Resulta al menos gracioso que algún alma caritativa se haya decidido a estrenar en España la archiconocida comedia de terror noruega Dead Snow (2009) mucho después de que ya prácticamente todo el mundo la ha visto, y encima con el predecible y genérico título de Zombis nazis (aquí nadie se rompió la cabeza, definitivamente). En caso de que quien lea esto haya retrasado ese visionado (cosa que, debo reconocer, fue mi caso) estaría bien que bajase un poco las expectativas. Es sin duda una película muy divertida y con algunos momentos brillantes, pero no resulta particularmente original ni rompedora una vez que surgen las inevitables comparaciones con obras similares como El regreso de los muertos vivientes (1985) o Braindead (1992), siendo esta última su influencia más evidente al mostrar a un personaje que viste una camiseta de la famosa película de Peter Jackson.
Nunca llega, sin embargo, a acercarse siquiera al nivel de las dos películas antes mencionadas. De hecho el gran problema de Dead Snow es su incapacidad de ir más allá de su por otro lado atractiva premisa: un grupo de amigos de vacaciones en una cabaña que son presa de la maldición de un ejército de zombis nazis ligados al misterio de un oro robado. Es la confianza en esta idea (y el empleo de los villanos por excelencia del cine) lo que en un principio parece dar vida a la película y lo que consigue mantener nuestra atención incluso más allá del festival de topicazos que componen la primera mitad de metraje, trozo utilizado por lo general para dar a conocer a los personajes pero que apenas destaca por uno que otro toque de humor y una muy desagraable escena de sexo en un baño. Encima hay una inexplicable insistencia durante toda esta primera mitad en no mostrar a los zombis, cuando todas las piezas de material publicitario de la película (ni hablar de ese trailer con material de archivo de la Segunda Guerra mundial) no paraban de mostrarlos en toda su gloria.
Por fortuna es en su segunda mitad cuando Dead Snow finalmente coge carrera y presenta sus mejores armas, comenzando con el ataque de los soldados no-muertos a la cabaña de los protagonistas, tan hiperbólica, excesiva y sangrienta que nos hace perdonar fácilmente el hecho de que el auténtico motivo de la amenaza no queda muy claro, ya que es un poco arbitraria la manera en que estos zombis atacan. Lo azaroso de la situación también emparenta a la película de Tommy Wirkola con The Evil Dead (1981) y otras entradas del splatter más autocomplaciente. Todo esto culmina, claro está, de la única forma posible: una batalla a muerte entre los supervivientes y el ejército de nazis reanimados en la que todo vale y la sangre vuela literalmente por los aires. Esta secuencia, la más larga de la película pero también sin duda la mejor, tiene la novedad de estar presentada a plena luz del día con el blanco de la nieve como color dominante, y a pesar de toda su brutalidad nunca renuncia al humor, en ocasiones demasiado básico y cazurro, pero en otras bastante efectivo, como todo lo que se refiere a la evolución de uno de los protagonistas, un estudiante de medicina con una inconveniente fobia a la sangre.
Debido a su idea principal, lo más probable es que hubiésemos terminado por escuchar de Dead Snow incluso si el cine de terror escandinavo no estuviese generando el interés que despierta en estos momentos. Es una lástima que una premisa como esta se vea ensombrecida por una ejecución por lo general torpe que no llega nunca a estar a la altura de aquellas cintas a las que homenajea ni tampoco de las mayores glorias del Nazispoitation. Al final, la película de Wirkola no deja de ser una obra divertida que ciertamente no redefine el sub-género de zombis, pero al menos merece ser vista una vez. Sospecho que su éxito se debe más al carácter icónico de unos villanos que resultan perfectos como encarnación pop del Mal, pero dicha premisa sólo funciona durante los primeros minutos, y esta cinta demuestra que en el apartado de la comedia de terror o el splatter tiene pocas cartas con qué jugar. Las que tiene, al menos, sabe jugarlas bien. Ir con las expectativas bajas y no estusiasmarse demasiado es la mejor manera de disfrutarla como lo que en el fondo es.