Es así hasta el punto de que incluso la historia que sirve de marco a los cuatro segmentos, y que trata de un nostálgico dueño de autocine dispuesto a deleitar a su público una vez más mostrando cuatro de las cintas más grotescas jamás estrenadas, justifica el tono de la película y su condición de apología del mal gusto, una que se hace muy evidente ya desde los primeros dos relatos, Wadzilla y I Was a Teenage Werebear. Estas dos historias fueron las que originalmente me hicieron sentir recelo hacia la película debido a su tono de comedia chorra con chistes basados en la humillación de carácter sexual y revestidas con una capa referencial a géneros cinematográficos muy específicos; en la primera, evidentemente, la trama de un espermatozoide gigante arrasando Nueva York remite a las películas de monstruos gigantes, mientras que la segunda es una especie de cruce entre El hombre lobo (1941) y un musical tipo West Side Story (1961) que toca el tema de la homosexualidad latente de un joven guaperas. El tratamiento que ambas hacen del humor es absurdo aún a costa de la propia película, con sus fallos intencionales de raccord y sus efectos especiales mega-cutres, aparte de un mal gusto en ocasiones difícil de aguantar. Sin embargo mi reticencia venía únicamente del hecho de no estar preparado para este tipo de película.
Lo que finalmente me sacó de mi impresión original fue el tercer segmento, The Diary of Anne Frankenstein, dirigido por Adam Green, el mismo de las películas de Hatchet, y que no es más que una parodia farsesca de las películas de la Universal con una caricatura de Hitler que construye un monstruo judío, una barbaridad de incorrección política con subtítulos absolutamente delirante, maravillosa y llena de detalles increíbles como el hecho de que el actor que hace de Hitler hable un falso alemán. La película luego cierra con la inevitable historia de muertos vivientes en Zom-B-Movie, en la que el caos se desata en el autocine y las consecuencias del humor zafio de la película llegan a su plenitud. Son estas dos historias las que terminaron por mostrarme lo errado de mi recelo inicial y me revelaron el auténtico amor que los responsables de esta película tienen por un género y lo que debería ser su marcado desprecio hacia la comodidad del público con lo que ve.
Con una propuesta tan radical y tan abiertamente inclinada hacia la comedia absurda, está claro que Chillerama no es para todos los gustos, pero es obligatorio verla. Al menos me ha parecido muy estimable en su radical decisión de impartir mal gusto a diestra y siniestra. Ahora, si es oportuno o no colocarla en una página dedicada al cine de terror, eso habría que discutirlo en otro momento.
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