También conocida en España como Inocentada sangrienta, la película April Fool's Day (1986) parece ser, en principio, poco más que otro ejemplo de los slashers ochenteros amparados bajo el gancho temático del asesino que comete sus crímenes en alguna festividad específica (en este caso el 1 de abril, equivalente anglosajón a nuestro Día de los Inocentes), pero en realidad se trata de mucho más. Lo que realmente tenemos ante nosotros es una de las películas de psicópatas más entrañables de la década de los ochenta, una cuyo culto sólo es proporcional al rechazo casi unánime que se ha granjeado entre muchos adeptos del cine de carniceros silentes, que a menudo tienden a rechazarla debido a su general ligereza. Si bien es verdad que es poco ambiciosa y que no es tan destacable como otros trabajos de su época, no es menos cierto que se trata de una cinta muy divertida que maneja inteligentemente sus recursos y se balancea de forma muy hábil sobre esa delgada línea entre el terror y la comedia, con muy disfrutables resultados.
Parte de los méritos corresponden al director Fred Walton, quien ya tenía experiencia en el mundo del slasher con la versión original de Cuando llama un extraño (1979). Pero en aquella ocasión el objetivo de Walton era producir un thriller genuino, mientras con April Fool's Day lo que tenemos es prácticamente una deconstrucción temática del slasher que parte de una evidente mirada retrospectiva. De hecho, el guión de Danilo Bach está fuertemente inspirado en la novela de Agatha Christie And Then There Were None (conocida en castellano como Diez negritos), cuya versión teatral es considerada por muchos el primer gran antecesor de los slasher films y que tiene con esta película más de una conexión bastante obvia, incluyendo su premisa inicial: un grupo de amigos reunidos en una casa solitaria en medio de una isla para un fin de semana, y que luego van desapareciendo uno a uno.
No deja de ser significativo el hecho de que April Fool's Day se haya estrenado en 1986, cuando ya el género de los slasher films se había multiplicado hasta el paroxismo. La Paramount, casa productora de esta película, había contribuido notablemente a dicho florecimiento teniendo en cuenta que para este año ya la saga de Viernes 13 iba por su sexta parte. Sabiendo esto, el guión establece desde el principio su norte hacia la comedia adolescente, pero de una forma muy bien llevada y con una naturalidad que únicamente se rompe en aquellos momentos en los que la muerte (a menudo disfrazada bajo la forma de bromas pesadas) se hace presente entre los miembros del joven elenco. El argumento se toma su tiempo para conocer a los personajes, y a diferencia de muchos otros exponentes de matanzas juveniles, todos ellos resultan simpáticos. El espíritu cómico de la película es asimismo ligero, llevadero y nada forzado, destacando incluso a algunos actores como Thomas Wilson, el Biff Tannen de Regreso al futuro (1985), haciendo aquí un personaje completamente diferente.
Tras un nuevo visionado no puedo dejar de recordar que este es un slasher muy diferente, con un escaso énfasis en la violencia y, a pesar de la foto que adorna esta reseña, muy poco gráfico. Esto permitió que pudiese ser transmitido en televisión una y otra vez a través de los años, algo que le generó un pequeño pero consistente culto. Fanáticos más furibundos del horror físico tienden a despreciarla debido a su escasa violencia, sus momentos de ligero humor juvenil y sobre todo por su controvertido final. Saldo la polémica diciendo que, si el desenlace fuese cualquier otro, la película sería simplemente un slasher del montón sin nada especial que ofrecer, en vez de una de esas pequeñas joyas ochenteras que merece la pena visitar de vez en cuando, no sólo por ser una película muy divertida, sino por evidenciar las convenciones del género de forma muy clara, sin nada que envidiar (en ingeniosidad argumental) a otras películas aparentemente más complejas. Tras más de veinte años, sigue siendo altamente recomendable.