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jueves, junio 26, 2008

Reseña: Las ruinas (2008)

Decíamos hace poco que, junto con La niebla (2007), Las ruinas (2008) era la única película de terror auténtica que habíamos tenido en lo que va de año. Es también mucho más que otra entrega en el sub-género de los "turistas muertos"; es, tal como la definió el columnista americano Brian Orndorf, lo que hubiese sido La pequeña tienda de los horrores (1960) dirigida por Herschen Gordon Lewis. No le faltan méritos; más que sangrienta (sólo lo es en determinados momentos muy puntuales) Las ruinas puede ser catalogada simplemente como una película cruel en la que los personajes únicamente están puestos allí para sufrir. Ignoro si la novela en la que se basa será igual, pero los grandes elogios que de ella hizo Stephen King me hacen pensar que muy probablemente lo haya sido.

El escenario es sencillo, y lo hemos visto muchas veces: turistas del primer mundo que viajan a parajes exóticos y cometen un exceso de confianza que los pone en manos del peligro, en este caso un recóndito templo maya que, por supuesto, no aparece en los mapas. El mensaje es también el de siempre, pero en esta ocasión las consecuencias de tal arrogancia no vienen de la mano de psicópatas locales sino de algo con menos poder "alegórico": criaturas inexplicables. No revelaré exactamente su naturaleza aquí (aunque ya creo que no hay nadie que no lo sepa) pero sí sabemos que el meollo de esta película está en la frase de uno de sus personajes que afirma, tratando inútilmente de explicar la situación, que alguien tiene que rescatarlos simplemente "porque somos americanos". La idea de que todo lo malo ocurre fuera del ambiente seguro de casa ha dado una vida a una nutrida cantidad de películas, y este caso no es una excepción.

Pero nos alejamos de lo principal: si algo funciona en Las ruinas es esa evidente simplicidad que, curiosamente, se atreve a utilizar una atmósfera opuesta a la de la mayoría de sus congéneres. Toda la cinta transcurre en espacio abierto, con las escenas más horripilantes ocurriendo a plena luz del día, lo que da pie para un curioso juego de manipulación al que el director Carter Smith se plega sin condiciones ni reservas. La expectación es un arma que utiliza constantemente, haciendo más angustiosa la situación de sitio de los personajes a medida que marca el paso del tiempo con la progresiva desaparición de la comida y el agua. Incluso las criaturas son manejadas de forma cuando menos curiosa: sin ser una película particularmente violenta, algunas escenas de Las ruinas son extremadamente desagradables en su breve pero intensa carga de explotación, y sin embargo, las facultades de sus "monstruos" son lo más pavoroso de todo el argumento, no sus despliegues sanguinolentos.

Sin miedo a parecer repetitivo, estamos ante una de las pocas películas de terror "de verdad" de este año, una que si bien sigue, en su mayor parte, todas las reglas anteriormente establecidas en el género de terror (y más aún en el terror de "jóvenes guapos pero ingenuos en tierras hostiles") no deja de ser absolutamente recomendable. Las ruinas es uno de los exponentes más directos y menos sutiles de aquella vieja máxima del género que advierte no cruzar nuestras cómodas , privilegiadas y bien protegidas fronteras.

domingo, junio 22, 2008

Reseña: La niebla (2007)

Si hablo de La niebla (2007) hablo necesariamente de lo que casi podría catalogar como la cinta de terror por excelencia de esta temporada. Es cierto que en lo que llevamos de año no nos han faltado películas interesantes, pero en mayor o menor medida han sido cintas que han utilizado las formas del fantástico para elaborar otro tipo de discurso; es así como, por ejemplo, con Cloverfield (2008) teníamos una película de monstruos que escondía una reflexión estética sobre los medios de masa y la falsedad del tele-realismo, mientras que El incidente (2008) es disfrutable sobre todo dentro del contexto de lo que significa la carrera de M. Night Shyamalan y su peculiar relación de amor/odio con la crítica y el público. En cambio, en la nueva película de Frank Darabont está el germen de una obra disfrutable en términos mucho más básicos. Es, junto con Las ruinas (2008), la única película de terror 100% genuina que hemos podido disfrutar en una sala de cine comercial en lo que llevamos del 2008.

La niebla es también una experiencia nueva dentro del cine de Darabont; después de haber cimentado su carrera como director con el género dramático, el que haya decidido lanzarse a por una historia de terror utilizando como base el material de Stephen King (a quien ya había adaptado en dos largometrajes anteriores) no resulta poca cosa. Ya sabemos que las buenas películas basadas en la obra del prolífico autor de Maine no abundan, pero el director de La milla verde (1999) logra trasladar de manera bastante fiel el auténtico subtexto de horror del relato de King, que yace no sólo en la amenaza más obvia (horrendas criaturas venidas de una dimensión paralela) sino también en el peligro que representa para sí misma una comunidad asentada sobre las bases de una moral débil y pusilánime que se resquebraja bajo presión. Y lo mejor es que funciona con todo y su repetición, ya que la ambientación de la historia (un grupo humano atrincherado en un supermercado) se usa por milésima vez, e incluso el mismo eje temático ya había sido explorado por King en su miniserie La tormenta del siglo (1999), con la que esta película, curiosamente, comparte uno de sus intérpretes principales.

