No tengo que repetir a estas alturas que no guardo mucho entusiasmo hacia la saga iniciada por Destino final (2000), de James Wong, pero dado que salí contento de la tercera entrega, decidí ir con mente abierta a la cuarta y última, Destino final 4 (2009), o como reza el título oficial, El destino final 3-D (título que me niego a utilizar aquí). En esta ocasión tenemos nuevamente al mando a David R. Ellis, quien ya se había encargado de dirigir la segunda parte seis años atrás, y que en esta ocasión las tenía todas consigo no sólo por el ya contundente éxito taquillero de la saga en general, sino también porque esta entrega cuenta con el valor añadido del 3-D en aras de una espectacularidad aún mayor que la de todas sus antecesoras.
Si en la primera cinta teníamos la explosión de un avión en pleno vuelo, en la segunda una espantosa colisión múltiple en carretera y en la tercera una tragedia en una montaña rusa, en esta cuarta entrega de la saga presenciamos un accidente en un circuito de carreras que se carga no sólo a varios pilotos sino también a un grueso porcentaje del público en las gradas, algo de los cuales unos cuantos elegidos se salvarán gracias a la inexplicada premonición de un joven que intentará luego burlar el plan de la Muerte. A diferencia de entregas anteriores, la secuencia del accidente no es tan larga ni tan intensa esta vez, pero por fortuna el director logra sobreponerse a este primer traspié y nos deja lo mejor para más adelante, haciendo de su película una de las entregas más vacuas pero también una de las más divertidas.
Eso sí, no hay sorpresas: a nivel de argumento es quizás la más tonta de las cuatro películas, y sus actores son básicamente accesorios (sobre todo el protagonista masculino es nefasto, y el personaje de su novia no es un más que un caramelo visual), pero a estas alturas dudo mucho que haya alguien esperando de esta saga una historia muy compleja, algo que por cierto está referenciado de forma bastante curiosa desde el principio, cuando uno de los personajes reconoce que el único motivo para seguir las carreras de Nascar es ver los accidentes. De la misma forma, esta es una saga que no se caracteriza por ser muy inteligente que digamos.
El recurso del 3-D (que no olvidemos estaba originalmente previsto para la tercera entrega) obliga a sacrificar aspectos narrativos en virtud del espectáculo, y ciertamente funciona en gran medida, con la consecuencia de convertir la película en una atracción de feria. Sin duda está bien aprovechado, hasta el punto que dicho efecto tridimensional se hace poco menos que indispensable; las "visiones" del protagonista son ambientadas de esta forma y, francamente, serían bastante ridículas si no te estuvieran saltando a la cara. Varias de las escenas de muertes están también diseñadas para el lucimiento de este efecto, y al igual que en la tercera entrega, la película toma en varias ocasiones un marcado giro hacia la comedia gore, incluyendo numerosos momentos irónicos de auto-referencia. Destacable, eso sí, el espectacular clímax final en el centro comercial (con su muy evidente secuencia metaficcional ambientada en un cine 3-D), uno de los escasos momentos de genuino suspense de la película y que la eleva a alturas insospechadas.
En vistas de su próximo estreno en España, yo diría que todo aquel que haya disfrutado de las anteriores entregas no debería perderse Destino final 4, pero incluso aquellos que (como yo) no se encuentren entre los devotos de la saga, deberían darle una oportunidad siempre y cuando puedan verla en 3-D, ya que no estoy seguro de qué tanta efectividad pueda tener la película desprovista de este su principal atractivo. Su éxito taquillero hará aumentar exponencialmente la cantidad de películas de terror dotadas de este formato, pero no creo que haya muchas que se presten tan bien como esta saga para el disfrute lúdico por parte del espectador. Esta, específicamente, es todo un espectáculo que a fin de cuentas no engaña a nadie.