Tras haber sido llevada al cine en cuatro ocasiones distintas, está claro que la novela Los ultracuerpos, de Jack Finney, ha pasado a formar parte del imaginario colectivo. Cada versión cinematográfica ha sido, hasta cierto punto, única y ha explorado diversas ideas dentro del mismo marco de paranoia y desconfianza de sus replicantes alienígenas, sin embargo, para el que esto escribe, es la versión de 1978 la más completa, ambiciosa y genial de todas las que se han hecho. Y es que La invasión de los ultracuerpos (1978), dirigida por Phillip Kaufman, no sólo es una gran película que no ha recibido la fama que se merece, sino es la que ha llevado la idea original de Jack Finney a aquellos puntos que la película de Don Siegel, sea por presiones del estudio o por limitaciones propias, no pudo alcanzar. Lo curioso es que esta versión es, al mismo tiempo, la más parecida a la del 56 y la que más extrapola los puntos temáticos que su homóloga esbozaba.
Al abandonar su ambientación de pueblo pequeño y situar la historia de los clones alienígenas en el San Francisco de finales de los setenta, Kaufman aleja su película del contexto de la Guerra Fría (con ese miedo a los comunistas que pervierten la apacible vida de la clase media americana) para acercarla al clima de desconfianza total de la era post-Vietnam/Watergate. San Francisco es mostrada como una descomunal urbe llena de seres individualistas que luchan por mantener su identidad en medio de trabajos alienantes, frustraciones vitales y estériles relaciones de pareja, espíritu que se resume a la perfección en el momento que vemos cómo el gurú de autoayuda David Kibner (un Leonard Nimoy que se come la película) opina que la reciente ola de comentarios tipo "mi esposo ya no es la misma persona" responde a la necesidad de la sociedad moderna de escapar de cualquier situación que implique estabilidad. Los personajes de esta película también reflejan a su manera un contraste muy marcado con los de la versión de los cincuenta: el Mathew Benell de Donald Sutherland ya no es el buen médico americano preocupado por su comunidad, sino un cínico y sibarita inspector de sanidad que despierta tantas simpatías como un Inquisidor. De la misma forma, la Elizabeth Driscoll de esta versión deja de ser una mujer-florero para convertirse en una trabajadora científica en la oficina de Mathew, y los dos amigos de este ya no son los refinados burgueses de la original, sino una pareja de dueños de una sauna abrumados por las deudas y por las frustraciones intelectuales del marido.
Las similitudes empiezan a llegar una vez se desata la invasión. Durante su huida, los cuatro personajes reviven situaciones literalmente calcadas de la cinta de los cincuenta, a las que también hay que sumar guiños como los cameos de Kevin McCarthy y Don Siegel, protagonista y director, respectivamente, de la película original (el cameo de McCarthy es espectacular, ya que entronca directamente con el final de la primera película). Algunas de estas escenas (como por ejemplo las últimas entre Mathew y Elizabeth) incluso exploran nuevas vertientes de lo que ocurría en su predecesora, pero estas semejanzas están opacadas por la manera mucho más tétrica y sugerente cómo Kaufman va abriendo la historia. Un ejemplo: a pesar de que desde el primer plano de la película sabemos que todo se refiere a una invasión de seres de otros mundos, el verdadero mal rollo comienza desde el momento en el que vemos la sencilla pero incómoda imagen de un cura (Robert Duvall, en un breve pero eficiente cameo) en un columpio. Esta imagen, que aparentemente no tiene nada que ver con la trama, es sólo uno de los muchos momentos en los que la historia va mostrando su verdadero rostro.
Y claro está, lo que hace que esta versión sobresalga por encima de todas es el hecho de que, literalmente, corrige los errores de la versión de Siegel, no solamente al eliminar una incoherencia de la original en cuanto a la forma en que son creados los clones, sino también con su escena final, que da a la historia exactamente el tono que Siegel quería dar en su versión, y que aquí es el cierre perfecto de una película que hoy deseo reinvindicar hasta el hartazgo, no solamente como una de las mejores piezas de terror/ciencia-ficción de los setenta, sino como una muestra más de cómo el cine de género es capaz de abordar grandes temas sin perder ni un ápice de actualidad. Indispensable.
Por culpa de esta película, y con cierto apoyo de mis padres, no pude dormir durante un par de semanas... magistral y terrorífica.
ResponderEliminarme encanta, me encanta y me encanta.
ResponderEliminarMuy buena, tienes razon, es la mejor de todas las versiones, ni la que ha hecho Nicole Kidman da como esta.
ResponderEliminarLa recuerdo por sus imágenes y climas por momentos muy bien logrados. Este film daba miedo en su momento. Tendría que volver a verlo a ver si esa sensación se mantiene con el tiempo. Saludos!
ResponderEliminarTanto la de Siegel, como la de Kaufman y la de Ferrara, son tres versiones magníficas de la misma historia; cada una conserva la personalidad de su director e, incluso, en ausencia de esta, un indisimulado encanto por el cine de invasiones y sus gozosas derivaciones. Yo todavía no sabría con cual quedarme.
ResponderEliminarChapeau por la crítica. No podría haberlo dicho mejor. El excelente retrato que hace Kaufman de los personajes es absolutamente magistral.Y un detalle en especial que siempre me ha conmovido mucho es el modo cómo presenta la amistad entre Elisabeth y Mathew. No reproduce el típico cichlé de "dos amigos que en circunstancias difíciles pueden convertirse en algo más". Está todo tan bien contado, con tantos matices...
ResponderEliminarAdemás destacaría esa especie de "música" o lo que sea que acompaña toda la película, que termina de producirte una sensación total de mal rollo.
Quizás este comentario sea anacrónico, pero no quiero dejar de destacar que tu comentario sobre este film me parece, sencillamente, impecable.
ResponderEliminar