Aparte del ataque constante de los monstruos, el propio grupo de refugiados aumenta el peligro sucumbiendo ante su propia histeria, representada en el personaje de la señora Carmody, la fanática religiosa que pasa de ser el hazmerreir del pueblo a convertirse en una verdadera amenaza. Quizás sea este subtexto el mayor horror de la película, evidenciado (hay que decirlo) en una innecesaria y redundante conversación de algunos personajes sobre los peligros de la masa humana, pero en otras ocasiones retratado de manera muy brillante a través de la expectación; las situaciones de miedo en La niebla se anticipan de forma muy clara pero no por eso se hacen repetitivas (el silencio antes de la llegada de las criaturas o la progresiva locura de la señora Carmody y sus acólitos).

Pero aún así sigue siendo ante todo una película de monstruos, y estos se encuentran entre lo más destacable. Al ser una película se pierde el sentido de "indescriptibilidad" del relato original, pero el trabajo de Howard Berger y Greg Nicotero a la hora de crear a los monstruos sólo se puede calificar de sobresaliente. Aparte de las más que evidentes referencias al cine de criaturas de los cincuenta, cada adefesio que los personajes van encontrando es más horrible que el anterior, y a Darabont no parece temblarle el pulso para ofrecernos grandes secuencias, como la primera aparición de los monstruos o un corto pero azaroso viaje en pos de unas medicinas. Es, con todo y el humor en ocasiones desplegado, la película más oscura de su director, que demuestra que sus años de aprendizaje como guionista de cine de terror no pasaron en vano.

El final (punto más discutido cada vez que se habla de esta película) es muy diferente al de la historia en la que se basa, pero también es mucho más contundente y apropiado dado el tono sumamente pesimista de la película. Representa no solo un riesgo enorme de cara al público convencional del cine de terror, sino también un intento por parte de Darabont de emular el estilo de "terrible ironía" que otrora marcó los episodios más conocidos de The Twilight Zone, una innegable influencia en La niebla que explica en gran medida por qué el director tuvo en su momento la intención de rodar la cinta en blanco y negro. Pero independientemente de si el que lea esto ha disfrutado del final o no, la película sigue siendo un ejemplo sólido de cine de terror, y al menos un punto de luz en el catálogo de cintas basadas en la obra de Stephen King. A mi, en particular, me ha entusiasmado mucho. Creo que una película como esta simplemente hacía falta, vaya que sí.

miércoles, junio 18, 2008

Reseña: El incidente (2008)

Vacua reseña escrita en diez minutos con uno que otro pequeño spoiler, así que aquellos que no hayan visto esta película y todavía quieran hacerlo harían bien en postergar su visita.

La idea mayoritaria que ha surgido tras ver El incidente (2008) ha sido la de hallarnos ante una de las películas más personales de Shyamalan; esto no sólo en cuanto a ese gran Tema que ha venido mostrando en toda su filmografía desde El sexto sentido (1999) (que también), sino en cuanto a que esta vez nos ha echado en cara una de sus cintas menos accesibles y, sin duda alguna, con mayor tendencia a polarizar al público hasta sus extremos más radicales. Todo esto resulta algo impensable en un director "comercial", ya que si bien Shyamalan puede haberse entregado a excesos con anterioridad, todas sus películas conseguían en cierta forma llegar al público mayoritario a través de trucos básicos como el final sorpresa o la seguridad que a veces otorga la estética del género que tocara (terror, cómics, fantasía, etc). El caso de El incidente no es así: una vez más, el director de aquella obra maestra (que sí, que sí) llamada La joven del agua (2006) ahonda en el mismo discurso acerca de la búsqueda del Absoluto más allá de la inmediatez de la vida humana, pero en esta ocasión, por primera vez quizás, se regodea en el hecho de no darnos ninguna respuesta.

Lo primero que hay que tener en cuenta es que El incidente está muy lejos de ser el típico thriller apocalíptico. Por mucho que sus avances iniciales hayan hecho hincapié en el extraño evento que causa que los seres humanos comiencen a suicidarse en masa de forma inexplicable, el énfasis de Shyamalan está en los personajes centrales y en el drama particular que cada uno de ellos sufre para sobrevivir en un mundo donde cada persona tiende a aislarse de sus sentimientos. Es este detalle uno de los muchos temas en los que insiste a lo largo de todo el metraje: la odisea para huir del Apocalipsis se combina con el no menos azaroso viaje de una pareja distanciada cuyo uno de sus miembros ha decidido voluntariamente mantener alejadas sus emociones (tema que está maravillosamente simbolizado en el mood ring que lleva su consorte en el dedo). El resultado es una película apocalíptica en la que no sucede casi nada, en la que siempre es de día, siempre hay planos abiertos, y en la que existe un aparente distanciamento por parte del director que se nos antoja como un desafío hacia sus críticos (atención a los créditos finales para ver la curiosa forma que Shyamalan ha adoptado para hacer esta vez su ya acostumbrado cameo), que siempre parecen crucificarle por ser tan personal. Con El incidente viene todo un desquite: el director se distancia, lo explícito desaparece y no hay al final ninguna gran revelación que sirva al público un gran giro.

En esta ocasión estamos ante un tratamiento distinto: desde la inusual escogencia como actor de Mark Whalberg (haciendo un personaje grotesco en cuanto a su inseguridad y descalabro) hasta un final en el que, rompiendo con la costumbre de sus películas anteriores, no hay ninguna sorpresa. Ya desde el principio Shyamalan nos advierte que, por muchas teorías que rebusquemos, la naturaleza se manifiesta a veces de forma inexplicable, y la búsqueda de ese Absoluto que explique nuestra existencia se queda en eso, en teorías, porque nada es seguro. De ahí que el verdadero drama de los personajes devenga realmente en su contacto entre ellos y sus sentimientos ("no tomes de la mano a mi hija a menos que lo sientas de verdad"), algo que siempre ha estado presente en el cine de Shyamalan pero que hasta ahora no se había presentado en forma tan desnuda y desprovista de artificios "de impacto". Con todo esto, el director nos ofrece con esta película su lado sin duda alguna más cruel; secuencias como la de la obra, la de la pistola compartida, la visión de las calles de Princeton o toda la espeluznante secuencia en casa de la ermitaña son las que más se comentan y con razón, no sólo por su evidente fuerza visual sino incluso por el uso tan efectivo de la propia autoreferencia (el momento del vídeo es clavado al de Señales (2002), como ya muchos han señalado).

