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lunes, abril 09, 2018

Reseña: The Devil's Candy (2015)

Sean Byrne, director de la muy recomendable The Loved Ones (2009), tuvo hace un par de años su segunda película de terror con este trabajo muy diferente a aquel con que lo conocimos, alejado esta vez de los preceptos del horror fisico y entrando de lleno en lo sobrenatural, y aunque no llega a los niveles de calidad de su entrada en el torture porn sí que resulta una obra de lo más eficiente que consigue en su mayor parte eludir varios de los clichés que este tipo de historias suelen tener. Con todo esto, The Devil’s Candy (2015) puede que no sea su trabajo más original, pero al igual que como ocurría con su película anterior, Byrne consigue sacar momentos inesperados de ideas ya muy explotadas, en esta ocasión jugando con la idea del artista acosado por un misterio de ultratumba que, paradójicamente, resulta una de sus mayores fuentes de inspiración a la vez que lo va destruyendo como persona. Es un concepto que se ha plasmado muchas veces a lo largo de los años pero que aquí está llevado con personalidad y de manera muy efectiva.

Ambientado esta vez en medio del entorno rural americano y con un irreconocible Ethan Embry en el papel principal, el argumento va sobre un pintor que se muda con su familia a una granja y ve cómo su obra comienza poco a poco a verse afectada por una presencia sobrenatural que intenta comunicarse con él. Paralelamente, su familia es rondada por un asesino en serie que parece guardar alguna relación con la experiencia que está viviendo. Ambas tramas transcurren de forma más o menos independiente y se van acercando hacia el final, una vez que el misterio sobrenatural es revelado. De todas formas, lo interesante está no tanto en este misterio en sí sino en el proceso de transformación del propio protagonista, que va sufriendo su propio viaje interior al lado más oscuro de sí mismo a medida que su contacto sobrenatural comienza a apoderarse de él.

Como decía, el argumento no es lo que se dice muy original y tanto el misterio como la idea del artista atormentado que alcanza sus mejores trabajos a medida que va perdiendo su humanidad son cosas que se han hecho muchas veces antes, pero la película lo compensa con creces gracias a la atmósfera que construye Sean Byrne y que en cierta forma ya había adelantado en The Loved Ones: al igual que en esta, en The Devil’s Candy también hay una estética calurosa y opresiva que se arma gracias al contraste entre el entorno rural y la música death metal que escucha el prota y que se convierte en parte de su identidad. Las escenas sobrenaturales son muy sutiles comparadas con la abierta representación de lo fantasmal que suele tener este tipo de cine hoy en día, y de hecho los principales momentos de terror vienen con la obra del pintor y la forma en que va volcando su mundo interior en ella. En otras manos, sin ese particular estilo, esto probablemente hubiese sido un trabajo muy inferior y es precisamente gracias al buen oficio detrás de ella que termina elevándose por encima de lo que su trama le hubiese deparado. 

El único problema que tengo es que la cinta deja al final todo demasiado bien atado para mi gusto, y se esfuerza en cerrar de forma definitiva el argumento principal a la vez que deja abierta la subtrama del decadente arte del protagonista y el súbito interés que despierta en un siniestro coleccionista de obras macabras, un ángulo que no lleva a nada a pesar de que de entrada parecía mucho más interesante incluso que la trama principal. Pero aparte de eso, estamos ante una historia de terror muy buena que pasó más o menos desapercibida entre muchos productos similares y que habría que rescatar porque sin duda lo merece. 

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