Al igual que hizo en su momento The Skeleton Key (2005), Jessabelle (2014), la primera película de terror de Kevin Greutert una vez que dejó de dirigir secuelas de Saw, intenta hilar una historia de terror ambientada en los pantanos del sur de los Estados Unidos, además de aprovechar para meterse de cabeza en temas como la magia afrocaribeña y una historia de fantasmas con fuertes resonancias de carácter racial. La comparación con la película del 2005 es muy pertinente porque lo cierto es que las dos se parecen mucho, no sólo en los temas sino también en algunas salidas argumentales. Por desgracia también se parecen en el hecho de que no llegan a explorar nunca su potencial y caen presa de los mismos clichés a los que parece estar atado la mayor parte del horror comercial de nuestra década, especialmente aquel producido por Blumhouse, la mayor factoría de sustos del Hollywood de nuestros tiempos.
Pero si hay una cosa que la redime en gran medida es que Jessabelle parece ser un tanto más ambiciosa a nivel artístico; todo el principio, cuando la chica protagonista va descubriendo el terrible secreto que se esconde en la casa de su niñez, está rodado con un poco habitual estilo tratándose de una película de esta envergadura: el personaje de Jessie pasa la mayor parte del tiempo sola, y lejos de querer distraer al público, Greutert parece seriamente comprometido a crear una atmósfera de verdad y de forma tremendamente sutil. Durante toda la primera mitad me sorprendió ver escenas largas, con muchos silencios y una notable ausencia de música que daban a todo el conjunto una aparencia un tanto indie alejada de lo que podríamos esperar de una producción de este tipo. Las apariciones del fantasma que asola a la chica también están rodadas de manera ingeniosa y genuinamente perturbadora, especialmente una escena en una bañera que resulta, sin lugar a dudas, el Gran Momento de la película en cuanto a sustos.
Todo esto logra distraerte como espectador hasta el punto de que no te das cuenta de que la historia en sí misma es algo que hemos visto muchas veces antes: una protagonista bella y vulnerable (debido a un accidente, Jessie se pasa toda la cinta en una silla de ruedas) devastada física y emocionalmente por una pérdida que se encuentra con una amenaza sobrenatural vinculada a un secreto de su familia. De hecho es sólo el tema del vudú y el subtexto racial (muy sutil, para variar, pero presente) lo que la distingue un poco del montón de cine de terror de saldo que solemos tragarnos. Por desgracia, las aspiraciones comerciales de la cinta terminan ganando terreno, y una vez que Jessie y el prota masculino comienzan su muy predecible investigación la película toma una apariencia mucho más convencional que se olvida de los grandes aciertos estéticos de la primera mitad, por lo que estoy seguro de que aquí hubo intervención fuerte por parte del estudio.
Es todo ese tramo final, incluyendo el ya muy visto nihilismo de su desenlace, lo que terminó de hundir Jessabelle para mí. Personalmente me gustan las películas de terror con reglas claras en las que los personajes no estén constantemente perdidos y al menos sepan a aquello a lo que se están enfrentando antes de que sea demasiado tarde. Aquí hay decisiones muy extrañas por parte del comportamiento de los personajes, y aunque todo el aspecto cultural sureño/afrocaribe es sin duda alguna algo interesante, al final termina siendo un meri accesorio para un producto que hemos visto ya repetido hasta el cansancio. Curiosa, sin duda alguna, sobre todo viniendo de un director con trabajos tan distintos, pero poco más.
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