Con todo y que nos hallamos ante una interesantísima propuesta por parte de este director (que a mí, particularmente, me entusiasma bastante), quizás sea evidente su cada vez más marcado radicalismo. Tal como dice el señor Alvy Singer (en una crítica que, una vez más, tengo que señalar como de lectura obligatoria), quizás sea este camino el que al final termine por desterrar a Shyamalan del cine de masas. Sólo el tiempo lo dirá.

domingo, junio 15, 2008

Otro tributo a Jason... ahora los directores (y 2)

John Carl Buechler (parte VII)

¿Quién?

Más que ninguno de los otros nombres de esta lista, el de John Carl Buechler es uno que podemos ver asociado a casi todo campo de la cinematografía, ya sea como actor, guionista, productor o director. Sin embargo, desde el principio de su carrera destacó en la creación de efectos especiales y maquillajes de monstruos, que le valieron los elogios de su maestro Roger Corman. Buechler trabajó realizando criaturas horripilantes para varias piezas ochenteras que hoy en día son consideradas clásicos, como Re-Animator (1985) o From Beyond (1986), que cimentaron su trabajo con la productora de Charles Band, responsable en ese entonces de casi todo el cine de Stuart Gordon. Esta cercanía con producciones cutres le llevó a la silla de director con películas como Troll (1986), una cinta de caspa pura que todavía es incluida en las listas de esas pelis tan-malas-que-son-buenas, aparte de que hoy en día aparece en un montón de trivias debido a la graciosa casualidad de que su protagonista se llama Harry Potter. En muy poco tiempo, ya se había unido al exclusivo club del que hablamos hoy con Viernes 13 parte 7: la nueva sangre (1988).

¿Qué ha hecho desde entonces?

Como director, Buechler no se ha mantenido demasiado ocupado. Su lista de créditos es corta y no demasiado destacable. Sin embargo, sí que ha trabajado en varias producciones de serie B, casi siempre bajo la compañía de Charles Band y sus a veces no tan adorables caspas de directo-a-vídeo. Como actor, la película Hatchet (2006) le volvió a reunir con Kane Hodder, a quien dirigió como Jason en su aportación a la saga. Actualmente se sabe que volverá a la pantalla grande realizando (como no) un remake de Troll (2009) en el que participará como director y guionista. Porque al parecer hoy en día cada película de terror merece una segunda oportunidad.

Rob Hedden (parte VIII)

¿Quién?

El nombre de Rob Hedden es el de un director principalmente televisivo cuya relación con la saga de Viernes 13 viene de la época en la que trabajó como guionista y ocasional director de la serie de televisión del mismo nombre. Esta experiencia hizo que se le escogiera como el director de Viernes 13 parte 8: Jason toma Manhattan (1989), la última película de la saga a cargo de la Paramount.

¿Qué ha hecho desde entonces?

Tras trabajar en la octava película, Rob Hedden volvió a la televisión, donde ha seguido poniendo su nombre a series y telefilmes, entre ellas la fugaz tercera encarnación de The Twilight Zone. A pesar de que se ha mantenido principalmente en su labor original como guionista, hace poco ha vuelto a la pantalla grande como director con la comedia independiente Boxboarders! (2006), acerca de un “nuevo deporte” que involucra cajas de cartón.

Adam Marcus (parte IX)

¿Quién?

Para el momento en que fue elegido para llevar a cabo Jason goes to Hell (1993), Adam Marcus era un director debutante que nunca había realizado ningún trabajo profesional. Su elección parece ser una jugada de último recurso si tomamos en cuenta que los nombres de John McTiernan y Tobe Hooper sonaron en su momento como posibles candidatos a dirigir la novena entrega del asesino de Crystal Lake (que estaba siendo realizada con un esmero especial al ser la primera de la etapa New Line Cinema). El nombre de Marcus también estaba asociado a una curiosidad: trece años atrás había trabajado sirviendo el café a los participantes de la primera Viernes 13 (1980).

¿Qué ha hecho desde entonces?

No mucho, a decir verdad. Adam Marcus tardaría seis años en producir su próximo trabajo, una comedia independiente llamada First Snow (1999). Actualmente está por estrenar su tercera cinta, una película de acción llamada Conspiracy (2008), con Val Killmer a la cabeza del reparto.

James Isaac (parte X)

¿Quién?

James Isaac es un creador de efectos especiales grotescos y sanguinolentos, que ya había dejado marca en los ochenta con su participación en películas como El retorno del Jedi (1983) y Gremlins (1984), siempre trabajando a las órdenes de la factoría de Chris Walas. Es durante esta década cuando conoce a su ídolo y mentor David Cronenberg, con el que comienza una larga relación laboral que se extiende por películas como La mosca (1985), Almuerzo desnudo (1991) o ExistenZ (1999). Fan confeso de Jason Voorhees y de la saga de Viernes 13, lo cierto es que ya tenía relación (lejana) con la cuadrilla de Sean S. Cunningham gracias a su primera película como director, House 3 (1989). La oportunidad de llevar a Jason al espacio fue algo que no quiso desperdiciar, hasta el punto de convencer a Cronenberg de hacer un cameo como una de las víctimas del matarife de Crystal Lake.

