sábado, agosto 21, 2010

Escueta reseña relámpago de "Dead Set"

Por lo menos hasta que llegue el estreno este año de The Walking Dead habrá que considerar Dead Set (2008) como el mayor paso que ha dado lo zombi en la pequeña pantalla. No la ví en su momento y he tenido que dejar pasar un tiempo para poder apreciarla correctamente en su formato doméstico, cosa que no ha resultado nada difícil puesto que los cinco capítulos que la componen apenas suman dos horas y media, pero su brevedad no le impide pasar revista a todo lo que en nuestros tiempos de sobresaturación de cadáveres ambulantes hemos llegado a entender como los arquetipos y constantes de este tipo de historias. De hecho Dead Set es un digno representante de los zombis post-Romero, ya que si algo queda claro de esta producción británica es la evidente deuda con cintas como 28 días después (2002) y El amanecer de los muertos (2004), las cuales a su vez ya reinventaban la entonces trilogía romeriana en aras de un mayor "realismo" e intensidad.
De la misma forma la premisa de Dead Set (básicamente la historia de un Apocalipsis zombi vivido desde la casa de Gran Hermano) podría hacernos creer que sus responsables han echado mano de este tipo de trama únicamente para montar una evidente alegoría sobre el carácter perverso de la telerrealidad y el vouyerismo de unos espectadores que desean ver la degeneración de un grupo de personas forzadas a convivir. El hecho de que la serie esté producida por la cadena británica Channel Four, responsable también de la producción de dicho reality, otorga un giro macabro a esta idea que encima se conplementa con la participación de Davina McCall, conocida presentadora del programa en su versión inglesa y que se ha prestado a ser zombificada hasta el punto de convertirse en una de las imágenes más recurrentes de la serie.

Pero si Dead Set funciona es por más que simplemente cuestiones alegóricas; después de todo, el drama de personajes forzados a convivir y convirtiéndose en un peligro para sí mismos aún más que los propios zombis ha sido un tema recurrente en este subgénero desde su (discutible) génesis en 1968, por lo que la serie no inventa un camino nuevo. Sus virtudes están sobretodo en haber conseguido presentar una historia violenta y agresiva que va más allá de los límites comúnmente impuestos por la televisión. La imagen de un zombi mirando fijamente la pantalla resulta en este sentido demasiado obvia y a estas alturas difícilmente sorprenda a nadie. De la misma forma, las piruetas argumentales de la serie son bastante predecibles y todo aquel que haya visto películas de este género sabrá anticiparlas con facilidad: la duda entre eliminar o no a un ser querido, la ruptura del tabú de la propiedad privada, un personaje infectado que oculta su condición hasta que es demasiado tarde, y un largo etcétera.

La falta de originalidad en todo caso es compensada con un tratamiento brutal de los personajes y una estética más entregada a un realismo documental que deja en evidencia que Dead Set, a pesar de sus muchas y nada veladas referencias romerianas, busca realmente imitar el formato que Danny Boyle y Zack Snyder popularizaron, aparte de sus "zombis rápidos", los cuales por otro lado son argumentalmente necesarios para justificar la rapidez de la epidemia. El tono de telerrealidad de la película ayuda también a dar a sus personajes un realismo que, paradójicamente, es más pronunciado en aquellos que son componentes de la Casa y que, en teoría al menos, deberían ser los más antinaturales. El resto son bastante tópicos a excepción del grandioso personaje del productor del programa en el infaltable rol de cabronazo que pone en peligro las vidas de sus semejantes aún más que los propios muertos vivientes y que tiene algunos de los mejores y más geniales momentos de la serie.

Por supuesto que no todo es tan perfecto; aparte de una ya mencionada falta de originalidad que hace que la serie no tenga nada que sorprenda a aquellos seguidores habituales de este tipo de historias, la serie tiene un final bastante apresurado y repentino que se antoja bastante acomodaticio en cuanto a resolución final de los interesantes giros dramáticos que se intuyen pero que nunca se explotan. Con esto queremos decir simplemente que la serie podría haber continuado por mucho tiempo. Pero la decepción sólo puede venir si nos olvidamos de lo primordial: que Dead Set fue hecha para la televisión, y en este sentido es sin duda uno de los trabajos más brillantes y energéticos que podemos encontrar.

