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lunes, julio 31, 2006
Blogger, la raíz del Mal
sábado, julio 29, 2006
Tres pósters, una idea
Me pregunto, sin embargo, cuántos adolescentes (principales consumidores de cine veraniego) sabrán que dicho póster americano es una copia de aquella "calavera" de Salvador Dalí que fotografiara Phillip Halsman, titulada muy apropiadamente In voluptate mors.
Sin embargo, lo que resulta más curioso de todo esto es que dicha calavera de Dalí ya se había utilizado furtivamente en el póster original de El silencio de los corderos (1990). Para verla, no hay más que hacer clic en la imagen de arriba y contemplar, en toda su gloria, la calavera que aparece en la espalda de la polilla que cubre la boca de Jodie Foster.
martes, julio 25, 2006
Reseña # 102: El amanecer de los muertos (1978)
Con el advenimiento de la tercera y última reseña especial de esta tríada centenaria, y dada la inmensa popularidad actual de los remakes, creo que ha llegado la hora de hablar finalmente de El amanecer de los muertos (1978) y dejar claro, de una vez por todas, por qué la original ha sido, es y será siempre la mejor, la joya de la corona de la filmografía de George Romero y una de las mayores obras maestras del género de terror. El revival que está viviendo hoy en día el cine de zombis (con directores como Tobe Hooper, Eli Roth y otros dedicándole sus próximos trabajos) la oportunidad no puede ser más propicia.
Como todos sin duda saben, El amanecer de los muertos fue la primera secuela de La noche de los muertos vivientes (1968), y en ella George Romero continúa su metáfora de los zombis que enmascaran los conflictos del hombre moderno. Para el director, sin embargo, esta película no fue el paso natural a dar en su carrera, sino más bien una necesidad: el fracaso de proyectos anteriores, como The Crazies (1973) o la excelente Martin (1976) hizo que los estudios le dieran la espalda al que había sido uno de los jóvenes cineastas más prometedores del panorama de entonces. La salvación vino de Europa, cuando el director italiano Dario Argento ofreció a Romero la posibilidad de financiar una película, siempre y cuando dicha cinta fuera una continuación de su primer éxito.
Lejos de continuar la historia de aquella solitaria cabaña, George Romero traslada la acción a un nivel mucho más global y épico, en un mundo tomado por los muertos vivientes que ya es presa del caos y la desesperación. En este sentido, el primer cuadro de la película ya es toda una declaración de intenciones por parte de su creador: la protagonista, Francine, nos es mostrada teniendo una pesadilla mientras duerme con la cabeza apoyada en una pared de rojo intenso que domina por completo el encuadre. Cuando despierta, se da cuenta de que la auténtica pesadilla no ha hecho sino comenzar: la joven se encuentra en un estudio de televisión presa del pánico, donde periodistas, tertulianos e investigadores luchan por encontrar una explicación al hecho indiscutible de que los muertos están volviendo a la vida para alimentarse de los vivos. Al mismo tiempo se nos presenta la faena de un grupo de policías que debe tomar por asalto una barriada marginal donde los algunos vivos han decidido encerrarse con sus familiares "reanimados", a quienes no han tenido el valor de despachar. Luego de la masacre que han de perpetrar en el sitio (la imagen de los zombis devorando a aquellos desgraciados que han cometido el error de atrincherarse con ellos es una de las más poderosas de todo el metraje), dos de los agentes, Peter y Roger deciden que eso de quedarse batallando a los muertos no es una buena idea después de todo, así que deciden escapar con un piloto de helicóptero llamado Steve, quien resulta ser el novio de Francie. Aquí las dos historias se unen, y los cuatro personajes deben enfrentar un destino común.
El estado de sitio típico de las películas de Romero viene después, cuando Steve, Francie, Roger y Peter llegan a un centro comercial abandonado y deciden detenerse para buscar provisiones. Sin embargo, una vez allí se dan cuenta de que el lugar les ofrece todo lo que ellos pueden necesitar, por lo que deciden quedarse. Entre los cuatro clausuran los niveles superiores del lugar, convirtiéndolos en la mayor fantasía de la felicidad burguesa, mientras las hordas de no-muertos se aglomeran en los niveles inferiores. A través de esta situación, Romero construye una grandiosa metáfora del consumismo, la represión de las masas y la desigualdad de las clases. El resto es bastante predecible: adormecidos por la comodidad de su nueva e inexpugnable fortaleza, los cuatro protagonistas comienzan poco a poco a perder la cohesión del grupo y a descuidar su estado de eterna vigilancia.
