sábado, julio 22, 2006

Reseña # 101: El pueblo de los malditos (1960)

En plena Guerra Fría, los Estados Unidos produjeron un grueso contingente de películas que tocaban el tema de la paranoia colectiva hacia una posible invasión soviética o simplemente hacia cualquier cosa que pudiera trastocar el sistema de vida americano. De entre todas estas películas, existe un puñado de ellas que han cobrado estatus de culto al mostrar, de manera mucho más brillante, los miedos y terrores de los habitantes del hemisferio capitalista utilizando las convenciones del cine de género, especialmente terror y ciencia-ficción. En este selecto grupo, tres cintas en blanco y negro destacan por encima de la mayoría. La primera de ellas es Ultimátum a la Tierra (1951), del polifacético Robert Wise, la historia de un alienígena que es herido de un tiro en pleno día en medio de Washington D.C., y que debe reclutar la ayuda de una mujer terrestre para que su fiel robot Gort no destruya el planeta a modo de retaliación. Posteriormente vino La invasión de los ultra-cuerpos (1956), de Don Siegel, la pesadillesca arremetida extraterrestre de unas criaturas capaces de convertirse en clones humanos privados de sentimientos y decididos a la dominación mundial. La tercera de estas piezas de colección es la archi-conocida cinta de Wolf Rilla, El pueblo de los malditos (1960).

Que las tres películas antes citadas toquen el tema de la invasión extraterrestre no es, ni mucho menos, causalidad. Después de todo, los seres de otros mundos son la perfecta metáfora de aquello que no podemos conocer y por lo tanto entender, e incluso para las mentes completamente agnósticas, la posibilidad de su existencia es algo que cuesta mucho dejar de lado por completo. La posibilidad, además, de que fueran hostiles o que quisiesen imponer su civilización sobre la nuestra mediante una agenda oculta bastaba para que cualquier mente febril y americana de los años cincuenta y sesenta escribiese un guión en el que la palabra "alienígena" pudiese ser reemplazada por "comunista".

El pueblo de los malditos comienza con uno de los escenarios más fascinantes que jamás se habían plasmado en pantalla hasta entonces: en el tranquilo pueblo inglés de Midwich, un fenómeno inexplicable hace que todos los habitantes caigan inconscientes al mismo tiempo. Cuando las autoridades locales acuden a investigar, se dan cuenta de que toda persona que entra en el radio del pueblo cae inmediatamente bajo la influencia de este extraño hecho. Finalmente, tras unas horas de inquietud, el efecto desaparece y el pueblo parece haber vuelto a la normalidad, hasta que pocos días después los médicos descubren que todas las mujeres de Midwich han quedado embarazadas a la vez. Aparte de los evidentes problemas domésticos que esto trae (principalmente con la fiel esposa que no puede explicar cómo es que ha concebido un niño mientras su esposo ha pasado un año lejos de casa), los críos que nacen de este singular embarazo resultan ser todos muy parecidos: criaturas de penetrantes ojos y cabello completamente blanco, desprovistos de cualquier vestigio de humanidad y con una mente colectiva que les convierte en una unidad inseparable, una pandilla de genios superdotados con grandes habilidades psíquicas.

Como reacción ante este hecho, existen en Midwich dos posturas muy distintas: por un lado, el Mayor Alan Bernard, militar de carrera que opina que los niños (cuyos orígenes son del todo desconocidos) representan un peligro demasiado grave para el mundo y por lo tanto deben ser eliminados. Del bando contrario está el profesor Gordon Zellaby, eminente científico que opina que los poderes mentales de los niños pueden ser empleados al servicio de la humanidad si se les permite estudiarlos y educarlos. Estos dos hombres luchan por imponer cada uno su voluntad hasta que los críos demuestran el poder de controlar las mentes humanas, empujando al suicidio a todo aquel que osa oponerse a su voluntad. Entonces resulta obvio que algo debe hacerse.

