viernes, abril 27, 2007

Lugosi, Lee, Oldman y (quizá) Bardem

No he podido resistir la tentación de hacerme eco de este rumor que aparece publicado en Fangoria según el cual el productor (y a veces director) Jan de Bont está preparando el rodaje de una secuela de Drácula, la novela de Bram Stoker. La película llevará el título de The Un-Dead (200?), que era por cierto el título original que tenía pensado el autor irlandés para su libro. La historia transcurre veinticinco años después de los eventos narrados en la novela de Stoker y en ella reaparecen varios de los personajes principales, tales como Jonathan Harker, Mina, Van Helsing e incluso el conde de la capa y los colmillos (cosa rara, ya que al final del libro este quedaba reducido a una montañita de polvo).
Pero a lo que vamos: resulta que en la página de Blackfilm ya han adelantado el elenco que se quiere armar para la cinta, entre ellos John Hurt como Van Helsing, Monica Bellucci como Mina y (agarraos) Javier Bardem como el mismísimo Drácula. Imagino que esto se quedará al final en rumores, ya que la IMDB no muestra el proyecto en ninguna de las respectivas fichas de estos actores. Tampoco aparece nada en la ficha de Ernest R. Dickerson, el director que podría ser puesto al frente del proyecto y que ya ha hecho sus pinitos en historias de vampiros con The V Word (2006). Recordarán también que Monica Bellucci hizo de una de las vampiras más apetecibles de la historia en Drácula de Bram Stoker (1992).
A ver en qué queda todo esto. La verdad es que la idea no me disgusta.

domingo, abril 22, 2007

Reseña: Valerie on the Stairs (2006)

Mick Garris, creador de la serie Masters of Horror, fue responsable del (para muchos) peor capítulo de la temporada pasada, así que cuando se anunció que volvería para la segunda tanda, casi nadie esperaba nada de él. A esto hay que sumar el hecho de que, para ser sinceros, no hablamos de lo que se dice un buen director. El pico como creador de Garris llegó, para mí al menos, con películas entretenidas como Critters 2 (1988) y Sonámbulos (1992), pero desde que le dio por adaptar cuanta obra de Stephen King cayera en sus manos, dejó de convencerme. Si digo todo esto es porque de alguna forma tengo que justificar el hecho de que Valerie on the Stairs (2006) me haya sorprendido gratamente.

Dejando de lado al prolífico autor de Maine, Garris adapta esta vez un relato más o menos reciente del escritor británico Clive Barker, miembro como él de toda esa cuadrilla de amiguetes del horror ochentero. Sin embargo, aquellos que sigan la obra de Barker harán bien en recordar que últimamente su literatura está yéndose más por los lados de la fantasía oscura que del terror propiamente dicho, y este capítulo lo demuestra. En él se cuenta la historia de un joven aspirante a escritor que es aceptado por los miembros de una curiosa comunidad habitada sólo por autores que no han sido publicados. La dueña de dicho edificio provee a sus inquilinos de alojamiento y comida gratis hasta el día de su primera publicación, por lo que, apenas poner pie en el viejo y ruinoso lugar, nuestro protagonista es envuelto por el siempre notable olor del fracaso. Sin embargo, sus planes de dedicarse por completo a su labor creativa dan al traste cuando empieza a tener visiones en las que una hermosa mujer (por supuesto de nombre Valerie) se le aparece en las escaleras pidiéndole ser salvada de una bestia sobrenatural que al parecer la tiene prisionera. Qué significan estas visiones y qué misterio se esconde en aquel cubículo de escritores fracasados es lo que nuestro joven autor debe averiguar.

Aunque muy probablemente los mayores méritos de Valerie on the Stairs residan en la trama creada por Barker, reconozco que Mick Garris ha sabido, por esta vez, engancharme con la historia. No sé si será por mi interés confeso hacia las historias que traten sobre los escritores y sus fantasmas, por la plasmación de esas energías creativas que cobran vida en las paredes de un recinto de sueños frustrados, o por el simple hecho de que Garris nos ha dado uno de los pocos capítulos de la nueva temporada que no explota el filón del "mensaje político" que tanto éxito dio a la temporada pasada y que parece ser el lei motiv de esta.

Lo que al parecer no ha evitado es esa ya característica mezcla de sexo y violencia que se ha convertido también en la marca de la casa. En Valerie on the Stairs no falta la charcutería que (previsiblemente) rodea las apariciones del monstruo, y de más está decir que los encantos físicos de la chica protagonista son sabiamente aprovechados. Sin embargo, el principal interés de esta historia no radica en el indudable festín para los ojos, sino en la construcción de esa metáfora que es el ansia creativa y la frustración que produce cuando no encuentra una salida real. El cúmulo de perdedores que puebla el edificio en el que el protagonista se hospeda es inquietante, entre ellos un Christopher Lloyd que por desgracia se ve poco aprovechado. Asimismo, el personaje de la bestia (que recae en las no poco hábiles manos del veterano Tony Todd) parece más propio de una película de fantasía que algo proveniente del universo del terror (por las razones arriba expuestas).

