Nota explicativa: "10 de hace 10" es el nombre de una nueva sección en la que re-visitamos diez películas estrenadas hace diez años, en la esperanza de ver qué tan bien (o mal) han envejecido. La idea es que consigamos publicar estas diez entradas durante el 2015, año del décimo aniversario de "Horas de oscuridad". La inspiración para este invento la tenéis aquí.
Para esta segunda entrega de las revisiones de nuestro décimo aniversario he decidido incluir
Los renegados del diablo (2005), segunda película de Rob Zombie y aquella que lo confirmó como una de las más prometedoras voces del cine de horror en los primeros años del nuevo siglo. De hecho, esta secuela de
La casa de los 1000 cadáveres (2003), si bien no fue un gran éxito comercial y generó opiniones encontradas en la crítica
mainstream de su momento, causó una gran sensación entre los seguidores del género de terror y apareció en varias listas de lo mejor de ese año y en lo mejor incluso de la década, listas en las que por supuesto incluimos
la nuestra. Tanto es así, que el resto de la filmografía de Rob Zombie, tanto en
su vertiente más comercial como en
sus proyectos más arriesgados, no ha podido escapar de las inevitables comparaciones con este trabajo, todavía considerado por muchos como uno de sus mejores. Pero, ¿es realmente así? Diez años después ha llegado el momento de revisitarla para ver qué tal ha envejecido y cuál ha sido su legado.
Como ya mencionaba arriba,
Los renegados del diablo es una pseudo-secuela de
La casa de los 1000 cadáveres. Digo pseudo-secuela porque a pesar de que existe una continuidad narrativa y que definitivamente hay que haber visto la primera película para al menos tener claro en qué posición comienza el argumento, los cierto es que son dos cintas muy diferentes que se parecen en muy poco. Esto fue algo que Zombie tenía muy claro desde el principio, y puso por lo visto todo su esfuerzo en hacer que esta segunda entrega tuviese un ritmo, una estética y unos referentes alejados de los de su primer largometraje. La primera película, como ya sabemos, tiene una estética y un tono en sus actores y en su escenografía completamente extravagante y exagerado, tanto que por momentos parecía que estábamos viendo un
cartoon de terror completamente lleno de artificios en los que sin embargo se colaba un sadismo similar al de
La matanza de Texas (1974), innegable fuente de inspiración de esta historia acerca de una familia de asesinos ocultos en la América rural de principios de los setenta.
La segunda parte abandona por completo esa idea y acomete la nada fácil misión de ofrecer una película en la que el norte a seguir no parece ser ya el cine de terror setentero sino el
western, si bien no se puede negar que en gran medida Zombie construye el argumento como un homenaje a
La matanza de Texas 2 (1986), a la que sin duda se parece mucho y en la que encontramos un número considerable de paralelismos en su trama de venganza de un enloquecido sheriff contra los asesinos de su hermano. Tal como sucedía en aquella película, el personaje de William Forsythe comienza como un justiciero pero termina convirtiéndose en un ser tan desquiciado como los monstruos a los que persigue, y Zombie termina de dar la vuelta a este concepto poniendo esta vez el foco de atención en los integrantes de la terrible familia Firefly, quienes pasan a ser una especie de antihéroes que si bien continúan con su serie de asesinatos aleatorios, demuestran también una innegable humanidad que hace que el público termine identificándose con ellos. Esto último es el verdadero gran mérito de la película y aquello que la emparenta con un
western trágico al estilo de
Grupo Salvaje (1969), así que en ese sentido el objetivo de Rob Zombie se cumple a la perfección.
Pero este fin se cumple en muchas ocasiones a costa de una coherencia interna tanto de la película como de la saga a la que pertenece; no exagero si digo que algunos personajes, principalmente la Baby Firefly de Sheri Moon, parecen aquí personas completamente distintas sin ninguna continuidad con su trabajo en la película anterior, algo que también sucede en menor medida con el Otis de Bill Moseley, mucho más calmado y taciturno que en su demencial encarnación de La casa de los 1000 cadáveres. Sin embargo esto es una queja sólo a medias, ya que el elenco sigue siendo no sólo lo mejor de la película en sí sino también de lo más impresionante que he visto en muchos años en el cine de terror. De hecho, es bien sabido que en su momento los fans de esta película hicieron una petición a la Academia para que nominaran a Moseley al Oscar por su actuación en esta secuela, algo que honestamente no me puedo imaginar como un evento posible.
El resto se sostiene muy bien a pesar de algunos elementos específicos que dejé pasar entonces y que hoy en día me chirrían un poco: la estética granulosa y falsamente setentera choca con el ocasional uso de una sangre CGI que se ve terriblemente falsa y que resta poder incluso al (por otro lado) excelente final, y todavía se nota que Zombie presta más atención a sus fetiches estilísticos que al argumento. Esto último forma una parte muy importante de su legado ya que el director insistiría en sus preferencias formales en dos cintas futuras que (para mí al menos) representan lo mejor de su carrera: Halloween 2 (2009) y The Lords of Salem (2012), las cuales explotarían mucho más su imaginario de terror surrealista, que curiosamente tiene en esta película de la que hablamos hoy su ejemplo menos elaborado.
Por todos estos motivos me temo que debo soltar algo con lo que quizás muchos de los que leéis este blog no estaréis de acuerdo, y es que Los renegados del diablo es una cinta que no ha envejecido tan bien como el resto de la obra de Rob Zombie. Con diez años de por medio, considero que gran parte de su éxito tuvo que ver con el hecho de que se estrenó en el momento ideal, cuando a mediados de la década pasada presenciábamos un renacer del horror físico y "realista" que glorificaba el gore, la tortura y el sufrimiento corporal como los principales elementos de un cine de terror que hoy en día ya no parece ser la norma. En ese sentido, y aunque en muchos aspectos es una obra mucho más amateur, considero más arriesgada una propuesta como La casa de los 1000 cadáveres, la cual también vi recientemente sin este sentimiento de ligera decepción con el que me he encontrado esta vez. Sigue siendo una excelente película, sin duda alguna está entre las principales de ese horror físico al que nos referíamos, y artísticamente es todo un triunfo considerando que terminó siendo algo diametralmente opuesto a lo que el público esperaba, pero el tiempo ha terminado por matizar mi opinión inicial e incluso el propio Rob Zombie parece haber evolucionado en su propio estilo hacia trabajos mucho más interesantes que están, sin embargo, más cercanos en espíritu al terror de feria de su ópera prima que al western de esta continuación.