Para un nutrido grupo de gente, M. Night Shyamalan siempre será el hombre que dirigió El sexto sentido (1999), su primer gran éxito comercial y la película que le convirtió, por desgracia, en un director asociado siempre con finales sorprendentes y a quien por supuesto el público no le perdona que no de siempre lo que se le pide. Lo más revelador de este largometraje del que hablamos hoy es que incluso si ya sabes el giro argumental del desenlace, sigue siendo una película muy sólida en la que siempre se consiguen detalles nuevos con cada visionado. Es también aquella donde comienzan los temas y constantes estéticas que Shyamalan utilizaría en películas posteriores: la búsqueda de la conexión con algo más allá del mundo físico, el protagonista voluntariamente distanciado de quienes le rodean o el peligro asociado al color rojo.
Para los dos o tres que no la hayan visto en su momento, la película es básicamente la historia de un psicólogo infantil llamado Malcom que trata el caso de Cole Sear, un pequeño niño retraído que confía en él su mayor secreto: es capaz de entrar en contacto con los muertos. Lejos de ser un don, este poder aterroriza al pequeño Cole, ya que los espíritus son al parecer bastante agresivos y violentos hacia él. A pesar de no creerle al principio, Malcom decide seguirle la corriente debido al trauma que tuvo con un paciente anterior que afirmaba padecer un fenómeno similar y cuyo desenlace, narrado en la primera escena de la película, fue todo menos feliz. La ambigüedad, sin embargo, dura muy poco: desde muy temprano en la trama, nos queda claro que Cole realmente ve a los muertos, y las escenas en las que estos le acosan son en verdad escalofriantes al revelar la predilección que siente Shyamalan por la táctica de la anticipación. Es curioso también como la percepción que tiene el público de los fantasmas se va haciendo progresivamente más detallada: al principio sólo los escuchamos, luego los vemos y finalmente entramos en contacto con ellos, como en la terrorífica escena que transcurre debajo de una manta colgada entre sillas a manera de fuerte (una manta roja, por supuesto).
Claro que gran parte de la efectividad de la película se debe al pequeño actor que hace de Cole, Haley Joel Osment, uno de esos niños prodigio de la actuación que surgen de vez en cuando y cuyo hype está justificado no sólo gracias a esta película sino también con su posterior trabajo en Inteligencia artificial (2001), de Steven Spielberg. En un papel dramático pero a la vez desprovisto de todo alarde de histrionismo, Cole contrasta con el impasible Malcom de Bruce Willis, quien tiene su propia trama y sus propios demonios que excorcisar y cuyo desenlace es para muchos el momento más recordado de esta película gracias a un final sorpresa que la cinta te ha estado diciendo durante hora y media pero que no has sido capaz de ver hasta entonces. El propio Shyamalan afirma que este final (así como toda la película) está inspirado en un episodio de la serie de terror infantil ¿Le temes a la oscuridad?, con la que El sexto sentido comparte su esquema de horror centrado en el mundo de los niños. Este giro final, sin embargo, para mí es sólo un detalle más; lo realmente interesante de la película es la manera como muestra el componente sobrenatural incorporándolo de manera muy sutil en el mundo real, siendo muy parca en efectos especiales (a decir verdad, prácticamente carente de estos) y difuminando la línea entre los muertos y los vivos hasta que la presencia de estos sólo es detectable a través de ciertos detalles pequeños así como la constante tensión del personaje principal.
El sexto sentido es hoy en día una de las películas de terror más exitosas de todos los tiempos, y también una de las pocas que han conseguido el beneplácito del sector crítico más convencional, reacio por lo general a cintas de estas características. Curiosamente, también propició un nuevo interés en el cine de terror mainstream por lo sobrenatural, como demuestran la avalancha de títulos similares que buscaron explotar el mismo esquema incluyendo niño raro y secreto del pasado. Clones aparte, esta sigue siendo una película muy recomendable aún tras más de una década de su estreno, una de las grandes de Shyamalan (quien luego traería con El protegido (2000) su mejor película hasta la fecha, al menos para mí) y un ejemplo curioso de cine de terror que busca dar realmente miedo y a la vez contar una historia que se cierra sin finales ambiguos ni manipulaciones, toda una joya que les invito a revisitar.
Adoro esta película.
ResponderEliminarY joder, coincido plenamente en el que El protegido es la mejor obra de Shyamalan hasta hoy (y por cierto, está muy infravalorada en líneas generales, creo).
Para mi la obra maestra de Shalaman es Señales, personalmente (aunque me odien por esto) deteste el Protegido y La Dama del Agua. En cuanto a sexto sentido es Imperdible, Bruce Willis lamentablemente quedó catalogado como un actor de acción, pero la capacidad dramática que logra para interpretar esta película es increíble....
ResponderEliminarTe recomiendo que veas tambien de HJO la de Cadena de Favores, con Kevin Spacey.
ResponderEliminarExacto, en términos generales, el final es sólo un detalle más de esta gran película. Lo que realmente atrapa y va "in crescendo" a lo largo de la trama es la delgada línea que separa a la realidad tangible de lo místico.
ResponderEliminarY por supuesto que El Protegido es un pedazo de película, pero personalmente, me quedo con la Dama en el agua...
Por cierto, el otrora niño Joel Osment le entró de duro a la yerba y demás consumibles alucinógenos y se perdió, al menos hasta ahora, después de prometer una talentosa carrera...alguien dijo River Phoenix?
Una buena película revisionable de vez en cuando, detalles a destacar varios, y es que realmente me toco el sentimiento con el giro final...
ResponderEliminarDestacable el casi nulo uso de efectos especiales