Allá por los tiempos de su estreno, la cadena Channel Four decidió retransmitir la serie entera con todos sus capítulos seguidos para un especial de Halloween. No estoy seguro de que haya sido una buena idea ya que a pesar de la brevedad de su primera y única temporada y lo increíblemente sencilla que resulta su trama, se nota mucho el formato episódico en la manera como cada episodio tiene su estructura propia con cliffhanger incluído. Pero las dinámicas de disfrute son un tema aparte, ya que esta producción británica está entre los destacables de un subgénero que hoy por hoy parece habernos engullido con demasiados exponentes prescindibles. Ningún amante de lo zombi debería perdérsela.

sábado, agosto 14, 2010

Reseña: Splice (2009)

El caso de Vincenzo Natali es el de un director encumbrado como algo cercano a un autor de culto principalmente por la película Cube (1997), que hoy en día sigue siendo su obra más popular a pesar de que el canadiense ha seguido la senda de la ciencia-ficción alegórica en cintas posteriores como Cypher (2002) o Nothing (2003). Debo reconocer que no he visto todavía estas dos, lo cual se justifica hasta cierto punto en lo relativamente desapercibido que ha pasado Natali durante todos estos años, sumido por lo visto en un silencio que se ha roto con una de sus películas más anticipadas, Splice (2009), una curiosa mezcla de fábula moralista y monster-movie que intenta balancear varios géneros a la vez, desde las desventuras de científicos amorales hasta aquello que tan acertadamente se conoce como ciencia-ficción guarra. El nombre de Guillermo del Toro (uno de los muchos productores de la cinta) ha lanzado una idea errónea sobre Splice y su pertenencia a la variante más fantasiosa de los monstruos, porque lo cierto es que la película de Natali es una mezcla bastante caótica de estilos que revela de forma bastante evidente lo accidentado de su producción y lo mucho que luchó su director para finalmente lograr su muy retrasado estreno, ya que sus ocasionales grandes ideas se pierden un poco en lo que resulta a todas luces una película un tanto limitada.

Tras un muy pobre comienzo aderezado con todo y secuencia musical para hacer avanzar la trama, la película llega a lo realmente importante al mostrar el momento en el que los dos científicos protagonistas deciden ir más allá de lo permitido y crear una forma de vida artificial llamada "Dren", un coctel de ADN de varias especies diferentes, incluyendo la humana, a la que mantienen oculta de todos con la esperanza de poder observar por completo su acelerado ciclo vital. Es la relación entre los dos científicos y la impredecible criatura el centro argumental de la película (de hecho el 90% de la cinta muestra sólo estos tres personajes), que más adelante incluirá las ya conocidas dificultades de instintos maternales frustrados y los peligros de mantener a raya a una criatura que muestra poco control en sus instintos más básicos como la alimentación y (como no) la reproducción. En ocasiones estas ideas ponen a prueba la credulidad del público a un nivel un tanto excesivo ya que los dos protagonistas no parecen tener en ningún momento idea de la magnitud de lo que han hecho ni de los numerosos inconvenientes de dejar a un ser como este fuera de su vista.

Este sería después de todo un mal menor, ya que el principal problema de Splice viene a ser su aparente necesidad de tocar varios puntos clave de distintas temáticas de ciencia-ficción sin decidirse por ningún camino a seguir, como si Natali y el resto de sus responsables hubiesen querido confeccionar una película que funcionase a la vez como alegoría fantástica de la ciencia como acto "creativo" (en el sentido de aquellos grandes avances científicos vistos como un fin en sí mismo y no como un servicio a la Humanidad), película de monstruos al uso y fantasía erótica de sci-fi calenturienta. En lo primero no termina de funcionar porque los preceptos científicos sobre los que se asienta la película son de baratillo, y en cuanto a lo último cabe decir que la película es sorprendentemente recatada y aburrida en todo lo que tiene que ver con sexo; en este sentido resulta inevitable la comparación con otras obras de erotismo fantacientífico como Species (1995), la cual con todo y su tratamiento "cinemax" del sexo resulta mucho más transgresora y sobre todo bastante más divertida.

Donde funciona mejor Splice es probablemente en su faceta de monster movie, la cual tarda demasiado en llegar pero sin duda contiene los mejores momentos de la película, especialmente aquellos que tienen que ver con la criatura Dren y la frágil y conflictiva relación que tiene con sus creadores. Una vez más resulta sorprendente la manera en que el público logra anticipar el inevitable desastre mucho antes que los despistados personajes protagonistas, pero al menos el "monstruo" está bastante bien caracterizado y hace olvidar por momentos lo aburrido de la cinta y lo indecisa que esta parece estar en cuanto a cual es su naturaleza. Natali ha hablado en más de una ocasión de lo difícil que fue lograr que esta película se estrenara, y aunque desconozco los detalles, sí parece estar bastante manoseada por intereses ajenos y haber sido manipulada para adaptarla a un público más genérico que los seguidores de la obra anterior de este director. Con todo y eso, es una historia interesante a la cual no vendría mal un Director's Cut en condiciones (algún día). Tal como está, me ha parecido curiosa pero al final bastante olvidable.

domingo, agosto 08, 2010

Reseña: Alien vs Predator (2004)