Lo interesante de las películas de George Romero, y aquello que las diferencia de todas las demás encarnaciones de muertos vivientes que se han llevado a la pantalla, es que sus historias nunca tratan de la lucha entre los humanos y los zombis. De hecho, a pesar de que hasta el momento ha repetido en toda su tetralogía el esquema de los personajes en estado de sitio, la verdad es que el conflicto siempre es entre los humanos "vivos". Los muertos son sólo el trasfondo, el elemento catalizador de la trama. De hecho, quizás lo más significativo de El amanecer de los muertos (y que su muy bueno aunque inferior remake no quiso o no supo hacer) es que el clímax del conflicto que causa el abandono de la fortaleza doméstica del centro comercial es una situación creada deliberadamente no por los zombis, sino por los humanos, representados aquí en la forma de una banda de forajidos saqueadores, entre los que se cuenta un Tom Savini que se divierte como nunca.
Otra cosa interesante acá es el tratamiento que se da al único personaje femenino de la cinta: Francine. A lo largo de la tetralogía, Romero muestra una evolución más que evidente del rol de las mujeres dentro de la trama. Si la Barbara de La noche de los muertos vivientes era una idenfensa catatónica que dependía para todo de los hombres que la rodeaban, Francine es una mujer de armas tomar que no deja que su avanzado embarazo sea la excusa para que la dejen atrás. Ante la voluntad dominante de los tres hombres que la acompañan, Francine exige ser tomada en cuenta para las decisiones importantes, así como ser instruida en el manejo de armas y del helicóptero (por si acaso). Y de hecho, su personaje es vital para el momento final de la película. Algunas afirman que esta evolución de las féminas en el cine romeriano puede deberse a un intento de reflejar la visión de la mujer a lo largo de estas épocas, y ciertamente no faltan razones para asegurarlo, porque la cinta hace un avance en su contenido alegórico con respecto a la original sólo comparable a su mejoras técnicas, fruto, como se sabe, de los esfuerzos de un hombre a quien todos conocemos.
Dice la leyenda cinéfila que cuando Romero supo que dirigiría esta secuela, lo primero que hizo fue llamar a su amigo Tom Savini y decirle: "empieza a idear maneras interesantes de matar gente". Savini, que se había quedado con las ganas de participar en la película anterior por haber sido empaquetado a Vietnam, parece desquitarse aquí a gusto, porque la cantidad de decapitaciones, mutilaciones, desgarramientos y demás es francamente liberal, a falta de un mejor término. Aún así, el presupuesto de El amanecer de los muertos seguía siendo bajo, y como resultado, el maquillaje de los zombis hoy en día resulta bastante risible y básico: una pequeña capa de pintura facial de color azul. Sin embargo, lo genial de este trabajo es que Savini y Romero han sabido compensar dicha falta dotando a sus muertos de una personalidad que ninguna otra película ha sabido reproducir. A través de detalles "personalizados" como la vestimenta o algunos instrumentos, Romero y Savini hacen que sus criaturas no sean simplemente monstruos, sino auténticos personajes. La zombi enfermera, el empleado de gasolinera, los niños zombis o el zombi Hare-Krishna (mi favorito y cuya imagen encabeza esta crítica) no son simplemente caprichos o guiños al espectador, sino una manera de recordarnos que estos cadáveres ambulantes fueron una vez humanos. Estos son muertos que se quedan en tu mente mucho después de que desaparecen. Ninguno de los zombis de la nueva versión tiene ese poder sobre el público, y ni que decir que ninguna otra cinta de cadáveres antropófagos nos muestra de manera tan contundente el reverso siniestro de nuestro mundo y nuestra sociedad.