¿Qué ha hecho desde entonces?

Si bien Jason X (2002) es venerada en ciertos círculos muy “exclusivos”, su fracaso taquillero no sentó bien a Isaac, entre otras cosas porque la película estuvo engavetada por dos largos años antes de ser finalmente estrenada en los cines. Lo último que hemos visto de él ha sido la película de hombres-lobo Skinwalkers (2006), la cual (hasta donde sé) todavía no ha recibido un estreno comercial en España. Actualmente prepara una nueva película de terror llamada Pig Hunt (2008), en la que un grupo de citadinos viaja a una apartada zona rural y se enfrenta a una banda de paletos que venera a un mortífero jabalí de dos mil kilos.

Ronny Yu (Freddy vs Jason)

¿Quién?

Director de origen hongkonés, más famoso por tener un grueso curriculum de películas de artes marciales. En el pasado trabajó con estrellas de la talla de Brandon Lee y Chow Yun Fat, el hombre que no necesita recargar las pistolas. Los fans del fantástico oriental también le conocen por ser el artífice de una pequeña pieza de culto llamada La novia del cabello blanco (1993) y su secuela del mismo año. En el género que nos ocupa ha destacado por La novia de Chucky (1998), en mi opinión una de las mejores comedias de horror de los años noventa.

Para Freddy vs Jason (2003) eligió la aproximación paródica de ambas sagas, una decisión cuestionable de la que ya tendremos tiempo para hablar en otra ocasión. Conocido es el hecho de que se vanagloriaba de no haber visto ninguna de las películas de Jason o de Freddy antes de comenzar el rodaje, lo cual ya es un indicador de por donde iría la cosa.

¿Qué ha hecho desde entonces?

No mucho. Su única película como director desde aquella época ha sido la curiosa Fearless (2006), un wuxia (género oriental de artes marciales con estructura de epopeya heroica) protagonizado por Jet Li, forma humana tras la cual se esconde una máquina supersónica de repartir hostias. También prepara un episodio para la serie Fear Itself, sustituto bastardo de Masters of Horror. Como productor, este año nos traerá la versión americana (con actores de carne y hueso) del anime Blood: The Last Vampire (2008).

Marcus Nispel (remake)

¿Quién?

Originario de Frankfurt, Alemania, Marcus Nispel es uno de los pupilos de Michael Bay, y como él, tuvo sus inicios en el mundo del videoclip. Su cercanía con su maestro le ha convertido en uno de los apóstoles de Platinum Dunes, la productora con la que Bay planea conquistar el mundo usando la sobresaturación sensorial como única arma. Pervertir la nostalgia de una película de terror icónica no será algo nuevo para él, ya que su ópera prima fue el innecesario y pajillero remake de La matanza de Texas (2003), en la que el artificio visual resultó ser la única baza de una cinta que no pareció entender la esencia del original de Tobe Hooper, o al menos no pareció darle ninguna importancia. Nispel también es responsable de la versión televisiva de Frankenstein (2004) y de otro épico remake: Pathfinder (2007).

¿Qué podemos esperar de él?

Francamente, no tengo idea. Su estilo visual no me desagrada, y por lo que se ha podido leer, Platinum Dunes está poniendo toda la carne en el asador para su remake de Viernes 13. En todo caso, imagino que todo dependerá de la aproximación que quieran darle al personaje, ya que como bien sabemos, esta nueva película será una especie de batiburrillo argumental de las cuatro primeras partes de la saga. De todas formas, lo más interesante de Nispel sigue siendo su proyecto inmediatamente posterior, Alice (2009), una versión siniestra de Alicia en el país de las maravillas con Sarah Michelle Gellar de protagonista, y cuya realización lleva parada varios años. Paciencia.



Fuentes:

IMDB
Friday the 13th Films
Wikipedia
DVDActive
DVD Stalk

viernes, junio 13, 2008

Otro tributo a Jason... ahora los directores (1)

No hace mucho hacíamos un repaso a todos aquellos actores que habían prestado su fisonomía para interpretar a Jason Voorhees. Ahora, cuando cada vez se acerca más la nueva versión, No queríamos dejar pasar la oportunidad de hacer otro repaso, esta vez a aquellos que han estado tras la cámara en cada una de las entregas de la saga de Viernes 13. Esto no hará más que ayudarme en esta manía que tengo últimamente de postear lo menos posible, además de entretenernos un poco mientras esperamos pacientemente a que llegue el 13 de febrero del 2009, cuando podamos volver todos a Crystal Lake a ver cómo se lo han montado tantos años después. De la descarada explotación de la fecha de hoy mejor ni hablamos.

De manera que ahí van todos y cada uno, en estricto orden cronológico.

Sean S. Cunningham (parte I)

¿Quién?

El creador de la saga, el padre de la criatura, es un viejo amigo del otrora legendario Wes Craven, y juntos hicieron sus primeros trabajos. Ambos irrumpieron en la escena de terror a principios de los setenta con La última casa a la izquierda (1973), tras la cual cada uno tomó su camino. Los dos tendrían bastante suerte: Wes dirigiría Las colinas tienen ojos (1977) poco tiempo después, mientras que Sean dio vida a Viernes 13 (1980), entrando en el salón de la fama del cine de terror.

¿Qué ha hecho desde entonces?

