Estrenada precisamente el día de Navidad hace ya nueve años, Black Christmas (2006) viene a cerrar nuestra trilogía dedicada a las fiestas decembrinas, con mucho retraso ya que la vimos por primera vez en el momento de su estreno y nunca hasta ahora habíamos tenido la voluntad de reseñarla. Su llegada fue en un momento en el que el género de terror estaba pasando por el clímax de su fiebre de remakes y nuevas versiones, aunque considero que la mayor parte de su público no conocía el clásico de Bob Clark de 1974 en el que se basa (de hecho creo recordar que dicha conexión nunca se mencionó durante su estreno en España). Tampoco es un problema en realidad ya que esta es una cinta que apenas emplea a la original como excusa y es por lo tanto un trabajo muy distinto con sus propias intenciones tanto temáticas como estéticas. El principal motivo por el que la he vuelto a ver es mi interés por su director, Glen Morgan, veterano de Los expedientes X y un guionista muy interesante que tuvo una importante presencia en el terror de la década pasada pero que sólo tiene dos cintas en su haber como director, ambos remakes: Willard (2004) y esta que tenemos hoy. Ambos trabajos de Morgan son menos convencionales de lo que en un principio parece, y aunque su apreciación puede dividir a la mayor parte del público, son películas que vale la pena ver.
La versión 2006 de Black Christmas destaca de entre la ola de trabajos similares porque Morgan lleva a su criatura hasta el extremo de lo grotesco ofreciéndonos lo opuesto a lo que en su momento nos dio la original: si la cinta de Bob Clark era interesante precisamente por su condición de proto-slasher, lo ambiguo de su trama y los muchos cabos sueltos que dejaba su resolución, esta es en cambio un producto explícito en su violencia, cruel para con sus personajes y que abraza su condición de cine carnicero revelando desde el principio la identidad del asesino a través de una escabrosa historia previa que contrasta de forma radical con el ambiente navideño de su trama principal. Por supuesto se mantiene el elenco joven y la estructura típica de chicas universitarias enfrentadas a un asesino misterioso, pero esta vez todo está resaltado a lo bestia, dándonos una película mucho más violenta que la original hasta el punto de que en ocasiones se hace difícil de tomar en serio.
Esto último quizás sea el punto clave porque lo cierto es que ese nivel de violencia es probablemente el principal atractivo de la película pero también algo que dificultó su mercadeo a lo que hubiese sido su público ideal, que no era otro que el consumidor de terror adolescente que todavía insuflaba al género slasher algo de vida. Aparte, y tras haberla visto de nuevo, considero que la película no aporta realmente nada nuevo ni en cuanto a lo que había hecho Bob Clark ni al cine de asesinos en general. Al igual que Willard dos años antes, este remake de Black Christmas fue un rotundo fracaso tanto de taquilla como de crítica que acabó prematuramente con la carrera de Morgan como director, ya que nunca volvió a dirigir un largometraje y sólo recientemente ha vuelto a la televisión gracias al resurgimiento de Los expedientes X.
Sabiendo esto, estoy aquí en un punto medio: personalmente esta cinta forma parte de un estilo de horror que ya no me interesa, pero por otro lado la dirección de Morgan y lo divertido del elenco la hacen al menos una película interesante, e incluso aquellos que se hayan sentido decepcionados con la ambigüedad de la original pueden encontrar cosas positivas en ella. Y como promete su título, es realmente navideña y el tema de las fiestas de diciembre está resaltado de forma muy obvia, por lo que se hace perfecta para esta época.
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