La trama de El pueblo de los malditos se debe a la privilegiada mente del escritor John Wyndham, quien recreó la historia en su novela Los cucos de Midwich (la referencia aquí es obvia, ya que los cucos son famosos por poner sus huevos en los nidos de otras aves). Wyndham ya había hecho una gran aportación al horror y a la ciencia-ficción con su anterior novela, El día de los trífidos, que por supuesto también fue llevada al cine. Lo curioso es que si la película de la que hoy hablamos terminó filmándose en Inglaterra y no en Estados Unidos fue debido a una simpática organización americana conocida entonces como la Legión de la Decencia, que jamás habría permitido una historia acerca de una pandilla de niños que mataban a los adultos. Esa misma censura férrea fue la que determinó el título con el que conocemos la cinta hoy en día, en respuesta a la polémica religiosa surgida a raíz de la "inmaculada concepción" de los niños de pelo blanco y ojos cautivadores.

Los finales de los cincuenta y principios de los sesenta fueron una época de grandes cambios en la sociedad anglosajona. La década de prosperidad y felicidad doméstica de Estados Unidos estaba dando paso a la formación de las nuevas tribus urbanas que compartían un mismo mensaje de inconformidad y rebeldía, a la vez que ostentaban un fuerte sentido de la unidad y de la identificación con el "grupo". Precisamente esta idea de uniformidad se convirtió en el primer tema de preocupación de las generaciones mayores, quienes asociaban este estilo de vida con lo que consideraban las típicas líneas de comportamiento de la gente al otro lado del Telón de Acero. Los niños de la película de Rilla parecen disfrutar de esta tendencia también: todos ellos visten con la misma ropa negra y tienden a andar en grupos cerrados, desconfiando de todo y de todos al filtrar la realidad a través de su superior intelecto. El único personaje con el que parecen sentir alguna especie de identificación es con el doctor Zellaby, hombre racional e intelectual que siente un genuino interés por los niños, en clara diferencia con el terror que inspira en los demás.

Los niños son sin duda lo mejor de El pueblo de los malditos. Los jóvenes actores que los interpretaron otorgan una gama de gestos que los convierte en una pandilla realmente inquietante. El efecto de los ojos brillantes funciona precisamente por su primitivismo: Rilla tuvo que paralizar la imagen de la pantalla para superponer el brillo de esos ojos y el sonido que hacen las criaturas al despachar a sus molestos vecinos (curiosamente, Rilla nunca estuvo de acuerdo con poner este efecto, que fue una imposición de los productores americanos destinado a que el público "se enterara" de cuando los peques estaban haciendo uso de sus habilidades). El resultado incluye momentos estelares por su brutalidad (considerando la época), como el momento en el que los niños obligan a un hombre a suicidarse pegándose un tiro con la escopeta que, minutos antes, pensaba utilizar contra ellos. De entre todos los niños, el más destacado es el joven "hijo" de Zellaby, David, quien parece ser el líder de los críos. David se muestra como un ser absolutamente frío e impasible, que desprecia a su madre adoptiva por su excesivo apego emocional. El hecho de que la voz de este niño fuera doblada por una mujer le otorga, además, un aire adulto que no hace sino añadir una capa más siniestra a su presencia.

La película también echa mano de varios recursos expresionistas para marcar su efectividad. Después de esos ojos brillantes que hipnotizan, la imagen más popular de esta cinta es la del doctor Zellaby "bloqueando" el poder telepático de los niños al pensar en una pared de ladrillos, que por supuesto vemos en pantalla resquebrajarse cuando los pequeños alienígenas atacan con su fuerza conjunta al doctor, del que todos sospechan una trampa mortal.