Su principal labor desde entonces ha sido como productor. Como director, su carrera no ha sido muy fructífera que digamos, aunque es cierto que al menos ha permanecido fiel a sus raíces de serie B. A pesar de esto, ninguna de sus otras películas (principalmente thrillers adolescentes y comedias cutrillas) ha sido muy destacable. Uno de sus últimos trabajos, por ejemplo, es Invasión final (2002), un telefilme que ni siquiera sería recordado si no tuviera a Bruce Campbell como protagonista. Resulta curioso, además, que Sean tuviese que esperar más de una década para volver a estar involucrado en la saga que ayudó a crear: fue necesario el estreno de Jason goes to Hell (1993) para que el nombre de Cunningham estuviese nuevamente asociado a Viernes 13, y desde entonces no ha vuelto a abandonarlo.

Actualmente el bueno de Sean parece estar depredando su propio pasado, ya que su nombre aparece asociado no sólo al remake de su obra más conocida, sino también a la inevitable nueva versión de La última casa a la izquierda (2008).

Steve Miner (partes II y III)

¿Quién?

Perteneciente a la cuadrilla de Sean S. Cunningham y Wes Craven, Steve Miner estuvo involucrado desde el principio en los primeros trabajos del dúo, y se iría del lado de Sean cuando los dos separasen sus carreras. Su trabajo como productor de Viernes 13 (1980) le convirtió en el candidato ideal para ejercer de director en las primeras secuelas, y por los resultados obtenidos la decisión fue acertada. Miner es, asimismo, el único hombre que ha repetido en la silla de director para dicha saga, y quien dio a Jason la forma que conocemos hoy en día.

¿Qué ha hecho desde entonces?

Durante los ochenta la carrera de Steve Miner tuvo sus ocasionales momentos de gloria. Fue el director de House (1986) y Warlock (1990), dos películas que, personalmente, nunca dejo de reivindicar. Por desgracia no logró despegar de allí, y su trabajo como director se volcó por completo en el mundo de la televisión, donde se convirtió en un auténtico mercenario al prestarse para un montón de teleseries sin nada en común entre sí. Tuvo una muy breve y modesta resurrección con Halloween: H20 (1998), una de las muchas secuelas de la saga de Michael Myers, y Lake Placid (1999), cinta de horror perteneciente a la categoría de cocodrilos gigantes y heredera de toda la interminable lista de gigantescas bestias digitales que no paran de producirse desde que se estrenó Parque Jurásico (1993).

Actualmente la carrera de Miner pasa por uno de sus momentos más bajos: tras estar dos años metido en un cajón, su remake de El día de los muertos (2008) ha sido arrojado al mercado del directo-a-vídeo y calificado universalmente como uno de los mayores bodrios de los últimos años. Su futuro no pinta mucho mejor: su próxima película se llamará Major Movie Star (2008), y será una comedia protagonizada por Jessica Simpson y el malogrado Steve Gutenberg. Que Dios nos coja confesados.

Joseph Zito (parte IV)

¿Quién?

Para el momento en el que se le ofreció la dirección de Viernes 13: el capítulo final (1984), Joseph Zito apenas era conocido como un eficiente artesano del estudio, pero todo eso cambió tras su trabajo con Jason. Más conocido hoy en día por sus películas de acción, hasta ese momento únicamente había dirigido modestos thrillers poco ambiciosos como The Prowler (1981), este último un proto-slasher que sin duda le abrió las puertas a la saga de Viernes 13.

¿Qué ha hecho desde entonces?

Si no les suena el nombre de Zito, sin duda lo harán sus películas posteriores. Durante los ochenta, este hombre se convirtió en toda una referencia del cine de acción al rodar algunas de las películas más cargadas de testosterona de la década, lo cual no es decir poco. Fue él quien dirigió Desaparecido en acción (1984) e Invasión USA (1985), las dos películas más famosas y taquilleras de Chuck Norris, en las que el actual Ranger de Tejas (y celebridad de Internet) repartió mamporros y tiros en películas que eran, en el fondo, descarada propaganda de la Guerra Fría. En la misma línea ideológica, Zito también es responsable de Escorpión rojo (1988), película en la que Dolph Lundgren interpretaba a un fornido agente del KGB enviado en misión secreta a África y que cambiaba de bando al ver las atrocidades cometidas por esos perversos y malvados comunistas. Tiempos inocentes aquellos.

Hoy en día, Joseph Zito disfruta de un cómodo retiro. El fracaso de su última película, Power Play (2002), demostró que en el mundo de hoy ya no queda sitio para los grandes excesos machocéntricos de los ochenta. Para lo que nos ocupa, al menos sabemos que realizó una de las más apreciadas entregas de la saga de Jason Voorhees.

Danny Steinmann (parte V)

¿Quién?

Danny Steinmann es un director cuyo debut se encuentra en el cine porno de los setenta, con la película High Rise (1973), que realizó bajo el seudónimo de Danny Stone. Luego trabajó como productor y director ocasional de varios productos menores de género, incluyendo The Unseen (1981), un thriller explotativo-sexual muy en la línea de El ente (1981). Si bien es cierto que Viernes 13 parte 5: el nuevo comienzo (1985) fue el mayor éxito comercial de su carrera, las dificultades del rodaje lo desgastaron hasta el punto de acabar con todas sus ambiciones cinematográficas.

¿Qué ha hecho desde entonces?

Nada. La quinta parte de Viernes 13 fue la última película de Danny Steinmann como director. Si volvió a sus raíces pornográficas o simplemente desapareció de la escena hollywoodense es un misterio. El hecho de que su canto de cisne haya sido la entrega más detestada de la saga de Jason no es precisamente una razón para lanzar cohetes.

Tom McLoughlin (Parte VI)

¿Quién?

