Tal como ocurrió en su momento con Black Christmas (1974), o Silent Night Deadly Night (1984), P2 (2007) podría convertirse en la nueva película de visionado obligado al acercarse las fiestas decembrinas, tal como ya adelantaba maese Alvy Singer, a pesar de que la explotación de uno de los más típicos temores urbanos (psicópata acechando en un solitario parking subterráneo) ya se había realizado varias veces con anterioridad, más recientemente en la modesta Throttle (2005). Pero dicha falta de originalidad no deja de ser meramente anecdótica, ya que si P2 funciona lo hace por el sabio aprovechamiento de recursos no sólo del director Franck Khalfoun, sino también de sus guionistas y productores Alexandre Aja y Gregory Levasseur, el dúo dinámico que consigue aquí resultados mucho más interesantes que en su último trabajo.
Hablábamos arriba de recursos, y Khalfoun los tiene medidos casi a la perfección: el escenario (un auténtico parking) está tan bien empleado que casi podemos trazarnos un mapa mental de él a lo largo de la película, y la tensión que consigue en cada una de sus secuencias es muy efectiva considerando la escasa cantidad de personajes de los que hace gala el guión: al menos tres cuartas partes de la película sólo están ocupadas por los personajes de Rachel Nichols como la damisela en apuros y Wes Bentley como un imposible guardia de seguridad con una obsesión enfermiza por la cercanía humana en estas maravillosas fiestas familiares. Aparte de eso tenemos el ya acostumbrado empleo irónico de la banda sonora navideña e incluso una figurita de Elvis que, no sé por qué, no podía parar de notar.
Asimismo, y en disonancia con el antecedente de Alta tensión (2003) (con la que guarda grandes parecidos en algunos momentos), la película es bastante contenida en cuanto a lo explícito de su violencia, con apenas un par de escenas gore que sirven para equilibrar la balanza en una cinta más dada a un continuo juego del gato y el ratón en el que la mayor parte del tiempo se nos va en contemplar el generoso escote que se gasta Rachel Nichols (desde ya ocupando sitio de honor entre los mejores de esta década) en el ceñido vestido de fiesta con el que huye de su paciente perseguidor. Esta explotación, junto con lo básico de su propuesta, convierten a P2 en una de las más honestas y fieles miradas a los ochenta que hayamos podido ver últimamente, un parecido que se hace más evidente aún en sus muestras de grafismo publicitario.
Entre los problemas que personalmente podría hallarle estaría, principalmente, la escogencia de Wes Bentley para el papel antagonista. No porque su trabajo no sea eficiente (de hecho, el progresivo descubrimiento de la locura del personaje está bastante bien trabajado; al principio realmente nos cuesta creer que pueda causarle algún daño a esta mujer que dice amar) sino porque las características que el guión da al personaje se me antojan un tanto difíciles de creer en un guardia de seguridad joven y guapo. Otro problema serían algunas secuencias de ese clímax final que me indican asimismo que la película podría perfectamente haber durado veinte minutos menos sin perder ni un ápice de su fuerza. Por todo el resto, una película notable a decir verdad.