Con ella comparte su actriz protagonista, Jane Levy, quien junto con su banda de rateros de medio pelo decide robar una fuerte suma de dinero que esconde en su casa un ex-militar ciego que habita en un depauperado barrio de Detroit. Lo que en principio parece ser un trabajo sumamente fácil que le permitirá escapar de su muy desagradable situación familiar, pronto resulta algo más complicado cuando el ciego, lejos de ser una víctima, termina siendo un tipo muy peligroso con un montón de recursos, con lo que los invasores muy pronto se encuentran luchando por sus vidas. En este sentido la película hace una ingeniosa reinvención del clásico esquema de invasiones domésticas al hacer de los intrusos las víctimas, delincuentes que, como aquel protagonista de la también muy recomendable The Collector (2009), tienen la mala suerte de llevar a cabo su crimen mientras una auténtica historia de horror estaba teniendo lugar tras los muros de la casa.
Aparte de esto, la película me recordó mucho a otra pequeña joya de este subgénero, La habitación del pánico (2002), a la que se asemeja tanto en algunos elementos argumentales como de estilo. Son demasiadas semejanzas para creer en la casualidad; estoy seguro de que Álvarez y Sayagues tenían la cinta de David Fincher en mente a la hora de embarcarse en este proyecto, aunque no puedo demostrarlo. Como Fincher, Álvarez tiene grandes aciertos como ese plano secuencia en el que te muestra toda la casa o, ya de entrada, la ambientación en Detroit, esa ciudad en ruinas ya retratada en It Follows (2014), lo que sumada al argumento habla tanto del fracaso del sueño americano como de la debacle moral de los Estados Unidos. Otro gran acierto es el haber puesto a Stephen Lang como el villano, quien por sí solo eleva la película varios enteros al convertir al ciego en una figura temible, tanto que como público ni siquiera nos damos cuenta de lo arbitrario que resulta el alcance de sus sentidos; a veces el villano parece tener un oído y olfato sobrehumano, y a veces no, dependiendo de las necesidades de la escena.
Esto último en realidad podria ser lo más significativo de No respires; está tan bien hecha y su suspense está tan bien llevado a cabo que logra distraerte de lo disparatada que es en ocasiones y del hecho innegable de que estos ladronzuelos son en general bastante tontos y moralmente muy cuestionables. De hecho, ya cerca del clímax (en lo que se ha convertido en uno de los aspectos más comentados) la película se ve obligada a manipular emocionalmente al público convirtiendo al ciego en un auténtico monstruo digno de los más oscuros y depravados psicópatas del cine. Este subidón del registro de terror es, por otro lado, la única manera en que los espectadores podemos llegar a sentir algo de simpatía hacia los ladrones y lo que desde el principio parecía una fechoría sumamente cruel por su parte. Pero es precisamente este tramo final donde la película alcanza sus mejores momentos y se convierte en algo trepidante, sucio y horrible, en otras palabras una maravilla que me hizo perdonarle todo. Muy recomendable, sin duda alguna.
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