Antiguo aprendiz de mimo en París, para el momento en que fue elegido como el director para Viernes 13 parte 6: Jason vive (1986), Tom McLoughlin únicamente había dirigido un largometraje que había pasado sin pena ni gloria, por lo que no dudó en abrazar aquella oportunidad. A pesar de su falta de experiencia, McLoughlin no solamente dirigió la película sino que también escribió el guión, labor por la que siente bastante orgullo; todavía hoy, más de veinte años después de la experiencia, conserva en su jardín la lápida con el nombre “Jason Voorhees” que podemos ver en la primera escena de la cinta.

¿Qué ha hecho desde entonces?

Tras Viernes 13, McLoughlin dirigió su último largometraje para cine, la comedia Date With an Angel (1987). Tras esto, todo su trabajo detrás de la cámara ha sido para el mundo de la televisión. No se alejaría, sin embargo, del género del terror, ya que realizaría varios episodios para las series de Viernes 13 y Las pesadillas de Freddy. También dirigió Algunas veces ellos regresan (1991), telefilme basado en un relato de Stephen King. Hasta el día de hoy, su nombre continúa apareciendo junto a una larga lista de trabajos para la ya-no-tan-pequeña pantalla.

domingo, junio 08, 2008

Reseña # 201: Candyman (1992)

Candyman (1992) es uno de esos muchos casos en los que el fantástico demuestra sus posibilidades discursivas, y también es uno de esos casos en los que una película no logra alcanzar el status de reconocimiento que se merece. Con la posible excepción de Hellraiser (1987), es probablemente la mejor película que se ha hecho basada en la obra de Clive Barker, pero a diferencia de esta, su director y guionista Bernard Rose sabe dejar a un lado las obsesiones estéticas del autor para explorar su propia propuesta de un horror moderno que juega no sólo con el miedo a la presencia sobrenatural, sino también con las paranoias mundanas del hombre urbano a través de los secretos olvidados de las ciudades y los horrores traidos por la miseria y la alienación social.

Pero tranquilos, porque lo que arriba suena como una aburrida parrafada, en la película se explica por sí solo: cambiando la ambientación londinense del relato The Forbidden por la ciudad americana de Chicago, Bernard Rose construye la historia de treintañera universitaria Helen Lyle, que en plena escritura de su tesis sobre leyendas urbanas se topa con la historia del "Candyman", el espectro de un hombre negro asesinado en esa misma ciudad durante los años posteriores a la Guerra Civil y que, según dicen, se aparece a todos ellos incautos que pronuncian su nombre cinco veces frente a un espejo. De manera bastante arrogante, Helen invoca al fantasma en cuestión únicamente para verse inmiscuida poco a poco en una trama de ultratumba que rodea a Cabrini Green, una peligrosa barriada marginal donde se esconde el hogar de la criatura.

La postura descreída de los protagonistas de una historia de terror no es nada nuevo, pero pocas veces se sustenta tanto en la cotidianidad como sucede en Candyman; como gran parte de la clase intelectual "acomodada", Helen representa la materialización de un discurso sociológico carente de compromiso con la realidad. Más allá de connotaciones cinematográficas, el Cabrini Green que se nos presenta en la película es real (o al menos lo era: al parecer hace unos años fue completamente demolido), pero la protagonista únicamente se sumerge en él por afanes meramente utilitarios de conocimiento. La búsqueda de Helen no es más que la búsqueda de un horror sobrenatural oculto bajo varias capas de un horror "real" que se esconde en la pobreza. Cuando aparece el "monstruo", este es, sorprendentemente, poco fantástico, muy lejos de los adefesios mostrados en películas similares. Esto es así de forma plenamente consciente, ya que Candyman no hace sino poner en evidencia la explotación de uno de los mayores temores del burgués promedio: el hombre negro urbano.

No es esta la única alegoría evidente del latente racismo oculto incluso en los espíritus que se consideran más nobles (no hay más que fijarse en el lujoso apartamento de Helen, adornado con curiosos objetos artesanales africanos en un burdo intento de ese falso etnicismo tan de moda hoy en día), pero hay más en la película que puyas de carácter sociológico: al igual que ocurría con Pesadilla en Elm Street (1984), en Candyman encontramos un monstruo que se nutre de la dualidad presente en toda criatura mitológica del género de horror. El asesino de ultratumba (interpretado, por cierto, de forma sobresaliente por el favorito de esta casa Tony Todd) es a la vez real e irreal, una entidad macabra que cobra presencia física únicamente gracias a la creencia popular, y cuya vida está ligada de forma indisoluble a una leyenda que termina por cobrar cuerpo y alma, el fantasma de un ser marginado que termina por encontrar la trascendencia, aunque esta venga por vías demoníacas.

El tramo final es, quizás, la mayor gloria de Candyman, ya que sabe llegar de manera inequívoca a las conclusiones temáticas y estéticas que Bernard Rose deja planteadas. La trama social llega a su conclusión ideal a través de la construcción de una nueva "leyenda", y la imagen final (ver foto) de esa rubia de marcados pezones gritando como una posesa en medio de una habitación rosa muestra, con la contundencia de una bofetada, esa invasión del horror en nuestro privilegiado mundo de comodidades pequeño-burguesas. Al estar situada en una década por lo general maltratada por los eruditos del género, esta cinta de Bernard Rose inexplicablemente no goza de la fama que debería (a pesar de contar, hasta la fecha, con dos secuelas). Pero que no quepa duda: es una de esas que no podemos recomendar lo suficiente.

miércoles, junio 04, 2008

Reseña # 200: Pesadilla en Elm Street (1984)