Con el tiempo he terminado por arrepentirme de todo lo malo que una vez dije de Paul W.S. Anderson, un director con una carrera difícil de desdeñar en la que se cuentan grandes películas como Horizonte final (1997), Soldier (1998), o incluso la primera Resident Evil (2002). Pero no todo el mundo lo ve así, y es probable que el nombre de este cineasta haya tenido su peso en el desprecio generalizado que existe hacia Alien vs Predator (2004), uno de los crossover más anticipados del cine de terror/ciencia-ficción y que finalmente cayó sobre las manos de Anderson catorce años después de que fuera anunciado de forma extraoficial. El caso de esta cinta es paradójico; no conozco a nadie que me hable positivamente de ella, y sin embargo en su momento fue la película más taquillera de ambas sagas. Vista finalmente, resulta claro que no es la mejor película de Anderson, pero esto no me sorprende ya que el concepto del que parte la película es casi imposible de llevar a cabo de forma exitosa.

De entrada una de las cosas que quizás no haya terminado de convencer a mucha gente es que la primera media hora parece una película completamente distinta, una cinta de aventuras en la que el millonario Charles Weyland (que en un alarde de continuidad con la saga de Alien es interpretado por Lance Henrikssen) contrata un equipo de especialistas al más puro estilo de Armaggeddon (1998) para explorar unas misteriosas ruinas descubiertas en la Antártida y que podrían estar relacionadas con una cultura extraterrestre. Todo este trozo del principio, sin embargo, se nota especialmente mutilado porque los personajes que componen el equipo carecen de cualquier relevancia: el supuestamente azaroso viaje a través de las estepas heladas y que justifica la contratación de la exploradora protagonista es cortado por una gran elipsis narrativa, los perforadores nunca llegan a hacer su trabajo, los soldados no tienen la más mínima oportunidad, el químico no hace nada, y el arqueólogo está allí únicamente como un recurso narrativo que lee jeroglíficos y explica cosas para dar a la trama algo de trasfondo. Parece en el fondo como si Anderson estuviese dándose prisa por llegar al punto del argumento en el que las dos criaturas del título hacen su aparición, aunque dichas prisas le cuesten todos los elementos interesantes que la película había sugerido.

Es esta segunda parte, en la que los humanos se ven atrapados en la laberíntica estructura que alberga el campo de iniciación de los Depredadores, lo que realmente hemos venido a ver, y tanto en tono como en argumento difiere por completo de lo que hemos visto hasta entonces. La cinta de aventuras de la primera parte es sustituida por un juego de gato y ratón que se aleja mucho del estilo de ambas sagas y adopta una estética hiperbólica más acorde con el estilo de obras anteriores de Anderson. El componente de acción está, eso sí, bastante suavizado; no solamente la película fue clasificada como PG-13 (rompiendo así la tradición de las entregas anteriores de ambos monstruos) sino que también la violencia tiene más en común, estéticamente, con el devenir de un videojuego en el que los personajes se van moviendo en un ambiente que va cambiando constantemente y que hasta incluye un monstruo final. Todo esto, sin embargo, está realizado de forma un tanto desganada y sin la eficacia que el director había demostrado en las ya citadas Soldier y Resident Evil. Los paralelismos video-lúdicos no acaban allí, ya que la estética guarda una gran similitud (demasiado evidente como para ser casual) con Starcraft, algo muy interesante ya que dicho videojuego bebía tanto de la saga de Alien como de Predator y resumía a la perfección el esquema de una hipotética historia que involucrase a ambas criaturas.

Quizás también por la general ligereza de la historia parece haber una marcada insistencia en el camp, destacable en los rugidos de leones para los Depredadores y el tono abiertamente comiquero de la película. Esto no sería un problema de no ser por lo tremendamente caótica que resulta y lo enrevesado de su argumento; la cinta se encarga de tejer vínculos entre las dos especies alienígenas y la historia de la civilización humana que rompen la continuidad con las dos sagas (aunque en su defensa hay que decir que Anderson ya explicaba que esta película tiene su propio cánon, a pesar de que hay evidentes guiños a ambas franquicias) y se hace en definitiva larga a pesar de que sólo dura hora y media (incluyendo unos créditos finales de 12 minutazos). Asimismo hay muchas cuestiones que quedan sin resolver y agujeros argumentales importantes. Un ejemplo: llegado un momento se intuye que Weyland sabe o al menos tiene una idea clara de aquello a lo que enfrenta, pero esta idea pronto se abandona. Con todo esto, y a pesar de que Alien vs Predator no es el desastre que tanto había escuchado mencionar, sí es una entrada un tanto pobre que se encuentra muy por debajo de las seis películas de las que parte. Sinceramente creo que la idea de unir a estas dos criaturas en una película no funciona debido al necesario protagonismo que deben tener los humanos en cuanto a argumento, aunque sí es cierto que su posterior secuela realizada al amparo del éxito de este primer mashup corregiría muchos de sus defectos iniciales y conseguiría una película más sólida. Pero eso tendremos que dejarlo para otra ocasión.