A principios de este año The Messengers (2007) captó cierta atención al tratarse de la entrada en Occidente de Danny y Oxide Pang, los gemelos hongkoneses que se han subido al carro de la moda del terror asiático con películas como la (para mí) nefasta The Eye (2002) o la (de nuevo, para mí) mucho más interesante Anomalía (2003). Su llegada a Hollywood estuvo marcada por cierto bombo al preguntarse varios qué podrían hacer con tal maquinaria cinematográfica a su disposición. El resultado, sin embargo, no resulta el más deseado; si bien la película no llega a ser tan nefasta como para hacer de su visionado una tortura, es probablemente el mayor cúmulo de lugares comunes del terror oriental jamás llevado a la pantalla. Hecha casi como si se siguiese una fórmula al pie de la letra, el idioma inglés y la ambientación americana rural es lo único que la direrencia de sus homólogas venidas del Lejano Oriente.
Parte del error venía desde muy atrás. En una campaña publicitaria bastante cutre, se resaltaba mucho el supuesto centro temático de The Messengers según el cual los niños poseen la facultad de contactar mucho más fácilmente a los espíritus que vagan por el mundo de los vivos. Dicho fenómeno no es para nada el centro de la película, que más bien se enfoca en las vivencias de una adolescente que, tras mudarse con sus padres a una granja de girasoles en el medio de North Dakota en busca de una nueva vida, comienza a percibir la presencia de unos fantasmas en su nueva casa que, aparte de hacerle la vida imposible, parecen llevarla poco a poco a la resolución de un secreto que viene del pasado. Si suena familiar es porque esta misma trama ha sido reproducida hasta la saciedad prácticamente sin ningún cambio.
En las formas debería estar lo nuevo, pero al parecer los hermanos Pang han decidido irse por el camino fácil y emular todos y cada uno de los viejos trucos del terror asiático en la esperanza de arrancar un susto fácil al espectador occidental, principalmente en lo que se refiere a los fantasmas de piel blanca que se mueven en staccato. Los gemelos incluso han recurrido a la auto-cita al incluir, en un determinado momento del metraje, una escena exactamente igual a aquella que daba más miedo en The Eye, sin ningún cambio, y que hubiese funcionado de no haber sido utilizada ya cinco años antes. Los sustos baratos tampoco ayudan mucho, a decir verdad, y el giro final que coge la trama se ve venir a leguas.
Es una lástima que el inicio en Hollywood de estos directores haya dado como resultado una película tan vacua y tan prescindible como esta. Su nula originalidad y el desgano de su trama la delatan como poco más que el vehículo de lucimiento para actores adolescentes, en este caso Kristen Stewart, a quien siempre recuerdo como la hija andrógina de Jodie Foster en La habitación del pánico (2002). Cualquier otra consideración se hace incomprensible. The Messengers no es un remake de ninguna cinta oriental, pero bien podría serlo.