lunes, enero 30, 2006
No tengo gorilas, pero...
viernes, enero 27, 2006
Reseña: El hombre-lobo (1941)
La época dorada de los monstruos de Universal Pictures comenzó en la década de los 30, cuando Drácula y el monstruo de Frankenstein rondaban por los estudios y por el imaginario colectivo de manera rampante y desvergonzada. Pero esta fiebre alcanzaría su punto más alto durante la década de los 40, cuando sus principales cabecillas decidieron liberar a su primera criatura "original" (es decir, que no estaba basada en ninguna fuente literaria). Esa criatura fue la protagonista de El hombre-lobo (1941), ícono sin par de la cultura popular y el único de los monstruos de Universal que fue interpretado siempre por el mismo actor: Lon Chaney Jr, quien se encasquetó el peludo maquillaje de la bestia en cinco ocasiones.
Si bien el cine de licántropos ya había dado un paso importante con el estreno de El hombre-lobo de Londres (1935), fue esta cinta de George Waggner la que dio comienzo a la extensa mitología de la bestias de la noche. Es necesario acotar acá que gran parte de los elementos que rodean a este personaje no son producto (como se cree) de la tradición popular de ninguna cultura, sino fruto exclusivo de la imaginación de un hombre: el guionista Curt Siodmak, alemán de origen judío responsable de todo aquello que hoy identificamos con los licántropos, desde la transformación por medio de la luna llena hasta el contagio a través de la mordida y la muerte gracias a una bala de plata. Siodmak, que había llegado a Estados Unidos huyendo del régimen nazi, concibió la historia de El hombre-lobo como un cuento mucho más ambiguo en el que la transformación licantrópica nunca era vista de manera explícita, dejando abierto cierto margen de interpretación acerca de si el origen de los crímenes del protagonista era realmente una metamorfosis o un estado de locura. Además, el escritor nunca dejó de resaltar el hecho de que, para él, el hombre-lobo no era más que una metáfora del hombre bueno entregado a la bestialidad de su lado más perverso, lo que en su mente equivalía a una interpretación de los crímenes del nacional-socialismo (en este sentido es interesante el detalle estético que nos ofrece la película: el hombre-lobo "selecciona" a sus víctimas cuando ve aparecer en ellos la imagen de una estrella, referencia velada al origen judío de las principales víctimas de los nazis).
Pero la profundidad de tal drama psicológico no interesaba a los estudios, de manera que Siodmak convirtió su guión en lo que hoy conocemos: una deliciosa muestra de serie B con un valor nostálgico inigualable: Larry Talbot (Lon Chaney Jr.) llega a un pequeño pueblo inglés para reunirse con su padre después de años separados por una disputa familiar. Allí parece haber encontrado todo lo que quiere, incluyendo los encantos de una jovencita pueblerina. Pero todo se complica una noche en que es atacado por un licántropo durante un paseo por el bosque (el licántropo es Bela Lugosi, quien ya para esas fechas comenzaba a ver decaer su popularidad). Poco a poco, y siguiendo las advertencias de una vieja gitana que conoce su secreto, Larry se convierte él mismo en el hombre-lobo, y su desesperación aumenta cuando se descubre incapaz de controlar la maldición y proteger a aquellos que ama.
El hombre-lobo es una de las películas más sencillas que hiciera Universal en su época. La trama no alcanza la complejidad de El hombre-lobo de Londres, pero cuenta sin duda con una mejor factura técnica y mejores actores. El carisma de Lon Chaney Jr. es sin duda lo más destacable (al parecer el estudio intentó convertirle en una nueva estrella del cine de terror como había hecho antes con Lugosi y Karloff), pero tampoco hay que desdeñar el cuidado que se aprecia en la creación de un ambiente, incluyendo ese escenario del bosque oscuro rebosante de niebla que se usaría en otras producciones durante varios años. Este servidor, sin embargo, nunca ha sido un gran fanático del ya clásico maquillaje de Jack Pierce, que desafiaba la lógica al mostrarnos al hombre-lobo sólo a través de su rostro, manos y pies visibles a partir de su camisa y pantalones oscuros, aun cuando antes de su transformación estuviese vestido de otra manera. Pero a pesar de que no me guste este maquillaje, tengo que creerle a un experto como Rick Baker cuando me dice (en el material adicional de esta edición) que tal muestra de ingenio resultaba revolucionaria en una época en la que todavía no se utilizaba el látex.
