En su largo ensayo titulado Danza macabra, Stephen King dedica un capítulo entero a la escritora estadounidense Shirley Jackson, autora, entre otros muchos trabajos en el género de terror, de la novela The Haunting of Hill House. Decía el prolífico autor de Maine que Jackson (una de sus confesas grandes influencias) era el tipo de escritora que te hacía saber que había un monstruo dentro del armario, pero nunca llegaba a abrir la puerta (a diferencia, por ejemplo, de Lovecraft, que llega a entornarla un poco al menos). Así es también la película The Haunting (1963): una historia de fantasmas en la que nunca vemos a los fantasmas. Eso sí, ni falta que le hace. La cinta de Robert Wise, adaptación extremadamente fiel a la novela, no necesita artificios ni golpes de efecto para ser recordada como una de las mejores películas de casas encantadas que se han hecho.
Por supuesto entre las razones de su encumbramiento está el hecho de que Wise, si bien plantea la película como una producción de "bajo perfil", termina demostrando su inmensa valía como director tanto en el manejo de la atmósfera como en el trabajo de los actores, todos ellos magníficos en sus respectivos personajes. Asimismo, la casa en la que se desarrolla la historia es un personaje más, con su propia historia de trasfondo, su mitología, y una arquitectura opresiva y laberíntica que parece realmente infinita. Esa imagen de grandiosidad de Hill House es algo que todo aquel que se acerca por primera vez a The Haunting termina recordando, y que explica perfectamente cómo fue que esta cinta terminó poniéndose por encima de otros productos similares de su época. Encima el argumento (un experimento científico sobre la naturaleza del miedo llevado a cabo en medio de una casa "embrujada") era relativamente novedoso para la época, por lo que la aproximación "seria" al fenómeno de los fantasmas caló en el público. El que nunca lleguemos a ver a los espectros no molesta, así como tampoco el que, al final se queden varios misterios por resolver.
Todo esto es porque la verdadera evolución de la trama se encuentra en el escaso puñado de personajes que la componen, especialmente la pobre y gris Eleonor, una mujer enfrascada en su papel de víctima y que encuentra en la gigantesca y lúgubre mansión lo más parecido a un alma gemela. Es a través de la relación entre ella y la casa donde mejor se nota el desarrollo de un guión pausado, sugerente y sobre todo con muchos recursos. La típica trama de "investigación" presente en la mayor parte de este tipo de películas aquí no se ve por ningún lado: el misterio que rodea la historia de la mansión no interesa, al menos no para el desarrollo de la película. Dicho misterio se queda en el aire y lo que importa es la presencia en sí misma de una casa que parece estar viva y "absorber" a aquellos habitantes que le interesa.
Evidentemente no pretendo aquí argumentar cualquier cosa acerca de The Haunting que no haya sido repetida mil veces y de mejor manera. Valga decir que aquí no encontramos los típicos divertimentos de feria en que generalmente se convierten las películas de casas encantadas, sino más bien ante una película de miedo en toda regla, que juega con la sugestión en vez de lo explícito, y que tiene más que merecido su puesto entre las fundadoras de una mitología y una estética que ha terminado usándose mil veces, eso sí, pocas veces de forma tan recomendable. Como no podía ser de otra forma, en 1999 se estrenó un remake de esta película, dirigido por Jan de Bont, que consistía básicamente en un festival de efectos especiales y sustos carnavalescos, es decir, precisamente lo opuesto de la película de Robert Wise. De esto hablaremos en otra ocasión.