Dario Argento retuvo los derechos de El amanecer de los muertos para todos los países europeos de habla no-inglesa, donde la película pasó a llamarse Zombi. Asimismo, el director italiano retocó el metraje cambiando el trabajo de edición y cambiando la banda sonora original por la del grupo de rock "Goblin", uno de sus fetiches. Al año siguiente, su protegido Lucio Fulci dirigiría una "secuela" mientras Romero se seguía ganando la vida con otras producciones. George retomaría la saga poco después con la verdadera secuela, El día de los muertos (1985). Hoy por hoy, esta segunda parte sigue siendo el referente a seguir de todo el cine de muertos vivientes, la mayor y más completa recreación del Apocalipsis por parte de un director que sigue empeñado en fustigar al mundo moderno a través del enfrentamiento con el horror. Cada vez que la veo, las mismas tres palabras vienen a mi mente: puta obra maestra.
sábado, julio 22, 2006
Reseña # 101: El pueblo de los malditos (1960)
En plena Guerra Fría, los Estados Unidos produjeron un grueso contingente de películas que tocaban el tema de la paranoia colectiva hacia una posible invasión soviética o simplemente hacia cualquier cosa que pudiera trastocar el sistema de vida americano. De entre todas estas películas, existe un puñado de ellas que han cobrado estatus de culto al mostrar, de manera mucho más brillante, los miedos y terrores de los habitantes del hemisferio capitalista utilizando las convenciones del cine de género, especialmente terror y ciencia-ficción. En este selecto grupo, tres cintas en blanco y negro destacan por encima de la mayoría. La primera de ellas es Ultimátum a la Tierra (1951), del polifacético Robert Wise, la historia de un alienígena que es herido de un tiro en pleno día en medio de Washington D.C., y que debe reclutar la ayuda de una mujer terrestre para que su fiel robot Gort no destruya el planeta a modo de retaliación. Posteriormente vino La invasión de los ultra-cuerpos (1956), de Don Siegel, la pesadillesca arremetida extraterrestre de unas criaturas capaces de convertirse en clones humanos privados de sentimientos y decididos a la dominación mundial. La tercera de estas piezas de colección es la archi-conocida cinta de Wolf Rilla, El pueblo de los malditos (1960).
Que las tres películas antes citadas toquen el tema de la invasión extraterrestre no es, ni mucho menos, causalidad. Después de todo, los seres de otros mundos son la perfecta metáfora de aquello que no podemos conocer y por lo tanto entender, e incluso para las mentes completamente agnósticas, la posibilidad de su existencia es algo que cuesta mucho dejar de lado por completo. La posibilidad, además, de que fueran hostiles o que quisiesen imponer su civilización sobre la nuestra mediante una agenda oculta bastaba para que cualquier mente febril y americana de los años cincuenta y sesenta escribiese un guión en el que la palabra "alienígena" pudiese ser reemplazada por "comunista".
El pueblo de los malditos comienza con uno de los escenarios más fascinantes que jamás se habían plasmado en pantalla hasta entonces: en el tranquilo pueblo inglés de Midwich, un fenómeno inexplicable hace que todos los habitantes caigan inconscientes al mismo tiempo. Cuando las autoridades locales acuden a investigar, se dan cuenta de que toda persona que entra en el radio del pueblo cae inmediatamente bajo la influencia de este extraño hecho. Finalmente, tras unas horas de inquietud, el efecto desaparece y el pueblo parece haber vuelto a la normalidad, hasta que pocos días después los médicos descubren que todas las mujeres de Midwich han quedado embarazadas a la vez. Aparte de los evidentes problemas domésticos que esto trae (principalmente con la fiel esposa que no puede explicar cómo es que ha concebido un niño mientras su esposo ha pasado un año lejos de casa), los críos que nacen de este singular embarazo resultan ser todos muy parecidos: criaturas de penetrantes ojos y cabello completamente blanco, desprovistos de cualquier vestigio de humanidad y con una mente colectiva que les convierte en una unidad inseparable, una pandilla de genios superdotados con grandes habilidades psíquicas.