Resulta paradójico que haya sido precisamente el éxito de una película nefasta como Van Helsing (2004) lo que haya rescatado el interés por parte de Universal de ofrecernos aquellas joyas de su pasado en formato digital. No voy a ser yo el que se queje, porque lo que sí es seguro es que las tribulaciones de Larry Talbot son algo digno de verse.
miércoles, enero 25, 2006
Reseña: Underworld (2003)
Creo que a estas alturas del calendario no hace falta decir que Underworld (2003), opera prima de Len Wiseman (discípulo, por cierto, de Roland Emmerich) es una película muy mala, pésima e infame. Sin embargo, creo que nunca estará de más repetir la impresionante oportunidad que se perdió con ella. Después de todo, una historia que trata de una guerra milenaria entre los vampiros y los hombres-lobo era el sueño dorado de todo amante del cine de terror. Lamentablemente, ese sueño nunca llega a volverse realidad.
Una de las razones más evidentes de por qué Underworld no funciona es que, a pesar de que los protagonistas son vampiros y hombres-lobo, casi nunca se comportan como tal. Los personajes se pasan casi todo el tiempo de metraje repartiendo tiros y golpes de kung-fu a diestra y siniestra, siempre enfundados en ceñidos trajes negros de cuero de diseño (porque ya saben, hay que ser por encima de todo muy "oscuros"). Lo que nos cocina Wiseman desde el principio es una mescolanza de elementos de otras películas mucho mejores, como Blade (1998) o The Matrix (1999), en la esperanza de que su creación funcione igual de bien. El problema es que muy pronto nos damos cuenta de que no puede ir más allá, al menos no superamos nunca el placer meramente estético que nos produce contemplar a Kate Beckinsale (la novia del director) haciendo su mejor Lara Croft como una "death dealer", vampira pirotécnica encargada de despachar a los licántropos de turno y enamorada del boy-toy humano Michael Corvin, al parecer de vital importancia para el futuro del conflicto entre ambas razas. Cuando finalmente empezamos a encontrar algún sentido a todo esto, la película intenta empujarnos todas las explicaciones por la garganta al mismo tiempo, no solamente las razones por la que Corvin es importante, sino también la razón de la guerra, la conspiración acerca de los orígenes del personaje de Beckinsale, y hasta la existencia de un complicado árbol genealógico que convierte la trama en un pastiche demencial que no se sostiene ni un segundo. A medida que avanzaba la historia y me daban más y más explicaciones (nunca renunciando, sin embargo, a las más estrambóticas y saturantes escenas de acción posibles), evidencié mi rendición dejando que la película se arrastrara miserablemente a su esperado final (esperado porque al fin se acababa).
Y sin embargo, si algo se le puede conceder a la película es lo increíblemente hermosa que es de mirar. Poco importa que la estética no sea original, porque la verdad es que es impresionante. Tanto así, que puedo decir con toda confianza que Underworld no necesitaba un trailer, sino solamente una sesión de fotografías. Es una lástima que este espectacular juego de luces, colores y fotografía nocturna no haya sido empleado en algo con mayor sustancia. Porque la verdad es que todo resulta tan vacuo, insoportable y cutre, que no queda otra opción que lamentarse de aquello que pudo ser, en vez de enfurecerse por lo que es. Ahora viene la secuela, que según dicen, es mejor.
Como si fuera muy difícil.
lunes, enero 23, 2006
Reseña: La novena puerta (1999)
La novela El Club Dumas, de Arturo Pérez-Reverte, es un libro que me ha fascinado en gran medida, cosa que no puedo decir de gran parte del resto de su obra. No dudé un segundo en incluirla en el Top 12 de los libros que más disfruté en el 2005, y en cuanto a su adaptación al cine, el hecho de que estuviera a cargo de Roman Polanski (director singular por lo menos) era ya un aliciente en favor de su visionado. Si encima de eso le agregamos la presencia de dos actores tan inquietantes como Johnny Depp y Frank Langella, entonces todo está servido para un cóctel de primera. Sin embargo, no es el caso, ya que La novena puerta (1999), si bien resulta un thriller de lo más eficiente, no alcanza ni por asomo los estándares de ese maestro de la intriga que es su director, de quien no podemos olvidar (y tampoco dejar de extrañar) obras maestras como Repulsion (1965), El bebé de Rosemary (1968) o El inquilino (1976).