En 1984, en plena efervescencia de los slashers, el director Wes Craven lanzó la que sería no sólo su mejor película, sino una de las cintas clave para entender el cine de horror de los ochenta. Al contrario de lo que ocurría con los dos mayores exponentes anteriores del género, Halloween (1978) y Viernes 13 (1980), la fortaleza de Pesadilla en Elm Street (1984) yacía en que con ella ocurría algo que nunca hay que dar por sentado: los aficionados a pasar miedo en el cine descubrían algo nuevo, territorios inexplorados que un cineasta iluminaba por primera vez. Porque si bien es cierto que esta cinta del tío Wes comienza repitiendo los esquemas temáticos del matarife clásico (incluso con un par de escenas que parecen calcadas de Halloween) no tarda en liberarse pronto de dichas influencias, ahondando en las obsesiones particulares de su director y abrazando su condición de fantástico para construir una fábula de terror en plena suburbia.

Contando principalmente con un elenco de jóvenes primerizos (entre ellos un debutante Johnny Depp), Pesadilla en Elm Street parte de una trama que hoy en día todos conocemos porque ha pasado a formar parte del imaginario colectivo del cine de terror: Freddy Krueger, un asesino ajusticiado por los padres de sus víctimas, regresa varios años después para ejecutar su venganza de ultratumba atacando a los adolescentes en sus sueños, único lugar donde sus progenitores no pueden protegerles. Aparte de su origen sobrenatural, lo que diferencia a esta enésima versión del Hombre del Saco es que representa una encarnación del Terror en sí mismo: desde el principio de la película, Wes Craven nos muestra a Freddy como un monstruo que se alimenta de miedo, y que se va haciendo progresivamente más fuerte a medida que sus víctimas potenciales comienzan a creer en su existencia. De apenas una voz susurrante en la oscuridad, una sombra en medio de las pesadillas, termina por adquirir el cuerpo y la presencia de un adefesio horriblemente quemado vestido de colores chillones: una especie de payaso macabro para siempre asociado a la imagen del sombrero y el guante con cuchillas.

Precisamente es el personaje uno de los motivos por los que Pesadilla en Elm Street funciona; el villano misterioso y cuasi-silente que surge con la figura de Freddy Krueger es más que una "forma" asesina, y su significancia se aprecia en varios niveles. En cierto sentido, resulta la consecuencia lógica una vez que se destripa el género slasher: si todas estas películas juegan con la idea del miedo subconsciente, entonces hagamos un villano que sea "literalmente" un sueño. Independientemente del recuerdo nostálgico de nuestra infancia ochentera, Freddy daba miedo de verdad, y su idea todavía persiste como un concepto genuinamente terrorífico por mucho que seis secuelas y un cross-over con Jason Voorhees hayan arruinado dicho concepto para siempre.

Pero aparte de sus sutilezas temáticas, el estilo de la película de Craven no deja lugar a ningún tipo de compasión para con sus personajes: como abreboca, la primera muerte es visualmente brutal, mucho más teniendo en cuenta que no vemos al asesino, cuyas posteriores matanzas se van haciendo cada vez más imposibles y estéticamente más impresionantes. Este es otro detalle que terminarían arruinando las secuelas, en las que las diferentes muertes causadas por Freddy adquirieron tintes caricaturescos que sólo servían como preámbulo de los cada vez más cansinos chascarrillos del personaje. Como curiosa contraparte, las sucesivas continuaciones expandieron la mitología del personaje y entronizaron al actor Robert Englund en el papel de Freddy Krueger, algo que sólo fue posible gracias a su descarada explotación: en la primera "pesadilla", Krueger es una presencia muy sutil que pronuncia muy pocas palabras y cuyo rostro está casi permanentemente oculto al espectador, por lo que, objetivamente hablando, podría haber sido interpretado por cualquiera.

Este último detalle es una de las razones por las que se hace más interesante, casi un cuarto de siglo después, revisar esta primera Pesadilla en Elm Street y comprobar lo contenida que es, lo sugerente de cada una de sus secuencias y la manera tan consciente en la que huye de todo tipo de exageraciones propias de sus secuelas. Tan cierto es esto, que no es posible pasar por alto el hecho de que, si bien las muertes de los personajes protagonistas son bastante "imaginativas", nunca llegan a ser ridículas; por el contrario, son de un surrealismo que en ningún momento deja por fuera el hecho de que estamos ante una película de terror, incluyendo un maravilloso final que se cuenta entre uno de los más desconcertantes del género, con la posible excepción de Phantasma (1979).

Los defectos de la cinta, en esta ocasión, están presentes en forma inversa a la recientemente comentada The Evil Dead (1981): a pesar de contar con un guión sólido, la dirección de Wes Craven se siente demasiado plana en algunas secuencias, sin la vitalidad e instinto de un John Carpenter o un Sam Raimi. Esta falta se nota especialmente en aquellos momentos en los que Freddy Krueger se enfrenta físicamente a la heroína de la historia, aparte de que en muchos momentos se echa en falta una mirada más exhaustiva en el trasfondo de ese crimen "oculto" de los mayores que ha terminado por desencadenar el conflicto. Quizás sean estas las únicas pegas que se puedan encontrar a la que hoy señalamos como una de las películas más importantes de nuestra niñez compartida, y que casi cinco lustros después está a punto de ser remakeada para futuras generaciones.

domingo, junio 01, 2008

Reseña # 199: The Evil Dead (1981)

Los que suelen pasarse por aquí de vez en cuando saben que esta página muchas veces abusa del término "clásico" en beneficio de los gustos particulares de quien esto escribe. Sin embargo, The Evil Dead (1981) es uno de los pocos casos en los que dicha afirmación debería tomarse en serio. Famosa sobre todo por dar el pistoletazo de salida a las carreras del director Sam Raimi, el productor Robert Tapert y el actor Bruce Campbell (un trío que cuando se junta convierte en oro todo lo que toca), esta cinta de principios de los ochenta ciertamente no fue el primero ni el último ejemplar del splatter (palabrota que designa un estilo de cine de terror basado en una muestra casi caricaturesca de la violencia), pero sí fue la película que convirtió dicho género en uno de los más rentables del cine de terror llamado "independiente". Con todo y las limitaciones que ha sufrido por parte de la censura, ha sido uno de los vídeos más vendidos de todos los tiempos.