Como reacción ante este hecho, existen en Midwich dos posturas muy distintas: por un lado, el Mayor Alan Bernard, militar de carrera que opina que los niños (cuyos orígenes son del todo desconocidos) representan un peligro demasiado grave para el mundo y por lo tanto deben ser eliminados. Del bando contrario está el profesor Gordon Zellaby, eminente científico que opina que los poderes mentales de los niños pueden ser empleados al servicio de la humanidad si se les permite estudiarlos y educarlos. Estos dos hombres luchan por imponer cada uno su voluntad hasta que los críos demuestran el poder de controlar las mentes humanas, empujando al suicidio a todo aquel que osa oponerse a su voluntad. Entonces resulta obvio que algo debe hacerse.
La trama de El pueblo de los malditos se debe a la privilegiada mente del escritor John Wyndham, quien recreó la historia en su novela Los cucos de Midwich (la referencia aquí es obvia, ya que los cucos son famosos por poner sus huevos en los nidos de otras aves). Wyndham ya había hecho una gran aportación al horror y a la ciencia-ficción con su anterior novela, El día de los trífidos, que por supuesto también fue llevada al cine. Lo curioso es que si la película de la que hoy hablamos terminó filmándose en Inglaterra y no en Estados Unidos fue debido a una simpática organización americana conocida entonces como la Legión de la Decencia, que jamás habría permitido una historia acerca de una pandilla de niños que mataban a los adultos. Esa misma censura férrea fue la que determinó el título con el que conocemos la cinta hoy en día, en respuesta a la polémica religiosa surgida a raíz de la "inmaculada concepción" de los niños de pelo blanco y ojos cautivadores.
Los niños son sin duda lo mejor de El pueblo de los malditos. Los jóvenes actores que los interpretaron otorgan una gama de gestos que los convierte en una pandilla realmente inquietante. El efecto de los ojos brillantes funciona precisamente por su primitivismo: Rilla tuvo que paralizar la imagen de la pantalla para superponer el brillo de esos ojos y el sonido que hacen las criaturas al despachar a sus molestos vecinos (curiosamente, Rilla nunca estuvo de acuerdo con poner este efecto, que fue una imposición de los productores americanos destinado a que el público "se enterara" de cuando los peques estaban haciendo uso de sus habilidades). El resultado incluye momentos estelares por su brutalidad (considerando la época), como el momento en el que los niños obligan a un hombre a suicidarse pegándose un tiro con la escopeta que, minutos antes, pensaba utilizar contra ellos. De entre todos los niños, el más destacado es el joven "hijo" de Zellaby, David, quien parece ser el líder de los críos. David se muestra como un ser absolutamente frío e impasible, que desprecia a su madre adoptiva por su excesivo apego emocional. El hecho de que la voz de este niño fuera doblada por una mujer le otorga, además, un aire adulto que no hace sino añadir una capa más siniestra a su presencia.
La película también echa mano de varios recursos expresionistas para marcar su efectividad. Después de esos ojos brillantes que hipnotizan, la imagen más popular de esta cinta es la del doctor Zellaby "bloqueando" el poder telepático de los niños al pensar en una pared de ladrillos, que por supuesto vemos en pantalla resquebrajarse cuando los pequeños alienígenas atacan con su fuerza conjunta al doctor, del que todos sospechan una trampa mortal.
El pueblo de los malditos es, sin embargo, una cinta que no ha envejecido muy bien. Es cierto que todavía conserva gran parte del impacto inicial gracias a determinadas imágenes y pasajes, pero el ritmo de la historia es demasiado lento al principio y demasiado acelerado al final. El desenlace es especialmente atropellado, como si Rilla hubiese querido terminar la película de una vez al darse cuenta de que había llegado a la hora y media. Sin embargo, el envejecimiento de su narrativa no le ha impedido conservar su fama entre los fanáticos del horror y la ciencia-ficción, entre ellos el mismísimo John Carpenter, quien dirigió un interesante remake en 1995, del que ya hablaremos en otro momento. También rueda por ahí la secuela, Los hijos de los malditos (1963), con un subtexto político-social mucho más marcado que la cinta que vio nacer a estos niños de pelo blanco y mirada siniestra, empeñados como nadie en la idea de extirpar a la raza humana. La original, entre tanto, sigue siendo una historia con problemas, pero indispensable si se quiere echar un vistazo a ese cine de la Guerra Fría que exploraba la peor paranoia del mundo occidental. Ahora, si esa exploración temática es real o, como decía Don Siegel, un invento producto de esa misma paranoia (paradójicamente), eso es algo que tardaremos todavía mucho en saber.