Porque el principal problema con el que nos encontramos aquí es que Polanski ha decidido con esta película abandonar toda la ambiguedad y la complejidad de la trama de Pérez-Reverte en favor de la concepción de un misterio más clásico y convencional. Dicha concesión no representa un fallo en sí mismo (ya lo había logrado con éxito el francés Jean-Jacques Annaud adaptando a Umberto Eco) pero en esta ocasión se ha quedado muy corto. El mismo título de la película ya muestra de manera palpable la simplificación que se ha hecho de la historia al desechar la trama de la novela acerca del manuscristo perdido de Los tres mosqueteros en favor de la búsqueda por parte del personaje de Johnny Depp de un libro llamado Las nueve puertas, especie de grimorio que se dice fue escrito en colaboración con el mismo Lucifer, y que contiene los secretos de la sabiduría absoluta. Lo que en la versión novelada era un relato complejo e intrincado con fuertes connotaciones meta-literarias acerca de la futilidad del ser humano como juguete de sus propios caprichos e intrascendencias, en la película de Polanski es una trama sencilla acerca de un "detective de libros" y una conspiración en su contra por parte de una secta de banales adoradores del Diablo.
Y no es que todo sea malo; Polanski logra transmitir a su creación la atmósfera que tanto ha explotado en sus trabajos anteriores, esa cadencia narrativa en la que no hay grandes momentos dramáticos ni trepidantes escenas de acción pero en la que en cambio se ofrecen instantes de tensión dignos de ser mencionados, la presencia constante de una "amenaza" indefinida que persigue al protagonista a la vuelta de cada esquina pero que en pocas ocasiones se manifiesta de forma directa (ejemplos de esto son los momentos en los que el personaje de Johnny Depp es víctima de los atentados violentos pero sutiles de su perseguidor). De esta forma se puede decir que la película se convierte en un flatline con uno que otro momento altisonante. El hilo narrativo incluso se permite ciertas omisiones que no habrían hecho otros directores, como por ejemplo el hecho de que las muertes de varios personajes nunca son mostradas, dejándonos en cambio con el mucho más contundente descubrimiento de sus cuerpos por el protagonista.
Precisamente es en torno a este personaje donde la película más ha perdido. En el libro, Lucas Corso es un personaje increíblemente complejo, un hombre cargado de cinismo y un refinado sentido del humor para con los demás, pero en el fondo extremadamente misántropo y atormentado. Su pasión por los libros (pasión meramente utilitaria, por lo demás) representa asimismo un aislamiento del mundo "real" que le hace la persona idónea para adentrarse en el mundo críptico de aquel misterio que pretende desentrañar. Muy poco de eso ha sido trasladado a la película, donde la elección de Johnny Depp ha convertido al personaje en simplemente otra incursión de este actor en el "mundo de las tinieblas", al igual que en aproximadamente el 99% de su filmografía.
En definitiva, no se trata de una mala película, que podría ser calificada incluso de muy buena si hubiese sido llevada a cabo por cualquier otro director, pero para los estándares de Polanski es en definitiva algo muy bajo, y por supuesto, la lectura de la novela resulta fatal para la apreciación de las escasas ambiciones de esta adaptación. Recomendable como abreboca para temas satánicos un poco más contundentes.
jueves, enero 19, 2006
Míticos: Joe Dante (1946 - )
martes, enero 17, 2006
Se solicita canguro con experiencia (y valor)
viernes, enero 13, 2006
Reseña: Jeepers Creepers 2 (2003)
La historia del director Victor Salva es, en gran medida, un cuento bastante triste. Al parecer, el hombre siempre fue un personaje bastante peculiar con una pasión desmedida por cierto tipo de cine, hasta el punto de haber aparecido en los periódicos de su pueblo siendo todavía un niño, ostentando el desmesurado récord de haber visto Tiburón (1975) en el cine 55 veces (!). Cuando finalmente entró en la industria cinematográfica, se convirtió en una modesta pero prometedora presencia en el mundo de serie B, del cual estuvo a punto de trascender con la que de momento ha sido su película más "respetada": Powder (1995), relato en cierta forma autobiográfico que obtuvo el suficiente éxito para que los estudios se fijaran en él. Entonces llegó el desastre: Victor Salva fue acusado por un joven que alegaba haber sufrido abusos sexuales por parte del director cuando era menor de edad. Salva, que había tratado de mantener oculta su homosexualidad durante mucho tiempo, se vio enfrentado a unos cargos de pederastia que para colmo resultaron estar fundados. El que una vez fuera ese famoso director apasionado de los monstruos, dio con sus huesos en la cárcel por varios años, condenado por sexo consensuado con un menor. Cuando finalmente salió, estaba claro que las ofertas no le llovían. Pero de toda la experiencia nació el que puede ser considerado su film más "personal": Jeepers Creepers (2001), la historia de un repugnante monstruo que devora niños (especialmente jóvenes mancebos).