Por su temática y la manera de abordarla, no dudo en recomendar este episodio. Más allá de los elementos de terror, se trata de una fábula alegórica de lo más disfrutable. Ah, y atención a la escena final, inusualmente poética para un capítulo de esta serie. Al menos por una vez, Mick Garris parece haber pisado seguro.

martes, abril 17, 2007

Reseña: Jóvenes ocultos (1987)

Tras el divorcio de su madre, Michael y Sam se trasladan a vivir con su abuelo (un hippie entrado en años) en el pequeño pueblo costero de Santa Carla, California, un lugar apacible y aburrido que no merecería muchos comentarios de no ser porque está habitado por una molesta banda de vampiros gamberros que gustan alimentarse de cuanto se ponga a su alcance. Cuando la única chica entre estos chupasangres seduce al joven y rebelde Michael, no pasa mucho tiempo antes de que este se convierta en otra criatura de la noche. Si no quiere pasar a engrosar las filas de los no-muertos de forma definitiva, él y su hermano menor deben encontrar la forma de romper la maldición y enviar a los seres de colmillos largos al hueco infernal de donde han salido. Tal es, en grandes pinceladas, la trama de Jóvenes ocultos (1987), indudable clásico de los ochenta y una de las cintas paradigmáticas del sub-género de los vampiros como icono pop. Parece mentira que veinte años después de su estreno siga teniendo la misma fuerza y efectividad a la hora de mezclar el evidente atractivo y terror que desprenden estos monstruos con una nada desdeñable dosis de humor que (para variar) es completamente intencional.

Muchas veces se utiliza el término "película para adolescentes" de manera peyorativa, pero en Jóvenes ocultos se trata de más que palabras. El subtexto de esta película (producida por Richard Donner y dirigida por el polifacético Joel Schumacher) sabe plasmar casi a la perfección un mundo de jóvenes que no desentona en el contexto californiano. De hecho, la banda de los vampiros (liderada por un genial Kiefer Sutherland, ídolo de esta casa) es la metáfora perfecta de la juventud descontrolada y eterna, hecho que se manifiesta no sólo en su afición a las motocicletas y al gamberrismo juerguista, sino incluso en la foto gigante de Jim Morrison que "preside" su escondite en medio de las cavernosas ruinas de un balneario de principios de siglo. Estos vampiros voladores (facultad que, por cierto, sólo vemos a través de una cámara subjetivo) se alejan por completo de la típica imagen sobria y solmene de sus congéneres cinematográficos para mostrarse como monstruos abocados al caos, irresponsables en sus matanzas indiscriminadas y con ganas de armar barullo dondequiera que van.

Pero no son estas criaturas lo único simpático de la historia, ya que el trío de niños co-protagonistas (entre ellos los dos Coreys: Haim y Feldman) también es de cuidado. Ante la perspectiva de que su hermano mayor termine hincando los dientes sobre su púber cuello, el pequeño Sam recluta la ayuda de dos chavales de una tienda de cómics obsesionados con el tema de los vampiros, y que no dudan en ayudarle cual una pareja de auténticos mini-Van Helsing. Esta premisa, que en papel suena ridícula y en pantalla ha sido tradicionalmente un desastre, está perfectamente llevada a cabo en Jóvenes ocultos, con lo que todos tendríamos que quitarnos el sombrero ante Schumacher por haber superado con éxito uno de los mayores retos cinematográficos que hay: hacer una película de terror que incluye escenas de humor con niños y que no nos hace sonrojarnos de vergüenza ajena. Y es que precsiamente el humor en esta película no se siente para nada forzado y hasta enriquece la historia. Atención a la frase que cierra la película, totalmente de coña, pero capaz de arrancarme una sonrisa de forma casi instantánea (¿mencioné también algo sobre esa maravillosa banda sonora repleta de guiños pop ochenteros, incluyendo la versión de Roger Darltrey de Don't let the Sun go Down on Me?).