martes, julio 18, 2006
Reseña # 100: El aullido (1981)
Llega por fin la reseña número 100 de Horas de oscuridad, y para el licántropo que esto escribe, el blanco no podía ser otro sino El aullido (1981), clásico de culto de Joe Dante y una de las piezas fundamentales en lo que respecta al cine protagonizado por hombres-lobo. Como casi todos los grandes éxitos de los ochenta, creó una legión de fanáticos durante la edad de oro del VHS, y generó asimismo un cantidad generosa de secuelas, la mayoría de dudosa calidad. Sin embargo, esta primera parte ha sabido mantenerse incólume con el paso del tiempo, no necesariamente por su calidad técnica o narrativa, sino por el ingenioso estudio del género que en ella se hace.
Karen White (interpretada por una de las más recurrentes heroínas del horror, Dee Wallace Stone) es una reportera que investiga los crímenes del asesino en serie Eddie Quist, quien ha dejado tras de sí un gran número de chicas horriblemente mutiladas. Cuando Karen finalmente encuentra a Eddie y lo confronta, lo ve transformarse en un hombre-lobo justo antes de caer abatido por los disparos de la policía. Su experiencia le hace sufrir un colapso nervioso que la obliga a internarse en la colonia experimental del doctor George Waggner, un lugar habitado por un grupo de extraños personajes cuya principal característica es que comen mucha carne.
Para el guión de El aullido, Dante contó con la ayuda de John Sayles, quien ya había trabajado con él en Piraña (1978), y que en esta ocasión adaptó la novela de Gary Brandner convirtiendo la película en algo que calzaba perfectamente con el estilo del director: una fiesta de autoreferencias y de guiños al espectador que conoce el género que se está tocando. Después de todo, los nombres de varios personajes de esta película, como George Waggner, Jacinto Molina, Roy William Neill, Terence Fisher y otros, son nombres de famosos directores de películas de hombres-lobo. De todos ellos, el más conocido sea quizás Waggner, quien dirigió El hombre-lobo (1941), principal pieza de inspiración del cine licantrópico y de esta cinta en particular (no en balde aparece en dos ocasiones proyectada en un televisor, una de ellas tras los créditos finales). Esto es sólo uno de los numerosos guiños escondidos a lo largo de todo el metraje, y que incluyen cameos del propio John Sayles, de Roger Corman e incluso del siempre mítico Forrest J. Ackerman, así como apariciones de un retrato de Lon Chaney Jr. o de un ejemplar de El aullido, el famoso poema de Allen Ginsberg.
Pero las referencias son solamente un pasatiempo para Joe Dante. Con esta, su segunda película, ya empezaba a elaborar el estilo que le ha hecho famoso y que le convierte en uno de los más privilegiados directores de terror: el uso de las convenciones del género como metáfora del comportamiento humano. El tema que subyace en El aullido (y que queda patente ya desde el principio, con una velada conversación que se escucha a medida que un televisor cambia de canales) es el conflicto presente entre la naturaleza bestial del ser humano y el intelecto, un intelecto que es, en su mayor medida, represor. Para el momento en que la naturaleza de los habitantes de la "colonia" es revelada, presenciamos aquello que Dante ha querido decirnos con su historia de hombres-lobo y que, hasta entonces, ninguna otra película del género había sugerido en forma tan contundente: el licántropo como símbolo de los instintos liberados del hombre. Estos instintos no se refieren únicamente a la violencia, ya que sin duda el mejor ejemplo está en el personaje del marido de Karen, quien tras ser ingresado forzosamente en las filas de las bestias de la luna, da rienda suelta a todos esos impulsos que durante tanto tiempo se negó a sí mismo, como el comer carne o incurrir en la infidelidad conyugal con una de las despampanantes residentes de la comuna.
