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lunes, junio 15, 2015

Reseña: Poltergeist 2 (1986)

Es curioso que a pesar de que tenía prácticamente el mismo tiempo sin ver ninguna de las tres, tenía en mi mente un recuerdo bastante marcado tanto de la primera como de la tercera parte de la saga Poltergeist, pero no recordaba prácticamente nada de la segunda. Así que en preparación para la reseña del remake (que ya he visto, por cierto), he decidido terminar de dar un repaso a la trilogía original. Para mi sorpresa, Poltergeist 2: The Other Side (1986) terminó siendo una película muy distinta a lo que me esperaba. Es sin duda una secuela muy inferior que hace saltar por los aires gran parte de los aciertos de la primera parte, pero aún dentro de su evidente medianía y su intento por hacer un producto más convencional tiene espacio para algunas buenas ideas y aciertos que intentaré abordar aquí.

La trama de la que parte tiene lugar un año después de la original (aunque la película se estrenó en 1986, cuatro años después de la primera, con lo que los niños se ven algo creciditos), con la familia protagonista asediada por las dificultades económicas después de haberse quedado sin casa, y arrimados todos en casa de la abuela. Una vez allí observan cómo nuevamente la pequeña Carol Anne vuelve a estar en la mira de espíritus malévolos, por lo que una vez más deberán recurrir a la ayuda de la psíquica interpretada por Zelda Rubinstein y a un místico nativo americano en lo que es probablemente uno de los mayores clichés que nos podamos echar a la cara. Una cosa que llama la atención esta vez es que todos los actores que interpretaban a la familia original regresan a sus respectivos papeles, a excepción de la hija mayor, quien no aparece. Esto se debe, como sin duda sabréis ya, a que la actriz que interpretaba dicho papel murió poco tiempo después del estreno de la primera película. Pero lo curioso es que en vez de dar su personaje a otra actriz, esta secuela decide simplemente hacer como si nunca hubiese existido, omitiendo toda referencia a ella para así no romper el discurso de fuerza-en-la-unión-familiar que ya se presentaba en la primera película pero que aquí está exacerbado hasta convertirse en el principal punto temático.

Pero si hay algo que define esta secuela y explica su cambio de naturaleza es el momento en el que llegó: en 1986, el cine de terror americano mostraba un panorama muy diferente al que se encontró la primera Poltergeist (1982); el auge del horror sobrenatural y el éxito de películas como Pesadilla en Elm Street (1984) hizo que los responsables de esta segunda entrega optaran por una cinta mucho más oscura y macabra que en demasiadas ocasiones chocaba con la temática mística y pseudo-New Age que todavía se dejaba ver, encima aderezada por el lugar común del exotismo místico presente en la figura de los indios americanos. La película acierta al intentar ampliar la mitología de la original, y su decisión de darnos esta vez un villano claramente identificado es interesante por las referencias al pasado pionero de Estados Unidos y la presencia de extrañas sectas religiosas, pero ninguno de estos temas calza muy bien con ese toque fantástico que se le intenta dar en ocasiones y la a veces sonrojante insistencia en el poder del Bien representado en la idea de la familia. Eso sí, una cosa que no recordaba para nada de esta película es que el famoso artista suizo H.R. Giger colaboró con varios diseños de ese oscuro mundo sobrenatural, incluyendo todo lo referente a una famosa escena con un gusano de tequila en el que sin duda es el mayor efecto especial de todo el metraje.

Con sus descripciones de horribles muertes, su visualmente inquietante villano y la aparición de monstruos y demonios de forma mucho más explícita que en la primera, se nota que Poltergeist 2 intentó ser una película mucho más dada al horror que su antecesora, aunque nunca llega a abandonar del todo su ligereza inicial. Lo que la daña son sus lugares comunes, la escasa química que hay esta vez entre los actores y el abandono de la sencillez que tenía la primera parte y que aquí pone en evidencia una continuación mucho más pobre. Pero todavía hay cosas interesantes, y aquellos que se sientan atraídos por continuar la saga tienen aquí puntos a destacar. Eso sí, lamentablemente nunca llega a dar miedo, y la saga no abrazaría realmente el terror hasta la muy problemática tercera entrega, que también habrá de caer por aquí.

