La reseña número seiscientos la hemos dejado para pagar una de las mayores deudas que teníamos en este blog en sus casi diez años de existencia, y es que nunca hasta la fecha nos habíamos puesto a comentar una película del italiano Mario Bava, muy a pesar de que han sido varias las ocasiones en que nos lo han solicitado. Para compensar un poco esta tardanza, hemos escogido su primer trabajo como director en solitario (al menos hasta donde sepamos, porque es cierto que no conocemos toda la obra del italiano) y una de sus obras más conocidas, La máscara del demonio (1960), o Black Sunday o The Mask of Satan, dependiendo de la edición que os hayáis encontrado. Esta película es importante no sólo como un gran exponente de ese terror gótico de factura europea que se popularizó en todo el mundo gracias a productoras como la Hammer, sino también por haber dado fama a gente como Bava o la bellísima Barbara Steele, quien se consagraría en aquel entonces como una de las más famosas actrices de terror de los años sesenta.
Tras una secuencia de introducción espectacular en la que asistimos a la quema de una pareja de brujos y la maldición que uno de ellos lanza sobre su propia familia, la película nos traslada al siglo XIX, cuando los personajes protagonistas exploran una tumba abandonada y terminan liberando por accidente el espíritu de la terrible hechicera que buscará renacer en el mundo de los vivos. Bava toma la estructura de un relato de Nikolai Gogol y lo transforma en una historia de terror gótico que al menos en la superficie aparenta una composición clásica: antiguas ruinas, terribles maldiciones familiares, brujería, satanismo y una locación exótica como es el caso de las estepas de Moldavia. Digo que aparenta cierto clasicismo porque muy pronto la historia comienza a mezclar varios elementos dispares como una insinuada historia de vampiros y un énfasis en la sexualidad perversa que por desgracia se quedó censurada para gran parte del público; de hecho el doblaje italiano de La máscara del demonio dejaba claro que los dos hechiceros villanos, Asa y Javuto, eran hermanos, referencia que se eliminó del doblaje en otros idiomas para evitar la alusión al incesto, pero que al mismo tiempo dejaba ciertas interrogantes acerca de por qué el retrato de Javuto aparece colgado en los muros del castillo de la familia.
Estos detalles de erotismo malsano fueron solamente un elemento más de lo osada que fue esta película para los estándares de principios de los sesenta, yendo más allá de lo que en su momento habían logrado trabajos similares, y en cierta forma cambió las reglas del juego puesto que también la Hammer se dedicó a partir de entonces a tensar los límites de aquello que podía hacer en pantalla. Sin embargo, el trasfondo cultural italiano de La máscara del demonio la diferencia de todos estos trabajos. Uno de los detalles que siempre he encontrado más interesantes no sólo de Bava sino del terror italiano en general es su relación de amor/odio con la religión católica, ya que Bava no deja de hacer mención en todo momento a un imaginario cultural cristiano presente no sólo en la ya antológica escena de la quema de la bruja sino en la fijación con el cadáver de Asa que se mantiene incorrupto y atrapado en su ataúd únicamente por la presencia de la cruz. La visión de ese cadáver con las cuencas vacías llenas de gusanos también evidencia otro aspecto muy recordado de esta película, que es su fijación con los ojos como puerta del mal, algo a lo que ciertamente ayuda la fisionomía de Barbara Steele, cuyos grandes ojos negros parecen ser los protagonistas de la película.
Es la presencia de Steele lo que ayuda también a subirle varios enteros. Honestamente, no creo que la cinta hubiese alcanzado el éxito que tuvo de no haber contado con una actriz como ella, una presencia magnífica que cautiva desde el momento en que aparece en las ruinas de la capilla con dos grandes mastines negros, una imagen ya icónica y muy explotada en el género de terror a pesar de que técnicamente el personaje en cuestión es la heroína. El trabajo de Steele es desigual en su doble papel, ya que como la joven Katja (inevitablemente interés romántico del por otro lado muy olvidable héroe masculino) no convence mucho, como tampoco convence la forzada y cursi subtrama romántica, pero cuando hace de la bruja Asa su presencia se roba cada escena, y se nota a leguas que es en su poderosa villana donde recaen las simpatías de Bava y su película. Es por eso que incluso ahora, cuando la he vuelto a ver muchos años después de la primera ocasión, sigo creyendo que el final de la película no es tan feliz como muchos piensan, y que hay un giro narrativo de corte fatalista que se intuye aunque no se diga explícitamente. Si no habéis visto la película no os lo voy a arruinar aquí, pero una vez que llegue ese final sabréis exactamente a qué me refiero.
Como ya comentábamos arriba, La máscara del demonio fue un gran éxito y una de esas colaboraciones de las que sale magia a pesar de todas las dificultades. El director Mario Bava contaba en vida que escogió a Steele únicamente por su físico y que fue muy difícil trabajar con ella debido a la desconfianza que sentía de aquel equipo de cineastas italianos trabajando con un guión cuyas escenas no se conocían hasta el mismo día del rodaje. Eso en parte puede que explique la naturaleza fragmentada del argumento y los repentinos cambios de tono de la historia, pero el resultado es innegable. Como introducción a la obra de Bava y al terror italiano en general, no se puede pedir nada mejor.
Felicitaciones por llegar a este número y excelente elección de película para reseñar.
ResponderEliminarEstaré muy pendiente de que película eliger como la reseña #666 ;)