Los hombres-lobo de esta película no son simplemente monstruos, sino seres dotados de una intencionalidad y que no están exentos de un particular conflicto: la necesidad de escoger entre continuar su vida salvaje (y arriesgarse así a ser expuestos a la humanidad) o adaptarse al nuevo orden del mundo manteniéndose ocultos y reprimiendo sus instintos de caza para pasar desapercibidos. En medio de este contexto, el personaje de Eddie Quist es un paria, un desertor de esa nueva y ordenada jauría, y por lo tanto, el único y auténtico monstruo de toda esta historia. La escena en la que Karen lo encuentra, y que transcurre en la oscuridad de una pequeña sala donde se proyecta una sesión privada de una película de porno duro es, sin duda, la más oscura e inquietante de toda la película, y cuando volvemos a ver a Eddie (interpretado por Robert Picardo, otro actor fetiche de Dante), su dolorosa y repugnante transformación se convierte en el clímax de la película, una transformación que dura más de un minuto y que vemos paso por paso.
domingo, julio 16, 2006
Para el verano
Y hablando de posters, el de An American Haunting (2006) participa de la misma "trampa" hecha por el poster oficial de Las colinas tienen ojos (2006), es decir, tomar un fotograma de la película y ponerlo en una posición que no se corresponde con la de dicha escena. De todas formas, y a pesar de que Rottentomatoes la haya destrozado, la verdad es que sí tengo ganas de ver esta cinta. Eso sí, reconozco que el título es absolutamente terrible, y los traductores de títulos españoles lo tuvieron muy difícil para hacer uno peor. Lo han logrado: en España la película ha sido bautizada con el génerico e insulso nombre de Maleficio.
Este sí que es el plato fuerte. Después de innumerables retrasos nos llega la mezcla fantasía/terror/drama de Guillermo del Toro, El laberinto del fauno (2006) película ambientada en la Guerra Civil española, algo que ya había hecho con la excelente El espinazo del Diablo (2000). Del Toro ya prepara su adaptación de En las montañas de la locura, de Lovecraft, así que esta película sería una buena forma de saber qué puede traernos en cuanto a estética este director, que ya sabemos que es mucho.
viernes, julio 14, 2006
Más terror en la tele
miércoles, julio 12, 2006
Reseña: Un hombre-lobo americano en Londres (1981)
"Cuidado con la luna". Ese es el consejo que ofrecen unos aldeanos de las estepas inglesas a David y a Jack, dos mochileros americanos perdidos en el Viejo Mundo. Cuando estos desoyen tal consejo, son atacados por una inmensa fiera salida de la bruma. Jack muere destrozado en las fauces de la bestia, mientras que David sobrevive de milagro y despierta en un hospital de Londres. A partir de allí comienza su lenta pero inexorable transformación en el licántropo que aterrorizará a los transeúntes de Picadilly Circus, portador de una maldición que sólo puede eliminarse de una manera.
A pesar de sus muchos defectos, es fácil ver por qué Un hombre-lobo americano en Londres (1981) es una de las películas de terror más importantes de la década de los ochenta. Después de todo, 1981 fue el año de los licántropos, ya que aparte de esta, dos otras producciones compitieron por llevarse el palmarés de la mayor bestia mostrada en pantalla: El aullido (1981) y Wolfen (1981). El predominio de esta película sobre sus dos competidoras se debe principalmente a un hombre: el oscarizado Rick Baker, maestro del maquillaje que dio vida a las dos criaturas que adornan este largometraje: por un lado David, cuya transformación en licántropo es todavía considerada una clase magistral de maquillaje real (es decir, nada de imaginería digital) y por el otro su amigo Jack, quien se le aparece constantemente bajo la forma de un cadáver parlante que se va descomponiendo a lo largo de toda la película.
