Independientemente de los resultados me agrada que una película como La herencia Valdemar (2010) tenga al menos la valentía de atreverse a armar un relato que delata a su director, José Luis Alemán, como alguien ambicioso. Tanto que esta abultada historia de inspiración lovecraftiana ha tenido que dividirse en dos partes, con una secuela que hasta donde sé está pendiente aún de estrenarse. Lo de lovecraftiana por supuesto hay que matizarlo en el sentido de que los responsables de esta cinta no parecen estar tan interesados en abordar la mitología del autor de Providence sino más bien en dar una mirada nostálgica hacia un cine de terror de décadas pasadas en las que el fantástico se asume (por fortuna) sin complejos y se pierde en la recreación de caserones encantados, telarañas y candelabros. Nada de esto, evidentemente, tiene mucho que ver con Lovecraft, pero no creo que eso sea algo que se pueda señalar como defecto o carencia.
Decimos esto porque, como ya mencionábamos anteriormente, adaptar a Lovecraft es muy complicado porque sus mayores virtudes como contador de historias están ineludiblemente ligadas al medio. Por lo tanto, la idea de no optar por un relato específico del autor y simplemente emular el mundo por él creado es buena y sin duda meritoria. De todas formas, las intenciones de José Luis Alemán parecen ir más bien por otro lado y decantarse por un estilo que recuerda más bien al de las producciones de la Hammer y demás joyas del terror gótico de los sesenta y setentas. No en balde la inclusión de Paul Naschy (en la que sería una de sus últimas interpretaciones) en un papel secundario o la idea original de contar con Christopher Lee para el reparto, cosa que no se llegó a hacer. Por desgracia esta misma insistencia nostálgica hace que la película en determinados momentos se sienta increíblemente ingenua y artificial, con diálogos cargados de un dramatismo en ocasiones sonrojante y con determinados detalles estéticos que parecen puestos de forma completamente arbitraria, como por ejemplo la sorpresiva aparición de un zepellín y un tren de vapor en la España del siglo XXI.
Mentiría sin embargo si no dijera que hay cosas que me han agradado de La herencia Valdemar; contrariamente a lo que parece ser la opinión general, el trasfondo de la historia decimonónica es interesante aunque se vea mortalmente herido por la decisión de interpretar personajes históricos anglosajones hablando en castellano con un acento abiertamente hispano (y ya sé que el hecho de que esto mismo realizado al revés no me moleste dice mucho de mí, pero aún así...), algo que junto a lo artificioso de los diálogos termina sacándonos de la película. De hecho es la parte ambientada en la época actual la que menos me importó y la que considero sobraba, pero supongo que esto será el principal enfoque de la inminente segunda parte. Por este motivo la película que comentamos hoy quizás pueda considerarse como el necesario prólogo de una historia que todavía no ha terminado.
Muy a pesar de que sus minutos finales auguren lo contrario, lo cierto es que esta primera parte del relato iniciado por La herencia Valdemar es más bien un melodrama con elementos fantásticos, una historia de amor adornada con una pátina sobrenatural que tiene muy poco que ver con el Lovecraft cuyo nombre se invoca para dotar de prestigio a la película (ya de por sí la trama amorosa tiene poco que ver con el imaginario personal del autor de Providence), pero que hasta cierto punto puedo defender por algunas de sus ideas estéticas y sobre todo por la voluntad de seguir al pie de la letra lo que considera sus códigos propios. La segunda parte, titulada La sombra prohibida (2010) lo tendrá muy difícil al abandonar el mucho más interesante contexto del siglo XIX y regresar a la época actual, pero las imágenes mostradas a modo de trailer al final de esta primera entrega auguran un relato de terror más explícito. José Luis Alemán puede que no haya tenido mucha suerte con algo que hubiese quedado mucho mejor como una miniserie de televisión, pero la ingenuidad de su puesta en escena no deja de ser hasta cierto punto entrañable.
La valentía de este proyecto, rodado íntegramente con producción privada (nada de subvenciones)es lo único que puedo decir bueno de la película;las actuaciones en su mayoría son de verguenza ajena y el relato se despeña al poco de empezar con esa historia de época sin chispa. Además, alquilar una película que se dedica solamente a poner el felpudo a la segunda parte y no llega a contar prácticamente nada es de juzgado.
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