Si tenéis tiempo ya visitando este blog sabréis sin duda que Candyman (1992) es una de mis películas de terror favoritas, y también una de las piezas de miedo más interesantes de la por lo general ignorada década de los noventa. Todavía hoy me sigue sorprendiendo que tan poca gente la haya visto, así que aprovecho esta oportunidad para enlazar la reseña que sacamos anteriormente de ella y recomendar que le echéis un vistazo si queréis encontraros con una cinta de terror mucho más inteligente de lo habitual y muy distinta a lo que normalmente se suele ofrecer. Me sorprende también el hecho de que a pesar de lo que me gusta la original nunca le haya dado una oportunidad a sus secuelas, cosa que he buscado remediar finalmente. El resultado estuvo más o menos dentro de mis expectativas: Candyman 2: Adiós a la carne (1995) es una continuación muy predecible, un trabajo mucho más comercial y convencional que si bien posee algunas buenas ideas, deja de lado gran parte de lo que hacía interesante la película original y abraza por el contrario los aspectos más superficiales de la película de Bernard Rose. Aquí buscaremos explicar por qué.
Tras un prometedor inicio que enlaza con la película original, esta segunda parte busca lo que por otro lado era de esperarse como el siguiente paso a seguir, que no es otro que construir una historia que ahonde en los orígenes del misterioso fantasma asesino de la mano de garfio y lo que le sucede a aquellos que lo invocan diciendo su nombre cinco veces delante de un espejo. El develar los orígenes del monstruo era el paso fácil a dar, e incluso antes de leer la sinopsis de la película ya me imaginaba que ese sería el argumento, pero por otro lado este es el primer gran error que la cinta comete, ya que parte de lo que hacía interesante al personaje (nuevamente interpretado por el siempre genial Tony Todd) es lo ambiguo de sus orígenes y la manera como el mito se confunde con la realidad. La película no solamente arruina eso sino que encima decide cambiar por completo de locación al trasladar la historia a Nueva Orleáns, lo que por otro lado es un intento muy obvio de explotar el componente exótico del villano y vincularlo con un trasfondo acerca del pasado esclavista de los Estados Unidos, un ángulo interesante que ya se intuía en la original pero que aquí está exacerbado.
Es una lástima que este ángulo histórico no se desarrolle mejor; en lugar de eso esta segunda parte se va por los derroteros de una trama de investigación en la que de nuevo una joven (y blanca) maestra de primaria investiga la historia de Candyman y desentierra con ello una maldición familiar que obsesionó a su padre y causó su terrible muerte. Con todo y sus carencias, esta subtrama de la protagonista hurgando en el pasado está mucho mejor planteada que toda la parte policial, inverosímil y superflua hasta niveles vergonzosos, además de que nunca tiene repercusiones para la protagonista, con lo que perfectamente se la podrían haber ahorrado. Todo lo demás, aquello referente al pasado del Candyman y el origen de su maldición, tiene momentos muy oscuros y algunas muy buenas ideas, pero no es tampoco nada sorprendente. De hecho, algunos de las mejores cosas que tiene esta secuela son, una vez que lo pienso, cosas que provienen de la película original, tales como el status de leyenda del monstruo entre las clases bajas, la presencia intangible de Candyman en medio de las ruinas urbanas, la imponente presencia de Tony Todd y hasta el tema musical de Phillip Glass.
Muy previsiblemente, el clímax de la película se traduce en una confrontación final con el monstruo resuelta de manera arbitraria y poco creíble. Sumemos a eso una abundancia de "sustos falsos" y unos personajes olvidables, y llegamos a la conclusión de que esta segunda entrega de Candyman es un trabajo meramente alimenticio. Es una lástima porque, repito, hay algunas ideas buenas y la película en cierta forma insinúa una maldición ligada al ocultamiento de ese complejo de culpa del americano blanco y su no-confrontamiento con su pasado de victimario, pero todo eso está sepultado bajo algo definitivamente muy inferior a la primera parte, que sigue siendo recomendada desde aquí sin ningún pudor.
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