Precisamente detalles desternillantes como este son los que han hecho que se clasifique a la cinta como una comedia, cuando en realidad no lo es (al menos no totalmente). Después de todo, se trata de una película de John Landis, y por lo tanto participa de esa genial ambivalencia típica de este director. La violencia en Un hombre-lobo americano en Londres es horrible y cruel, pero al mismo tiempo está rodeada de un absurdo tal que hace de la película toda una delicia. La mejor prueba de esto es la escena en la que un desesperado David confronta a los espectros de todas sus víctimas en la sala de un cine porno, justo antes del clímax de la historia. Llegados aquí, sin embargo, nos encontramos con el que quizás sea el mayor tropiezo de la película, ya que su final es abrupto y violento, dejándonos con la sensación de haber presenciado un desenlace excesivamente oscuro para lo que nos anticipaba la singular ligereza de la película.
Sin embargo, aún con todas sus contradicciones, sigue siendo una pieza de referencia obligada, con sus desparpajos, su humor ingenuo combinado con su brutalidad sin reservas, su banda sonora (hecha exclusivamente de canciones con la palabra "luna" en el título) y sobre, por poner bien alto el listón en lo que a hombres-lobo se refiere. Más de 25 años después no ha perdido ni un ápice de su garra, lo que la convierte en un logro envidiable.
miércoles, julio 05, 2006
Reseña: Pick Me Up (2006)
Si algo define al prolífico guionista y director Larry Cohen es que es el amo del "concepto", un hombre cuyas películas pueden resumirse perfectamente en una premisa simple, efectiva y que domina por completo todos los demás elementos. Si Cohen nos promete "bebés mutantes asesinos" nos da It's Alive (1974), si promete la historia de un "yogurt asesino" nos pone en las manos esa pequeña joya llamada The Stuff (1985), y si nos quiere meter en la carne de un hombre encerrado en una cabina telefónica desde la que se enfrenta a un psicópata, el resultado es la infravalorada Phone Booth (2002), dirigida en este caso por Joel Schumacher.
Pick Me Up (2006), el episodio de Cohen para Masters of Horror, también parte de un concepto: dos asesinos en serie enfrentados uno al otro por una víctima, un duelo de "depredadores" con estilos muy diferentes pero una cosa en común: la carretera. Uno de ellos (que parece salido del set de Brokeback Mountain) hace autostop en el camino y asesina a aquellos que le recogen. El otro (intepretado por un inmenso Michael Moriarty) conduce un camión y masacra a aquellos desafortunados que hacen autostop en la carretera.
En esta ocasión, sin embargo, Larry Cohen no se encarga del guión. Semejante labor cae a cargo de David J. Schow, quien también escribió el cuento corto en el que se basa esta singular historia. Eso podría explicar la efectividad de su adaptación, ya que el guión es precisamente el mayor fuerte de Pick Me Up, un guión efectivo y retorcido tanto en su violencia como en su desmadrado sentido del humor, que parte principalmente de los dos asesinos protagonistas, especialmente de Moriarty (quien se mueve como pez en el agua con su personaje, disfrutando cada línea de diálogo). Asimismo, la historia muestra no tan veladas referencias a varios asesinos en serie de la historia de Estados Unidos (como Ted Bundy y Ed Gein), así como a varias películas de psicópatas, como Psicosis (1960) y La matanza de Texas (both fucking versions!).
Este duelo de voluntades entre los dos carismáticos depravados es sin duda el mayor punto de interés de la película, más incluso que los sufrimientos de sus pobres víctimas, entre las que destaca la siempre simpática Fairuza Balk. Los dos asesinos, asimismo, simbolizan el duelo entre lo "genuino" y lo "elaborado", entre el depredador que mata por placer y sin miramientos y el degenerado que planifica sus golpes y guarda pequeños souvenirs como recordatorio de sus fechoría. Nunca un capítulo de Masters of Horror había dependido tanto del diálogo en la persecución de su concepto, y por fortuna esos diálogos son en mi opinión una autentica delicia, razón por la cual se hace absolutamente imprescindible ver la película en versión original (aunque, a decir verdad, creo que no está disponible de otra manera).