La película obtuvo, sin embargo, un respetable éxito comercial, así que una secuela era cosa cantada. En ella, sabiendo que ya no puede haber sorpresas una vez que el monstruo ha sido oficialmente presentado, Salva desarrolla el mismo concepto colocándolo en una situación límite en la que la historia es reducida al mínimo: el "creeper" esta vez ataca un autobús escolar lleno de jóvenes jugadores de fútbol y las respectivas animadoras, después de haber inutilizado el vehículo dejándolo en medio de una carretera desierta, rodeado por un auténtico mar de plantaciones de maíz. Los chicos estarían perdidos de no ser por la presencia de un justiciero redneck que ha perseguido al monstruo decidido a plantarle cara, obsesionado como está por la muerte de su pequeño hijo a manos del engendro.
Jeepers Creepers 2 (2003) es, lo que se dice, pura acción. Se trata probablemente de una de las cintas más típicas del sub-género creature-feature, un alarde de auto-complacencia en la que Salva da taza y media a todos los que en su momento disfrutamos con la vista de su ya icónica creación. Pero aunque sea más bien baja en cuanto a su originalidad, se trata de una secuela bastante digna que se torna aún más inquietante en cuanto vemos la depravada preferencia que siente el monstruo hacia los jóvenes de sexo masculino, a los que despacha con una violencia descarnada que tiene mucho de homo-erotismo. Al igual que en la cinta original, los orígenes del monstruo nunca son explicados, y su apetito desmesurado por partes humanas tampoco recibe razonamiento alguno. Pero al igual que en la primera película, asistimos a la que es la esencia de su naturaleza: la recolección de partes con las que enmedar su propio cuerpo. El acoso y desmembramiento de sus víctimas es algo que transmite la pasión de su director por todos aquellos productos que seguramente marcaron su estilo cinematográfico. Casi parece que estuviésemos viendo una película de otra época.
En esta ocasión no tenemos aquellos primeros minutos magistrales que enganchaban al espectador en la primera entrega, pero se agradece la mayor presencia de la criatura y una factura técnica más que correcta, especialmente en lo que se refiere a esa calurosa fotografía que nos acompaña toda la película. La escena inicial, en la que el "creeper" se esconde entre unos espantapájaros que parodian la escena de la cruccificción (o al menos eso parece) tiene la ventaja de dejarnos ver el tono de la obra desde el principio.
Aquellos que odiaron la primera parte seguro no encontrarán motivos para ver esta, pero sinceramente pienso que aquellos que supieron apreciar las bondades de una película tan honesta como la que vio nacer al monstruo interior de Victor Salva (quien deja intuir que ha construido aquella criatura con la que todos le han identificado) no saldrán decepcionados. Ya existen los rumores de una precuela, en la que se intuye se explicarán los orígenes de este engendro. Esperemos que para ese momento el señor Salva nos proporcione un poco más de sustancia para esta sopa tan curiosamente prometedora.
miércoles, enero 11, 2006
Reseña: Shaun of the Dead (2004)
En 1999, Edgar Wright y Simon Pegg crearon uno de los mayores hitos de la televisión británica en los últimos años, la serie Spaced, relato post-moderno que escudriñaba las vidas de unos auténticos perdedores que bordaban los treinta años de edad y que no podían cambiar el mundo porque estaban demasiado ocupados tratando de llevar el día a día de un piso compartido y un trabajo poco estimulante, cuyos efectos mitigaban con su adicción a los videojuegos y a las horas de ocio en el sofá. La serie, dirigida por Wright y protagonizada por el propio Pegg (quien en poco tiempo se consolidó como uno de los mayores descubrimientos de la nueva comedia inglesa) se mantuvo hasta el año 2001, pero aunque estaban fuera del panorama televisivo, los dos volverían a reunirse poco después para crear Shaun of the Dead (2004), magnífica parodia del cine de zombis que es, sin duda, una de las mejores comedias de horror jamás hechas desde que Sam Raimi estrenara Evil Dead 2 (1987).
