A pesar de manejar un buen concepto y de tener innegables aciertos, tengo que reconocer que Stage Fright (2014) me supo a poco y en mi opinión no consiguió hacer justicia a las expectativas que se generaron debido a su premisa. Es verdad que la idea de un musical de horror no es nueva, pero los referentes de un ejemplo reciente como Repo! The Genetic Opera (2008) quizás nos queden demasiado lejos, mientras que esta película de la que hablamos hoy parte de una base temática con la que todos los que lean esto seguramente estarán muy familiarizados ya que la cinta aborda el género slasher siguiendo un patrón evidentemente tomado de clásicos como Scream (1996) y, sobre todo, Sleepaway Camp (1983), con la que tiene obvios e intencionales parecidos.
De hecho el argumento es muy similar al de varios de los ejemplos de slashers de principios de los ochenta, con un crimen del pasado y el resurgimiento de los crímenes por parte de un asesino enmascarado que comienza a cargarse a los integrantes del elenco y equipo de un musical maldito que está siendo escenificado de nuevo por un grupo de chicos en un campamento de teatro. Esto último me parece de lejos el punto más destacable de la película, ya que la inclusión de este campamento no sólo funciona como una parodia de series como Glee sino que también otorga una mirada muy graciosa a la obsesión de los theater geeks y su vulnerable mundo. Es ahí de donde la película saca algunos de sus mejores momentos cómicos a pesar de que en el apartado del terror le falta todavía.
Aquí probablemente sea donde no me ha convencido mucho; Stage Fright intenta jugar en su indefinición de forma un tanto torpe, y nunca termina por decantarse del todo como una comedia o como una película slasher de toda la vida. Encima el misterio acerca de la identidad del asesino está muy claro prácticamente desde el principio no sólo porque sean pocos los personajes que encajan con su perfil sino también porque la propia película lo evidencia si uno conoce cuáles son los referentes que maneja de décadas pasadas. Pero la que quizás sea la mayor de sus carencias es que la película, después de todo, es poco musical; los números musicales no son tantos como cabría esperar a pesar de lo que se muestra en el trailer, con lo que en todo momento se siente que sus responsables no han querido dar a la cinta el toque radical que necesitaba.
Con todo y eso, es una historia entretenida que tiene algunos aciertos innegables y un muy buen elenco. Hubiese deseado sólo que se decantara más hacia el horror o hacia la comedia y que se hubiera decidido a incluir un mayor número de canciones que justificasen su condición de musical de horror. De hecho, algo que comentaba la gente al salir de ella es que la reinterpretación de dichas canciones en clave heavy metal durante los créditos finales resultaron ser mejores que las versiones que se escuchaban durante la película. Eso sí, de lo que sí me han quedado ganas es de ver una adaptación kabuki de El fantasma de la ópera como la que se ve aquí.
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