Terminando con el panegírico de Fantastic Factory, ha llegado la hora de hablar de Dagon (2001), en mi opinión la película más acertada del ya extinto estudio de Serie B, una historia con la que Stuart Gordon crea una de las más logradas adaptaciones jamás hechas de la obra de H.P. Lovecraft. Si no es más popular, se debe únicamente a que sus valores estéticos (típicos del cine sin presupuesto) tienden a alejar al público más sensible. En cuanto a mí, reconozco mis prejuicios: aparte del hecho de ser un fan más que furibundo de la obra de Lovecraft, tengo la particularidad de perder la cabeza por cualquier historia que trate de monstruos marinos, como esta que tenemos a mano.
A pesar de su título, Dagon está basada realmente en otro cuento de Lovecraft, La sombra sobre Insmouth, la historia de un pueblo costero de Nueva Inglaterra (aunque, para justificar el acento hispano de sus personajes, Gordon traslada la acción a las costas gallegas, cambiando el nombre de la aldea por "Imboca") habitado por una raza de hombres anfibios, gobernados por un culto que adora a Dagon, el Señor de las profundidades, una criatura lovecraftiana con todas las de la ley, perteneciente a la ancestral raza de "los Profundos". A este pueblo llega un día un hombre llamado Paul Marsh (Ezra Godden "disfrazado" de Jeffrey Combs) junto con su esposa y suegros, cuando un naufragio los obliga a enfrentarse cara a cara con los repelentes habitantes de Imboca, con los que Paul guarda una relación desconocida para el momento. Destaca la presencia de la actriz Macarena Gómez como Uxía, suma sacerdotisa del dios marino, y Paco Rabal (en lo que, si no me equivoco, fue su canto de cisne) como el borracho Ezequiel, un hombre cuyo inglés resulta absolutamente ininteligible.
Esta película fue el proyecto acariciado por Stuart Gordon durante casi dos décadas, y a pesar de que, insisto, ciertos elementos puramente estéticos pueden llegar a molestarnos en esta era en la que es costumbre que todo esté perfectamente pulido y esterilizado, uno no puede menos que maravillarse ante el universo lovecraftiano perfectamente ambientado que logra esta película, con la que sólo puede competir, en mi opinión, En la boca de la locura (1995), de John Carpenter.
Como siempre, tratándose de Gordon, el hombre no ha escatimado esfuerzos a la hora de mostrarnos imágenes desagradables y un despliegue de escenas sanguinolentas, hundiéndose progresivamente en los recursos ya no serie B, sino Z. El mendigo siendo desollado de la cara abajo, y la actriz Raquel Meroño colgando en topless como si fuera una res sacrificada al ente marino son cosas que sencillamente no se olvidan. El sentido de humor de Gordon puede que no sea muy lovecraftiano que digamos, pero no puede negarse su fascinación por el material original.
Porque el verdadero protagonista sigue siendo Lovecraft y su peculiar y desquiciado mundo, un universo atrayente lleno de seres espectrales que se ocultan en aquellos rincones de la Tierra donde el hombre es incapaz de llegar. El concepto de terror de este autor americano, en el que aquellos misterios más antiguos que el hombre luchan por volver al mundo que una vez fue suyo es lo que ha cautivado a todos sus lectores, y es precisamente ese ambiente el que ha prevalecido en la cinta de Gordon, un director que entiende como pocos el lugar de donde proviene toda la magia de su autor preferido. La secta de Dagon y el ruinoso pueblo de Imboca, con sus monstruosos habitantes, son dos personajes más, recreados con toda la fidelidad posible. Cuando Paul registra a fondo las calles desoladas de aquel caserío gallego, podemos percibir esa atmósfera de oscura viscosidad a la que Lovecraft nos tiene acostumbrados.
Es una lástima que el distanciamiento generado por su estética haya sido la desgracia mayor de esta película. Quienes logren vencer este distanciamiento, lograrán disfrutar de algo de lo que todo fan del cine de terror se siente gustoso de ver: el estilo inconfundible de un director a quien el tiempo no ha quitado el gusto por sus más antiguos fetiches. Dagon es sin duda lo mejor de Fantastic Factory, y una de las más recomendables de Stuart Gordon, un mítico fiel a su estilo.
A esta película sólo le falta una cosa: ella.