El póster original de Shaun of the Dead describe esta película mejor que nadie al definirla como "una comedia romántica... con zombis". Tomando el concepto que hiciera un éxito su antigua serie televisiva, Edgar Wright arranca su película en base a la premisa de que, dadas las evidentes características de la sociedad que nos rodea, una epidemia de zombis crecería a un nivel incontrolable mucho antes de que nosotros notáramos la diferencia. Y de hecho, nuestro protagonista, Shaun, el típico joven-adulto sin dirección, que sólo quiere ir a tomarse unas birras con los amigos y jugar a la Playstation, se levanta cada mañana para ir al trabajo en un autobús cuyos adormilados transeúntes nada tienen que envidiar a los muertos de George Romero. Ese día en cuestión es el peor de la vida de Shaun: su trabajo cada vez le ofrece menos satisfacciones, su compañero de piso amenaza con echarle si no se deshace de su indolente mejor amigo, y su novia le deja porque no es un "buen partido". Para colmo, sucede entonces lo único que puede empeorar su día: los muertos se levantan en una orgía antropófaga de proporciones bíblicas.
Desde el momento en que la amenaza se desata, en un principio de manera inadvertida para Shaun y su amigo Ed (uno de los mejores momentos de la película es una larga secuencia ininterrumpida en la que un Shaun con resaca va a la tienda de la esquina y regresa sin darse cuenta del desastre y peligro a su alrededor) estamos completamente enganchados con una situación apocalíptica que raya en lo absurdo. El protagonista es precisamente lo menos parecido a un paladín que hay, ya que su tentativa heróica se reduce a recluirse junto a las dos mujeres que ama (su madre y su novia) en el sitio que más ama: su adorado pub, el "Winchester", que con el tiempo se ha convertido en su segundo hogar y al que considera una fortaleza inexpugnable. El resto de la película podría ser lo típico en una muestra de este tipo de cine si no fuera por el humor con el que los personajes han abordado la situación, humor que por supuesto no esta libre de marcadas referencias a otras películas similares que han servido de inspiración y por las que Wright evidentemente se siente fascinado; de hecho, el mismo George Romero es uno de los fans más entusiastas de esta parodia, hasta el punto de haber ofrecido a Simon Pegg y a Nick Frost, los protagonistas, sendos cameos en su posterior trabajo, La tierra de los muertos (2005).
Pero hay más que solamente referencias. Si algo fascina de Shaun of the Dead es que se trata, precisamente, de una historia cotidiana perfectamente identificable, de la lucha de los zombis "muertos" (monstruos sobrenaturales cuyo origen, en la tradición del cine de cadáveres antropófagos, nunca es explicado) y los zombis "vivos" (esos vagos bienintencionados y sin ambiciones, que solamente desean su merecida paz para dedicarse a los placeres de la evasión). La actitud de estos personajes ante el desmoronamiento de su mundo es, a partir de aquí, desquiciada pero inmensamente coherente con su filosofía de vida. De hecho, hay que postrarse de rodillas ante el genio de una escena en la cual Shaun y Ed, que han decidido utilizar una colección de discos de vinilo como arma arrojadiza, se detienen un momento en pleno ataque para hacer una selección de aquellos álbumes que merecen ser rescatados de la llegada del Fin de los Tiempos. Y si bien es cierto que al mismo tiempo, la experiencia apocalíptica sufrida por Shaun le ayuda a alcanzar cierto grado de "madurez" y "superación", no deja de ser magistral el momento en el que esta película acomete el que es para mí el mejor de todos sus chistes: la inmensa ironía nunca desarrollada en este tipo de cine según la cual el mundo regresa a un estado normal incluso después de haber presenciado un revuelo clave y único en su historia. Ciertamente, el mundo que esta cinta pinta después del Armaggedon al que somete a sus personajes es el mejor comentario social que he visto en años. Si alguien lee estas líneas y aún no ha visto las aventuras zombífilas de Shaun y Ed, hay que tener una gran dosis de piedad por su condenada alma, que espero se redima lo antes posible.
lunes, enero 09, 2006
Reseña: El hombre-lobo de Londres (1935)
Teniendo cuidado de no confundirla con el título similar de John Landis, la película El hombre-lobo de Londres (1935) puede ser vista como un buen plato adicional de lo que fue la época de los monstruos clásicos de Universal Pictures durante los años 30 y 40. Se trata asimismo de la mejor cinta de licántropos hecha en ese entonces por el estudio, hecho curioso si se toma en cuenta que no contaba con ninguna gran estrella que lucir en el reparto. Quizás allí radica su éxito, ya que al no poder ondear la bandera de ningún "nombre", la película podía centrarse más en crear una atmósfera y desarrollar unos personajes, que sin duda se habrían visto eclipsados por la presencia de rostros tan carismáticos como el de Lon Chaney Jr, auténtico acaparador de transformaciones licantrópicas varios años más tarde.