sábado, junio 13, 2015

Reseña: Oculus (2013)

Si os pasáis de vez en cuando por mis micro-reseñas de Letterboxd sabréis que en su momento, hace ya casi un año, Oculus (2013) no me convenció mucho. Resumiendo, en aquella ocasión me parecía una película con buenas ideas y una ejecución que me dejaba algo insatisfecho. Tras volverla a revisar para esta reseña mi opinión ha terminado por matizarse, hecho ayudado quizás por no tener que ver otras tropecientas películas el mismo día. Considero ahora que es una muy buena cinta con no sólo grandes ideas sino con detalles ciertamente brillantes que la elevan por encima de la mayor parte del cine de terror comercial que vemos en estos tiempos. Pero es precisamente su pertenencia a un catálogo de cine de miedo convencional lo que en mi opinión hace que se quede corta. Volveré a esa idea más adelante.

Si algo bueno tiene de entrada es que va al grano. En muy poco tiempo se nos hace saber cuál es el argumento principal, en el que dos hermanos intentan demostrar que la muerte de sus padres se debió a una presencia maligna de corte sobrenatural que habita en un misterioso espejo antiguo, una presencia que está relacionada con una larga serie de horribles muertes a lo largo de cuatro siglos y a la que los dos hermanos intentarán vencer. Esta idea de la que parte es por sí sola muy buena; personalmente me encantan las historias de maldiciones ligadas a un objeto y la manera en como está presentada en esta película es muy atractiva y sobre todo mucho menos efectista de lo que su material publicitario nos quiere hacer creer. Por el contrario, el director y guionista Mike Flanagan intenta mantener su trabajo en los límites de una estética realista en la medida de lo posible; es cierto que hay fantasmas, apariciones y demás, pero no dominan por completo la película y se sienten sólo como añadidos. De hecho, y esto es algo que no he visto destacado lo suficiente en las distintas reseñas que he leído, lo más efectivo de Oculus es la tensión que se crea en la larga escena de exposición en la que la protagonista narra frente a la cámara la macabra historia del espejo y su maldición.

Esta referencia constante hacia el pasado sirve para traer a colación el que quizás sea el punto más interesante de esta película y es, tal como muchas reseñas han destacado ya, su estructura narrativa poco convencional en la que la trama salta del presente al pasado alternando entre los protagonistas como niños y adultos, algo que tiene relación directa con los poderes paranormales del espejo y la forma como "engaña" a los protagonistas mezclando ambas líneas temporales en un juego de ilusiones que obliga a los personajes (y al público) a dudar constantemente entre lo que es real y lo que no. Todo este juego es fascinante, y a pesar de que no es la primera película que lo hace ni tampoco es muy complicado que digamos, al menos no trata al espectador como idiota y deja que seamos nosotros mismos quienes armemos la historia en nuestra cabeza. Ese énfasis en el argumento es algo muy poco común en el cine de terror actual y sólo por eso ya vale la pena.

Lo que nos lleva a lo que sigue siendo, hasta ahora, mi mayor objeción respecto a Oculus, y el punto que evita precisamente que llegue a un nivel de grandeza: a pesar de todos estos detalles, de sus grandes ideas y de su ambición a la hora de construir una historia interesante, esta sigue siendo al final de todo una película de terror comercial, y como tal se ve forzada a dar demasiadas concesiones. La película, hay que decirlo, no es muy rica en cuanto a sustos, y varios de sus elementos más tenebrosos como el conflicto desatado alrededor de la madre (interpretada por una muy desperdiciada Katee Sackhoff, por cierto) se siente suavizado y apresurado, y en lugar de eso el clímax de la película nos bombardea con varios elementos típicos del cine de terror contemporáneo que ya son enormes clichés como esos fantasmas de piel azul y ojos brillantes. En general todos estos elementos sumados a los sustos falsos y al típico elenco juvenil causaron que la cinta fuera perdiendo ímpetu llegando hacia el final. Creo que en definitiva ese sigue siendo mi veredicto final: una muy buena historia parcialmente dañada por sus concesiones comerciales. Con todo eso es una película sobresaliente, y pocos ejemplos del cine de terror mainstream actual son tan recomendables como este.