Es verdad que no juega tanto a dar miedo como otras de su género; es cierto que el giro final que toma la trama está cantado desde el principio, y la historia es tan sencilla que realmente no hay mucho desarrollo de personajes que se diga, pero sólo por haber presentado a los vampiros en una forma poco común, resulta fácil ver por qué esta cinta sigue siendo un referente para los amantes de esos bichos nocturnos con dientes largos que pululan en la oscuridad.

jueves, abril 12, 2007

Reseña: El bebé de Rosemary (1968)

El bebé de Rosemary (1968) fue una de las primeras películas que tocaron el terror sobrenatural como algo subyacente en nuestro mundo cotidiano. También fue la primera película en inglés del director Roman Polanski, y componente, junto con El exorcista (1973) y La profecía (1976), de lo que se conoce como la Santísima Trinidad del cine con el Diablo como protagonista (el término es contradictorio, lo sé). Sin embargo, más allá de su temática, la verdad es que muy poco tiene que ver esta cinta con las dos anteriormente mencionadas. Mientras que las de William Friedkin y Richard Donner son cuentos de horror en todo el sentido de la palabra, El bebé de Rosemary es un thriller de cocción muy lenta en el que se nos oculta casi todo, jugando más bien con el miedo a lo que no vemos y a la paranoia que se forma en el espectador a lo largo de las vicisitudes de la frágil Rosemary Woodhouse. En este sentido, la película forma una trilogía perfecta con otros dos terrores de apartamentos dirigidos por Polanski: Repulsión (1965) y El inquilino (1976).

Basándose en la novela de Ira Levin, la película (que está producida por un atípico William Castle) comienza cuando Rosemary (Mia Farrow) se muda junto a su joven esposo Guy (John Cassavetes) a un gigantesco edificio de apartamentos. El sitio que han conseguido es una auténtica ganga, un inmueble enorme que está disponible gracias a la muerte de su dueña. Esta apacible mudanza, hecho cotidiano como pocos, tiene sin embargo un detalle siniestro que en un principio pasa inadvertido: un pesado mueble ha sido colocado bloqueando la puerta de un armario. Sin embargo, nada parece salirse de lo normal, hasta que Guy, actor de poca fortuna profesional, entabla amistad con los Castevet, sus senectos y excéntricos vecinos que van mostrando cada vez mayor interés en su vida y en la de la frágil y sumisa Rosemary.

Una de las cosas más interesantes de la película es que está narrada en su integridad desde un solo punto de vista. En ningún momento el espectador ve o sabe algo que no vea o sepa la propia Rosemary, y eso precisamente hace crecer la sensación de que la mayor parte de la trama se va tejiendo a nuestro alrededor sin que nosotros lo sepamos. En este sentido Mia Farrow está clavada como el ama de casa vulnerable y hasta un tanto ingenua que poco a poco se deja envolver por este misterio (esto me hace preguntarme, además, si no habrá cambiado un poco la reacción del público ante el personaje a lo largo de los años: Rosemary se muestra tan sumisa y con tan poco carácter que no es de extrañar que a muchos hoy en día les parezca algo cargante). Como sucede con casi todo el cine de Polanski, la trama se resuelve lentamente sin una predominancia de intensidades dramáticas o de acción, aunque es innegable que en, el caso que nos ocupa, la historia va en un casi continuo crescendo hasta su ya clásico clímax. Asimismo, el centro neurálgico de la película bien podría ser esa larga secuencia onírica en la que Rosemary participa del principal meollo de la trama.

El bebé de Rosemary es, asimismo, una de las películas que mejor ha retratado el oscuro pero fascinante mundo de la brujería y el ocultismo, lo que ha dado lugar a un buen puñado de leyendas y rumores acerca de su realización (1). Este retrato está logrado no sólo a través de su historia, sino también gracias a ese enorme y misterioso edificio en el que transcurre casi la totalidad de la acción. Lejos del ambiente gótico y "oscuro" que suele impregnar este tipo de tramas, la cinta de Polanski traslada el misterio sobrenatural a un ambiente urbano luminoso, familiar y cotidiano, lo que hace que el contraste con el final sea aún más contundente.

Decir que ya no se hacen películas como esta no es simplemente un acto de esnobismo cinéfilo. Ni siquiera el propio Polanski lograría repetir con tanto acierto la fórmula que hizo de esta cinta un clásico por mérito propio. Prácticamente todos los que visiten esta página seguro la habrán visto, pero si no es así, entonces su visionado es más que recomendable: es obligatorio (2)



(1) Uno de los más conocidos es aquel según el cual Anton LaVey (fundador y líder de la Iglesia de Satán y autor de la "Biblia Satánica") participó como asesor técnico de la película e incluso llegó a interpretar el "papel principal" en la secuencia onírica de Rosemary. Este rumor resultó ser, evidentemente, falso.

(2) Por cierto, la película también es famosa por ser la más desgraciada víctima de los traductores españoles de títulos, que no solamente le otorgaron uno que resultaba horrendo (y que no repetiré aquí) sino que además revelaba el mayor misterio de la trama. Hoy en día todos conocen dicho misterio, pero para ese entonces no era así. A manera de venganza, he decidido colocar el título literal (y mucho más apropiado) con el que se conoce la cinta en Hispanoamérica.