El resultado es un slasher muy distinto a lo que estamos acostumbrados, uno que toma plena consciencia del carisma de sus asesinos y lo lleva hasta el máximo, evidentemente inclinándose más por los derroteros del humor. Aquellos que busquen asustarse con Pick Me Up no van a tener mucha suerte, pero si lo que desea es sumrgirse en lo que sin duda es el capítulo más auto-referencial que la serie ha parido hasta la fecha, entonces el nuevo experimento de "situación" de Larry Cohen resulta cuando menos muy interesante.
domingo, julio 02, 2006
Reseña: Las colinas tienen ojos (2006)
Las colinas tienen ojos (2006) fue definida por Richard Roeper (el segundo crítico de cine más popular de Estados Unidos) como "an ugly piece of splatter-porn". Es el tipo de película por la cual tu novia te deja, el tipo de cinta al que la gente se refiere cuando sale del multiplex, furiosa, diciendo "pero si yo vengo al cine a pasar un buen rato". Si esto no te convence de ir a verla, no sé que puede funcionar, porque sin duda alguna estamos ante la pieza de terror del año. El galo Alexandre Aja no solamente ha entendido a la perfección aquello que hace grande a la película original de Wes Craven, sino que eleva ese concepto hasta límites insospechados.
Al inicio, Aja despliega la historia haciendo prácticamente un calco del original de Craven, siguiendo exactamente la misma línea argumental de una familia que sufre un "accidente" en las colinas de Nuevo México y es atacada por una horda de mutantes caníbales. Entre las sutiles diferencias (aparte de la ubicación geográfica y del hecho de que en esta ocasión el accidente es provocado) está el mayor hincapié que se hace en esta ocasión en el origen de los mutantes: los nocivos efectos de la radiación producto de décadas de pruebas atómicas. Sin embargo, las similitudes acaban en el momento en que la familia Carter es finalmente presa de sus deformes perseguidores. El brutal ataque es mostrado por Aja en todo su esplendor, sin reservarnos ni un detalle, y el abuso que sufren las mujeres Carter a manos de sus atacantes es, en mi opinión, muy difícil de aguantar, especialmente una imagen en particular que debe haber hecho a los censores americanos caerse de la silla.
Estos detalles no son gratuitos, ya que sólo mostrándonos el salvajismo de los mutantes (que en esta ocasión, gracias al inigualable trabajo de Greg Nicotero y Howard Berger, parecen realmente mutantes, mención especial para el nuevo y espectacular Pluto, y que me perdone Michael Berryman) puede Aja mostrar lo que es sin duda el punto esencial: la reacción de la familia protagonista. Después de todo (y aquí es donde se nota la eficacia de este remake) lo realmente horrible de la película no es el sufrimiento de los que mueren, sino lo que sucede con aquellos que sobreviven, la bestialidad que surge en aquellos seres aparentemente tímidos que deben elegir entre morir y convertirse en auténticos monstruos inhumanos. Aja retuerce y exprime esta idea en la figura del tímido demócrata del que todos se burlaban y que termina convetido en una fiera cubierta de sangre y sedienta de venganza, cuyas acciones son para colmo acompañadas con una música épica que hace que uno, como público, no sepa si el director está haciendo un canto o una crítica a la bestialidad. Es curioso, además, que se aderece esto con un perfil algo patriotero (la bandera americana se convierte aquí en un cínico instrumento de destrucción). Puede que esto sea una ida de olla mía, pero ahora que sé que el padre de Alexandre Aja es un notable político del socialismo francés, no estoy tan seguro.
Otro acierto enorme de este remake es lo que se refiere a sus antagonistas. Los nuevos mutantes de Las colinas tienen ojos, aparte de su fealdad repulsiva, son auténticos animales a los que se ha privado casi completamente de diálogo (algo que en mi opinión debió de hacer la original). Además, sus números ya no se reducen únicamente a un clan familiar (aunque Billy Drago hace un gran Júpiter en un breve cameo) sino que su historia se extiende a niveles mitológicos en lo que para mí es la mejor secuencia de la película: una visita a un pueblo fantasma habitado por la raza de caníbales y su descendencia. Esto, sumado a la agorafobia que produce ese inmenso y caluroso desierto del que no hay salida posible, y ese tremendo cuadro final de los sobrevivientes, hace de esta una película absolutamente imperdible. Y me pregunto: ¿qué puede hacer Alexandre Aja en el futuro? Sea lo que sea, habrá que verlo.