Pero el interés de la cinta (conocida en España, por cierto, como Posesión infernal) va más allá de la película en sí: The Evil Dead basa gran parte de su legado en la tremenda efectividad con la que se lleva a cabo un trabajo que, hay que reconocerlo, no era para nada original. La estructura dramática que representa su punto de partida (grupo impar de jóvenes que viaja hasta una solitaria cabaña en el bosque para encontrar la muerte) ya había sido realizada hasta la saciedad, pero eso en el fondo nos da igual como espectadores. Esto es así en mayor medida para los cineastas: el básico guión de Sam Raimi no se molesta en explicar por qué los jóvenes van allí o qué diablos es esa cabaña en la que han decidido retirarse a pasar un fin de semana de porros y alcohol; Raimi simplemente decide llevarlos allí para que los muchachos puedan liberar por casualidad a unos antiguos demonios kandarianos que van poseyendo sus cuerpos uno a uno y a los que sólo se puede matar desmembrándolos por completo. El plato está servido y el resto son litros y litros de sangre falsa.

De esto precisamente no falta: desde el momento en el que el primero de los chicos es poseído por la fuerza del Libro de los Muertos, la película va en una escalada de violencia y desenfreno que no se detiene. Huyendo de toda sutileza posible, la historia se presenta de forma histérica e irreflexiva sin huir de ciertos toques truculentos: el monstruo encerrado en el sótano, el bosque que súbitamente cobra vida para masacrar a los intrusos, y por supuesto todo un festival de fluídos multicolores que dan rienda suelta a una cinta de autoindulgentes excesos. Una secuencia particular es bastante reveladora de este estilo: de repente, sin explicación alguna (¿hace falta?) las paredes comienzan a chorrear sangre que llega incluso a llenar el interior de una bombilla encendida y un velo viscoso de color rojo cubre por completo el objetivo de la cámara, pasando la vista del espectador a través de un filtro sanguinolento. Es precisamente ése el punto a donde Raimi y su gente quieren llegar, y es eso lo que hace que la película se aleje de sus referencias iniciales como La noche de los muertos vivientes (1968) o La matanza de Texas (1974) para abrazar las que son las verdaderas influencias de sus creadores: las faenas físicas de Los tres chiflados o las exageraciones típicas de los Looney Tunes.

Esto lleva a un hecho curioso que siempre sale a relucir a la hora de hablar de esta película, y es que hoy por hoy todavía hay mucha gente que ve The Evil Dead como si de una comedia se tratase, pero nada está más lejos de la realidad; se trata de una auténtica película de miedo cuyos elementos risibles únicamente lo son debido a la escasa experiencia de sus máximos responsables (al haberse rodado intermitentemente a lo largo de casi cuatro años, la cinta tiene gazapos imperdonables, incluyendo el nada trivial hecho de que algunos actores tuvieron que ser sustituidos en algunas escenas por "dobles" en nada parecidos a ellos). Estos elementos cómicos serían mucho más explícitos, y esta vez sí intencionales, en su secuela de seis años después.

Debido a la particular "energía" de su muestra en escena, la película es a menudo referenciada por todo aspirante a cineasta como uno de los mayores ejemplos en los que al escasez de recursos no representa una limitación sino todo lo contrario. El frenético movimiento de cámara del que hablamos antes fue posible precisamente gracias al hecho de que Raimi utilizase una cámara de proporciones más reducidas, y la posibilidad de destrozar la cabaña de arriba a abajo (la localización era realmente una casa abandonada) permitió aprovechar al máximo el poco espacio disponible. La película también sale adelante gracias al esfuerzo titánico que realiza Bruce Campbell como actor, que si bien todavía no explota el personaje de Ash al límite de sus posibilidades cómicas, sí se convierte en el receptor casi exclusivo de toda una interminable serie de abusos físicos por parte no sólo de los demonios, sino también del propio cineasta que persigue su visión, una que por cierto tendría una gran influencia en todo el cine posterior de los ochenta cuando se uniera a la avalanche de vídeos de importación que llegaron a Estados Unidos provenientes de los grandes maestros del gore en Europa. Dicha influencia llegaría aún más lejos, encontrando en Braindead (1992), de Peter Jackson, una de sus mejores extrapolaciones.

Por todos estos motivos la cinta se sale de esa categoría de películas "tan-malas-que-son-buenas" para alcanzar mérito propio. Esta reseña puede ser pasada por alto debido a su evidente parcialidad, sin embargo, ahora que vivimos en tiempos de revisión en los que la posibilidad de una nueva versión de The Evil Dead no deja de planear sobre nuestras cabezas (algo inútil debido a que las circunstancias que hacen interesante la película original son irrepetibles), no deja de ser necesario volver a los inicios de Sam Raimi otra vez. Esperemos que algún día el propio director llegue a hacer lo mismo.