viernes, noviembre 17, 2006

Reseña: Regreso a Moira (2006)

La cuarta entrega de las Películas para no dormir cae sobre el regazo de Mateo Gil, guionista habitual de Alejandro Amenábar y que realiza con Regreso a Moira (2006) su primera incursión como director en el género de terror. Sin embargo, justo es decir que su capítulo es, en gran parte, un melodrama acerca del despertar sexual de un joven de pueblo en la España del franquismo, y es sólo al final cuando ocurre un desenlace que coloca a la historia en las lindes de la narrativa de miedo.

Esta diferencia se percibe en la manera como la historia se va contando a dos bandas: la película abre con la figura de Tomás, un escritor que ha vivido en un exilio personal desde que abandonara España hace más de cuarenta años, y que un día, tras la inesperada muerte de su esposa, recibe una carta del Tarot que sólo pudo haberle enviado una persona: Moira, la mujer de la que estuvo enamorado siendo apenas un muchacho y de la cual sólo sabemos que lleva muerta más de cuatro décadas. Tomás decide, ante este extraño hecho, regresar a España y a su pueblo natal para enfrentarse finalmente a su propio pasado y al fuerte remordimiento que al parecer fue la causa de su fuga.

Esta historia se va entrelazando con una serie de flashbacks a través de los cuales vemos a Tomás en sus años mozos, cuando conoce a Moira y comienza con ella una relación amorosa que poco a poco se convierte en obsesión ante todo el misterio que rodea la vida de esta bella mujer, que vive aislada y odiada por todo el pueblo, en medio de acusaciones de brujería. Estos saltos al pasado constituyen el grueso de la historia, y la verdad, no son nada que no hayamos visto antes. La relación de Tomás con sus amigos pasa por todos los clichés típicos de la "madurez" de los adolescentes varones, y la historia misma de una mujer que resulta ser una bomba sexual en medio de un pueblo atrasado de la Europa mediterránea (y que termina revelando la absoluta barbarie de una sociedad de viejas beatas y hombres rústicos) es una trama que hemos visto literalmente cientos de veces. Si se salva es precisamente por la presencia de Natalia Millán, quien es más que correcta como Moira en su efectiva mezcla de sensualidad enigmática. Por desgracia, la elección del inexpresivo Juan José Ballesta como el joven Tomás es bastante desafortunada, ya que nunca pude superar la sensación de que aquel muchacho era un perfecto imbécil.

La otra historia, aquella en la que un Tomás viejo regresa al pueblo (y a Moira) es, por el contrario, excelente, y acapara por sí sola toda la tensión y el misterio que rodea el delicado halo sobrenatural de la trama. Casi todos los aspectos terroríficos de Regreso a Moira están concentrados aquí, desde las visiones fantasmagóricas de Tomás hasta el miedo que siente al visitar los antiguos espacios de su juventud, especialmente la abandonada casa de su antigua amante, que permanece como un ruinoso cáncer enclavado en el corazón de un pueblo que crece gracias al progreso. El final es, asimismo, lo mejor, y lo único que coloca a este episodio de las Películas para no dormir en el género al cual supuestamente pertenece.

Si toda la cinta hubiese tenido esta contundencia, sin duda tendríamos una valoración mucho más positiva. Sin embargo, este melodrama de Mateo Gil se queda como un producto correcto, pero poco más si lo comparamos con los primeros capítulos de la serie.

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