La última entrega de la saga original de Silent Night, Deadly Night se estrenó directamente a formato doméstico en 1991, y nuevamente contó con Brian Yuzna detrás de las cámaras, si bien no como director al menos como productor y co-guionista de una cinta que nuevamente tiene muy poco que ver con el resto de la saga en cuanto a tono y argumento, pero que sabe encontrar puntos interesantes dentro de su locura argumental, sus limitados recursos, y su muy evidente ambientación californiana noventera. Tal como ocurrió en la entrega anterior, la mayoría de las opiniones que he encontrado en Internet acerca de Silent Night, Deadly Night 5: The Toy Maker (1991) son negativas, pero honestamente pienso que es un error, ya que con todos sus defectos me sigue pareciendo mucho más interesante que el poco atractivo slasher de la primera entrega.
Esta al menos hace una cosa que su predecesora no hizo: recuperar el tema navideño que se había dejado de lado. Eso no quiere decir que Yuzna y el director Matin Kritosser abandonen por completo la conexión con su trabajo anterior, ya que algunos personajes de la cuarta parte reaparecen aquí en pequeñas aportaciones secundarias. Pero el argumento tampoco esta vez va sobre un Papá Noel asesino, sino sobre unos misteriosos juguetes responsables de la muerte de aquellos desafortunados que los reciben, con lo que esta entrega además aborda al menos parcialmente el ángulo infantil que esta saga nunca antes había explotado. Además, los responsables de esta película han sabido convertir su elenco en toda una provocación al poner como villano a Mickey Rooney, actor inevitablemente asociado al lado más amable de las fiestas decembrinas. En una deliciosa muestra de cómo el pez muere por la boca, Mickey Rooney presta su trabajo a esta secuela a pesar de haber sido él uno de los más fieros instigadores del boicot que hundió a la Silent Night, Deadly Night (1985) original.
Aunque en su defensa podemos decir que esta quinta entrega es tan diferente que es muy probable que sólo haya sido después del rodaje que se terminara asociando a la saga. Las comparaciones que muchos han buscado con el clásico de Charles Band, The Puppet Master (1989), pero dichas comparaciones son a decir verdad superficiales y basadas únicamente en la cercanía entre Band y Yuzna a través de los años. La verdad es que esta quinta entrega de la saga es, quizás por su temática infantil, un cuento de navidad grotesco pero que sabe combinar muy bien su crueldad infantil con algunas cosas más típicas de un público adulto como por ejemplo la forma en que realza la sexualidad de muchos de los personajes y lo poco desarrollado que está el crío, quien no es el protagonista de la historia sino solamente la víctima.
Es ya para el desenlace donde esta película alcanza su momento más desquiciado con una revelación final que dividirá completamente al público pero que a mí en lo particular me pareció más que coherente con lo que venía tratando la historia hasta entonces, además de que se ve venir si uno presta atención a las muy obvias pistas que te da prácticamente desde el principio. Mi valoración final de la saga de estas películas navideñas puede que no sea del agrado de todos, pero estoy más que convencido de que son las entregas posteriores las más interesantes, fallidas sin duda y menospreciadas por su componente de comedia involuntaria o sus grandes carencias de medios, pero sin duda alguna más ambiciosas en cuanto a su desarrollo y sin miedo a probar cosas descabelladas, algo que la primera entrega (aquella más famosa) no puede decir. Como todos sabéis bien, existe un remake únicamente nominal estrenado en el 2012, pero es tan distinto de todas estas películas que creo que merecerá ser tratado aparte.
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