Es curioso que a pesar de que tenía prácticamente el mismo tiempo sin ver ninguna de las tres, tenía en mi mente un recuerdo bastante marcado tanto de la primera como de la tercera parte de la saga Poltergeist, pero no recordaba prácticamente nada de la segunda. Así que en preparación para la reseña del remake (que ya he visto, por cierto), he decidido terminar de dar un repaso a la trilogía original. Para mi sorpresa, Poltergeist 2: The Other Side (1986) terminó siendo una película muy distinta a lo que me esperaba. Es sin duda una secuela muy inferior que hace saltar por los aires gran parte de los aciertos de la primera parte, pero aún dentro de su evidente medianía y su intento por hacer un producto más convencional tiene espacio para algunas buenas ideas y aciertos que intentaré abordar aquí.
La trama de la que parte tiene lugar un año después de la original (aunque la película se estrenó en 1986, cuatro años después de la primera, con lo que los niños se ven algo creciditos), con la familia protagonista asediada por las dificultades económicas después de haberse quedado sin casa, y arrimados todos en casa de la abuela. Una vez allí observan cómo nuevamente la pequeña Carol Anne vuelve a estar en la mira de espíritus malévolos, por lo que una vez más deberán recurrir a la ayuda de la psíquica interpretada por Zelda Rubinstein y a un místico nativo americano en lo que es probablemente uno de los mayores clichés que nos podamos echar a la cara. Una cosa que llama la atención esta vez es que todos los actores que interpretaban a la familia original regresan a sus respectivos papeles, a excepción de la hija mayor, quien no aparece. Esto se debe, como sin duda sabréis ya, a que la actriz que interpretaba dicho papel murió poco tiempo después del estreno de la primera película. Pero lo curioso es que en vez de dar su personaje a otra actriz, esta secuela decide simplemente hacer como si nunca hubiese existido, omitiendo toda referencia a ella para así no romper el discurso de fuerza-en-la-unión-familiar que ya se presentaba en la primera película pero que aquí está exacerbado hasta convertirse en el principal punto temático.
Pero si hay algo que define esta secuela y explica su cambio de naturaleza es el momento en el que llegó: en 1986, el cine de terror americano mostraba un panorama muy diferente al que se encontró la primera Poltergeist (1982); el auge del horror sobrenatural y el éxito de películas como Pesadilla en Elm Street (1984) hizo que los responsables de esta segunda entrega optaran por una cinta mucho más oscura y macabra que en demasiadas ocasiones chocaba con la temática mística y pseudo-New Age que todavía se dejaba ver, encima aderezada por el lugar común del exotismo místico presente en la figura de los indios americanos. La película acierta al intentar ampliar la mitología de la original, y su decisión de darnos esta vez un villano claramente identificado es interesante por las referencias al pasado pionero de Estados Unidos y la presencia de extrañas sectas religiosas, pero ninguno de estos temas calza muy bien con ese toque fantástico que se le intenta dar en ocasiones y la a veces sonrojante insistencia en el poder del Bien representado en la idea de la familia. Eso sí, una cosa que no recordaba para nada de esta película es que el famoso artista suizo H.R. Giger colaboró con varios diseños de ese oscuro mundo sobrenatural, incluyendo todo lo referente a una famosa escena con un gusano de tequila en el que sin duda es el mayor efecto especial de todo el metraje.
Con sus descripciones de horribles muertes, su visualmente inquietante villano y la aparición de monstruos y demonios de forma mucho más explícita que en la primera, se nota que Poltergeist 2 intentó ser una película mucho más dada al horror que su antecesora, aunque nunca llega a abandonar del todo su ligereza inicial. Lo que la daña son sus lugares comunes, la escasa química que hay esta vez entre los actores y el abandono de la sencillez que tenía la primera parte y que aquí pone en evidencia una continuación mucho más pobre. Pero todavía hay cosas interesantes, y aquellos que se sientan atraídos por continuar la saga tienen aquí puntos a destacar. Eso sí, lamentablemente nunca llega a dar miedo, y la saga no abrazaría realmente el terror hasta la muy problemática tercera entrega, que también habrá de caer por aquí.
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