falla al no reconocer aquello que hacía especial a la película de Romero, es el siguiente: en la original la verdadera amenaza para el pueblo no eran tanto los infectados como los propios militares, quienes poco a poco iban perdiendo el control y terminaban siendo un peligro ante el cual los ciudadanos debían enfrentarse. Esa idea aquí está completamente desaprovechada al convertirse The Crazies en una película de zombis un poco más inteligentes de lo normal (eso y el hecho de que no se contagian unos a otros parece ser lo único que les diferencia de, por ejemplo, los engendros de Danny Boyle) con algunas buenas secuencias como la del autolavado (probablemente el mejor momento de la película) pero sin el contenido realmente transgresor de la cinta de Romero, que la supera con creces a pesar de su bajo nivel de producción y sus actores no profesionales. Esta, en cambio, a pesar de todos sus recursos resulta bastante genérica con sus infectados de maquillaje grotesco y gritos sobrenaturales, sus imágenes de pueblo devastado, sus personajes completamente nulos e inútiles como las dos mujeres que acompañan al sheriff y su ayudante, o incluso ese clímax final que intenta dotar a la película de un contenido apocalíptico que por supuesto no puede dejar atrás el guiño a una posible secuela.

Este último detalle es particularmente significativo porque nunca hubiese imaginado que una nueva versión hecha casi treinta años después llegase a desechar el amargo final de la película de Romero en virtud de algo más digerible para el público, a pesar de que la cinta no se ha cortado un pelo antes en lo que respecta a imágenes crueles. Lo de la historia de zombis disfrazada es más evidente que nunca si tenemos en cuenta que el desmoronamiento gradual de los infectados es mucho menos marcado que en la original y que, a diferencia de la versión de los setenta, esta vez el virus no parece tener un efecto distinto en cada persona. Aquellos que no hayan visto la versión de Romero y que tengan ganas de una película de infectados de las del montón puede que encuentren algo realmente positivo en esta encarnación de The Crazies, pero incluso dentro de esta liga creo que resulta supérflua. Pasemos por alto momentánemente el hecho indiscutible de que esta cinta es la banalización de una película altamente política y quedémonos con una realidad amarga que cierra el círculo de esta reseña: sólo la primera secuencia de El amanecer de los muertos de Snyder tiene mucha más fuerza que toda esta película de la que hablamos hoy.

sábado, junio 05, 2010

Reseña: El retrato de Dorian Gray (1945)

El cine y la televisión han visto ya muchas adaptaciones de El retrato de Dorian Gray, pero esta de 1945 dirigida por Albert Lewin sigue siendo hasta la fecha la más famosa de todas. Entre otras cosas porque fue una película muy popular en su época, contando con actores de renombre como George Sanders y además dando un fuerte inicio a la carrera de otros como Hurd Hatfield en el papel principal o una jovencísima Angela Lansbury que incluso fue nominada al Oscar por su trabajo. Al igual que la novela de Oscar Wilde en la que se basa, El retrato de Dorian Gray (1945) es realmente un drama de corte moral en el que los elementos sobrenaturales están tratados de forma muy sutil pero no por ello menos siniestra, representados todos en la figura de ese Adonis decimonónico que no envejece mientras el cuadro con su figura adquiere todos los rasgos de la edad y la depravación en la que va sumiendo su vida.

La aproximación que Albert Lewin da a la historia difiere un tanto del original de Wilde, pero es al menos lo bastante inteligente como para proponer sus propios temas, tanto en argumento como en estética; la película está rodada en blanco y negro a excepción de un par de momentos concernientes al retrato de Dorian en los que la pantalla se llena de forma imprevista con colores llamativos. El gimmick visual es obvio, pero funciona, porque realmente hace que el retrato cobre vida ante el espectador y resuelve una de las principales dificultades de la adaptación al mostrar de forma explícita algo que en la novela sólo puede ser descrito. De hecho el cuadro "maldito", pintado a manera de encargo por el artista Ivan Albright y expuesto hoy en día en la Academia de Arte de Chicago, es prácticamente un personaje más al caracterizar no sólo la depravación de Dorian como una especie de lepra moral, sino también la ruptura con la estética realista y encorsetada de la cinta, que es presentada en un tono muy sobrio acorde con el retrato "original" del pintor portugués Henrique Medina. Esta contraposición entre ambas obras es probablemente el punto estético más interesante de la película.

En la cuestión temática, Lewin parece plantear el relato como una diatriba entre el Bien y el Mal, del hombre dividido entre la vida de virtud y la entrega a la corrupción moral, mientras que la novela era una historia principalmente sobre la vanidad y la obsesión de la época con las apariencias por encima de la sinceridad. Esta desviación temática obliga a la película a hacer ciertos cambios en el argumento, notables sobre todo en el personaje de Sybil Vane (Angela Lansbury) quien ahora no es actriz sino cantante de un tugurio de los barrios bajos. El personaje de Sybil se nos muestra como el último reducto de bondad e inocencia en medio del peor de los sitios, que Dorian eventualmente roba y luego destruye. La Lansbury no sale mucho, a decir verdad, pero cuando lo hace su presencia es bastante cautivadora (sobre todo cuando canta) y deja una huella considerable en la película. No es este el único cambio: la cinta introduce una subtrama amorosa adicional planteada no sólo como estrategia de apelación al público de masas sino muy probablemente para deshacerse del subtexto homosexual de la novela, que ya era sutil en la obra de Wilde pero que aquí es prácticamente inexistente.

El propio Dorian es presentado esta vez de forma muy distinta al original; a medida que su degradación moral se va haciendo más evidente, el personaje va desechando sus emociones hasta convertirse en una figura de rostro completamente neutro y de una crueldad cuyo principal atributo es la frialdad extrema. Este último punto está bastante conseguido por el actor protagonista, Hurd Hatfield, quien a partir de entonces sería encasillado en roles de villano y que al igual que Dorian mantuvo una apariencia juvenil durante prácticamente toda su vida. Su trabajo no se salva sin embargo de una actuación un tanto acartonada y artificial (notable sobre todo al principio de la película, cuando se supone que Dorian es un ser encantador y lleno de vida), pero esto es algo que afecta prácticamente a varios de los actores de la película, incluso al gran George Sanders, quien tiene el que es sin duda el mejor personaje de la película, el cínico sibarita Lord Henry, pero quien más que actuar parece que está siempre recitando. Algunos creen que este particular tono de actuación es completamente intencional y que remite más bien a ese mundo de apariencias en el que se mueven los personajes, pero yo la verdad no estoy tan seguro. Más bien creo que se trata de un punto en el que se hacen más evidentes las ganas de fidelidad al estilo de Wilde, en ocasiones demasiado discursivo para la pantalla.

Esto sería la única falta notable de una película que por lo demás está muy bien construída en su detalle sutil pero efectivo del misterio sobrenatural que rodea al personaje de Dorian Gray, un misterio que por desgracia es dotado de una intuída explicación que se queda a medias y que, ya al final de la película, ofrece incluso un resquicio de esperanza de redención. Ambos hechos muy probablemente se deban a las necesidades por parte de los responsables de cumplir con los preceptos del infame Código Hays, pero incluso teniendo en cuenta estos detalles, esta versión de El retrato de Dorian Gray es una que vale la pena rescatar ahora que tenemos en cartelera una nueva adaptación que a juzgar por los avances parece más inclinada a un tratamiento del horror más marcado y evidente. Podéis tener la seguridad de que también la veremos por aquí.