Lo cierto es que esta película ya contaba con varios de los elementos que harían de este tipo de cine algo muy exitoso, si bien los clásicos elementos de la mitología del "hombre-lobo" (mitología que, por cierto, es enteramente cinematográfica, por lo que no es arriesgado decir que el licántropo es una bestia parida por el mundo del cine) aún no están presentes en su totalidad. Sin embargo, se agradece una historia compleja y ambiciosa para los estándares serie B del estudio: Wilfred Glendon, afamado botánico inglés, recorre el Himalaya buscando un ejemplar de una rara planta que sólo florece a la luz de la luna. En el trayecto, es atacado por un hombre-lobo, que le deja de recuerdo una mordida en el brazo. A su regreso a Londres, Wilfred es visitado por el misterioso doctor Yogami, científico como él, que afirma haber sido el responsable de su ataque en los montes del Tibet. Yogami le advierte que la luna llena le convertirá en licántropo y le obligará a matar, a menos que él le ayude a elaborar un antídoto a partir de la planta que guarda celosamente. Por supuesto, Wilfred no presta oídos a su sugerencia, creyendo que se trata de un rival más que ansía robarle su descubrimiento. A partir de allí comienza la transformación de Wilfred en una peligrosa bestia, y su situación empeora cuando Yogami roba la preciada planta, dejando al protagonista inmerso en un problema que no parece tener solución.
El hombre-lobo de Londres fue producida por Carl Laemmle, quien tuvo a su cargo varios de los diferentes productos de terror de la Universal por esa época. También contó con las artes del maquillador Jack Pierce, auténtico pilar de los efectos especiales y creador de prácticamente todos los maquillajes de monstruos del estudio. Pierce, sin embargo, no desarrolla aquí el concepto del hombre-lobo en todo su potencial, manteniendo el maquillaje del protagonista al mínimo, si bien su transformación resulta bastante ingeniosa. En términos actorales, Henry Hull es más que correcto como Wilfred Glendon (aunque su parecido físico con Billy Crystal me distrajo en más de una ocasión). Resulta curioso que la historia de este hombre-lobo londinense parezca una variación de El doctor Jekyll y Mr. Hyde, historia con la que guarda grandes paralelismos. Después de todo, la bestia en la que se convierte Wilfred es un asesino sediento de sangre, pero que no esta exento de racionalidad, ya que al menos es lo bastante inteligente para operar maquinarias complicadas y hasta calzarse capa y gorro antes de salir a matar. Sus crímenes también parecen (en cierta medida) guiados por un esfuerzo consciente: el doctor Yogami, entre sus numerosas revelaciones, le advierte a Wilfred que a menos que logre matar a por lo menos una persona cada vez que se transforme, su cambio se hará permanente.
Pero de la misma forma, esta película introduce conceptos muy interesantes que, curiosamente, no serían explotados hasta muchos años después, como por ejemplo el del hombre-lobo como símbolo de la desbocada sexualidad masculina. No es casualidad que el licántropo prefiera como víctimas a las mujeres, de preferencia (pero no exclusivamente) aquellas de cascos ligeros, a las que no seduce como haría un vampiro, sino a las que toma a la fuerza, generalmente destrozándolas después. Esta naturaleza brutal, que contrasta radicalmente con aquella del frío y racional científico, es la que desencadena la locura de Wilfred, quien progresivamente se siente alejado de aquellos a los que ama, especialmente de la esposa que cada vez más se aparta de sus manos. Como nota curiosa, Wilfred toma la decisión correcta en esta ocasión, y para cuando llega el clímax de la película, el resultado es el único posible. ¿Defectos? Quizás un poco de cursilería final (típica, por otra parte, de una gran muestra del cine de la época) y la ausencia de lo que en todo momento esperaba: una confrontación entre los dos licántropos protagonistas. Por otro lado, El hombre-lobo de Londres es una película fundamental para aquellos seguidores de este particular tipo de monstruo, y no sólo por su valor histórico, sino como muestra de lo que es cine con alma propia.