Gary Sherman, director conocido por películas de terror como la británica Death Line (1972) o la muy recomendable Dead and Buried (1981), dirige y co-escribe esta tercera entrega de la saga Poltergeist realizada ya en los albores de los noventa, con intenciones mucho más claras en su tentativa de ser una película de terror al uso. Estas dos cosas, la presencia de Sherman como director y el ángulo terrorífico, deberían haber bastado para asegurar el éxito de Poltergeist 3 (1988) pero por desgracia no fue así. Aquellos que la conozcan saben que desde el momento de su estreno fue considerada como la peor de la saga y una de las más problemáticas secuelas que jamás se hayan realizado. En mi caso particular había olvidado gran parte de ella salvo algunas escenas puntuales, por lo que verla de nuevo ha sido todo un redescubrimiento, porque honestamente no la recordaba tan terrible.
Una cosa que sí resalta a la vista es que el argumento de esta tercera entrega intenta de forma muy obvia repetir aquellos elementos exitosos tanto de Poltergeist (1982) como su secuela de apenas dos años antes, hasta el punto de que podemos fácilmente hablar de una trama que es una mezcla de las dos películas anteriores: nuevamente la historia gira en torno a la obsesión de los fantasmas por la pequeña Carol-Anne (único personaje de la familia original que regresa en esta ocasión) y el acoso por parte del espíritu del maligno reverendo Kane que habíamos conocido en Poltergeist 2 (1986). La acción tiene lugar esta vez en un inmenso y moderno edificio donde Carol-Anne ha venido a pasar unos meses con sus tíos, pero el cambio de escenario es lo de menos porque se repiten muchos de los giros narrativos de la primera película: el ataque de los fantasmas, el rapto de la niña hacia un universo paralelo, y el regreso de la mística Tangina (nuevamente interpretada por Zelda Rubinstein) que de nuevo debe ayudar a la familia a rescatar a la pequeña a través del siempre redentor poder del amor. En este sentido es prácticamente la misma película del 82 y habrá pocas sorpresas para aquel que la conozca.
La principal diferencia se encuentra esta vez en un mayor énfasis en los aspectos de terror que la historia propone, pero curiosamente se hace desde una propuesta estética diferente de las entregas anteriores: el escenario del edificio lleno de espejos y el constante juego que estos ofrecen son probablemente lo más interesante de la película y un ejemplo de terror de estética surrealista tremendamente similar a lo que se venía haciendo con la saga de Pesadilla en Elm Street, la cual todavía para 1988 estaba en plena forma en cuanto a popularidad. A pesar de que el argumento se mueve a trompicones y que sus giros son poco originales al estar prácticamente calcados a los de la primera parte, esta estética le da a la cinta una sensación de irrealidad que se convierte en su única seña de identidad propia y es algo al menos digno de ver. Por otro lado, es difícil ignorar lo atropellado del argumento y algunos momentos sonrojantes producto de un guión muy poco trabajado y unas decisiones francamente insólitas. Choca muchísimo, por ejemplo, que Heather O'Rourke se vea evidentemente mayor que su personaje de Carol-Anne, aunque intentan (sin éxito) hacerla parecer más pequeña de lo que es. Tampoco ayuda que la película trata de hacer ruido y acudir al recurso fácil de personajes histéricos e irracionales que gritan el nombre de Carol Anne en 121 ocasiones (alguien en IMDB las contó).
Aunque sería injusto pasar por alto el hecho innegable de que esta fue una producción con muchos problemas que se retrasó en varias ocasiones debido a diversos contratiempos que normalmente habrían dado al traste con toda la producción, como el hecho de que Zelda Rubinstein abandonara el rodaje debido a la muerte de su madre, a lo que debemos sumar, como todos sin duda sabéis ya, el fallecimiento de la propia Heather O'Rourke debido a una misteriosa enfermedad que se nota de forma trágica en el físico de la pequeña actriz. Insólitamente, ninguna de estas cosas fue considerada como un impedimento para los productores de Poltergeist 3, que editaron la película de tal forma que pudiesen terminar por los pelos una trama sin contar demasiado con sus dos actrices principales, dando como resultado una película muy pobre, plagada de problemas y francamente sin ninguno de los aciertos que las dos anteriores entregas consiguieron. Este desastre del que hablo es, de hecho, el principal motivo por el que esta película es conocida hoy en día, y tras verla de nuevo uno no puede sino entenderlo.
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