Una niña que vive con sus padres en una cabaña aislada en medio del campo es testigo un día de cómo su madre es brutalmente asesinada por un psicópata anónimo, lo cual tiene un siniestro efecto en ella que se irá agravando en su juventud. Este más o menos es el punto de partida de The Eyes of My Mother (2016), una curiosa película de terror independiente que recuerdo fue muy sonada en festivales hace un par de años, aunque su recepción pasó más o menos desapercibida ante mis ojos hasta que comencé a verla nombrada en muchos sitios como una de las mejores del año en que se estrenó. Si para ese momento no la hubiese visto probablemente me habría dejado llevar por el hype tejido alrededor de ella, y por fortuna no fue así: a pesar de ser un thriller interesante, nunca terminé de verle ese atractivo que llamó tanto la atención, por varios motivos.
Mi principal conflicto con esta película siempre fue el hecho de que a pesar de sus grandes aciertos a nivel estético, su empaquetado indie no hacía sino evidenciar (para mí al menos) el hecho de que en el fondo su desarrollo no se aleja mucho de una historia que ha sido mil veces contada en el torture-porn de principios de los dos mil de forma más efectista y sin ese entusiasmo que despertó en gran parte de la crítica. En este sentido hay que reconocer que es una película cruel llena de imágenes muy desagradables que contrastan no sólo con la fría y parca caracterización de su personaje protagonista (interpretada por una muy interesante Kika Magalhães, a quien espero ver pronto en otros trabajos) sino también por una fotografía en blanco y negro que suaviza en gran medida la violencia y que al mismo tiempo parece darle un acabado más de autor a todo el conjunto, alejándola de las truculencias que solemos ver en el cine de terror comercial.
Es precisamente esta decisión estética la que a mi juicio parece haber influido en gran parte de la percepción del público; la muy entusiasta opinión crítica alrededor de esta película me recordó mucho a la también muy apreciada The Girl Who Walks Alone At Night (2014), no sólo por su preciosa fotografía bicromática, sino porque al igual que aquella película (falsamente) iraní, esta se apropia de códigos y temas del cine de terror y los disfraza bajo una fachada superficial de cine "serio" como si intentara darle una legitimidad ante la crítica más sesuda que nadie le ha pedido.
En todo caso, se trata a pesar todo de una película muy eficiente con pasajes realmente perturbadores pero cuya estética parece ser lo único que la diferencia de otros trabajos menos ambiciosos. Creo que eso al final puede haber afectado de forma negativa mi apreciación final, pero de todas maneras considero que merece ser vista aunque sea como complemento/respuesta a ese subgénero de torturas que pareció dominar el cine de terror mainstream durante casi una década. Honestamente no le veo mucho interés más allá de eso y dudo mucho que la recordemos de aquí a unos años. Me gustó, aunque con reservas.
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