El pueblo de los malditos es, sin embargo, una cinta que no ha envejecido muy bien. Es cierto que todavía conserva gran parte del impacto inicial gracias a determinadas imágenes y pasajes, pero el ritmo de la historia es demasiado lento al principio y demasiado acelerado al final. El desenlace es especialmente atropellado, como si Rilla hubiese querido terminar la película de una vez al darse cuenta de que había llegado a la hora y media. Sin embargo, el envejecimiento de su narrativa no le ha impedido conservar su fama entre los fanáticos del horror y la ciencia-ficción, entre ellos el mismísimo John Carpenter, quien dirigió un interesante remake en 1995, del que ya hablaremos en otro momento. También rueda por ahí la secuela, Los hijos de los malditos (1963), con un subtexto político-social mucho más marcado que la cinta que vio nacer a estos niños de pelo blanco y mirada siniestra, empeñados como nadie en la idea de extirpar a la raza humana. La original, entre tanto, sigue siendo una historia con problemas, pero indispensable si se quiere echar un vistazo a ese cine de la Guerra Fría que exploraba la peor paranoia del mundo occidental. Ahora, si esa exploración temática es real o, como decía Don Siegel, un invento producto de esa misma paranoia (paradójicamente), eso es algo que tardaremos todavía mucho en saber.

7 comentarios:

  1. Anónimo1:54 p. m.

    3,5... En espera de lo que diga usted del remake de Carpenter, que no me gustó, ya se lo adelanto, la película de Rilla, es verdad, está envejecida, pero sigue pareciéndome superior.

    Un saludo y gracias por el enlace ;)

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  2. Hombre, 3.5 tampoco está nada mal. De todas formas, le puedo adelantar algo de mi conclusión acerca de la "lucha" entre esta película y el remake de Carpenter:

    La original de Wolf Rilla es mejor, pero no MUCHO mejor. Otro día le explicaré por qué pienso esto.

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  3. Anónimo7:57 p. m.

    Si ya lo decía el maestro Hitchcock que no se puede hacer buen cine con niños... Bueno, pues espero su crítica del remake de Carpenter para valorar.

    Saludos.

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  4. Pues, sinceramente, la mayor virtud de la cinta de Rilla frente a la de Carpenter es, simplemente, haberla precedido en el tiempo, porque, por lo demas, es superada en todos los aspectos, sobretodo a nivel narrativo, donde JC se desmarca adoptando un ritmo y fluidez propio de los mejores directores de la serie B clasica, puliendo por el camino todas las estridencias de la original.

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  5. Ok, este me gustó más (si si tambien te comenté en lobohombre). En estos días tuve la oportunidad de ver "La Mosca" (version de 1958) y debo decir que me impactó. Por otro lado, creo que me acabo de conseguir con una guia de películas para ver y re-ver aqui en tu blog, la cuenta va por 101. Gracias por las reseñas.

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  6. A propósito de tu post hace unos días me conseguí con un film en blanco y negro en A&E Cinema. La película había empezado pero me atrapó fácilmente. Tenía ese 'algo especial-magico' que se apodera de tí. Y no te suelta.
    A duras penas logré adivinar que el actor era Peter Sellers. La narración, dirección, ironía, tema, todo de factura excelente. ¿Pero quién estaba detrás de ello? Ni idea.
    Terminé de verla, como quien termina una excelente comida y se va satisfecho con el cocinero, restaurant y con una sonrisa a flor de labios. Logré investigar poco a poco que era Dr. Strangelove or how I learned to stop worrying and love the bomb. En español: "Teléfono Rojo o volamos hacia Moscú". Mi sorpresa mayor fue cuando averigué que el Director y Productor era Stanley Kubrick. Año del film: 1964
    Kubrick mató futbol. Y no me arrepiento.
    Tu post me hizo recordar esta anécdota que va a ser un post en estos días.
    Gran saludo.

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  7. Yo he tenido unas lentillas como la de los protagonistas ¡¡que ricos los nenes!!, aunque me quedo con los adorables infantes de los "Chicos del Maiz", ñec,ñec,ñec.
    Respecto a la peli curiosa, no me desagrado.

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